Por Hernán Andrés Kruse.-

El 18 de junio se cumplió el centésimo quincuagésimo quinto aniversario del nacimiento de un destacado filósofo y matemático francés. Édouard Le Roy nació en París el 18 de junio de 1870. En 1892 se recibió en la Escuela Normal Superior y tres años más tarde como agregado en matemáticas. En 1898 se doctoró en ciencias. Ejerció la docencia en varios liceos y más tarde enseñó matemática en el Liceo Saint-Louis de París. Fue entonces cuando comenzó a interesarse por la filosofía. Fue amigo de Theilhard de Chardin y fiel discípulo de Henri Bergson, a quien sucedió en el Collège de France (1922) y en la Académie Francaise (1945). Fue autor de “¿Qué es un dogma?”, “La exigencia idealista y la evolución de la inteligencia”, “El pensamiento intuitivo”, “Ensayo de una primera filosofía””, “Bergson y el bergsonismo” y “Una nueva filosofía: Henri Bergson” (fuente: Wikipedia, la Enciclopedia Libre).

Buceando en Google me encontré con un ensayo de Leandro Sequeiros (Vicepresidente de la Asociación de Amigos de Pierre Theilhard de Chardin-sección española) titulado “Centenario de una amistad filosófica: Pierre Teilhard de Chardin y Édouard Le Roy” (El Búho-Número 21-Revista Electrónica de la Asociación Andaluza de Filosofía). El autor analiza la amistad filosófica de Le Roy con Pierre Teilhard de Chardin.

“En el ámbito de la Filosofía, hay casos en los que una amistad genera la emergencia de sinergias fecundas de pensamiento. Tal puede ser el caso de Pierre Teilhard de Chardin y Édouard Le Roy. En una carta al biólogo Claude Cuènot, que sería uno de los biógrafos más informados sobre su vida, escribe Teilhard de Chardin el 1 de diciembre de 1954 (unos meses antes de su muerte): “[…] Édouard Le Roy, a quien debo mucho (…) pues él me ha ayudado a desarrollar lo que llevaba dentro de mi cabeza, me ha dirigido, me ha dado confianza y sobre todo me ha proporcionado una maravillosa tribuna (indirectamente) en el Colegio de Francia”.

Los lectores de la obra de Teilhard de Chardin habían oído citar con frecuencia a Édouard Le Roy como amigo, confidente y maestro-alumno. La correspondencia entre Pierre Teilhard de Chardin y Édouard Le Roy, más exactamente, las cartas enviadas por el primero a éste último, son citadas frecuentemente por los biógrafos de Teilhard como unos documentos de gran importancia para seguir la evolución de sus ideas a lo largo de los años 1920 a 1946, 25 años de correspondencia. Todavía no se ha investigado suficientemente lo que Le Roy aportó al pensamiento de Teilhard, y lo que Teilhard enriqueció la fecunda creatividad libre de Le Roy. Pero una simbiosis se creó entre ellos, de modo que, en sus conversaciones y en sus cartas se trasluce una complicidad y una convergencia de planteamientos que siempre sorprende”.

LAS CARTAS INÉDITAS DE PIERRE TEILHARD DE CHARDIN A ÉDOUARD LE ROY

“Esas cartas inéditas de Teilhard a Le Roy vieron la luz en 2008 en su versión francesa. Y en el año 2011 apareció la edición castellana. En esta traducción se ha intentado ser fiel al pensamiento teilhardiano al traducir al castellano las cuidadas frases en francés del gran paleontólogo e intelectual. En la abundante correspondencia teilhardiana, de la que la mayor parte continúa todavía inédita, las cartas a Le Roy ocupan un lugar cuantitativamente modesto. No son comparables a las cartas a su prima Marguerite Teilhard Chambon, que se extienden durante una cuarentena de años, o las cartas dirigidas al jesuita Auguste Valensin. Por tanto, no tienen precio desde el punto de vista de la calidad de su destinatario y desde la fuerte amistad intelectual que les unía. Esta Introducción quisiera presentar el contexto de su redacción y tratar de decir algunas palabras sobre la fecundación mutua de dos pensamientos, a la vez muy próximos en el fondo, y que reflejan unas sensibilidades intelectuales diferentes”.

ÉDOUARD LE ROY (1870-1954): UN MATEMÁTICO QUE IRRUMPE EN LA FILOSOFÍA DE LA RELIGIÓN

“Once años mayor que Teilhard, Édouard Le Roy tiene detrás de sí, en este año de 1921 en que se conocen, una larga carrera de docente. Normalista (de la Escuela Normal) y profesor Agregado de ciencias matemáticas, en 1898 es ya doctor en Ciencias y hasta 1922 enseña estas disciplinas en diversos liceos parisinos. Pero muy pronto, Le Roy se interesa por cuestiones filosóficas y religiosas, animado por el deseo de unir al cristiano y al científico. Muy marcado desde 1896 por el filósofo Henri Bergson, Le Roy ocupa, desde 1914 hasta 1920, la plaza vacante en la cátedra de filosofía moderna en el Colegio de Francia; y desde 1921 hasta 1941, sucede a Bergson en esta misma cátedra. En 1945 es elegido miembro de pleno derecho en la Academia Francesa.

El recorrido intelectual de Le Roy presenta cierto número de similitudes con el de Teilhard. No es extraño que simpatizaran muy rápidamente. Su primera formación no fue filosófica. Él se acerca a la filosofía por gusto personal, para llegar más lejos en el intento de percibir los fundamentos de su práctica científica. Jean Guitton lo describe así: un “matemático que se interesa por la filosofía, puesto que se ha planteado problemas que pueden apasionar a cualquier hombre culto y a todo creyente sincero”. Su andadura es una esforzada síntesis de ciencia, filosofía y fe cristiana. En lo que concierne a la ciencia moderna, Le Roy tiene una posición epistemológica crítica, expuesta en un célebre artículo de la Revue de Métaphysique et de Morale de 1899.

Contra el cientificismo ambiental, producto de la degeneración del positivismo anterior, según el cual, sólo la ciencia es fuente de conocimiento seguro, Le Roy adopta una actitud próxima a la de sus maestros, Henri Poincaré ( 1854-1912) y Pierre Duhem(1861-1916), pero con una postura más radical. Para él, el lenguaje científico debe pasar por el tamiz de la crítica. La ciencia es una construcción humana y al fin y al cabo, los símbolos de su lenguaje son arbitrarios. Como escribió Jean Abelé acerca de la epistemología común de Poincaré y de Le Roy: «la ciencia no alcanza a explicar ni las “cosas”, ni los “hechos absolutos”, sino únicamente las relaciones entre las cosas y entre los hechos»; por otra parte, « la expresión de estas relaciones es relativa al científico y el criterio de su objetividad no es otro que el acuerdo entre los científicos».

Para estos científicos-filósofos, el interés por la ciencia es sobre todo pragmático, puesto que permite una transformación del mundo. En contraposición, la filosofía solamente es capaz, por sí misma de arrojar luz al problema del destino humano. Esta crítica enérgica a las pretensiones cientificistas del “saber total” habría podido conducir a Le Roy a desviar su interés por la ciencia hacia otras actividades humanas más aptas para integrar lo “real”, la “cosa en sí”. Por tanto, a diferencia de otros pensadores que ignoran deliberadamente el comportamiento científico y sólo manifiestan interés por la filosofía, él toma la ciencia muy en serio y reconoce lo que ella introduce como cambio en la forma en que el hombre moderno se relaciona con el mundo. La ciencia moderna causa una mutación en el pensamiento que le invita a renunciar al “antiguo esquema de la sustancia inmutable”. En la edad de la ciencia, no se puede continuar elaborando una metafísica de tipo aristotélico. La Filosofía, en efecto, no puede permanecer encerrada en sí misma.

No contento con rechazar el cientificismo, Le Roy rechaza también el “intelectualismo”, definido como una especie de subjetivismo individualista. El pensamiento es fundamental para el hombre, pero no se refiere al pensamiento individual. Por su pensamiento la mónada humana tiende hacia la totalidad del ser. Esto es exactamente lo que la ciencia, ávida de especializaciones, no puede percibir. No podemos pensar lo más mínimo sin que se vea comprometida toda una metafísica. Lo Real es el Todo: actitud que se encuentra también en Teilhard. Desde esta perspectiva, el comportamiento científico aporta algo esencial, pues en cierto modo, el positivismo tiene razón en atraer la atención sobre el “hecho”. Es la “permanencia del hecho” la que provoca al espíritu para que salga de sí y se confronte con un “mundo” que no ha sido hecho por él. La materia es una especie de “catalizador” del espíritu. De hecho, la ciencia alcanza “lo real”, pero no la realidad en sí, que sobrepasa su cometido, sino “algunas de las relaciones que establece con nosotros”.

Esto implica importantes consecuencias para la Teología. ¿Cómo hacer concordar el cristianismo con la cultura del hombre moderno? ¿Cómo hacerlo creíble en la era de la ciencia? No puede ser por medio de una búsqueda de “concordancia” con el contenido de las teorías, necesariamente parciales y con límites, sino más bien por medio de una tentativa de acuerdo con “el espíritu de la ciencia”, lo que se ha venido apreciando cada vez más. Volveremos a tratar más adelante las consecuencias teológicas de la epistemología “anti-realista” de Le Roy, pero antes, podemos señalar ya una diferencia de sensibilidad con el itinerario de Teilhard. Aun reconociendo el profundo cambio cultural inducido por la ciencia, Teilhard es más realista que su amigo. Teilhard no elaboró nunca una crítica epistemológica tan precisa como la de Le Roy. No se pueden encontrar más que ciertos indicios de la dificultad de Teilhard para entrar en la perspectiva de Le Roy. En una carta a Léontine Zanta, escribe, por ejemplo: “la separación espíritu-materia que él admite, es demasiado brusca”.

Desde entonces Teilhard tendrá la tendencia a oponer brutalmente el “idealismo” reivindicado por Le Roy frente al “realismo” del observador científico que contempla el mundo. Por ello, en la medida que la palabra “idealismo” se aplique con prudencia a Le Roy, pueden aparecer algunas convergencias. La oposición no es tan brutal como pudiera parecer. Para Le Roy, el idealismo representa una defensa de la libertad de la persona humana, del pensamiento, como algo con lo que podemos operar, inventar y crear, en el seno de la totalidad. Por su pensamiento, el individuo humano alcanza a algo más vasto que él mismo, el “Pensamiento”, que no puede olvidar el anhelo (élan) bergsoniano de vida universal. Este “idealismo” conduce a Le Roy a promover una moral de de la conciencia y de la libertad, finalmente bastante próxima a la moral teilhardiana. La actividad humana es una lucha contra el determinismo de la naturaleza, la red de necesidades en la que estamos atrapados. « La verdad se define dinámicamente por la continuidad de una evidencia y de un acontecimiento». El “espíritu” lucha contra la “materia”, si nombramos con esta palabra las fuerzas de la inercia, de la costumbre, todas las formas de determinismo que se oponen al movimiento de la vida.

Una categoría central es aquella de la acción. « Nada debe privar al espíritu de su dinamismo esencial creador », escribe Marcel Gillet. La invención (la capacidad de estar en búsqueda) es una especie de imperativo categórico. El hombre tiene el deber de inventar para adecuarse a la realidad última. Le Roy rechaza toda forma de mecanicismo, pero también esa especie de finalismo, según el cual todo estaría dado de antemano. La reflexión de Le Roy no se estanca ni en una epistemología, ni en una filosofía general; ella centra también su atención en cuestiones religiosas. Es la época en que se pone en duda por filósofos una escolástica inmóvil y defensiva cuando la fe cristiana debe mostrar su plausibilidad en el contexto moderno. Maurice Blondel (1861- 1949) había abierto la veda. Édouard Le Roy, “hombre de manifiestos” y de “temperamento combativo”, se sitúa en la misma corriente, pero, una vez más, es aún más radical. Stanislas Breton escribe de él: “católico ferviente que sigue sufriendo por ser sospechoso en su obediencia; cristiano responsable de su fe, demasiado confiado en el Espíritu Santo como para dejar a los clérigos no sólo la administración eclesial, sino también eclesiástica, de la palabra del Verbo, le Roy fue un laico decidido, que reivindica su derecho a intervenir”. El filósofo laico que él es, reivindica su derecho a intervenir en el campo teológico, en el cual, desde su punto de vista, los clérigos no tienen el monopolio.

Un artículo de Le Roy, “¿Qué es un dogma?”, publicado en La Quinzaine, el 16 de abril de 1905, hizo mucho ruido. Según el análisis de Pierre Colin, vuelve a lanzar la crisis modernista en el plano filosófico y teológico. Este último añade: “los debates suscitados por su artículo han jugado un papel capital en la crisis modernista puesto que presentan la cuestión del estatuto intelectual del dogma”. No es necesario presentar aquí con detalle el contenido y los argumentos de este artículo. Se centra en revelar la orientación decididamente práctica del pensamiento de Le Roy: “el dogma tiene un sentido práctico, es una orientación para la conducta”. Dicho de otro modo, el dogma no da directamente conocimiento sobre Dios, al menos por ese conocimiento que no se deducirá más que los “preceptos a observar”, la moral resultante de una “dogmática”. Sería más bien a la inversa: es nuestro compromiso de fe el que nos dice realmente quién es Dios. Su reflexión teológica continúa en los años siguientes, en particular en una obra publicada en 1930, Le problème de Dieu, tomada de unas conferencias pronunciadas en años anteriores.

La publicación de este libro supuso su inclusión por la Iglesia en el Índice de los libros prohibidos el 24 de junio de 1931, condena que se extendió a otras dos libros: “L´exigence idéaliste et le fait de l´évolution” (los cursos impartidos en el Colegio de Francia de 1925 y 1926, publicados en 1927) y “Les origines humaines et l´évolution de l´intelligence” (cursos impartidos entre 1927 y 1928, y publicados en 1928). Una parte de un tercer libro, el segundo volumen de “La pensée intuitive (Invention et vérification)”, publicado en 1930, fue igualmente incluida en el Índice.

Volveremos en el epígrafe siguiente sobre este acontecimiento dramático que afectó también a Teilhard, ya que dos de estos libros lo citan a él a menudo. Además, él mismo acababa de pasar una crisis personal bastante grave. Las objeciones romanas procedían de la radicalidad de la posición de Le Roy en cuanto a su manera de definir la noción de dogma: no como expresión de verdades sino como sugestión de conductas, “reduciéndolo” de alguna manera a una “fórmula de conducta práctica”. Otro hecho que le planteó dificultad fue su duda sobre las pruebas clásicas de la existencia de Dios, cuya importancia era grande en el arsenal apologético de la época. Católico fiel a la Iglesia, como lo fue siempre su amigo Teilhard, Le Roy se somete y acepta la firma de una retractación. De este modo, no pone en riesgo su pertenencia a la Iglesia. En esta prueba, el apoyo mutuo fue muy valioso, tanto para uno como para el otro”.

HISTORIA DE UNA CORRESPONDENCIA

“Cuando Pierre Teilhard de Chardin escribe por primera vez a Édouard Le Roy, el 19 de octubre de 1921, es una carta muy breve y formal. Los dos hombres nunca se habían encontrado y no se conocían más que de oídas. Esto será el principio de una larga y fecunda amistad intelectual, además de personal, de la que da testimonio la correspondencia. De acuerdo con Cuènot, el intermediario entre Édouard Le Roy y Teilhard fue Breuil, como prueba la carta fechada el 19 de octubre de 1921: “Mi amigo el padre Breuil me ha hablado últimamente de usted en términos que han renovado en mí un deseo, ya antiguo, de entrevistarme con usted…”. Las veinte cartas que se presentan en este volumen corresponden a un período que va desde 1921 a 1946. Pero la correspondencia más importante se da entre 1925 y 1934. La colección incluye también una carta a la señora Le Roy del día uno de diciembre de 1954, poco después de la muerte de su marido, acaecida el 9 de noviembre de 1954.

Esta Introducción mostrará, en primer lugar, algunos elementos biográficos relativos a cada uno de ellos, que permitirán situar a ambos y al contexto en que se desarrollan los intercambios epistolares. La presentación de Édouard Le Roy será más detallada que la de Teilhard, ya que aquél es, en general, menos conocido del gran público. Dos elementos particulares, que constituyen una parte sustancial del contenido de las cartas, serán abordados después: el concerniente a la Iglesia y el de las influencias intelectuales mutuas. Uno y otro estuvieron en entredicho por las instancias oficiales de la Iglesia. La prohibición de publicar textos que no fueran científicos protegió a Teilhard de eventuales condenas. Pero su destino a China se interpretó como una sanción. En cuanto a las influencias mutuas, son evidentes para cualquier lector de estos dos pensadores. Curiosamente, no han sido objeto hasta ahora de ningún estudio sistemático. Las consideraciones siguientes no quisieran entrar en ello, pero sí presentar las componentes esenciales de sus intercambios intelectuales”.

PIERRE TEILHARD DE CHARDIN (1881-1955) Y EL CONTEXTO FILOSÓFICO DE SU OBRA

“Después de su desmovilización el 10 de marzo de 1919, el jesuita de 40 años Pierre Teilhard de Chardin, se encuentra desorientado. Reemprende sus estudios de Ciencias Naturales en la Sorbona. En la Semana Santa de 1920 Teilhard se centra en el trabajo de su tesis doctoral sobre los Mamíferos del Eoceno inferior en Francia y sus yacimientos, tema que le había sido confiado por su maestro, Marcellin Boule (1861- 1942), profesor en el Museo de Historia Natural de París. La tesis fue depositada en el registro el 5 de julio de 1921 y defendida el 22 de marzo de 1922. Es entonces cuando, a instancias del sacerdote Christophe Gaudefroy (1878-1971), antiguo compañero en el seminario de Henri Breuil (1877-1961), que era profesor de Mineralogía en el Instituto Católico de París, Teilhard es nombrado “Maestro de Conferencias” de geología en esta institución desde la vuelta de vacaciones, en otoño de 1920, realizando también actividades de investigación – a media jornada- en el Museo de Historia Natural, bajo la dirección de Marcellin Boule.

Pero la mente inquieta de Teilhard no encuentra cómo armonizar su fe cristiana y su compromiso con la ciencia. Es en este momento cuando Teilhard establece contacto con Édouard Le Roy, por medio de una recomendación de Gaudefroy que cree que este contacto le puede ayudar a recobrar la paz interior. Las relaciones de Teilhard con Le Roy llegarán a ser muy estrechas. Cuando Teilhard está en París a partir de 1921 ambos se entrevistan cada miércoles por la tarde (“puntualmente a las 20 horas 30 minutos”) frente al número 27 de la calle Casette, en el sexto distrito parisino. Cuando no está en Francia, ellos se escriben. Las alusiones a Le Roy son frecuentes en la correspondencia de Teilhard, sobre todo en las cartas que dirige a Gaudefroy, ya que era conocido de ambos. Cuando Teilhard escribe a su amigo Auguste Valensin el 10 de enero de 1926 dice: «Continúo viendo regularmente a Le Roy. Realmente, esta tarde de los miércoles se ha convertido para mí uno de los mejores “ejercicios espirituales” de cada semana. Salgo de ella siempre mejor, más sereno».

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