Por Paul Battistón.-

Ya no hay días para perder, Mario se fue.

Domesticado a traje (el negro de CQC era rebeldía) y atornillado al taburete de conductor, le costó menos de un año demostrar que la verdad de su afirmación (la TV está muerta) podía ser exceptuada nada menos que por él mismo. Su ODP se volvió el RCP que le retornó signos vitales al aire.

Recordar el horario de un programa era algo que no ocurría desde tiempos en que se gestaba cierta ansiedad de prender la tele para evitar el “me lo perdí”. Hoy nada se pierde, todo se puede recuperar, todo queda en la videoteca universal de la red.

Nadie enciende la tele, siempre está encendida de antemano transformada en ese perpetuo encuentro agónico con la mediocre pavada del juego pasatista nunca superador del Alcoyana-Alcoyana de Ever Hugo Carambula, el chimento disparado en una muralla de voces que Phil Spector hubiera envidiado, la actuación morbosa y patética vendida como reality y por último el verdadero reality en el que se han transformado los medios de actualidad (un noticiero en constante scroll o un Gran Hermano sin medianeras).

Mario es un hombre de cierta fe, que queda demostrada en su ejercicio de descreer del sistema montándose en el mismo para ridiculizarlo. No dejó enemigo por cosechar, lo que puede haber sido cimiento de un miedo al regreso. Con su reinicio estuvo a punto de tomar el perfil de la crítica lacerante que hubiera resultado desbalanceada con su silencio de ausencia de 15 años (por lo menos un silencio visual).

No sé lo que quiero pero lo quiero ya.

Mario en un par de semanas finalmente supo lo que quería. Todos sus viejos conocidos resentidos por los encontronazos con el viejo Mario sarcástico comenzaron a pasar por su plató resucitando el recuerdo de rispideces a pedido del conductor pero ya limadas por el tiempo. Fue un buen ejercicio desideologizado óptimo para que Mario pudiera abandonar el afilado sable de criticar sin recibir ninguna indicación de blandura. Mario se convirtió en una Mirta para dos comensales sin interrumpirlos apostando a que en ese escenario robado a Petinatto, el show pudiera ser la vaselina para que el entendimiento y la aprobación cruzada se deslizaran sin contratiempos ni connotaciones políticamente innecesarias. El éxito sostenido le permitió fijar algunos mojones ultra críticos al régimen político coincidente con su ausencia sin que eso entorpeciera el paso de sus invitados. Las indicaciones de sus partenaires suplantaron cualquier autocrítica de Mario (que no hubieran sido sinceras). Para compensar la falta de ejercicio de autolesión necesaria por parte de Mario, Laila se encargó de ofrendar su auto flagelo para cubrirle el pellejo y el saltimbanqui Rada Aristaran de esparcir la gracia que el sarcasmo convertido ahora en casi seriedad le arrebataron casi por completo.

Fue así como Mario se hizo la contra y resucitó el entusiasmo por el show (la TV aún estaba viva. lo que estaba muerto era su gracia).

¿Por qué la necesidad de ocuparme de Mario Pergolini en medio del descomunal bodrio que es el planeta? Pues sencillamente porque Mario siempre se anticipa con detalles que a la mayoría se le pasan por alto.

Si bien no lo dijo en su programa, coincidió con su reaparición, Mario dejó la definición más extraña y menos esperada de Milei como el último gran invento de la TV.

También logró el cultivo de empatía por alguien que no existe “Echenique” anticipándonos lo complejo de las relaciones futuras.

Y por último, en su ejercicio de rebeldía (refinado y amasado de la mezcla de sarcasmo y perspicacia), dejó un nombre flotando entre el asombro y la preocupación de muchos, Dante Gebel (hubiera sido difícil conseguir un luterano pero un evangélico ya hace bastante ruido). De nuevo desde la TV un gran invento.

Mario, como las lapiceras 303, siempre termina con una gota como mancha de rebeldía, lo que no te mata te fortalece.

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