Por Luis Alejandro Rizzi.-
Según las estadísticas, la pobreza disminuyó; pero en el mismo informe se consigna que mucha gente no llega a fin de mes.
La pregunta es obvia: ¿cómo podemos decir que la pobreza disminuyó?
Me dieron mil explicaciones al efecto y llegué a varias conclusiones, tres para ser más preciso.
La primera, soy muy flojo de entendimiento; es una posibilidad, puedo ser idiota o estúpido.
La segunda, como puede ser que los niveles de pobreza varíen en unos pocos meses, bajar la pobreza -en términos reales- es un proceso largo en el tiempo. La pobreza, en mi opinión, no depende del monto de un ingreso periódico; depende más bien de la posibilidad de lograr accesos mínimos a ciertos bienes y servicios propios de cada época.
Es posible que hace 50 o 60 años fuera más fácil salir de la pobreza; había menos oferta y muchos de los bienes y servicios disponibles no integraban las necesidades que impone el presente.
Hoy es imprescindible tener una heladera, eléctrica, un lavarropas, un calefón -la Biblia va cayendo en desuso-, acceso a cloacas, agua corriente, gas y electricidad, transporte. El acceso a servicios de educación y salud sigue siendo gratuito de modo generalizado, gratuidad que habría que limitar a aquellos cuyos sus ingresos no les alcancen para su pago.
Lo que noto es que, si hay tanta gente que no llega a fin de mes, que aumenta la morosidad en el pago de obligaciones pecuniarias, es porque estamos naturalizando un nivel de pobreza que aún elude el rigor matemático de la estadística.
En la sociedad argentina habría sólo un 22% que vive entre un buen a un alto nivel de vida.
Son los grupos familiares -hogares- cuyo nivel mensual de ingresos parte de una base de cinco millones doscientos mil pesos, unos u$s 3.560,00.
El 78% restante vive con dificultades económicas que hace unos pocos años no tenía, lo que se traduce en menor consumo, menos ventas, baja de producción y cierre de establecimientos fabriles y suspensiones por falta de trabajo.
La semana pasada, una empresa suspendió a 2.200 empleados hasta los primeros días de enero.
Eso es “pobreza” no estadística.
Este fenómeno tiene explicaciones técnicas y hasta sería lógico que la sociedad argentina tuviera que pasar por este “invierno” o “infierno”, después de años de mala administración y dispendio de gastos.
Esto sería reduciendo la “cuestión” a un tema exclusivamente económico, como lo hace este gobierno y lo creen muchos de los que llamo “sabios bárbaros” usando la expresión de Ortega y parte de un periodismo militante que contribuye a que muchos vivan engañados.
La Argentina, nos guste o no, es un buen destino para migrantes, porque, hasta hace no más de 22 o 23 meses, teníamos una sociedad sin problemas raciales, religiosos, y generosa con el migrante.
Esa generosidad tuvo un costo que quizá no podíamos financiar; fuimos generosos “compartiendo lo nuestro”, diría Aldo Ferrer.
Nuestro sistema educativo funcionó en una dirección; nuestra sociedad carece de prejuicios, obvio en general, hay muchos prejuiciosos, sobre todo en este gobierno de Javier Milei, que sólo muestra habilidades de malabarismo en la administración de las finanzas.
Sin embargo, periódicamente lo sorprende la mala suerte y se vuelan los dólares a lo campeón, y se contrae deuda para reiniciar el juego.
El sistema se sostiene manteniendo un tipo de cambio irreal ya que, si desde 2000 el dólar se devaluó un 147.000 por ciento, la inflación fue de 179.000 por ciento; esa brecha podría ser la diferencia entre el tipo de cambio que mantiene el gobierno y el real, si se liberara su cotización.
A partir de un nuevo equilibrio entre moneda local y dólar, recién estaríamos en presencia de una base para implementar políticas creíbles.
La última o tercera conclusión es que estamos gobernados por una “mentira parlante y andante”, totalmente desaprensiva, neurótica y fanática. La pregunta sería: ¿cuánto tiempo viviremos engañados? Sabemos que sólo lo será por un tiempo.
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