Por Hernán Andrés Kruse.-

“Se sostiene a menudo que en esta primera estancia europea Sabato escribió su primera ficción. Cuenta con alrededor de 25 años, pero ya la experiencia recorrida apunta hacia un rumbo. Necesita escribir sobre él. Ya lo apunta Dostoievsky en Memorias del subsuelo: “¿De qué puede hablar un hombre honesto con la mayor satisfacción? Respuesta: de sí mismo”. La ficción llevó por título tentativo “La fuente muda”. Lector de Antonio Machado, poeta melancólico y trágico, tomó Sabato aquellos versos: “Está la fuente muda, está marchito el huerto”. La novela será abortada. Suena más creíble que tardó un tiempo, un par de años, en escribirla, cuando de nueva cuenta se halle en París en 1938 en condiciones más favorables y frecuente el último estertor del surrealismo.

Nunca se sabrá de ella como texto terminado, pero la revista Sur publicará un largo extracto en noviembre de 1947. En este valioso capítulo, poco conocido, se encuentran ya las preocupaciones fundamentales de lo que tratará toda la novelística posterior. Pero aquí no se trata de los mansos fantasmas del mal del pasado: la ignorancia a la que aludía Sócrates o la imperfección que señalaba Leibniz o la contradicción de Kant. “Desde los griegos —razona Sabato—, por lo menos, se sabe que las diosas de la noche no se pueden menospreciar, y mucho menos excluirlas, porque entonces reaccionan vengándose en fatídicas formas […]. Y lo grave, lo estúpido es que desde Sócrates se ha querido proscribir su lado oscuro. Esas potencias son invencibles. Y cuando se las ha querido destruir se han agazapado y finalmente se han rebelado con mayor violencia y perversidad”.

El interés de Sabato estará posicionado en la tierra oscura del daño y de sus extremos. El Sabato de Abaddón el exterminador, la “novela total” de 1974, tercera y última de su carrera, está expuesto como embrión en este capítulo. El argumento de “La fuente muda” ya lo ofrecía Gilbert Keith Chesterton en El hombre que fue jueves, mencionado en el inicio de aquel capítulo. Lo más natural, la conspiración más natural, pasa inadvertida. El escritor inglés no es una referencia azarosa, es una alusión clarísima a las preocupaciones metafísicas, que son eternas e inherentes a la condición humana. El hombre que fue jueves no sólo es una novela policial. Usa el artificio de la conspiración para dotar la trama de la novela.

Pero la ficción de Chesterton es una interrogación. Es distinguible que Sabato arroja una clave de lectura. Un ajuste de cuentas en el interior de una secreta organización revolucionaria da inicio a “La fuente muda”. Personaje principal del relato, Carlos, el hombre al que se le ha encomendado la ejecución y alrededor del cual gira en gran parte la historia, dice: “Es un simple acto de autodefensa proletaria”. Los motivos y los móviles de la ejecución son el pretexto para Sabato de su tratamiento novelístico de aquello que le preocupa. ¿Qué asunto en el límite, como sostiene Karl Jaspers, no es sino un ajuste de cuentas, un crimen? Aquellos personajes que se enfrentan a la muerte o están en el borde. ¿No es Carlos un fanático revolucionario? ¿No son todos los revolucionarios unos irremediables fanáticos?

Aquello que le preocupa a Sabato son los móviles y los rostros de las pasiones y sus extremos. ¿No son las pasiones, en la transgresión de los límites, sino un rostro claro del “demonio”? Sabato escribe: “Lo arrastraron hasta el charco, mientras gritaba y se agitaba como un loco. Con gran esfuerzo le hundieron la cabeza en el agua barrosa. El muchacho adquirió entonces una fuerza sobrehumana, se retorció furiosamente y logró todavía sacar la cabeza y gritar, con la boca llena de barro, con una voz que ya no era la de él: “¡Mamá! ¡Mamita mía!”. Con tremendo esfuerzo le hundieron nuevamente la cabeza en el barro y sus gritos se ahogaron. Sólo se oía una especie de gruñido sordo. El cuerpo se retorcía con una fuerza gigantesca. Pero poco a poco fue cediendo hasta que, finalmente, su cuerpo se aflojó y cayó sobre el charco, inerte. Esperaron un largo rato, sin decir nada. Cuando vieron que no se incorporaba más, aflojaron los brazos, se enderezaron y se miraron”.

¿No intentó Sabato ahogar a su hermano menor? ¿No huyó Sabato de la “fuerza gigantesca” con la que operaban los artífices del comunismo? En pleno ascenso de los procesos de Moscú, ¿no hubiera acabado Sabato en Siberia de haber pisado la urss? ¿No es el escritor un testimonio de su propia realidad? ¿No es éste el llamado “acto de compromiso”? ¿Aquel de hablar del mundo mediante lo que realmente conoce, vive y le atormenta? Como decía Søren Kierkegaard: “Se alcanza la universalidad indagando en nuestro propio yo. Entre más se hunde el sujeto en sus abismos, más se descubre al otro, es un movimiento de intersubjetividad”.

Reflexiones metafísicas aparecerán en la ficción sobre el mundo y sobre la vida. La ejecución no fue sino el enfrentamiento de la madre —la vida— contra la muerte. Observación metafísica que desarrolla Carlos, el asesino intelectual: Ese muchacho era un delator pero era también un ser indefenso en medio del barro, un ser necesitado de madre, de una madre que era indefensa, remota, ignorante de esos instantes preciosos en que el gran enemigo se llevaba a su hijo. En otro lugar, en su niñez, Carlos gustaba de estar en un cuarto donde veía imágenes de un general. Unas instantáneas de una historia que contaba su abuelo, descendiente del coronel Sullivan, compañero de armas de San Martín.

En ese cuarto Carlos observaba tres cuadros. En el primero estaba un hombre negro y feo pero bien vestido, en el interior de un salón. En otro estaba el mismo hombre besando la mano de una señorita muy hermosa y había un señor medio escondido detrás de una puerta que los espiaba. Un tercero, donde estaba el negro matando con un puñal a la señorita que estaba acostada en una gran cama que parecía una casita y el negro estaba como una fiera. Es la historia de una tragedia: “el hombre fue chantajeado. Creyó los rumores sobre que su mujer le engañaba con su mejor amigo y el hombre, dominado por los celos, resolvió matarla a puñaladas”. ¿No advierte ya este pasaje la composición del drama en el que estará envuelto Juan Pablo Castel, el personaje principal de El túnel? ¿No es el drama de este pintor cuyos celos e imposibilidad de comunicación lo carcomen y lo orillarán a hundir el cuchillo, una y otra vez, en el vientre de María Iribarne, su amante?

En la ficción, la madre de Carlos sufre por y con su hijo. La madre especula si el mismo nombre de Carlos, que le puso a otro hijo que murió, es el responsable de sus extraños comportamientos, como el sonambulismo, y de su extremada sensibilidad” (Sabato). En sus intentos de desciframiento, ¿no está Sabato novelando ese acto de nombrarse Ernesto tal cual lo resolvió su madre, el mismo nombre que su hermano inmediatamente mayor, “Ernestito”, muerto a los dos años de vida? En otro momento, Carlos niño quería saber cómo era Dios. Las preguntas de Carlos son tan graves como fundamentales: ¿Dios es como un hombre muy grande? ¿Y si uno piensa cosas malas, qué hace Dios? ¿Y cómo castiga Dios? ¿Y a los que hacen cosas buenas Dios los premia? ¿Y cómo los premia? ¿Es bueno ser pobre? ¿Prefiere Dios a los ricos? (Sabato). “La fuente muda” concluye con la narración simultánea de un sueño de Carlos cuando niño.

No es un error concebir esta última parte del relato como el primer intento del tratamiento de una tierra amorfa. Carlos es un sonámbulo. ¿No fue Sabato un niño sonámbulo? ¿No fue uno que sufría de noche y le aquejaban las pesadillas? Una primera narración describe, desde afuera, el periplo del sonambulismo. Aparecen unos diálogos sobre la Segunda Guerra y al final el encuentro con un personaje secundario que recuerda que Nina, la madre, tiene un hijo sonámbulo a quien, con los ojos alucinados, lleva de los brazos a su casa. La otra narración es surrealista. El periplo del sueño es una alucinación. No hay intención alguna de hacer pausas de escritura, sino una recreación vivencial a partir de un largo aliento. Esta última composición escritural del texto, el desprecio por la claridad y lo circunspecto, advierte que Sabato ha intimado con los surrealistas y abreva de sus formas. Sugiere que los años de escritura de “La fuente muda” fueron los últimos de la entreguerra, e incluso posteriores.

En atención a este texto, se puede advertir desde ya el tipo de preocupaciones filosóficas y espirituales que viven en su ficción. Si la atracción de Sabato hacia el último estertor del surrealismo fue casi de modo natural, y en consideración de que el interés del surrealismo recayó en lo feo y lo sádico, el suicidio y la soledad, lo misterioso y el remoto pasado, el surrealismo le encendió la flama, dramática y violenta, de su lado más oscuro y ambiguo. “En el periodo del Laboratorio coincidió con esa mitad de camino de la vida en que, según ciertos oscurantistas, se suele invertir el sentido de la existencia. Durante ese tiempo de antagonismos, por la mañana me sepultaba entre electrómetros y probetas, y anochecía en los bares, con los delirantes surrealistas. En el Dôme y en el Deux Magots, alcoholizados con aquellos heraldos del caos y la desmesura, pasábamos horas elaborando “cadáveres exquisitos” (Sabato).

En 1936 Sabato regresa de manera clandestina a Buenos Aires. Para él terminó la aventura revolucionaria. No fue un comunista de sala de lecturas o de café. Retoma los estudios de ciencia en la Universidad de La Plata. Jorge Federico, su primer hijo, nace el 25 de mayo de 1938. La Revista Astronómica, editada en la capital argentina, publica en 1937 una monografía suya titulada “Cómo construí un telescopio de ocho pulgadas de abertura”. Obtuvo el grado de doctor en ciencias físico-matemáticas por la misma universidad en 1938. Nadie sospechará que ese mismo año, cuando el profesor Houssay, premio Nobel de Fisiología en 1947, le otorgue una beca de todo un año para trabajar y estudiar en el Institut Curie en París, el contacto con el surrealismo precipitará su desencuentro con la ciencia.

Instalado con su mujer y su hijo en Francia, se dedica a las radiaciones atómicas. Renta un departamento en la Rue du Sommerard. Presencia la inmediatez de la fragmentación del átomo de uranio de 1938, acontecimiento que dividirá a la humanidad en dos a propósito de la bomba atómica. A la manera del doctor Jeckyll y míster Hyde, Sabato será un físico de día en París pero por las noches frecuentará a los surrealistas. Situado en las antípodas de la ciencia, el surrealismo, la patria de la sinrazón, de la noche y del inconsciente, de los mitos y de los símbolos, pondrá bombas definitivas a los cimientos de su relación con aquella límpida catedral. En París la vocación literaria de Sabato retoma sus fueros. No serán pocos los escritores latinoamericanos que la despierten o la cultiven en Europa. No son pocos los que sostienen que París fue la meca literaria del siglo xx.

Fue el pintor canario Óscar Domínguez, encarnación viva del surrealismo, alcohólico y generoso y con quien afianza una profunda amistad, quien le sugirió que abandonara “esas tonterías” —pruebas de radiación atómica— que estaba haciendo, para dedicarse a pintar. No cederá con respecto a la pintura, pues le gusta el dibujo, pero la lleva a cabo junto con la escritura de ficción. Nadie sabrá que el argentino se dedicará con furor a la pintura los últimos 20 años. Por otra parte, el affaire que sostuvo Sabato con una aristócrata rusa, por esos años, provocó el alejamiento de su mujer. “Recuerdo la tarde en que la dejé en París, para irme con una mujer que había sido condesa en los años previos a la Revolución Rusa. La agitación que vivía durante el periodo surrealista era tal que, finalmente, abandoné a Matilde en el puerto, con el pequeño Jorge en brazos, cometiendo un acto horrendo que jamás ha dejado de atormentarme” (Sabato).

Estallada la Segunda Guerra, alejado de París y tras una breve estancia en el Massachusetts Institute of Technology —donde publicó un trabajo sobre rayos cósmicos—, empujado por el surrealismo, le explotó aquella intuición de tiempo atrás de abandonar la ciencia. A su regreso a Argentina en 1941, se desempeña como astrofísico y en los cursos de doctorado en La Plata enseñará física de Einstein o teoría de la relatividad. Tocó la cima de esa impresionante torre llamada ciencia pura, ese recinto de la razón y del mundo diurno o de los conceptos puros. Abandonará la ciencia cuando se difunda su primer libro de ensayos, Uno y el universo (1945). Sumaba 33 años cuando, en un rancho en la provincia de Córdoba, al lado de su mujer y de su hijo, sin luz eléctrica y sin calefacción alguna ni agua potable, se refugió todo un año para sentarse a escribirlo. Primer ensayo publicado en la trayectoria, fragmentario y de aforismos.

Para ponderar sobre lo escrito, de algún modo le favorecerá que Perón en el poder hostigue y despida, si eran profesores, a la intelectualidad crítica y disidente de su gobierno. Sabato lo era. Perón los acosará durante sus dos periodos presidenciales consecutivos (1945-1951 y 1952-1955), hasta que el golpe de septiembre de 1955 lo derroque y el líder resuelva marchar al exilio en España. No es un misterio que la intelectualidad opositora haya apoyado el golpe, Sabato incluido. Uno y el universo no sólo le mereció el premio que otorga la Ciudad Autónoma de Buenos Aires al mejor libro publicado ese año, sino también la crítica furiosa de sus pares. Houssay le retirará el saludo. Algunos tratarán de disuadirlo e irán a verlo a la sierra de Córdoba pero no abdicará de la decisión.

Le costó cerca de un lustro el arrojo del abandono. Renunció a la ciencia para dedicarse por entero a escribir. No fueron escasos ni ligeros los razonamientos que esgrimió Sabato para el incendio de sus barcos. De honda naturaleza filosófica y metafísica, las primeras páginas de Uno y el universo ofrecen una buena serie de ellos. ¿Podrían ser de otra índole? Este primer ensayo es un testimonio de un tránsito, no sólo de una renuncia. ¿Qué clase de significación social está contenida en esta decisión? La resolución está conectada con la principal crítica social que se ha hecho al capitalismo como sistema social desde el siglo xviii por lo menos. No es la decisión de Sabato la única en su especie ni pasa como original, pero se encuentra entre las radicales o las certeras en cuanto al ejercicio de la crítica. La renuncia semeja, si se mira de cerca, a un grito de horror frente a cómo la ciencia y sus aplicaciones técnicas destruyen sobre todo los lazos sociales (Durkheim).

El historiador húngaro Karl Polanyi dedicó todo un libro, La gran transformación, a demostrar que al capitalismo de libre mercado le interesa más bien poco la suerte de los humanos. Si Sabato encarnó una defensa de las bajas pasiones que habitan en el hombre cuando cinceló dos de sus personajes de ficción más conocidos, el pintor Castel y el asaltante de bancos, lector de Hegel, Vidal Olmos; si Sabato, además, postuló la ficción como medio por el cual el hombre de nuestro tiempo podía encontrar una suerte de salvaguarda frente a los “tiempos de crisis”, caracterizados por los efectos negativos y no previstos del industrialismo, la técnica y la adoración por la técnica en las relaciones sociales; si Sabato, asimismo, rechazó el género clásico policial por endiosar a la razón en el terreno literario; si Sabato, en resumen, concentra todo lo anterior, es porque fue un decidido exponente de las contradicciones del hombre en el género de la novela del siglo xx.

En Sabato hubo una reivindicación de la ensayística para encauzar, profundizar o contornear su obra, así como su crítica y pensamiento. Ya desde 1941, gracias al vínculo reactualizado con Henríquez Ureña, y a expresa invitación de José Bianco de publicar con regularidad, Sabato se desempeñó como colaborador de la prestigiosa revista Sur. Reseñó La invención de Morel de Bioy Casares y realizó un par de traducciones del francés al español. Prologada por Borges, La invención de Morel le sirvió a Sabato para polemizar con el género policial al ironizarla con la expresión “geometrización de la novela”. A diferencia de Borges y de muchos otros, Sabato reniega de los juegos de ingenio o, como decía Kant, del uso privado de la razón por medio de un detective. Hombres y engranajes (1951) abundará en los juicios críticos hacia la ciencia. Aunque separados por seis años en cuanto a la publicación se refiere, los dos ensayos confirman que Sabato es una expresión destacada en este género.

¿Es el ensayo un género literario? Fue Georgy Lukács quien en 1911 identificó y reivindicó la ciudadanía artística del ensayo. Un género que ha sido un verdadero campo de cultivo desde la Patagonia hasta el río Bravo durante los siglos xix y xx. En la ensayística de Sabato se reconoce de inmediato claridad argumentativa y potencia en la metáfora, brevedad y consistencia, crítica mordaz y vivencia intelectual. Un ars combinatoria, como decía Max Bense, entre la crisis de nuestro mundo y el arte de la crisis. Sabato observa rostros o movimientos de la ciencia pura que son objetos de su crítica punzante. No expresa la crítica como un improvisado ni como amateur de la ciencia. Tampoco como resentido. La sostiene un físico, quien fuera físico, que tocó las últimas fronteras del campo. Un ex físico que reconoce a la ciencia la capacidad de autocrítica y la rigurosidad, quizás imprescindibles motores de sus avances y de sus logros, acaso interiorizados en Sabato, lo que lo orillará a la renuencia de publicación.

Porque es abstracta, la ciencia pierde en contenido. Lo que gana de pureza conceptual extravía lo impuro. Procesa magnitudes de onda, por ejemplo, con el canto de un pájaro. Registra una variación en los grados de temperatura, pongamos, cuando dos cuerpos se aman. Mide la frecuencia de los decibeles, digamos, cuando el padre reprende a su hijo. Prohibido tiene la ciencia, en cambio, la digresión si era una melodía para lo primero. Poeta como era, Borges se preguntaba si el canto de unos pájaros lo interpretaban los sirios de siglos remotos de igual modo que nosotros ahora. Vedado lo tiene la ciencia si era una pasión para lo segundo o si era el aplastamiento de una suerte de rebelión en la mesa familiar para lo último.

No pese a que es abstracta, sino a causa precisamente de su abstracción, la ciencia busca sentencias cada vez más universales, cuya jurisdicción sea cada vez mayor, aquí en la tierra como en el cielo. Esta innegable virtud es al mismo tiempo su pecado. No tiene vínculos concretos con la carne y el hueso del hombre. El habla cotidiana, lo local, lo comunitario, los lazos inmediatos y las pasiones, las fantasías, la angustia y los instintos, la carne y el espíritu, la muerte o Dios. Todo lo fundamental que hace al hombre ser hombre. Su evidente abstracción, de geodésicas y algoritmos, no sólo la desconecta de lo humanamente concreto, sino que la ciencia pura se aparece frente al hombre de manera ininteligible. Sin duda, el hombre podrá usufructuar y al mismo tiempo padecer las aplicaciones técnicas, poderosas e imperiosas.

Pero el hombre ya no entiende todos sus misterios. Como los milagros, la ciencia es un misterio para él. Una sensación de abandono y de desconfianza, de incertidumbre y de desfallecimiento, de perplejidad o de orfandad y de destrucción. Pregúntenles, si no, a la bomba atómica y a los campos de concentración. La ciencia pura no le basta a Sabato. Es imposible que sea capaz de sumergirse en la condición humana, de ponderar un juicio: ni todo execrable ni todo admirable. La humana búsqueda del universo platónico se hace imposible para hablar del mundo de la condición del hombre. Contradictorio e impuro, las propiedades que ya Heráclito de Efeso le adjudicaba al movimiento. Aunque le aterra su poder, no es el de Sabato un desprecio de la ciencia.

El del escritor es un llamado a no buscar en ella lo que no puede ofrecer. Es una advertencia para no endiosar a la razón pura. A tasarla en su justa y adecuada dimensión. La razón pura sirve para la demostración de un teorema o para la construcción de un puente. No se sigue, sin embargo, que la condición humana opere con base en razones puras o que lo haga únicamente por medio de ellas, o de aquellas otras variantes que no dudan en postular que el alfabetismo o la electricidad ratifican la conducta inherentemente racional. Basta mencionar la Alemania de Hitler, país civilizado y culto, que desató el infierno. Lo ambiguo, lo terrible, lo metafísico, no sólo la razón, forman parte también del hombre. Con los grados de alfabetismo no se puede sustraer la sinrazón, los celos y la envidia, la ambición y los deseos, las pasiones y los símbolos, los mitos y las cavilaciones metafísicas.

Si bien Sabato cultiva el ensayo, es la ficción el terreno por excelencia donde habrá que encontrarlo. Habrá que descifrarlo en sus personajes de ficción, en esa tierra oscura y amorfa donde Sabato intentó desentrañar el asunto humano. Porque el ensayo se hace sólo con razones puras, aunque concienzudamente busca la frase bella o cultive la metáfora, la ficción da un paso más adelante. A manera de doble nacionalidad, la novela que hace Sabato tiene raíz en la razón y en la investigación de las bajas pasiones o las cavilaciones metafísicas. Buscó una suerte de síntesis de los dos opuestos. Los personajes de Sabato expresan ideas, dialogan, ensayan o filosofan. Casi todos son personajes intelectualizados y todos expresan sentimientos y tribulaciones, algunos con mayor claridad que otros. Los dilemas de Castel o Vidal Olmos son opacos e inmorales.

La ficción de Sabato busca la investigación de estos dos polos opuestos; por eso mismo sus novelas buscan la totalidad. No del todo El túnel, porque su incursión está cargada hacia el lado oscuro. Jaspers sostenía que los grandes dramaturgos de la antigüedad vertían en sus obras un saber trágico, que no sólo emocionaba a los espectadores, sino que los transformaba. De algún modo eran educadores de su pueblo. Pero, añade Jaspers, ese saber trágico se transmutó en fenómeno estético, y tanto el auditorio como el poeta abandonaron su grave seriedad primitiva, para proporcionar imágenes sin sangre. Con sus novelas, Sabato se ha propuesto la producción de ese saber. Es imposible leerlo sin advertir que estamos frente a la revelación de algo grave. Se lo propuso Sabato y quizá lo haya logrado. Sin duda depende también de los lectores, de ese auditorio que quiera volver, que esté preparado para descifrar lo grave, y para que el ejercicio de lectura le transforme la (visión de la) vida”.

(*) Fernando Rodrigo Beltrán Nieves (Universidad Nacional Autónoma de México): “Ernesto Sábato: un retrato biográfico (Revista Mexicana de Sociología-Volumen 79-Número 4-2017-Distrito Federal-México).

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