Por Hernán Andrés Kruse.-

El 25 de junio se cumplió el centésimo décimo octavo aniversario del nacimiento de un destacado médico psiquiatra francés que hizo posible la llegada del psicoanálisis a la Argentina. Enrique Pichon-Rivière nació el 25 de junio de 1907 en Ginebra, Suiza, siendo sus padres franceses. En 1911 su familia arribó a Buenos Aires para trasladarse posteriormente a Florencia, un pueblo situado en la región santafesina conocida como “Chaco santafesino”. Más adelante la familia Pichón-Rivière emigró a la provincia de Corrientes, instalándose en la localidad de Goya. En ese ámbito aprendió el guaraní, el francés y finalmente el castellano. En 1924 comenzó a estudiar medicina en la Facultad de Medicina de Rosario, estudios que finalizó en 1936 en la Facultad de Medicina de Buenos Aires. Entre 1938 y 1947 fue Jefe interino del Servicio de Admisión del Hospital de las Mercedes, hoy conocido como Hospital Interdisciplinario Psicoasistencial “José Tiburcio Borda”.

El doctor Gonzalo Bosch, en ese entonces su director, lo incorporó al plantel médico. Más adelante, y por iniciativa de Pichon-Rivière, fueron incorporados los hermanos Arminda Aberastury (pionera del psicoanálisis de niños y adolescentes en nuestro país) y Federico Aberastury (eminente médico embriólogo de la UBA). En el despuntar de la década del cuarenta fundó, con el apoyo de Ángel Garma, Celes Ernesto Cárcamo, Marie Langer y Arnaldo Rascovsky, la Asociación Psicoanalítica Argentina. En 1953 creó la primera Escuela Privada de Psicología Social. Dos años más tarde, junto con Gino Germani y con el apoyo de la Facultad de Ciencias Económicas, el Instituto de Estadísticas de la Facultad de Filosofía y su Departamento de Psicología y la Facultad de Medicina de Rosario, fundó el Instituto Rosarino de Estudios Sociales. Pichon-Rivière falleció el 16 de julio de 1977 (Wikipedia, La Enciclopedia Libre).

Buceando en Google me encontré con un ensayo de Samuel Arbiser (Médico, Psicoanalista, Miembro de la Asociación Psicoanalítica de Buenos Aires y Profesor Titular del IUSAM) titulado “Enrique Pichon-Rivière a 40 años de su muerte” (trabajo publicado en Actualidad Psicológica-2017). Realiza una sentida semblanza de su maestro.

“Aunque es sabido que su pensamiento se extendió más allá del psicoanálisis, en este artículo recordatorio de su figura trataré de resaltar tres tópicos de sus trascendentes contribuciones a esta disciplina. 1. La ‘vertiente psicosocial’ del psicoanálisis argentino. 2. El ‘grupo interno’ como modelo de aparato psíquico. 3. Algo más sobre el ECRO.

Todo aniversario nos convoca al recuerdo y la reflexión. Y además el número 40 nos despierta un ligero estremecimiento del alma: todos estamos expuestos – de muy diversa manera – a los efectos del ‘pasaje del tiempo’; pero en el caso de la figura de Enrique este ‘pasaje…’ tiene una característica singular. Y esta singularidad reside en que el transcurrir de los años fue ampliando y consolidando el reconocimiento y la admiración a la impar originalidad de su pensamiento y, más aún, a la pregnancia que éste ejerció en nuestra comunidad cultural y científica. Bastante incomprendido por muchos de sus contemporáneos por la independencia sin concesiones de sus ideas, se podría aplicar acá esa consabida frase que reza: el tiempo finalmente le dio la razón.

Esta frase puede, por otra parte, reforzarse en una opinión ya insospechable de toda parcialidad local -la de Jay Greenberg- un autor psicoanalítico ‘relacional’ contemporáneo norteamericano quien, refiriéndose puntualmente a un trabajo de J. Bleger titulado Teoría y práctica en psicoanálisis: praxis psicoanalítica, pero reconociendo en Pichon Rivière a su genuino inspirador, afirma: “.[…] produce asombro en su anticipación de las más importantes controversias que han preocupado a los pensadores analíticos trabajando a lo largo de todas las regiones geográficas y dentro de todas las tradiciones teóricas.[…]” (resaltado mío). La antes mencionada originalidad e independencia de su pensamiento tampoco puede disociarse de la fuerte influencia que ejerció su muy definida personalidad más allá, incluso, de su condensado legado escrito.

Aunque estas líneas recordatorias están escritas por un psicoanalista, vale reconocer que fue su ejemplar y polifacética personalidad de maestro la que prevaleció en la impronta que produjo en aquellos dotados analistas que formaron su primer entorno académico; luego, quienes – como es mi caso – sólo lo conocimos personalmente en los últimos años de su vida; y aún -asombrosamente- entre quienes no lo conocieron. Maestro con mayúscula, entendía el proceso de aprendizaje y enseñanza en términos de un par dialéctico interactivo, exento de cualquier pretensión jerárquica. Y, polifacética en tanto este maestro era, por sobre todo, un ‘hombre de la cultura’, tanto de la cultura popular como de la más sofisticada. Sensible a la poesía, la literatura y la pintura no lo era menos con el tango, el fútbol y ‘grotesco’ criollo; la ‘bohemia porteña’ de su época lo contaba entre los suyos.

Salvando las distancias y, precavido ante comparaciones incompatibles, no puedo evitar, sin embargo, la evocación de la figura de Sócrates que, sin haber escrito una sola línea, nadie lo discutiría como el paradigma de la Filosofía o, más aún, como el punto de partida de toda la Filosofía Occidental. Forzando aún más las comparaciones, y recurriendo a una metáfora biológica y a otra química, a la mayéutica Socrática la pondría en línea con dos características que me importaría destacar del recordado maestro; uno, fecundidad: ‘fecundó’ en el terreno fértil y receptivo de un amplio sector del pensamiento psicoanalítico; y dos, catalizador: ‘catalizó’, en tanto multiplicó en forma exponencial la creatividad y originalidad que caracterizaron el arrollador empuje del psicoanálisis argentino de su época.

Junto con David Liberman, José Bleger y Madaleine y Willy Baranger, Ricardo Horacio Etchegoyen, Ricardo Avenburg – disculpándome de las injustas omisiones que impone las limitaciones de espacio – compusieron lo que, con la decantación del tiempo, he denominado ‘La vertiente psicosocial del psicoanálisis’, corriente que motorizó una original producción científica en un ámbito, por otra parte, sobradamente prolífico y diverso en ideas, como el analítico argentino de la segunda mitad del siglo pasado. Yo mismo me siento deudor de ese fértil y catalizador empuje y me autorizó, en tal carácter, cierta autorreferencia apelando a la benevolencia indulgente del lector.

Mi encuentro con tal vertiente se produjo precisamente en el recodo de los años 70 del siglo pasado cuando, acuciado por la necesidad de encontrar una coherencia teórica que respaldara mi tarea clínica, esa ‘vertiente’ me introdujo e involucró en el pensamiento y en la obra de Enrique Pichon Rivière y la de su más cercano entorno. Recapitulando, en esos tiempos, absorbido en la búsqueda de un respaldo conceptual para mi práctica con ‘grupos terapéuticos’ me encontraba ante la disyuntiva que planteaba la literatura vigente de la época, en tanto los cultores confiables y reconocidos de esa práctica se sostenían en las corrientes psicoanalíticas más en boga.

Por una parte estaban las posturas que afirmaban la preeminencia del ‘individuo’ sobre el grupo (Slavson, S R, Bach, G), y por la otra, las que postulaban lo contrario; es decir, la preeminencia del grupo sobre el individuo; por lo cual cada uno de los miembros constituiría una ‘parte’ de una hipotética ‘mente del grupo’ (Grinberg, Langer y Rodrigué) (Foulkes S H, Anthony S J). ¡Eureka! Como muchas veces suele ocurrir, la solución a tal encierro dilemático vino inesperadamente desde otra parte. De una que elude y supera las disyuntivas; la respuesta – finalmente – no residía en abrazar una postura u otra, sino antes bien, de la mano de las cosmovisiones filosóficas – ideológicas acerca de la manera en que se visualiza al ‘hombre’ y a su ‘realidad’, tal como lo expresa en forma irrefutable J. Bleger; y de este modo se me hizo posible deshacerme de la concepción tradicional del “hombre aislado”, “natural” y “abstracto”, y dar así un giro decisivo en la visión de la relación individuo/sociedad.

Esta vertiente psicosocial, insisto, se basa en una diferente concepción del hombre y su mundo; diferente de la clásica en tanto visualiza al hombre inmerso en, e indisociable de su contexto socio-cultural e histórico: ‘el hombre en situación’, términos que Pichon Rivière toma de K. Marx y J. P. Sartre; y que Bleger, como ya fue mencionado, deslinda con singular claridad en el capítulo recién citado. El hombre siempre vive – por su peculiar naturaleza – en sus más diversos grupos de pertenencia; sea o no consciente de ello. Esta decisiva voltereta filosófica – ideológica me abrió el paso para aplicar el modelo del ‘grupo operativo’ – desarrollado por Enrique en su famosa Experiencia Rosario de 1958, con la colaboración de J. Bleger, D. Liberman y E. Rolla (Pichon Rivière) – a los grupos ‘terapéuticos’, contando con la guía y ayuda invalorable de N. Espiro. Esta etapa de mi incursión en la psicoterapia grupal y su resultante están reflejadas en 3 trabajos donde la impronta Pichoneana es evidente, y decisiva”.

VERTIENTE PSICOSOCIAL DEL PSICOANÁLISIS: EL HOMBRE EN LA “REALIDAD HUMANA”

“Pese a percibir la falacia de la oposición dilemática entre psicología individual y psicología colectiva, su apego a la “mitología” del psicoanálisis, la teoría instintivista, y el desconocimiento de la dimensión ecológica, le impidieron formularse lo vislumbrado, que toda psicología, en un sentido estricto, es social” (resaltado del autor). Este comentario crítico de Enrique con el cual se diferencia de la postura de Freud en ‘Psicología de las Masas y Análisis del Yo’ y que intencionalmente utilizo como epígrafe de esta sección, sintetiza, a mi entender, un punto esencial de su postura y de las limitaciones formativas que le adjudica al propio creador del psicoanálisis. Y, así, esta corriente psicoanalítica psicosocial de nuestro medio constituye el amplio marco referencial en el que tiene lugar la producción psicoanalítica inspirada en su pensamiento, esencial para dar una aceitada coherencia lógica a dicha producción.

Por mi parte me impulsó a dar un nuevo paso en mi reflexión; reflexión fuertemente atraída por una perspectiva que podría considerarse laxamente ‘antropológica’ en tanto pretendo agregar una fundamentación de esa disciplina – la antropología – al basamento más filosófico-ideológico que inspiraron a Pichon Rivière y a Bleger; perspectiva que apunta a dar cuenta de lo que más arriba llamo “peculiar naturaleza” y que entiende al hombre como un habitante del ‘ecosistema humano’; ecosistema conformado por una realidad ‘construida’ y no por la realidad ‘dada’, como es el mundo natural en el cual habitan los demás seres biológicos. Estos últimos nacen, viven y mueren en las azarosas vicisitudes de la ‘realidad natural’ movidos en forma casi exclusiva por la dotación instintiva; en cambio el homo-sapiens moderno – eso somos – construye la realidad a través de una manipulación orientada al dominio y el usufructo de la naturaleza; y, por sobre todo, de la secuencia interminable de ensayos de imperfectos sistemas (o contratos sociales) de convivencia; imperfectos justamente por ser construidos: el complejo y heterogéneo sistema social y el patrimonio cultural acumulado que conforman la realidad humana.

He aquí lo que denomino “laxamente antropológico”: en tanto que nacemos prematuros y, consecuentemente requerimos obligadamente una prolongada asistencia del entorno humano para lograr la supervivencia, nuestra dotación instintiva es temprana y radicalmente modificada por esa impronta sociocultural que el neonato recibe a través de ese entorno: ¡debemos aprender a vivir! Y así, de los automáticos instintos animales solo nos queda apenas el poderoso vector pulsional de las ‘necesidades´ y el dispositivo de la angustia para detectar los peligros, también radicalmente modificado. En consecuencia, el humano requiere un sofisticado ‘órgano’ virtual: el ‘psiquismo’, para lidiar con la realidad humana; psiquismo que en el reino animal es casi innecesario.

Designo ‘aprender’ en un sentido no puramente escolar, sino vinculado a la prolongada crianza que requiere la criatura humana antes de poder alcanzar alguna capacidad adaptativa en el altamente complejo y exigente mundo de la realidad humana; y que en el psicoanálisis ese ‘aprendizaje’ está especialmente estudiado en el recorrido evolutivo atribuido al desarrollo psicosexual. Tanto la insanable imperfección de la construida realidad humana, como las infinitas variables de la crianza (aprendizaje) determinan, no solo las constitutivas ‘diferencias’ entre los hombres, sino también su inevitable vulnerabilidad. Vulnerabilidad que se traduce en ‘padecimiento’; padecimiento que puede afectar alguna o varias de las 3 áreas de expresión de la conducta: mente, cuerpo y mundo externo. Por consiguiente, recurriendo al léxico Freudiano, tanto el ‘Malestar en la cultura’ (1930) como el ‘Infortunio ordinario’ (1895), es decir, el conflicto en el plano colectivo o en el plano individual es inextinguible, y los equilibrios trabajosamente logrados son siempre precarios.

Concluyendo, el humano es una criatura biológica altamente diferenciada, ‘única’ entre todos los otros seres biológicos; esto siempre fue sostenido, especialmente por las religiones que también se sustentan en esa extraordinaria diferencia como prueba de la ‘creación divina’. La ciencia antropológica, sin embargo, nos provee también de explicaciones convincentes; y que, además para algunos, nos permiten soslayar las ‘creencias’.

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