Por Alberto Buela.-

En este casi cuarto del siglo XXI, la conciencia de los argentinos ha sido atacada por una estupidez grandilocuente: el lenguaje inclusivo. Y así, hemos tenido que soportar día tras día que la dirigencia política, sindical y eclesiástica nos hable de todos y todas, de albañiles y albañilas, de trabajadores y trabajadoras, como si el término trabajadores no involucrara también a las trabajadoras.

Milei, en su primer discurso, habló a “todos los argentinos” y dejó de lado el remanido y reiterado “todos y todas”.

Sé que esto no es nada respecto de los gravísimos problemas económicos y sociales que tenemos, pero al menos alguien con poder reordena la forma en que nos hablan desde el Estado.

El cúmulo de incomprensiones y los miles de horas que han perdido nuestros chicos y jóvenes en miles de reuniones ad hoc. Escuelas que dejaron de dictar clases para perder el tiempo con semejante estupidez. Gente de países hermanados por la lengua nos han preguntado muchas veces: ¿qué les pasa a los argentinos con el castellano?

Es sabido que Milei encarna la quintaesencia del liberalismo con sus ideales de: Estado mínimo, propiedad privada irrestricta y comercio libre, pero, si tiene un enemigo, éste es el progresismo en todas sus manifestaciones. Así, en política, va contra la socialdemocracia y su disolvente visión del hombre, el mundo y sus problemas; en religión, contra el Papa progresista que tiene un obispo preso en Nicaragua y no dice ni pío. Menos aún ante el bombardeo de la iglesia católica de Gaza y su escuela. En medicina, contra el aborto; en economía, contra los empresarios colgados de la teta del Estado que socializan las pérdidas cargándoselas al Estado y privatizan las ganancias, que, cuando las hay, se las quedan ellos.

Milei no tiene gobernadores, no tiene intendentes, casi no tiene senadores y pocos diputados; sólo tiene su voluntad de poder. De modo tal que la única posibilidad que tiene es ser un déspota ilustrado, que es la figura que Alexis de Tocqueville en La Democracia en América recomendó como mejor gobierno para las repúblicas españolas de América.

Olvidémonos de hablar de la religión laica de la democracia, pues de ésta sólo tiene el principio de legalidad con el casi 56% de los votos. La legitimidad la tendrá que lograr con el ejercicio del poder.

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