Por Hernán Andrés Kruse.-

El 21 de junio se cumplió el septuagésimo octavo aniversario del nacimiento de un distinguido filósofo, profesor y escritor español. Fernando Savater nació en San Sebastián el 21 de junio de 1947. Ejerció la docencia en diversas universidades y en el otoño de 1973 no le fue renovado su contrato en la capital española, lo que fue interpretado como una vendetta política. Luego de la caída de Franco enseñó Ética en la Universidad del País Vasco. En 1976 publicó un ensayo titulado “La infancia recuperada” en el que defiende la relevancia de la ficción novelada y la pasión de contar, contraponiéndola a la rígida narrativa comprometida con la experimentación lingüística y estructural. En 1979 publicó “Criaturas del aire”, en la que populares personajes como Tarzán, la Bella Durmiente y Drácula, entre otros, monologan sobre temas que hacen a la esencia de la vida humana: el destino, la violencia, el amor y la muerte. En 1981 escribió su primera novela (“Caronto aguarda”). Dos años más tarde, publicó “Venta a Sinapia” y en 1985, “Guerrero en casa”. Fue  autor del periódico “El País”, desde su origen hasta su despido a comienzos de 2024. Fue un activo militante político. Apoyó a Unión Progreso y Democracia de su aparición hasta las elecciones generales de España de 2015, a Ciudadanos-Partido de la Ciudadanía desde dichas elecciones hasta las elecciones generales de 2023, y al Partido Popular desde julio de 2023 hasta el presente (fuente: Wikipedia, la Enciclopedia Libre).

Buceando en Google me encontré con un ensayo de Juan Malpartida (Universidad de Sevilla-España) titulado “Política en Fernando Savater” (ARAUCARIA-Revista Iberoamericana de Filosofía, Política y Humanidades-2007). Destaca la esencia liberal del pensamiento político de Savater.

“Creo que en el centro de las preocupaciones políticas de Fernando Savater encontramos fácilmente un concepto que supone una realidad fuerte: la sociedad civil, es decir, al ciudadano en la acción individual o conjunta, en la que se busca la consecución de un deseo que compete a parte o al todo del conjunto social, en la determinación de los otros o en la recepción de las acciones de las que puede ser, en principio, sujeto pasivo. Por esto, no es extraño que sea la ética su preocupación mayor como filósofo, porque ésta nos sitúa ante nuestras expectativas y ante los límites míos y de los demás. ¿Qué debo hacer o no hacer? ¿Qué es lo propio y lo impropio de mí? Nada más esbozado este planteamiento parece claro –y me temo que voy a adelantar una conclusión– que Savater entiende que la sociedad existe para desembocar en el individuo, porque el fin último de la imaginación política ha de ser la libertad y el bienestar de la persona, de cada cual.

Esa premisa de perfil individualista que el pensamiento anarquista ha exaltado (también cierto liberalismo), no supone la negación de la sociedad sino su afirmación. Al igual que, como nos enseñó Wittgenstein, no hay lenguajes privados, idiotas – aunque sí idiotas que hablan en exceso, añado– tampoco hay individuo por sí mismo y en sí mismo. Incluso aislado, es la consecuencia de un mundo social. La importancia en términos de excelencia de dicha sociedad dependerá del grado de autonomía de los individuos, al igual que la excelencia de esos individuos dependerá del grado de acción que puedan ejercer en lo social según las circunstancias. Una sociedad como la comunista se halla profundamente estructurada sobre la abolición del individuo, reducido éste a una función de fortalecimiento del Estado; una sociedad de acento individualista o atomizadamente grupal (creo que algunos momentos de la historia de España, o de la Argentina), padecerá carencias en instituciones, normas y aspiraciones de bien común a causa de la falta de reconocimiento, en mi individualidad, de la dimensión social que me constituye.

Savater se ha decantado desde sus primeros escritos con voluntad política –es decir, desde sus primeros escritos– en afirmar su amor por lo autogestionario, por la sociedad de los individuos, por la política de los ciudadanos. Buen conocedor del pensamiento del siglo XVIII francés e inglés, la palabra ciudadano se convierte en Savater en un ariete contra la noción de pueblo, raza y cualquier noción estamental basada en una supuesta información natural o deducida del imperativo de lo necesario. Nuestros derechos fundamentales son demandados e imaginados en función de nuestra ciudadanía –no de la noción de raza o conjunto de características folclóricas–; y alcanzarán, en su aspiración más honda, a cualquier otro país, es decir allí donde haya seres humanos. Es el acto de luchar en nombre de los derechos del hombre y no del pueblo, la raza o la historia, lo que otorga sentido profundo y universal a las demandas. Lo cual no impide –todo lo contrario, facilita– la defensa de peculiaridades, porque lejos de ser las que fundamentan son, en realidad, las que necesitan ser fundamentadas, es decir, asistidas de alguna razón.

Aunque las ideas políticas de Savater han ido discretamente cambiando (expresadas con claridad, pero sin que se haya entregado mucho a analizar el pathos de sus transformaciones, ni siquiera en sus Memorias), no ha perdido el espíritu de su vieja afinidad libertaria, y en ella late la vigilancia por lo irreductible de la persona, esa realidad más allá o más acá de toda noción abstracta, que durante el siglo XX ha sido enajenada en función del individuo revolucionario, de la misión del Estado o de la acuciante sospecha policial al servicio de este o aquel dictador. Si De Maîstre sólo veía italianos, franceses o españoles por todas partes, Savater no puede ver sino personas que no tardan en revelar una dimensión política, en su sentido más amplio, aquélla que nos relaciona con los otros y con el tejido que, más allá de esta o aquella nación, formamos.

A diferencia de otros pensadores españoles más o menos contemporáneos suyos, en Savater la influencia marxista (directa) es apenas determinante. Es cierto, por otro lado, que si retrocedemos mucho en su bibliografía encontraremos una disminución del interés por la democracia, pero no es menos cierto que buscaremos en vano exaltaciones comunistas. Ni la China de Mao ni la URSS, tampoco la Cuba de Castro (escribo con pocos libros de Savater a mano, y quizás alguien encuentre algún gesto entre sus numerosos artículos, que no harán sino confirmar su débil o nula presencia). Hay que decir, por otro lado, que en 1975, fecha de la muerte de Franco, en España había pocos demócratas, quizás porque la oposición al franquismo se había hecho, sobre todo, desde la izquierda radical (PC), que había unificado y organizado el deseo de acabar con la dictadura, aunque ese deseo no supusiera, una vez que pudo decir su diverso y verdadero nombre, un perfil comunista. Desde las primeras elecciones en España, esto quedó claro, antes de la hecatombe del comunismo soviético y la diáspora y enmascaramiento posterior de la izquierda más ideológica.

La evolución de Savater en este sentido ha sido clara: una defensa cada vez más decidida de la democracia como forma de Estado que permite o puede permitir la mayor variedad de ideas e instituciones políticas, así como de derechos. Discretamente pacifista (aunque antimilitarista convencido desde sus inicios reflexivos), se opuso a la entrada de España en la OTAN, pero comprendió que había que luchar desde ella contra la invasión de Kuwait por Sadam Husein. Ciertamente, su pacifismo es contradictorio, o difícil de aceptar (al menos por mí): porque no hay forma, ni la ha habido nunca, de convivir sin armas y ejércitos, directa o indirectamente, sólo que debemos vigilar el presupuesto que se le dedica y el uso que se hace de ellas (aunque ya sabemos para qué son), además de sujetar su fuerza a la voluntad de los votantes. Sin policía (esa forma de ejército para la ciudadanía) la ETA, por no hablar de las intenciones solapadas de cualquier vecino de su vecino, habría tomado Euskadi, y tal vez Navarra, aunque quizás los navarros se habrían armado por cuenta, por si…

Pero su lucha antimilitarista quizás hay que entenderla en línea con la crítica continuada de lo coercitivo, que guarda cierta afinidad a veces con Michel Foucault; o con alguien más cercano y ahora olvidado, Agustín García Calvo, cuya crítica de las instituciones, de origen anarquista, rigurosa como un silogismo, pero sin pies con los que apoyarse, alguna vez despertó su interés. A través de las lecturas –nunca aceptadas con servilismo, siempre ajeno a una visión total– de Theodor Adorno, Max Horkheimer, Herber Marcuse, Cornelius Castoriadis, Claude Lefort, Jürgen Habermas y otros, Savater ha dialogado –y sufrido parciales influencias– con el marxismo, pero también con Hegel, sin dejar oír las irreductibles meditaciones de Schopenhauer y Nietzsche.

Hay que insistir que Savater, que en el fondo y en la superficie es un escritor, y un gran lector de literatura, con especial predilección por la novela y el cuento, nunca ha soslayado la vasta realidad de las preguntas de la vida, y por lo tanto ha frecuentado la literatura irónica, de Luciano de Samosata a Jarciel Poncela pasando por Bernad Shaw, y la fértil tradición filosófica reaccionaria, a la que pertenecen los mencionado, Joseph de Maîstre y Émile Cioran (aunque éste sea siempre, y sobre todo, mucho más), sobre los que ha escrito páginas memorables.

Lo que quiero decir –sin entrar demasiado en ello, porque nos llevaría a un estudio exhaustivo que otros con más competencia que yo harán– es que Savater nunca ha cedido a la visión total, ideológica, religiosa, fuese en nombre del materialismo dialéctico o de la utopía anarquista. De hecho su defensa de la libertad es de signo negativo y por lo tanto encuentra su tradición más continuada en el liberalismo: permitir al individuo hacer lo que quiera siempre que no afecte (restrictivamente) la libertad del otro; restringir la autoridad más que disponer de ella. Aunque cada vez más escéptico en lo que respecta a lo colectivo (sin que haya ganado en entusiasmo respecto a los particulares), hay que recordar que al joven Savater no le fue ajena la idea de revolución, desde una perspectiva libertaria que probablemente tenía poco que ver con la política”.

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