Por Claudio Valdez.-
La reacomodación de los países en áreas de influencia muestra la polarización de un eje orientado por Estados Unidos de América y Gran Bretaña en oposición a la Comunidad de Estados Independientes (ex URSS) también señalada como Federación Rusa y diversos centros de poder en lejano Oriente, cercano Oriente, zona del Caribe y Sudamérica, que a pesar de limitadas y escasas potencialidades se manifiestan en constante configuración con empecinadas vocaciones de dominio.
Estas variadas influencias se presentan como defensoras de la libertad de los pueblos, de sus culturas, recursos naturales, relaciones económicas, sentimientos religiosos y hasta de sus concretas existencias vivenciales.
Los sincretismos y fundamentalismos, así como los liberalismos y colectivismos, los pluralismos y exclusivismos, los privatismos y estatismos que se pregonan en nuestro Siglo XXI facilitan que las organizaciones regionales adhieran a intereses e ideologías opuestos. Por variadas causas la oposición también se produce dentro de los propios bloques, adicionando conflictividad e ineficacia a esas entidades multilaterales.
La experiencia del siglo pasado demuestra que las dos tremendas conflagraciones (la Gran Guerra y la 2ª Guerra Mundial) fueron amplificadas por “compromisos internacionales” en respuesta a agresiones menores y aún provocadas adrede, en función de alianzas, alineamientos y acuerdos previamente establecidos.
La vocación de dominación siempre utilizó una insidiosa diplomacia como argumentada justificación de planeadas violencias armadas. Cuando este proceder se dio en el seno de organizaciones internacionales (bloques regionales) los habituales fracasos conciliadores se transformaron en “vía libre” para la inmolación de desdichadas poblaciones: recuérdese, entre otras, Palestina, Corea, Polonia, Hungría, colonias de África, América hispana, Vietnam, Checoslovaquia, Medio Oriente, además de Afganistán, Irak y Líbano más recientemente.
Los organismos internacionales han demostrado, sin duda alguna, sus reiterados fracasos como conciliadores y mediadores en la búsqueda de paz; funcionando en realidad como instrumentos de la voluntad de las grandes potencias. Consecuencia inmediata; el mundo periférico propició acuerdos tendientes a establecer sus propios organismos internacionales en situación de antagonismo, algunos de los cuales se perfilan con significación.
Los simpatizantes del “progresismo” que en América del sur puede precisarse como “marxismo criollo”, se esfuerzan en conformar un bloque con capacidad de regir los destinos de sus empobrecidos países. Cuestionan los “fundamentos liberales occidentales” mediante manifestaciones callejeras, piquetes, marchas y la provocación discursiva de sus líderes, buscando compensar su incipiente capacidad decisoria a nivel mundial mediante el intento de movilizar y atemorizar voluntades.
Aquello de “¡Proletarios de todos los países, uníos!”, alegando “no tienen nada que perder, como no sean sus cadenas” nunca resultó cierto; siempre ocasionó muerte y pérdida de la paz. Los bloques están destinados, en casos extremos, a oponerse fatalmente en acciones bélicas con el consabido liderazgo de alguna potencia existente o emergente.
Si bien los seguidores de ideologías izquierdistas acusan a los nacionalismos como causantes de las guerras, ocultan con mala fe que las guerras más letales siempre fueron las que enfrentaron a “bloques regionales”, tal como lo propone la estrategia del perverso marxismo. Hoy se agrega también el expansivo liberalismo global.
Un viejo diario de mediado del siglo pasado, publicando en Buenos Aires un artículo al respecto, señaló: “Las guerras fortuitas entre dos Estados han sido juego de niños comparadas con las devastaciones provocadas por las conquistas de los imperios”.
Habiéndose superado la “implosión de la URSS y la consecuente unipolaridad de EEUU” hoy sabemos que esto no ha perdido vigencia.
Deja una respuesta