Por Germán Gorraiz López.-

El FSB, que empleaba a 75.000 personas, había sido constituido el 12 de abril de 1995 mediante un decreto-ley de Yeltsin para sustituir al extinto KGB y nombró en el 2000 como Director a un desconocido Vladimir Putin quien asumió posteriormente el Poder tras la etapa Yeltsin.

En el 2004, Putin aprobó la reforma de los servicios secretos y en tiempo record logró la defenestración de la primitiva clase dominante proveniente de la época de Yeltsin (oligarcas), corrupta camarilla mafiosa equivalente a un miniestado dentro del Estado Ruso ya que el 36% de las grandes fortunas concentrarían en sus manos el equivalente al 25% del PIB y su sustitución por sujetos de probada lealtad a su persona, sin veleidades políticas y con el único afán del lucro rápido.

Así, con Putin asistimos a la instauración del oficialismo, doctrina política que conjuga las ideas expansionistas del nacionalismo ruso, las bendiciones de la todopoderosa Iglesia Ortodoxa, los impagables servicios del FSB (sucesor del KGB), la exuberante liquidez monetaria conseguida por las empresas energéticas (GAZPROM) y parte del ideario jruschoviano simbolizado en un poder personalista autocrático al intentar reunir en su persona la Jefatura del Estado y la Presidencia del Partido.

Sin embargo, tras el desencuentro de Putin con el jefe del grupo Wagner, el llamado chef de Putin, Prigozhin, el otrora apoyo sin fisuras de los siloviki o élite que detenta el Poder ruso a Putin habría empezado a oscilar en sus valores.

En el léxico político ruso, los siloviki serían «los políticos que iniciaron su carrera desde los servicios de seguridad o militares, generalmente como oficiales de la antigua KGB u otros organismos rusos de seguridad», también llamados securocrátas y que alcanzaron el poder con Putin.Dicha élite dirigente estaría integrada por el presidente de Gazprom Alexéi Miller; por el Presidente de la petrolera Rosneft, Igor Sechin; el oligarca y amigo personal de Putin, Arcady Rotenberg así como por el Ministro de Defensa Sergei Shoigu, Valeri Guerásimov, jefe del Estado Mayor y Alexánder Bortníkov, director del FSB todos ellos liderados por Nikolai Patrushev, secretario del Consejo de Seguridad Ruso.

En el supuesto de no lograr un acuerdo de Paz con Ucrania ventajoso para las tesis de Rusia, podría debilitarse todavía más el otrora poder omnímodo de Putin y fraguarse una trama endógena con el objetivo de perpretar un golpe de mano contra Putin.

Dicho complot tendría como brazo ejecutor al FSB), y sería acusado de los mismos cargos con los que decapitó a la camarilla oligarca: abuso de poder, corrupción y delitos fiscales (reviviendo el golpe de mano contra Jruschov en 1964 y su sustitución por Leoniv Brézhnev tras ser acusado de culto a la personalidad y errores políticos), no siendo descartable la reaparición de la Troika para evitar la acumulación de un poder autocrático en la era posPutin.

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