Por José Luis Milia.-
No existe un «certificado de calidad intelectual», pero deberíamos, los argentinos, haberlo inventado. No por capricho, sino por necesidad. Especialmente para quienes aspiran a hacer carrera en política, ese oficio donde la ignorancia no sólo no es obstáculo, sino credencial. ¿Hubiera sido una barrera para muchos? Sin duda. Pero en este país, donde un médico recién recibido debe tragarse años como interno y un ingeniero debe sobresalir como junior, años, para ser tenido en cuenta, un improvisado sin lecturas ni vergüenza puede lanzarse a la arena política sin saber si el dos por dos da cuatro o cinco, y sin que nadie le exija más que una sonrisa y un eslogan.
En Argentina, el mérito es un mito y la mediocridad, una religión. Un país serio jamás les confiaría a ciertos personajes ni la tarea de pegar afiches en un barrio marginal. Aquí, en cambio, les damos micrófono, banca y presupuesto. Y si el pueblo los vota, entonces todo se justifica: la democracia como coartada perfecta para el desastre.
Nos faltó coraje, también. Coraje para legislar desde el inicio, que a todo corrupto condenado se le ampute la mano -figuradamente, claro- de su derecho a volver. Que su paso por la política sea apenas un mal recuerdo, como una enfermedad superada. Pero no lo hicimos. Y si lo hubiéramos hecho, la ONU y los progres biempensantes nos habrían acusado de apartheid intelectual y político.
Cincuenta años bastaron para convertir a Argentina en la taza de un inodoro político y moral. La Justicia se llenó de prevaricadores con toga, el Congreso de delincuentes con fuero, y la Presidencia de egos con déficit cognitivo. Elegimos con esperanza, luego con resignación, y finalmente con esa mezcla de cinismo y masoquismo que sólo se ve en los pueblos que han perdido la fe. El coeficiente intelectual de nuestros presidentes -hombres y mujer incluidos- si se midiera en hechos relevantes, no alcanza ni para igualar al de un mandatario uruguayo o chileno.
Esta democracia de cartón, que debutó usando la Constitución como papel higiénico para pagarle favores a la socialdemocracia internacional, no tiene futuro. Todo es relativo, todo es tango, y como buen tango, todo es desesperanza. No fue improvisación: fue ingeniería. Precisa, meticulosa, como la de un relojero suizo. Primero se demolieron las instituciones fundacionales, como las Fuerzas Armadas y, por extensión las Fuerzas de Seguridad. Ellas fueron tratadas como si hubieran sido tropas de ocupación. Se les atribuyó cada tragedia nacional, como si todos no hubiéramos sido culpables. Fue muy fácil, porque nosotros que les habíamos pedido que hicieran una guerra sin piedad ni indulgencia; una vez pasado el peligro, nos olvidamos de ellos.
Luego vino la educación. Ahí sí, el éxito fue total. Hoy, en tercer grado de la escuela primaria, casi la mitad de los chicos no entiende lo que lee y ni siquiera lo hace de corrido. Al terminar el secundario, apenas el 43% alcanza el nivel mínimo de comprensión lectora. Brasil nos supera con 51%, Uruguay con 65% y Chile con 70%. Y mientras nos jactamos de nuestra educación universitaria, apenas 31 de cada 10.000 argentinos egresan, frente a los 61 de Brasil, 56 de Uruguay y 55 de Chile.
Fue suficiente. Porque, simultáneamente, durante setenta años de ingeniería social, construyeron alrededor de la capital una comarca de clientelas dóciles: el conurbano. Un feudo de pordioseros soberbios que viven de limosnas estatales, se creen protagonistas de su ruina y se arrodillan ante políticos que sólo aparecen con la urna bajo el brazo, como pastores de un rebaño que jamás aprendió a balar por sí mismo, pero que, manejados, son capaces de definir una elección o voltear un gobierno con la misma facilidad con que cambian de lugar el balde donde defecan.
Nada ha cambiado, al menos en el mapa. Antes era el puerto contra el interior. Hoy es el conurbano contra la república. Y mientras la América Española se mueve, nosotros seguimos bailando al ritmo de ese conurbano embrutecido, servil y mantenido. En cien años, Chile, Perú y Bolivia podrían formar una unidad política imparable en el Pacífico. Brasil seguirá creciendo. Y nosotros…, nosotros seremos una colección de republiquetas, cada una con su caudillo, su clientela y su tango de desesperanza.
20/09/2025 a las 2:36 AM
DON MILIA, MIRE QUE ESTE TEMA DA PARA DISCUTIR MUCHO Y NO PONERSE NUNCA DE ACUERDO.
NOSOTROS EN UN MODO MUY SIMPLISTA Y QUIZAS INJUSTO, VARIAS VECES PROPUSIMOS QUE VOTEN SOLO LOS QUE PAGAN IMPUESTOS DIRECTOS, PORQUE INDIRECTOS PAGAMOS TODOS.
DICEN QUE VISCERA MAS SENSIBLE ES EL BOLSILLO, BUENO ESTA ES UNA SOLUCION ACORDE.
EN ESTE PAIS, HAY MUCHOS QUE SOLO PIENSAN EN REPARTIR LA GUITA DE OTROS, NO LA PROPIA.
LA OTRA SERIA UNA COMISION DE NOTABLES QUE ENJUICIE AL PRESIDENTE AL FIN DE SU MANDATO, RESPECTO DE SUS PROMESAS Y LOS RESULTADOS LOGRADOS.
UNA ESPECIE DE «JUICIO DE RESIDENCIA», CON PENAS SEVERAS SEGUN EL CASO.