Por Hernán Andrés Kruse.-

¡Pobre liberalismo! ¿Qué pecados cometió para ser ultrajado de manera tan impiadosa por el presidente Javier Milei? Porque si hubiera que caracterizar los casi dos años de gobierno libertario la palabra que mejor lo haría sería, en mi opinión, el ultraje.

¿Por qué Milei no se cansa de ultrajar al liberalismo? Para responder semejante pregunta nada mejor que comenzar por recordar aquella memorable definición de liberalismo que dio el gran Ortega en su libro “La rebelión de las masas”:“El liberalismo es la suprema generosidad: es el derecho que la mayoría otorga a las minorías y es, por tanto, el más noble grito que ha sonado en el planeta. Proclama la decisión de convivir con el enemigo, más aún, con el enemigo débil”.

El liberalismo es, para Ortega, más, mucho más, que una doctrina económica. El liberalismo no se reduce a la economía de mercado. Por el contrario, es una cosmovisión o, si se prefiere, una filosofía de vida. El liberalismo sitúa en lo más alto del podio al hombre en su calidad de persona. Para el liberalismo el hombre, cada hombre de carne y hueso, usted, yo y los miles de millones que habitan esta tierra, son merecedores del más absoluto de los respetos. Lo son porque son (somos) portadores de derechos que no pueden ni deben ser conculcados. Merecen destacarse, por ejemplo, el derecho a la vida, el derecho a vivir dignamente, el derecho a expresar las ideas sin temor a represalia alguna del gobierno de turno, el derecho a la libre expresión de las ideas políticas, el derecho a la salud, el derecho a la vivienda, el derecho a gozar de la seguridad jurídica y el derecho a la educación.

El liberalismo es, reitero, una filosofía de vida que garantiza una convivencia social basada en el respeto, la tolerancia, la justicia y, por supuesto, la libertad. El liberalismo, es necesario reiterarlo todas las veces que sean necesarias, no se reduce al libre mercado. Porque el libre mercado, también conviene tenerlo presente todas las veces que sean necesarias, ha convivido sin problemas con regímenes autoritarios. Un ejemplo que nos toca bien de cerca es el de Augusto Pinochet, quien se adueñó de Chile en septiembre de 1973 luego de derrocar al presidente constitucional socialista Salvador Allende. Uno de sus ministros más relevantes fue Hernán Bücchi, quien ocupó varios cargos en el área económica.

Büchi obtuvo un MDA en la Universidad de Columbia en 1975. Sin embargo, debido a sus simpatías por el liberalismo económico, siempre se lo emparentó con los Chicago Boys, quienes estudiaron economía, precisamente, en la Universidad de Chicago. Entre 1985 y 1989 fue Ministro de Hacienda. Según el historiador británico Edwin Williamson dicho nombramiento “marcó el inicio de la recuperación económica. La estrategia de Büchi consistió en crear las condiciones financieras para un crecimiento estable, impulsado por las exportaciones, y reorganizar las estructuras productivas del sector exportador…El crecimiento económico promedió entre el 5% y el 8% entre 1985 y 1988, la tasa más alta de la región” (fuente: Wikipedia, La Enciclopedia Libre). Ello explica que economistas del fuste de Friedrich Hayek y Milton Friedman, hayan exclamado que Chile estaba viviendo un milagro económico.

El problema es que, mientras el plan económico de Büchi daba sus frutos, en el Estadio Nacional de Santiago de Chile se torturaba y ejecutaba a miles de prisioneros. El estado de derecho brillaba por su ausencia, al igual que las libertades y garantías individuales. La dictadura pinochetista había hecho añicos al liberalismo como filosofía de vida. ¿Cómo fue posible, entonces, que un liberal como Hayek, autor de libros memorables como “Camino de servidumbre” y “Los fundamentos de la libertad” haya apoyado a semejante régimen autocrático? Confieso que aún hoy no entiendo la postura de don Friedrich.

Semejante apoyo de tan distinguidos economistas a la dictadura chilena convenció a millones de personas que dicho régimen era liberal. Ahora bien ¿cómo podía ser considerado liberal un gobierno que conculcó a mansalva los derechos humanos? Si el liberalismo jurídico es avasallado, el gobierno que lo hace es enemigo del liberalismo por más que aplique una economía de mercado. Pinochet fue, por ende, enemigo del liberalismo. Sin embargo, reitero, Hayek y Friedman hablaron del milagro chileno.

Lamentablemente, un fenómeno similar está aconteciendo en nuestro país desde que Javier Milei asumió la presidencia de la nación el 10 de diciembre de 2023. Don Javier se proclama anarcocapitalista. El anarcocapitalismo es una postura extrema del liberalismo económico. Su más claro exponente fue Murray N. Rothbard. Expuso su pensamiento con meridiana claridad en su libro “El Manifiesto libertario” de comienzos de los setenta. Don Murray aborrece el Estado. Para él la sociedad es genuinamente libre cuando su funcionamiento queda en manos privadas: la salud, la educación, la justicia, la seguridad, etc. En consecuencia, todo lo que huela a intervención estatal, por mínima que sea, es sinónimo de socialismo.

Javier Milei es un fiel discípulo de Rothbard. Cuando confesó en una entrevista que se consideraba un topo dentro del Estado, no estaba contando un chiste. Está convencido de que el Estado es el mal absoluto, el único culpable de todos nuestros males, sinsabores, pesadillas. En consecuencia, la única forma de sacar al país de la ciénaga es pulverizar el Estado, aniquilarlo. El problema es que pretende hacerlo por la fuerza, intenta instaurar una concepción económica extremista en una sociedad que, culturalmente, está en sus antípodas.

En efecto, si uno repasa nuestra ajetreada historia política e institucional se percatará que, salvo el período de la Generación del Ochenta, es decir, desde la presidencia de Mitre hasta la llegada al gobierno de Yrigoyen, la democracia de masas o democracia caudillista impuso sus normas. Ello significa que durante la mayor parte hemos sido gobernados por caudillos que frecuentemente se situaban por encima de la constitución y que enarbolaban la bandera del estatismo. Los argentinos somos, culturalmente, estatistas. Nos hemos acostumbrado a esperarlo todo del Estado o, si se prefiere, de la voluntad del gobernante de turno.

Ahora bien, semejante cultura no puede ser reemplazada en veinticuatro horas por una cultura anarcocapitalista. Es imposible. Para que ello acontezca es fundamental inculcar a la sociedad los valores libertarios. La educación juega, por ende, un rol fundamental. Pero ese proceso lleva muchísimo tiempo. Ello explica por qué el gobierno de Milei está condenado al fracaso. Lo está porque no se puede imponer una concepción anarcocapitalista a una sociedad populista, salvo que lo haga a través de una dictadura.

Y aquí arribamos al meollo de nuestra reflexión. ¿Es propio de un liberal imponer por la fuerza las ideas que profesa? ¿Es propio de un liberal insultar a quien piensa diferente? ¿Es propio de un liberal enarbolar las banderas del fanatismo y la intolerancia? Por supuesto que no. Un liberal jamás se burlaría de un nene con discapacidad o aplaudiría a las fuerzas de seguridad que reprimen todos los miércoles a los jubilados en la Plaza del Congreso. Así como Büchi no es liberal porque trabajó para Pinochet, Milei no lo es porque es, en esencia, un autócrata.

En La Libertad Avanza impera el más estricto verticalismo. Para gozar de la confianza de don Javier y de su poderosa hermana, es fundamental ser un puro ideológico (ser un genuino anarcocapitalista) o bien ser leal (que en la práctica implica ser un obsecuente). Milei es, qué duda cabe, un fiel discípulo de Perón. Desde que asumió en diciembre de 2023 supera largamente el centenar el número de funcionarios que fueron despedidos por haber osado cuestionar a sus jefes naturales. La diversidad de criterio está prohibida, ni qué hablar de la libertad de pensamiento.

Milei no hace más que poner en evidencia su menosprecio por el liberalismo como filosofía de vida. No tolera ningún atisbo de disidencia, discrepancia, rebeldía. En La Libertad Avanza el libre albedrío está terminantemente prohibido. Una vez el experimentado dirigente kirchnerista Agustín Rossi afirmó que quienes son diputados por el kirchnerismo no son librepensadores. Lo mismo acontece con los diputados por LLA. La gran diferencia es que Rossi no enarbola las banderas del liberalismo mientras que don Javier sí lo hace.

En nombre del liberalismo el presidente de la nación no ha hecho más que ahondar la grieta, fomentar el odio entre los argentinos, inocular el virus de la intolerancia y el fanatismo, burlarse de los discapacitados, apoyar a un genocida con Benjamín Netanyahu, valerse del insulto y la diatriba para denigrar a quien piensa diferente. Milei es un antiliberal químicamente puro. Como lo es Büchi. Cree que su verdad es un dogma que no puede ni debe ser cuestionado. Y su verdad es el déficit 0. Quien discrepa con ese dogma, aunque adhiera al liberalismo, es un mandril. Milei no concibe que su pensamiento esté sujeto a permanente recusación. No concibe que sea, como toda persona, falible. Puede, y de hecho lo hace con frecuencia, equivocarse, como cualquier hijo de vecino.

Milei no es liberal porque es un megalómano. En este sentido es muy similar a Perón y a Cristina. Está convencido de que las fuerzas del cielo lo colocaron en la Casa Rosada para marcar un punto de inflexión histórica, es decir, para dividir a la historia Argentina en un antes de Milei y un después de Milei. Se cree un ser superior, un imprescindible, al igual que Perón y Cristina. Está convencido de que es una estrella internacional, que todo el mundo está pendiente de sus pasos. Cree que el emperador Donald Trump lo considera un igual y que, por ello, está en condiciones, por ejemplo, de mediar en el conflicto entre Rusia y Ucrania.

Además, es, como la inmensa mayoría de nuestros políticos, un mentiroso. Prometió que el ajuste lo iba a pagar la casta. El ajuste lo está pagando el pueblo, como siempre. Prometió el fin del imperio de la casta política. Sus funcionarios más cercanos son emblemas de la casta política, como Guillermo Francos y Martín Menem. Prometió combatir la corrupción. El “Karinagate” ha pulverizado dicha promesa.

Javier Milei es uno más de los tantos caudillos que se sentaron en el Sillón de Rivadavia. Es un populista de derecha, como lo fue su idolatrado Carlos Menem. Es, además, un cínico y un perverso. ¿Cómo es posible, entonces, que semejante desquiciado haya llegado a la presidencia por el voto popular? ¿Cómo es posible que alguien que se ufana de ser liberal pero que en los hechos no hace más que injuriar al liberalismo como filosofía de vida, todavía conserve un relevante nivel de apoyo popular? Es probable que la decadencia de nuestra clase política tradicional y el hecho de que estemos desquiciados como sociedad lo expliquen.

En su edición del 30 de agosto Perfil publicó un artículo de Jorge Fontevecchia titulado “El problema”. Se vincula estrechamente con mi nota. Por un lado, el autor destaca el hecho de que es imposible que alguien que odia al Estado, pueda ejercer adecuadamente las funciones de presidente de la nación. Por el otro, Milei está donde está porque nosotros, con nuestro voto, decidimos que ello sucediera. Que hoy tengamos un presidente desquiciado no hace más que confirmar lo enferma que está la sociedad argentina. Aconsejo su lectura.

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