Por Carlos Tórtora.-

Se da una situación curiosa en esta extraña campaña electoral: el gobierno parece de brazos caídos y sólo se lo ve combativo a Miguel Ángel Pichetto. La dirigencia del PRO, por el contrario, parece resignada, excepto Horacio Rodríguez Larreta, que, si consigue ser reelecto, pasaría a ser la figura central del macrismo y el reconstructor de su rol como oposición. Este desgano oficialista le deja a Alberto Fernández tiempo para tejer su estrategia de gobierno. Como desventaja, la imagen caída del oficialismo permite que se noten más los contrastes en el peronismo. Esta semana, la nota discordante la dio Juan Grabois al plantear la reforma agraria y movilizar sus bases a una serie de shoppings. El candidato dejó trascender su disgusto pero no condenó explícitamente al líder piquetero. Hacerlo hubiera sido levantar su imagen como el jefe de la postura revolucionaria. Claramente, Grabois se prepara para no integrarse al gobierno peronista siguiendo en la calle como el más crítico de los oficialistas.

HAY PARA TODOS

Hasta ahora, aparte de hacer equilibrio entre la negociación con el FMI y la necesidad de reactivar la economía, Alberto F está insinuando con bastante energía que distribuirá el poder entre el peronismo institucional. Esto es, que la política económica estará atada a un pacto social con los gobernadores y la CGT. Esta última, a su vez, controlaría el Ministerio de Trabajo, en tanto que los mandatarios provinciales pisarían fuerte en el Ministerio del Interior. Los piqueteros, encabezados por el Movimiento Evita, cogestionarían en Desarrollo Social. La prioridad del probable presidente es, entonces, comprometer a la dirigencia del PJ con su gestión para tratar de evitar que haya un peronismo crítico. De ahí el rol cada vez mayor que están tomando Juan Manzur y Omar Perotti. Alberto F sabe que puede encontrarse con una oposición desmantelada y mucho más si pierde la Capital. En casos como éste, el peronismo suele caer en la tentación de la lucha interna. Además, para el kirchnerismo la experiencia de gobernar con aliados no es frecuente e implica autolimitaciones importantes. Esta tendencia del candidato a subir al gobierno a los cuerpos orgánicos del peronismo también podría obedecer a una prevención sobre lo que hará CFK. Cada vez que lo consultan sobre el tema de ella, él contesta que será una brillante vicepresidenta. Algo que casi nadie cree, porque no se le conoce vocación alguna por la burocrática tarea de presidir el senado. De alguna manera, con su nuevo blindaje justicialista, Alberto F está levantando un muro de contención para un eventual intento cristinista para debilitarlo. Esta obsesión por blindarse se vio claramente con el episodio del acampe piquetero en la 9 de julio y la media sanción de la ley de emergencia alimentaria. Ni bien la agitación creció en la calle, él anunció que los piqueteros intervendrán en la futura política social.

En este sentido, el cuasi presidente se perfila muy distinto a su maestro Néstor Kirchner. Éste se impuso a las corporaciones peronistas con un equipo de incondicionales pero nunca le abrió al peronismo las primeras líneas del poder. Más blando, Alberto intenta gobernar con el peronismo sin ser su jefe y sin saber si ella ha renunciado a serlo.

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