Por Hernán Andrés Kruse.-

UNA OBRA QUE ROMPE CON LOS MERCANTILISTAS Y LOS FISIÓCRATAS

“Desde su aparición, La Riqueza de las Naciones parece marcar una ruptura con las representaciones económicas anteriores. Esto es particularmente claro en lo que concierne a ciertas concepciones económicas de autores franceses, ingleses o españoles reagrupados ulteriormente bajo la apelación de « Mercantilistas ». Estos autores, entre los cuales se puede colocar a Jean Bodin, Antoine de Montchrestien, Thomas Mun, pero también a William Petty y John Locke, desarrollaron análisis profundamente marcados por las diferentes coyunturas nacionales, a lo largo del siglo XVII, pero su influencia no se había borrado todavía en los primeros decenios del siglo siguiente.

Smith se opuso al « sistema mercantil », para retomar sus propios términos. El critica « el error » que ve en la abundancia de la moneda, más precisamente en la abundancia de oro y metales preciosos, la condición de la creación de las riquezas. Al contrario de los adeptos del « sistema mercantil », él pone el acento desde las primeras palabras de La Riqueza en el factor que, según él, está en su origen: « el trabajo anual de toda nación ». Esto último es « el fondo que la provee de todas las necesidades y comodidades de la vida que él consume anualmente ». La fuerza de La Riqueza reside precisamente en esta afirmación que el trabajo es la fuente de toda riqueza y la medida real del valor intercambiable de los bienes. La riqueza no está por tanto definida por Smith como un stock monetario, por ejemplo una cierta cantidad de oro y de dinero, sino más bien como « las cosas necesarias y cómodas para la vida » creadas por el trabajo. De este modo, al romper con el punto de vista mercantilista, no hace más que rendirle tributo al trabajo y lanzar una crítica al papel del oro y la moneda defendidos antes por autores tan diferentes como William Petty (desde 1671), John Locke (desde 1690), o incluso por Pierre Le Pesant de Boisguilbert (en 1704) en su Disertación de la naturaleza de las riquezas, del dinero y de los tributos.

De otra parte, él no comparte la visión pesimista de los mercantilistas que ven en el comercio exterior un juego nulo, es decir que si una nación gana en el comercio exterior es porque otra está perdiendo y a la inversa. El autor de La Riqueza considera que es posible establecer un juego con saldo positivo, es decir que cada nación puede salir ganando al desarrollar su comercio exterior. Sin embargo, contrariamente a las posiciones esbozadas en este tema por Smith, desarrolladas enseguida por Ricardo, luego por los neo-clásicos, y convertidas ahora en dogma tanto por la Organización de cooperación y desarrollo económico (OCDE) que por la Organización mundial de comercio (OMC), no deja de ser cierto que la historia económica y social muestra que han habido ganadores y perdedores, desde luego no siempre los mismos en diferentes épocas de la formación y la extensión de la economía-mundo capitalista, del siglo XVI hasta nuestros días.

Smith parece también separarse de las concepciones más características de los « fisiócratas » que dominan el campo de las ideas económicas en Francia durante la época de su viaje en compañía del duque de Buccleuch: él critica de manera firme el error de Francois Quesnay relativo a la esterilidad de la industria y condena lo que él llama el « sistema agrícola ». Para Quesnay y los miembros de la « secta fisiócrata » (es así como ellos mismos se denominaban), solo la agricultura era productiva. Ellos consideraban, siguiendo una concepción pre-científica de la química, que la agricultura tenía la capacidad de acrecentar el volumen de las riquezas mientras que la industria no haría más que transformarlas pero sin aumentar el volumen.

Hay que recordar que en el momento de esta controversia entre Smith y los fisiócratas, el peso de la industria era relativamente modesto con respecto a la agricultura que conoció crisis recurrentes debido a su debilidad productiva. Además, en esta época, la producción llamada hoy industrial reposaba todavía en una pequeña producción doméstica o artesanal. Incluso en Inglaterra estamos en los albores de la revolución industrial, la población agrícola de la Gran Bretaña representaba aún la mitad de la población activa en 1770. La evolución será, sin embargo, muy rápida porque la parte de la población activa agrícola no llegará a ser más del tercio desde 1800. Pero, aun recusando el error agrícola de los fisiócratas, Adam Smith se inscribe también en una cierta continuidad con los « economistas » franceses en la medida que se esfuerza, al igual que ellos, en describir la vida económica como un proceso puesto en movimiento por la inversión de capital y permitiendo su reconstitución. En otras palabras, como los fisiócratas, él va a desarrollar un enfoque basado en los términos de un circuito económico.

De otra parte, él se inscribe más bien en la perspectiva del liberalismo económico de los fisiócratas, y su concepción de liberalismo resulta ser menos radical que la de estos. Los liberales franceses de entonces estaban relativamente divididos y defendían tesis diversas. Se puede recordar aquí la importancia de un liberalismo igualitario, original y coherente que se oponía al liberalismo económico de los fisiócratas. Aparte de toda tentación extrema de nivelar las fortunas o de instaurar la comunidad de bienes, este liberalismo igualitario era profundamente político. El surge de un proyecto humanista liberal de cohesión de las necesidades sociales recíprocas, en consecuencia fundado en una concepción del hombre libre en que se afirma con fuerza la efectividad de la teoría lockeana de los derechos naturales, es decir, el derecho a la libertad, teniendo por corolario el deber de la igualdad o la reciprocidad. Smith no parece haber estado en contacto directo con los liberales igualitarios, tal vez podría pensarse en la influencia de John Locke por la vía de Hume para explicar el liberalismo temperado del autor de La Riqueza.

Como acabamos de ver, Smith innova sobre ciertos puntos tanto en relación con sus contemporáneos como en relación con concepciones más antiguas. Pero también adopta algunos temas, apoyándose en ocasiones en ciertos autores para criticar a otros, en ocasiones tomando por su cuenta algunos análisis para deslindarse de otros. Esos préstamos pueden ocupar algunos pasajes de su obra que no emanan de observaciones sobre el terreno o de discusiones de salón originales, sino más bien de síntesis efectuadas a partir de diversas lecturas. Por ejemplo, uno de los más célebres pasajes de La Riqueza, citado muy a menudo, es aquel consagrado a la división del trabajo en el cual desarrolla el ejemplo de una manufactura de alfileres (ejemplo tomado luego por Hegel y por Jean-Baptiste Say), proviene del artículo « Manufactura » consagrado a esta fabricación, redactado por Helvetius y publicado en La Enciclopedia de Diderot y D’Alembert. Agreguemos que si Smith hace énfasis en los efectos benéficos de la división del trabajo, especialmente en términos de ganancias en la productividad, de aumento de la producción y de difusión en el seno de la sociedad de la opulencia general, él no olvida de todos modos la cara opuesta de la moneda. El subraya el embrutecimiento de aquellos cuyo trabajo « se limita a un muy pequeño número de operaciones muy simples », así como el « adormecimiento » de sus « facultades morales »

LA METÁFORA DE LA “MANO INVISIBLE”, SÍMBOLO DE LA OBRA SMITHIANA

“Durante los últimos decenios, y muy a menudo, las lecturas retrospectivas de La Riqueza han contribuido a atribuirle a Smith unas concepciones económicas que han sido desarrolladas ulteriormente. La metáfora smithiana de « la mano invisible » ha conocido así una fortuna considerable. Ella ha sido estimada por los economistas, y también por aquellos que no lo son, como la metáfora por excelencia para designar el mercado. Se ha convertido en el símbolo de la obra de Smith puesto que los profesores de ciencias económicas tienden a invocar de manera casi mágica su « mano invisible » cada vez que ellos hablan del mercado, en su forma pura y perfecta, ante los estudiantes de primer año. La metáfora de la mano invisible tiene la reputación de ser la liberadora del secreto mecanismo de la concurrencia en el mercado donde cada agente racional, buscando maximizar su ganancia, haría su contribución a un mecanismo que conduce a un óptimo social.

Por ejemplo, Claude Jessua, autor de una Historia de la teoría económica, escribe un capítulo titulado « Adam Smith o la aurora de la escuela clásica » en que insiste sobre una fórmula extraída de La Riqueza : « En este como en muchos otros casos, (cada individuo) es llevado por una mano invisible a cumplir unos fines que nada tienen que ver con sus intenciones », antes de llegar a esta conclusión personal que, como veremos más adelante, es completamente abusiva : « La economía aparece desde entonces como un sistema que tiende al equilibrio general, donde los agentes no tienen más que obedecer a unas señales claras (los precios) y a unas demandas simples (el interés personal). Esta es la esencia de la posición liberal en materia económica ».

La lectura retrospectiva de Jessua atribuye aquí a Smith la concepción del mercado autorregulador (un sistema que tiende al equilibrio general) que fue formalizado al final del siglo XIX por Walras y por aquellos que han sido llamados los marginalistas o neoclásicos. En esta ultima frase, « es la esencia de la posición liberal en materia económica », vuelve al autor de La Riqueza un apologista liberal del mercado (anticipando en cierta manera las posiciones de un Hayek o de un Friedman). En efecto, si Smith pone en el centro de su obra el análisis de la creación de la riqueza y de los intercambios, no podemos olvidar que él no preconiza una mística del mercado y que su « mano invisible » es algo mucho más complejo de lo que parece y no corresponde a lo que dicen Jessua y la mayor parte de los economistas liberales.

Para empezar, Smith, aunque preconiza un funcionamiento libre del mercado, no está a favor sistemáticamente de ese « libre » juego del mercado. Igualmente, cuando se trata del libre cambio (free trade), es necesario recordar que él propone una especie de libre cambio temperado o moderado. Para él, el mercado exterior no debe forzosamente funcionar sin traba alguna, en ciertos casos, e incluso le parece saludable que sea controlado por el soberano. El evoca los ejemplos de algunos cantones suizos o de ciertos estados italianos que reglamentan el comercio del grano: en efecto, en cada uno de estos casos las autoridades públicas dirigen el comercio del grano para evitar, principalmente, las consecuencias desastrosas para la mayoría de la gente cuando se produce escasez. En este aspecto, Quesnay sostiene una posición mucho más radical.

En el espíritu de Smith, el Estado puede e incluso debe intervenir en la vida económica. Smith es muy explícito en este punto y concede al Estado un papel que supera las simples funciones regalistas. Citemos aquí en extenso al autor de La Riqueza: « El soberano sólo tiene que cumplir con tres deberes, tres deberes de gran importancia, desde luego, pero claros e inteligibles para el entendimiento corriente : primeramente, el deber de proteger la sociedad de la violencia y de la invasión de otras sociedades independientes ; segundo, el deber de proteger, en la medida de lo posible, a cada miembro de la sociedad de la injusticia o de la opresión de cualquiera otro miembro, o el deber de establecer una administración estricta de la justicia ; y, tercero, el deber de erigir y sostener ciertos trabajos e instituciones públicas, que no pueden ser jamás del interés de un individuo o de algunos individuos » (La Riqueza de las naciones).

No insistiremos sobre el primer punto cuando Smith evoca la función regalista del Estado. Es lo siguiente lo que nos interesa, aquello del « deber de proteger, en la medida de lo posible, a cada miembro de la sociedad de la injusticia o de la opresión de cualquiera otro miembro, o el deber de establecer una administración estricta de la justicia ». Este pasaje indica claramente que para Smith el Estado debe cuidar del bien público y que la economía no sabría funcionar a priori sin virtud. Este problema de la justicia y del bien común tiene relación con lo que él nos dice de la simpatía en la TSM. Los efectos perversos del mercado deben ser entonces combatidos por una intervención del Estado. El ideal moral y político de Smith está muy alejado de un liberalismo económico que sueña con un mercado « libre » que funciona sin trabas, y principalmente sin la intervención del Estado. El tercer punto de esta larga cita es todavía más interesante porque indica que para Smith el Estado debe, por ejemplo, hacerse cargo de los gastos en infraestructuras de transporte o de los gastos en la educación de los jóvenes como de « las gentes de todas las edades » (estos dos puntos son ampliamente desarrollados en La Riqueza).

Sería más fácil para el defensor contemporáneo de la intervención del Estado en economía, o para el defensor de los servicios públicos o de instituciones relacionadas con la protección social, apoyarse en este pasaje de la obra de Smith para contrarrestar las tesis de los liberales actuales y mostrar cómo ellos defienden posiciones que no corresponden al espíritu de aquel que han presentado erróneamente como el padre del liberalismo económico. Además de tener en cuenta que estas interpretaciones en favor de la intervención del Estado pueden ser apoyadas por las posiciones desarrolladas por Smith alrededor de la simpatía en su Teoría de los sentimientos morales.

Antes de terminar estas reflexiones, volvamos por última vez a la “mano invisible”. Esta metáfora que ha tenido inmensa fortuna aparece muy rara vez en su pluma, y también es rara en La Riqueza (dos veces solamente en la edición traducida por P. Taieb, PUF, p. 513 y 611), también dos en la TSM (una vez de manera explícita y otra implícitamente en referencia a “la mano que dispone de las piezas de un ajedrez”, p. 324). Antes de aparecer en La Riqueza ha sido ya utilizada por Smith en un texto anterior publicado en sus Essays in philosophical subjects (y en la TSM, pp. 257 – 258) para designar explícitamente a la providencia: “Ellos (los ricos) son conducidos por una mano invisible para cumplir con casi la misma distribución de las necesidades de la vida que aquella que habría tenido lugar si la tierra hubiese sido dividida en porciones iguales entre todos sus habitantes; y así, sin quererlo, sin saberlo, ellos sirven a los intereses de la sociedad y presentan los medios de multiplicación de la especie. Cuando la Providencia comparte la tierra entre un pequeño número de grandes señores, ella no olvida ni abandona a aquellos que parecían haber sido despreciados al momento de la repartición”.

Según este pasaje, la armonía nace menos de un mecanismo económico, en la circunstancia del mercado, que de la intervención divina. Observemos además que guiado por una “mano invisible”, el individuo smithiano de La Riqueza es llevado a cumplir un fin que no está dentro de sus intenciones: la mano invisible “lo conduce a promover un fin que nunca estaba en sus intenciones”. Smith agrega incluso que él está feliz de que sea así mientras que los economistas liberales contemporáneos utilizan la metáfora de la mano invisible para describir el funcionamiento de un mercado donde unos agentes racionales adoptan de manera óptima sus escogencias ante unas señales (los precios) que les suministran una información perfecta. De un lado, con Smith, el resultado es explícitamente producido de manera no intencional, mientras que de otro, según los economistas liberales standard, la mano invisible remite a un mercado transparente, al mercado puro y perfecto (o en extremo, ante lo absurdo de las hipótesis teóricas adoptadas, a un mercado imperfecto del cual se postula, a pesar de todo, que él podrá ser explicitado a partir del modelo puro y perfecto que dará origen, en consecuencia, a una u otra hipótesis de base).

En definitiva, para los heraldos del liberalismo económico el mercado es visto como una especie de “Providencia laicizada”. Smith, por el contrario, utiliza la metáfora de la mano invisible para asociar la Providencia con el mercado. Aquella viene en auxilio de éste cuando se revela incapaz de cumplir el papel que le es conferido: el de distribuir eficaz y equitativamente el capital y el producto. La mano invisible de Smith es, pues, en última instancia…la mano de Dios…porque el mercado es incapaz de funcionar sin reglas fijadas por fuera de él. Y ante la ausencia de tales reglas, la repartición tendrá que ser forzosamente inequitativa”.

(*) Roland Pfefferkorn (Director de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Marc Bloch-Strasbourg II, investigador en el laboratorio “Cultura y sociedades en Europa” del CNRS): “Adam Smith, un liberalismo bien temperado” (Revista Sociedad Económica-Universidad del Valle-Cali-Colombia).

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