Por Hernán Andrés Kruse.-

LA PROPUESTA DE EDGAR MORIN

“Él nos sugiere que al tocar el tema de lo complejo no intentemos retomar la ambición del pensamiento simple, es decir, tratar de dominar e incluso manipular la realidad, por el contrario, de lo que se trata es de ejercitar un pensamiento de apertura –racionalidad abierta– capaz de dialogar, de negociar con la existencia real y efectiva de las cosas. Para ello hay que disipar dos ilusiones que nos hacen distanciar del problema del pensamiento complejo; por un lado, creer que la complejidad conduce a la eliminación de la simplicidad, y por el otro, confundirla con la completud.

El pensamiento complejo trata de integrar lo más posible los modos simplificadores de pensar, pero repudia las consecuencias mutilantes, reduccionistas, unidimensionalizantes y cegadoras. Es un pensamiento que aspira a un conocimiento de tipo multidimensional, sin embargo, uno de sus axiomas es el de la imposibilidad, incluso teórica, de una omnisciencia, esto implica el reconocimiento de un principio de incompletud y de incertidumbre, al mismo tiempo que un principio de existencia de los lazos entre las entidades que nuestro pensamiento debe necesariamente identificar y distinguir entre sí, pero no aislar o mutilar. La complejidad busca integrar en sí misma todo aquello que pone orden, claridad, distinción, precisión en el conocimiento.

“El pensamiento complejo reúne en sí, orden, desorden y organización, lo uno y lo diverso. Nociones que trabajan las unas con las otras dentro de una interacción complementaria y antagonista, así el pensamiento complejo vive la relación entre lo racional, lo lógico y lo empírico, y está animado por la aspiración a un saber no parcelado, no dividido, no reduccionista, y por el reconocimiento de lo inacabado e incompleto de todo conocimiento, donde las verdades más profundas, sin dejar de ser antagonistas las unas de las otras, son complementarias. La ambición del pensamiento complejo es dar cuenta de las articulaciones entre los dominios disciplinarios infringidos por el pensamiento simplificante y disgregador que aísla lo que separa, y que oculta todo lo que interactúa, lo que religa, lo que interfiere” (Morin).

Como hemos podido ver a lo largo de la historia el término complejo ha resultado sinónimo de confusión y de incertidumbre, mientras que es, en realidad, el desafío que debemos afrontar para poder distinguir y vincular lo incierto. El reto es doble, pues es necesario vincular lo que era considerado como separado y, al mismo tiempo, aprender a conjugar certidumbre con incertidumbre. De cualquier forma la complejidad no es la clave del mundo, sino el desafío a afrontar. El pensamiento complejo no es aquel que evita o suprime la contienda, sino el que nos ayuda a verla, incluso tal vez, a superarla. Los objetivos que Morin pretende alcanzar con su propuesta son: hacernos ver las enormes carencias de nuestro pensamiento para comprender que un pensamiento mutilante conduce regularmente a acciones rutilantes; hacernos comprender que dicho pensamiento está siempre animado por una tensión constante entre la aspiración a un saber no parcelado, no dividido, no reduccionista; hacernos reconocer lo inacabado e incompleto que todo paradigma de la simplicidad posee; hacernos emprender y promover acciones sustanciales de pensamiento complejo analizando y considerando siempre su importancia y trascendencia.

Cabe aclarar que no pretende enumerar una serie de mandamientos, por el contrario, busca una manera de sensibilizarnos a las enormes carencias del pensamiento simplificador, pues considera que sólo a través de un pensamiento complejo podremos civilizar nuestros conocimientos. Su propuesta es “un camino, un movimiento de dos frentes inseparables, aparentemente divergentes y antagonistas, para reintegrar al hombre dentro de los otros seres naturales, y aunque podemos distinguirlo, no debemos reducirlo. Trata en consecuencia de desarrollar una teoría, una lógica, una epistemología de la complejidad que pueda resultar benéfica al conocimiento de nosotros mismos. Busca la teoría de la más alta complejidad humana a través de un principio de raíces profundas y fuera de dos aceras opuestas; la que borra la diferencia reduciéndola a la unidad simple, y la que oculta la unidad por que no ve más que la diferencia”.

Morin concibe su propuesta como un arte y estrategia del espíritu que sabe relacionar, que anima al actual contexto que solamente sabe globalizar y fragmentar. El pensamiento complejo es la respuesta ante la ruptura y la dispersión de los conocimientos, mismos que no pueden hacer frente a la emergencia de fenómenos complejos. Dicho pensamiento lleva a cabo la rearticulación de los conocimientos mediante la aplicación de sus principios; criterios generativos y estratégicos de su método: principio sistémico u organizacional, hologramático, retroactividad, de recursividad, de autonomía-dependencia, dialógico y de reintroducción del cognoscente en todo conocimiento; basa el análisis de su investigación en cuatro aspectos fundamentales: el error basado en el modo de organizar nuestro saber en sistemas de ideas; la ignorancia ligada al desarrollar de la ciencia; nuestra inteligencia ciega causada por la degradación racional; los riesgos a la humanidad derivados de un progreso ciego del conocimiento.

Morin está a la búsqueda de una posibilidad de pensar y trascender las complicaciones, las interretroacciones, las incertidumbres y las contradicciones. La complejidad es el desafío no la respuesta. Su propuesta pretende escapar de la alternativa entre el pensamiento reductor que no ve más que el pensamiento globalizador, más que el todo; se ubica en la perspectiva de la deficiencia consciente del conocimiento, pues acepta la contradicción y la incertidumbre, aunque al mismo tiempo, la conciencia de esta deficiencia le hace batallar activamente contra la mutilación. La complejidad no es un fundamento, es el principio regulador que no pierde ni deja de ver y considerar la realidad del tejido fenoménico en el cual nos movemos, que constituye nuestro mundo. Él considera que lo que hay en nuestra realidad es enorme y fuera de toda norma, y aunque en última instancia escapa a nuestros conceptos reguladores, podemos intentar tratar de dirigir al máximo tal regulación.

Para Morin existen diversas etapas de una situación que es considerada compleja: • Primera etapa: tenemos conocimientos simples que nos ayudan a conocer las propiedades del conjunto. Una tela es más que la suma de las fibras que la componen. Un todo es más que la suma de las partes que lo constituyen. • Segunda etapa: el hecho de que haya una tela hace que las cualidades de tal o cual tipo de fibra no pueden explicarse plenamente en su totalidad. Es decir, esas cualidades son inhibidas o virtualizadas. El todo es entonces menos que la suma de las partes. • Tercera etapa: ésta presenta dificultades para nuestro entendimiento y nuestra estructura mental. El todo es más y, al mismo tiempo, menos que la suma de las partes. En una tela, como en toda una organización, las fibras no están dispuestas al azar. Están organizadas en función de una unidad en la que cada parte contribuye al conjunto.

La organización es un fenómeno perceptible y cognoscible, y no susceptible de ser explicado por una ley simple. Así entonces, nos propone un diálogo estimulador a través de su propuesta de pensamiento complejo, ya sea desde la cátedra o desde los ámbitos más diversos de la práctica social, desde las ciencias duras o blandas, o desde el campo de la literatura, incluso de la religión. Nos propone despertar nuestro interés por participar y desarrollar el método complejo de pensar nuestra propia experiencia humana, con lo cual podremos recuperar el asombro por el milagro del conocimiento y del misterio que asoma detrás de toda filosofía, de toda ciencia, de toda religión, y que aúna a la empresa humana en su aventura abierta hacia el descubrimiento de nosotros mismos, de nuestros límites y de nuestras posibilidades”.

POR QUÉ PENSAR COMPLEJO

“Es muy probable que la necesidad de tal pensamiento difícilmente pueda ser justificada en unas cuantas líneas, es decir, tal necesidad para él, solamente puede imponerse progresivamente durante el trayecto de un camino en el cual surgen ante todo los límites, las insuficiencias y las carencias del pensamiento simplificante, así como las condiciones en las cuales no podemos eludir enfrentar el desafío impuesto por lo complejo. Inevitablemente necesario es preguntarnos si es que existen complejidades diferentes y si es posible ligarlas a un orden aún más complejo. Es necesario saber si hay un modo de pensar, o un método capaz de estar a la altura del desafío de la complejidad. Dicho desafío nos hace vivir bajo apariencias confusas e inciertas; los eventos, los fenómenos y el mundo mismo.

Ahora bien, para poder comprender a la complejidad, nos dice Morin, debemos reconocer que también existe el paradigma de la simplicidad. Aunque la simplicidad ve lo uno y ve lo múltiple, lamentablemente no ve que lo uno también puede ser múltiple, incluso al mismo tiempo. El principio de la simplicidad, o bien separa lo que está ligado –disyunción–, o bien unifica lo que es diverso –reducción–. Es un paradigma que persigue al desorden con la idea y el objetivo de hacer que el orden domine y predomine. Así el orden es reducido a un principio, a una ley. Al tomar como ejemplo al hombre, nos dice Morin, sabemos que éste es un ser evidentemente biológico, sin embargo, al mismo tiempo es también un ser evidentemente cultural, meta-biológico, que vive en un universo de lenguaje, de ideas, de conciencia. “El problema del paradigma de la simplificación es que nos obliga a ver dos realidades; una biológica y una cultural, al igual que nos obliga a desunirlas y a reducir la más compleja a la menos compleja. De esta forma estudiamos al hombre biológico en el departamento de biología, como un ser anatómico, fisiológico, etc., y estudiamos al hombre cultural en los departamentos de ciencias humanas y sociales. Vemos al cerebro como órgano biológico, y al espíritu como función o realidad psicológica. Olvidamos que uno no existe sin el otro, más aún, que uno es al mismo tiempo el otro” (Morin).

Con esa voluntad de simplificación, el conocimiento científico ha tenido por misión la de descubrir la simplicidad detrás de la aparente multiplicidad y el aparente desorden de los fenómenos. La misma obsesión ha conducido a la búsqueda del tabique elemental con el cual está construido el universo, así hemos creído encontrar en la molécula la unidad base, sin embargo, la observación misma nos ha mostrado que la molécula está compuesta de átomos. Nos hemos dado cuenta que el átomo es en sí mismo, un sistema muy complejo, compuesto de un núcleo y de electrones. Por ende, nuestro universo es una entidad difusa, compleja, que no podemos aislar. Lo que es más, ha tenido lugar un acontecimiento más grande: la irrupción del desorden en el universo físico. El desorden está en el universo físico, ligado a todo trabajo, a toda transformación. No debemos olvidar que la complejidad ha conducido la aventura científica a descubrimientos imposibles de concebir en términos de simplicidad.

Él no plantea de ninguna manera la antinomia entre la simplicidad absoluta y la complejidad perfecta. Por principio, su idea de complejidad incluye la imperfección que lleva en sí misma la incertidumbre y el reconocimiento de lo irreductible. Él cree que el mito de la simplicidad ha sido profundamente fecundo para la obtención del conocimiento científico. Y aunque considera que la simplificación es necesaria, ésta debe ser relativizada, es decir, él acepta la reducción consciente de que es reducción, y no la reducción arrogante que cree poseer la verdad simple. Por lo demás, la complejidad es para él una unión de simplicidad-complejidad, una unión de los procesos de simplificación que implican selección, jerarquización, separación, reducción, con los contra-procesos que implican la comunicación, la articulación de aquello que está disociado y distinguido.

Sin embargo, la complejidad no es solamente la unión con la no-complejidad o simplificación, pues la complejidad se halla en el corazón de la relación entre lo simple y lo complejo de manera antagonista y complementaria a la vez. A partir de la creciente evolución científica, nos dice Morin, hoy día se nos plantea obligadamente la cuestión de la complejidad, sin embargo nos hace falta verla ahí, en ese lugar donde parece estar ausente; en la vida diaria. La vida cotidiana es aquella en la que cada uno jugamos una multiplicidad de papeles sociales, de acuerdo con nuestro trabajo, a nuestra familia y amigos, de acuerdo con la comunidad en la que vivimos y participamos, incluso ahí, con los desconocidos en la calle. Vemos que cada uno somos un conjunto heterogéneo de facetas aglutinadas que no podemos anular, que tenemos una muy variada multiplicidad de identidades y de personalidades en nuestro yo mismo, algunas tan opuestas y disímiles que nos parece lógicamente incongruente que podamos referirnos a una misma persona. “Un mundo de sueños, anhelos y fantasmas cuya compañía está presente en nuestras vidas, todo esto no nos deja ver que en muchas más ocasiones y circunstancias de las que pensamos, cada uno se conoce muy poco a sí mismo, es decir, sólo nos conocemos a través de una apariencia simbólica de nuestro yo mismo, y en más de una ocasión, nos engañamos acerca de quiénes somos en realidad” (Morin).

Las auténticas mutaciones de nuestras multivariadas personalidades, nuestras relaciones ambivalentes con los otros, el hecho de que somos llevados por la historia sin conocer mucho el cómo sucede, el hecho mismo de nuestras transformaciones a lo largo del tiempo, todo ello nos indica que no solamente la sociedad es la que es compleja, sino también cada átomo del mundo humano, cada individuo, cada persona, cada yo mismo. Sabemos con certeza que a lo largo de los últimos tres siglos hemos podido adquirir un sorprendente conjunto de conocimientos sobre nuestro mundo físico basados en los métodos de verificación empírica y lógica. Nos queda claro que nuestro conocimiento científico-paradigmático-moderno se ha logrado a través de la selección de los datos significativos y la descalificación de los datos no significativos, sin embargo y lamentablemente, al mismo tiempo también han progresado para la organización del conocimiento, los errores devenidos de acciones mutilantes.

Nos hemos vuelto incapaces de reconocer la existencia de la complejidad de nuestras realidades. Hemos visto que complexus es lo que está tejido en conjunto; un tejido de componentes heterogéneos inseparablemente asociados que presenta la paradoja de lo uno y lo múltiple. Pero al poner más atención vemos que “la complejidad es también un tejido de eventos, acciones, interacciones, retroacciones, determinaciones, azares, que constituyen nuestro mundo fenoménico. Así es que ella se presenta con los rasgos inquietantes de lo confuso, de lo enredado, de lo muy difícil de desenredar, del desorden, de lo muy intricado, de la ambigüedad, de la incertidumbre, etc. De ahí surge para el conocimiento, la impetuosa, urgente e ineludible necesidad de poner orden en los fenómenos, lamentablemente lo hace con repudio al desorden y con descartar lo incierto, es decir, selecciona los componentes de orden y de certidumbre, quita la ambigüedad, clarifica, distingue, jerarquiza, etc.” Así, con tales operaciones necesarias para la inteligibilidad que eliminan los caracteres de lo complejo hemos perdido aún más nuestra visión de las cosas, de la vida, de nuestra esencia humana (Morin).

La necesidad de un pensamiento complejo se nos presenta a lo largo y ancho de un camino en el que han aparecido las limitaciones, las insuficiencias y las carencias del pensamiento simplificador. Toda vez que nuestro conocimiento científico moderno tiene por objeto disipar la aparente complejidad de los fenómenos a fin de descubrirnos el orden simple al que pertenecen y obedecen, inminentemente el pensamiento complejo debe surgir en un intento por articular los dominios disciplinarios quebrados por el pensamiento disgregador, aspirando a lograr un conocimiento multidimensional. De ahí que el pensamiento complejo esté siempre impulsado por el reconocimiento de lo incompleto en todo conocimiento y por la aspiración a un saber no fragmentado, no dividido.

Afortunadamente, nos dice Morin, la complejidad ha vuelto de alguna manera al terreno de las ciencias, esto es, al desarrollarse y ocuparse las ciencias físicas por descubrir el orden impecable del mundo; su determinismo absoluto y perfecto, su obediencia a una ley única, y su constitución a partir de una materia simple primigenia –el átomo–, se ha abierto finalmente a la complejidad de la realidad, ya que se descubre un principio hemorrágico de degradación y de desorden en el universo físico –el segundo principio de la termodinámica–.

“En lugar de la supuesta simplicidad física y lógica, se ha descubierto la extrema complejidad microfísica, donde la partícula no es un ladrillo primario, sino una frontera sobre una complejidad tal vez inconcebible. El cosmos resulta ser todo un proceso en vías de desintegración y de organización. De esta forma se ha hecho evidente que la vida no es una sustancia, sino un fenómeno de auto-eco-organización extraordinariamente complejo que produce la autonomía. Así, sin la menor duda, los fenómenos antroposociales no pueden obedecer a principios de inteligibilidad menos complejos que aquellos requeridos para los fenómenos naturales, es por ello que nos hace falta, más que disolverla u ocultarla, afrontar nuestra complejidad antropo-social” (Morin).

Al ser hoy la humanidad la protagonista de los procesos de unidad, de avenencia, de integración del mundo, es preciso tomar en cuenta la importancia de los contextos, de saber complejizar la propia noción de contexto para darle movimiento. No sólo es preciso y oportuno ver lo entrelazado, sino también es preciso observar las dinámicas reconfigurantes del contexto con sus emergencias, eventos, acontecimientos, etc. y su retroacción sobre la observación, con la finalidad de hacer frente no sólo a la dificultad del aprendizaje y la comprensión, sino también, a la entropía del sentido y así favorecer la comprensión de la necesidad de su permanente recreación.

Hay una trama que envuelve y atraviesa a las sociedades mediante una red de redes. Esta trama no sólo sostiene, sino que configura y determina cada vez más, las condiciones de posibilidad de la toma de decisiones, el intercambio económico, la gestión empresarial y pública, y la dinámica de gestión científica y tecnológica. La dificultad del pensamiento complejo es que debe afrontar el juego infinito de las interretro-acciones, al igual que la solidaridad de los fenómenos entre sí, la bruma, la incertidumbre, la contradicción, lo entramado. Pero toda estrategia, nos dice Morin, debe surgir y trabajar con y contra el juego múltiple de las interacciones y las retroacciones con y contra lo incierto, lo aleatorio. Un fenómeno complejo exige de parte del sujeto una estrategia de pensamiento, a la vez reflexiva, no reductiva, polifónica y no totalitaria/totalizante”.

(*) José Luis Eduardo Uribe Sánchez: “El pensamiento complejo de Edgar Morin, una posible solución a nuestro acontecer político, social y económico” (Espacios Públicos, Vol. 12, Núm. 26, diciembre, 2009, Universidad Autónoma del Estado de México, Toluca, México).

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