Por Roberto Fernández Blanco.-

En el año del fallecimiento de Ludwig Von Mises (1973), el profesor Murray Rothbard publicó su escueta síntesis titulada “Lo Esencial de Mises”.

En esta nota transcribo uno de sus capítulos (traducido al español con el título de El Camino de Salvación) permitiéndome agregar el equivalente conceptual de algunos términos claves con el objetivo de incentivar el descongelamiento de ideas rígidamente enquistadas en nuestras mentes emocionales producto de una sostenida contaminación ideológica que bloquea nuestra capacidad de captar la simpleza de conceptos que nos mantienen atados y sometidos a ideas que entorpecen y dañan la armonía de nuestra convivencia comunitaria y mutilan nuestras posibilidades de desarrollo y progreso.

El concepto base y clave es el que responde a la pregunta ¿Quién es el Estado?, siendo la respuesta: el Estado somos nosotros, la Autoridad Suprema, el Pueblo Soberano integrado como Consorcio de Ciudadanos. Somos los Mandantes, los que generamos la riqueza, los que aportamos parte de la misma para cubrir la administración de los bienes comunes de nuestra comunidad en pos de una mayor eficiencia productiva y somos los que pagamos los sueldos de nuestros empleados públicos de las tres instituciones subsidiarias, la Administrativa (Ejecutivo), la Legislativa y la Judicial, empleados a los que designamos con carácter temporario para actuar bajo las reglas y condiciones establecidas en nuestro Reglamento Constitucional del Consorcio en el que hemos especificado los alcances de las limitadas atribuciones que en ellos delegamos, incluyendo las obligaciones y responsabilidades a las que nuestros empleados públicos deben rigurosamente atenerse sin rebasarlas y sin pretender modificarlas, dada su condición de empleados públicos, atribución reservada en exclusividad al mandante Consorcio de Ciudadanos en asamblea.

1- Aprendamos a separar definitivamente el concepto Estado (nosotros, el Consorcio de Ciudadanos) del concepto Gobierno (a cargo de nuestros empleados públicos en su rol de mandatarios dentro de los alcances de las limitadas atribuciones que les hemos delegado, las que, sin autorización alguna, suelen violar con desenfadada frecuencia).

2- Distingamos la diferencia conceptual entre Mandatario y Representante, pues votamos Mandatarios con la intención de que se atengan rigurosamente a lo comprometido en sus postulaciones por las que han sido elegidos, en oposición a la condición de Representantes que permite al actuante un desprendido grado de libertad que le facilita operar sin restricciones, en particular, cuando se trata de políticos venales que llegan sin compromisos asumidos, se desdicen de los mismos y se adecuan a los vaivenes de sus personales intereses.

3- Comprendamos que el concepto Gobernar (que literalmente significa comandar, conducir) es un concepto inapropiado que abre el camino al entronizado de psicópatas megalómanos que se desligan de su condición de Mandatarios Administradores para derrapar a la insana y arbitraria condición de concentradores y centralizadores de la suma autoritaria del poder.

4- Sólo un pueblo despersonalizado y olvidado (despojado en los hechos) de su condición soberana (Autoridad Suprema), sin capacidad de poner freno al desborde de sus desbocados empleados públicos, puede permitirles y tolerarles los abusos y los actos coactivos que patológicamente despliegan sin vergüenza ni disimulo alguno, arrogándose ilegítimo y autoritario poder, con el que -lejos de limitarse a sus específicas obligaciones- pretenden imponer a su pueblo mandante, sus patrones empleadores, antojadizas exacciones y condiciones económicas para cubrir sin límites, a su antojo y conveniencia, los gastos desbordados de una perdularia y corrupta administración. Depurar las instituciones del Estado de esta especie parasitaria de empleados públicos que se van enquistando en forma de casta no será un acto de indebida rebeldía sino poner las cosas en su justo orden jerárquico.

Parafraseando a Murray Rothbard (1973): Las gentes no están ya dispuestas a acatar dócilmente las órdenes y los mandatos de gobernantes presumidos de soberanos.

5- Sólo queda reservado a la subsidiaria institución judicial el garantizar una convivencia comunitaria armónica y respetuosa, el libre ejercicio de generación e intercambio de riqueza, el fiel cumplimiento de los compromisos y contratos acordados entre las partes, el honesto y correcto desempeño de los funcionarios y el fiel respeto y cumplimiento de lo establecido en el Reglamento Constitucional.

6- Y aprendamos a comprender plenamente el fundamental concepto Mercado como el proceso de libre y espontáneo intercambio de las riquezas producidas por los ciudadanos del pueblo soberano en todas sus variantes productivas de bienes, servicios, ciencia, arte, etc., en cuya operatoria nuestros empleados públicos no deben interferir alterando -a su antojadizo arbitrio- los referentes monetarios y pretendiendo controlar e imponer a sus soberanos mandantes el manejo de las actividades productivas de las que -por añadidura- suelen ser enormes ignorantes o malintencionados promotores.

7- La Riqueza útil, la que se intercambia, no es un bien existente, la generan los pueblos con su trabajo productivo. Y la moneda utilizada para el intercambio de bienes y servicios debe dejar de ser un juguete perverso en manos de la Administración Pública (Ejecutivo) para convertirse un referente patrón inviolable que garantice el orden económico.

En “Lo Esencial de Mises” (1973), Capítulo V-El Camino de Salvación. (Liberación y Recuperación), Murray Rothbard escribió:

Las íntimas contradicciones y las desastradas consecuencias de los errores hoy prevalentes (1973), tanto en el terreno político como en el ámbito de las ciencias sociales, resultan cada vez más evidentes. La incapacidad de los gobiernos comunistas de la Europa Oriental para tratar de planificar eficazmente su economía ha dado, allí, pábulo a un creciente movimiento en apoyo de la economía libre (16 años después, en 1989, los oprimidos pueblos de la URSS derribaron el ominoso Muro de Berlín en busca de su libertad), mientras en Estados Unidos y Occidente, la vacuidad de la charlatanería keynesiana e inflacionista deviene más patente día a día. Los gobiernos post-keynesianos de Estados Unidos se debaten en vano por controlar una inflación aparentemente inconmovible que persiste aún en los momentos de recesión, echando por tierra todos los supuestos de la prevaleciente teoría económica. El fracaso de las medidas keynesianas y los manifiestos errores teóricos de Keynes van despertando por doquier serias dudas acerca de la viabilidad del sistema. La dilapidación de riqueza que el gasto público y el gobierno burocrático provocan da lugar a que muchos duden respecto de la validez de los dichos de Keynes cuando aseguraba que era intrascendente el que la Administración Pública invirtiera los ingresos fiscales en servicios productivos o en faraónicas pirámides.

El inevitable desquiciamiento del orden monetario internacional hace que los actuales (1973) gobiernos post-keynesianos vayan dando bandazos de una crisis en otra, constreñidos siempre a optar entre dos supuestas soluciones igualmente insatisfactorias, esto es, o cambios flotantes para una fiduciaria moneda estatal o cotizaciones arbitrariamente fijas que prácticamente imposibilitan el comercio exterior y la inversión extranjera.

Esta crisis del keynesianismo no es sino una manifestación más de la crisis del estatismo e intervencionismo, tanto en la teoría como en la práctica. El actual mecanismo de estatización que prevalece (1973) en los Estados Unidos es incapaz de dominar las situaciones que el mismo provoca, el problema bélico de guerras continuas entre bloques nacionales diversos, la cuestión de la enseñanza pública, con todas las dificultades que encierran la financiación, el contenido, el reclutamiento de personal y la propia estructura de los distintos centros de estudio, debatiéndose siempre entre el Escila y el Caribdis de la inflación crónica, por un lado, y , por el otro, la oposición pública a cargas tributarias ya insoportables.

Se observa, en el terreno teórico, abierta oposición a la idea de que debamos ser todos dirigidos por tecnócratas supuestamente científicos en una especie de ingeniería social.

Y aumenta aceleradamente la resistencia a que el gobierno pueda y deba imponer obligatoriamente, tanto a los pueblos avanzados como a los retrasados, un artificioso desarrollo económico.

Las gentes no están ya dispuestas a acatar dócilmente las órdenes y los mandatos de arrogados gobernantes “soberanos”. El problema estriba en que no se puede salir del presente lodazal estatista sin descubrir previamente una alternativa viable y coherente.

Mises es quien brinda la tan necesaria alternativa alumbrando el camino de salvación que nos liberará de tantos problemas y crisis como hoy (1973) nos afligen.

En el prefacio de su obra “Free and Prosperous Commonwealth (1962) Mises escribió: Cuando hace treinta y cinco años (1927) quise resumir las ideas y los principios básicos de aquella filosofía social que denominamos liberalismo, no abrigaba la esperanza de suponer que mi exposición iba a evitar la inminente catástrofe a la que apuntaban las políticas adoptadas por las naciones europeas.

Tan sólo pretendía Mises ofrecer a la reducida minoría pensante el conocer y reconocer, al menos, parte de los objetivos que persiguió y los triunfos que logró el liberalismo clásico para contribuir así a la apreciación y el resurgimiento de las fuerzas de la libertad.

Jacques Rueff, en honor de Mises, dijo: Ludwig von Mises estableció las bases de una ciencia económica racional. Ha sembrado la semilla de una regeneración que fructificará en la medida que los ciudadanos decidan volcarse hacia las teorías ciertas y preferirlas por sobre las teorías placenteras.

Poco a poco se van evidenciando y multiplicando los indicios de la quiebra y el fracaso que el estatismo sigue engendrando, alimentando el camino hacia un más sólido resurgir del espíritu y los beneficios de la libertad.

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