Por Italo Pallotti.-

En esta Argentina nuestra todos los días alguna noticia surge, cualquiera sea el motivo, mientras más extravagante mejor, para movilizar nuestra modorra de ciudadano esperando que brote algo de interés; y no solo aquello que nos pone de continuo en un estado de medianía con el sopor. Cuando, de vez en tanto alguna noticia aparece como atractiva pocas veces tiene un fin positivo. Casi siempre el motivo que la genera viene a sacudir el interés colectivo por su modo abstracto, confuso, impreciso. Y como tal poco despierta el interés de la gente. En el curso de la semana la reaparición de los protagonistas del Hº Congreso, Diputados para ser concreto, salió de su ostracismo y nos trajo el debate sobre temas por demás urticantes (Financiamiento Universitario, Emergencia Pediátrica, partidas para el Garrahan). Todo esto enmarcado, asimismo, en la concreción de los vetos que el Presidente oficializó (Aumento de las Jubilaciones, Moratoria Previsional, y Emergencia en Discapacidad), con el argumento de la falta de dineros suficientes y el mensaje sobre la alternativa de imposibilidad de dar cabida a los reclamos, sin poner en juego el superávit fiscal; tan laboriosamente conseguido; según el mensaje oficial. Corroborado, luego en Cadena, con un discurso contundente. Prolijo y político.

En ese contexto se desarrolló el debate. Nada nuevo. Todo en la sintonía de lo ordinario; porque los personajes, por demás conocidos (al menos los más “famosos”; el resto, como de costumbre sólo para enmarcar el cuadro general) se alinearon en esa manía costumbrista de responder a la simbología histórica (Cristinista) y la moderna (Mileísta). Todos respondiendo a una matriz de conexión con lo señalado por esa verborragia clásica de la adhesión a los mandatos ideológicos. Nada fuera del libreto. Cada uno enfrascado en un lenguaje retórico, infiltrado de fanatismo por el vetusto mensaje, en un caso, y por la naciente influencia de un diccionario de aparentes nuevos conceptos; tanto uno como otro rayando una irrealidad evidente. Unos por sus fracasos archiconocidos; otros por un apasionado mensaje de supuesta raigambre liberal/ libertaria.

En el marco teórico cada cual con su propuesta. Impregnados de cierta intransigencia que la constatación con lo que la historia dejó para los libros, lo obnubila fatalmente.  Resulta tan reprochable porque tras las supuestas verdades de cada uno se esconde y sepulta una objetividad que rebate todo lo que la polémica manifiesta. Prendido a esto, una insignificante mentalidad izquierdosa con su apolillado mensaje; poco menos que anti-todo. Coadyuvando con aquellos, supuestos mayoritarios, con un relato irrelevante, contrafáctico; hasta por momentos absurdo y monocorde. El tiempo, de modo discordante, los “une” a todos. Horas y horas de una secuencia en la que sólo anida el desprecio por la opinión ajena. El hombre común que observa y analiza, queda huérfano de propuestas concretas. Porque en ese escenario de dualidad de opiniones se esconde siempre el sectarismo y el factor ideológico; para marcar finalmente el “apotegma de las dos verdades y una mentira”, donde la duda y la falta de certezas nos llevan a decir que estamos, como apunta el título, frente a “dos países, en algunas bancas”. La prédica ínsita en cada legislador, nos plantea escenarios tan disímiles que parecen tratar temas de países distintos. Nunca la intención del acuerdo. Lo burdo y grosero que empequeñece el diálogo, es la resultante de la porfía. Quebranto, en fin, de una esperanza que se diluye.

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