Por Luis Alejandro Rizzi.-

La popularidad tiene que ver con el reconocimiento, con el aplauso; la influencia ya es un poder, una capacidad para resolver o desencadenar un conflicto o para marcar un rumbo.

En la serie “The Crown”, en un momento la reina Isabel distingue, por lo menos en la ficción, entre “la popularidad y algo muy distinto, que es la influencia”, que muchas veces se confunde en la política con la primera.

Viene a cuento esta distinción para ver a Javier Milei en el momento político actual. No se puede negar que tiene “popularidad”, pero ¿tiene influencia?

Parecería que confunde “influencia” con intransigencia, que son dos cualidades opuestas; el líder influye, persuade, convence, motiva; la intransigencia, por el contrario, denota debilidad e inseguridad. La intransigencia es enemiga de la convicción.

A veces parecería que Milei se refugia en el “oscurantismo” (¿las fuerzas del cielo?) o en su “mesa chica”, que no parece estar conformada por gente culta sino más bien por personas que creen que la llave para iniciar un cambio es solamente el voto, el secretismo y la popularidad.

Con voto y popularidad se logra engañar a la gente y de alguna manera someterla a designios personales, como lo fue le kirchnerismo y en general los populismos. No hay populismos buenos y malos; son formas abusivas de ejercer el poder.

Parece ser la confusión de Milei y su gente, hoy la “compulsión” no funciona en la política y el paro del 24 debería ser una buena alarma; no deja de ser un reclamo político.

En el fondo, ese día se enfrentarán dos populismos, uno conservador -la CGT y el kirchnerismo- y otro presuntamente renovador -LLA y sus aliados.

Por la vía de la popularidad sólo se conseguirá que nada cambie para que todo se empeore; lo que la sociedad necesita es una elite influyente.

Por el momento, Javier Milei sólo es “popular”, aunque se le apruebe el DNU y la ley bus, pero sin influencia.

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