Por Hernán Andrés Kruse.-

Karl Popper fue uno de los grandes filósofos liberales del siglo XX. Quizá el mejor, pero es una cuestión opinable. Lo que no admite duda es que la lectura de sus libros provoca un enorme placer. Los temas que analiza, la profundidad con que lo hace y la manera como escribe, invitan a sumergirse en su obra. Popper consigue algo muy difícil para un pensador de su calibre: hacer ameno lo que naturalmente es complicado y abstracto, hacer interesante lo que a primera vista resulta tedioso y monótono.

El libro más importante de Popper, el más célebre, para ser más preciso, es “La sociedad abierta y sus enemigos”. En sus páginas pone en evidencia no sólo el conocimiento profundo de tres de los pensadores más importantes de la historia-Platón, Hegel y Marx-, sino también su respeto por el pensamiento de estos gigantes, pese a no coincidir con ellos. En este libro Popper brinda una lección de tolerancia, de cómo debe proceder un intelectual de su calibre cuando critica la obra de otro pensador. En otras palabras, “La sociedad abierta y sus enemigos” es una cabal demostración de liberalismo, si entendemos por tal una filosofía de vida basada en el respeto por quien piensa diferente.

Al concluir “La sociedad abierta y sus enemigos” Popper se pregunta si tiene la historia algún significado. Responde de la siguiente manera: “me atrevo a responder que la historia no tiene significado”. La historia, tal como la entendemos nosotros, los comunes mortales, no existe. Así de contundente es la afirmación de Popper. Comenzamos a emplear el término “historia” en la escuela y luego en los claustros universitarios. Es común que hayamos leído libros titulados, por ejemplo, “Historia del mundo” o “Historia de la humanidad”. Ahora bien, la serie de hechos contenidos en esos libros ¿constituyen realmente la historia de la humanidad? La negativa de Popper es inapelable.

Así explica su postura: “Pero ya hemos visto que el reino de los hechos es infinitamente rico y que debe existir forzosamente cierta selección. De acuerdo con nuestros intereses, podríamos escribir, por ejemplo, una historia del arte, del lenguaje, de los hábitos alimenticios o de la fiebre tifus. Por cierto que ninguna de éstas sería la historia de la humanidad (ni tampoco todas ellas juntas). Lo que la gente piensa cuando habla de la historia de la humanidad es, más bien, la historia de los egipcios, babilonios, persas, macedonios, griegos, romanos, etc., hasta nuestros días”. Y a continuación afirma lo siguiente: “En otras palabras: hablan de la historia de la humanidad, pero lo que quieren decir con ello, lo que han aprendido en la escuela, es la historia del poder político. La historia de la humanidad no existe; sólo existe un número indefinido de historias de toda suerte de aspectos de la vida humana. Y uno de ellos es la historia del poder político, la cual ha sido elevada a categoría de historia universal. Pero esto es, creo, una ofensa contra cualquier concepción decente del género humano y equivale casi a tratar la historia del peculado, del robo o del envenenamiento, como la historia de la humanidad”. Y culmina este fenomenal párrafo con esta sentencia de antología: “En efecto, la historia del poder político no es sino la historia de la delincuencia internacional y del asesinato en masa (incluyendo, sin embargo, algunas de las tentativas para suprimirlo). Esta historia se enseña en las escuelas y se exalta a la jerarquía de héroes a algunos de los mayores criminales del género humano”.

Confieso que nunca leí una definición tan precisa y concluyente de la historia del poder político. ¡Cuánta razón tiene Popper! Porque, qué duda cabe, que la historia del poder político no es más que la historia de delincuentes, asesinos seriales y perversos que llegaron a la cima del poder político, muchas veces gracias al voto popular. La historia argentina no hace más que confirmar las palabras popperianas. Hagamos un repaso de quiénes ocuparon la presidencia de la nación a partir del golpe de septiembre de 1930 hasta la fecha. Salvo honrosas excepciones, quienes se sentaron en el Sillón de Rivadavia hicieron un culto del asesinato, la persecución, el robo y el peculado. Y lo más espantoso es que todos estos megalómanos y delincuentes contaron con el apoyo de importantes sectores de la población. He aquí, me parece, la razón fundamental de nuestra decadencia.

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