Por Hernán Andrés Kruse.-

El 23 de junio se cumplió el tricentésimo quincuagésimo séptimo aniversario del nacimiento de un eminente filósofo de la historia napolitano. Giambattista Vicco nació en Nápoles el 23 de junio de 1688. Antes de ingresar a la universidad había leído a Pedro Abelardo y Paulo Veneto. Pese a que aspiraba a una cátedra de jurisprudencia debió conformarse con enseñar retórica. Fue fundamental en su formación intelectual el rol que ejerció de preceptor en el hogar del marqués de Rocca (castillo de Vatolla in Cilento). Ello le permitió, entre 1689 y 1695, hacer uso de la imponente biblioteca de su huésped en la que se encontraban autores de la talla de Agustín de Hipona, Ficino, Pico Della Mirandolla, Giovanni Botero y Jean Bodin. Su obra más relevante fue “Ciencia Nueva”, cuyo objetivo es organizar de manera sistemática las humanidades, haciendo de ellas una única ciencia que registre y explique los ciclos históricos, es decir el origen, desarrollo y decadencia de las sociedades. Su filosofía de la historia influyó sobremanera en autores relevantes como Montesquieu, Comte y Marx. La originalidad de su pensamiento hizo que durante el siglo XX fuera valorado por Benedetto Croce, Isaiah Berlin, Harold Bloom, Ángel Faretta, Vicente Risco, Hayden White, María Zambrano, Leonardo Castellani y Jorge Luis Borges (fuente: Wikipedia, La Enciclopedia Libre).

Buceando en Google me encontré con un ensayo de María Luisa Bacarlett Pérez (Universidad Autónoma del Estado de México) titulado “Giambattista Vico y los antecedentes del paradigma comprensivo” (Convergencia-Volumen 15-Número 48-Toluca-2008). Explica con meridiana claridad la filosofía de la historia de don Giambattista, emblema del paradigma comprensivo.

Introducción: explicar y comprender

“El ya casi clásico texto de Georg Henrik von Wright titulado Explicación y comprensión expone de manera resumida la existencia de dos grandes tradiciones en el ámbito de la teoría del conocimiento en Occidente; una que llama «tradición galileana» y que está emparentada sobre todo con los patrones de explicación causal y mecánica —a la cual podríamos llamar simplemente «explicación», en atención al vocablo alemán Erkälaren, propia de las ciencias naturales (en particular de la física); la otra, llamada «tradición aristotélica», que se conecta más bien con las dilucidaciones teleológicas y finalistas —a la cual podemos llamar simplemente «comprensión», Verstehenen alemán—, y que podríamos vincular con las ciencias sociales y las humanidades.

La tradición galileana en el ámbito de la ciencia discurre a la par que la perspectiva mecanicista en los esfuerzos del hombre por explicar y predecir fenómenos; la tradición aristotélica discurre al compás de sus esfuerzos por comprender los hechos de modo teleológico o finalista.

Ciertamente la división que plantea von Wright funciona como «tipo ideal» a la manera weberiana; es decir, estos dos ámbitos quizás en la práctica pocas veces se encuentran en «estado puro» y, como lo expresa Paul Ricoeur, en realidad podemos plantear más bien un círculo en el cual toda explicación implica cierta comprensión previa de aquello que quiere explicarse; mientras que todo esfuerzo comprensivo no evade la posibilidad de explicar aquello que se trata de comprender.

De acuerdo con von Wright, la explicación es un esquema de conocimiento que se interesa sobre todo por el cómo de los fenómenos; es decir, dar cuenta de la manera en que ocurren, sus causas eficientes, sin apelar a ninguna finalidad —el astrónomo no se pregunta ¿para qué sale el sol?, antes bien se pregunta ¿qué hace que el sol parezca que sale por el Oriente? Su respuesta abandonaría toda búsqueda de finalidad y se concentraría en la mecánica propia del movimiento de rotación de la Tierra—. En cambio, la comprensión se interesa por el por qué y el para qué de los fenómenos, en tanto no puede desprender cierta finalidad en los fenómenos que observa; debido a las particularidades de su objeto de observación —por ejemplo, un sociólogo que estudia la organización de los trabajadores en una huelga no puede dejar de reconocer que aquellos no son meros átomos que se mueven mecánicamente en el espacio, sino sujetos que tienen ciertos intereses y motivaciones, y que, de hecho, ya realizan una interpretación sobre su propia situación.

En suma, tal parece que a lo largo de la historia de los modelos de conocimiento, al menos en Occidente, han existido dos grandes tradiciones, una que utiliza esquemas causales y mecánicos de explicación, y otra que interpreta los fenómenos en términos comprensivos, los cuales liga a ciertas finalidades o funciones. Sin embargo, es necesario aclarar que —algo que de hecho precisa el propio von Wright— llamar a la primera «tradición galileana» y a la segunda «tradición aristotélica» no quiere decir que cada una tenga su origen en Galileo y Aristóteles, respectivamente; antes bien, von Wright está pensando en Galileo y Aristóteles como casos paradigmáticos de cada tradición. Frecuentemente buscar los orígenes de una idea o concepto resulta no sólo engorroso, sino algo que de una u otra forma cae en terrenos de la ficción. Como ya lo sospechaba Nietzsche, en el origen se suelen expresar los intereses de quien busca justificar su propia perspectiva; quizá más valdría hablar de antecedente, pero no en el sentido del condicional lógico o de causa eficiente, sino simplemente como aquello que atisba una idea más actual, en la nebulosa de una serie de gestos que se encuentran temporalmente en la antesala de tal idea, pero sin causarla o condicionarla.

Desde este punto de vista, el interés de este trabajo es explorar uno de los antecedentes del llamado «paradigma comprensivo», algo que cae dentro de lo que von Wright llama «tradición aristotélica», y que se ha ligado, en especial, al quehacer de la interpretación y de la actividad hermenéutica de las ciencias sociales y las humanidades. Como toda nebulosa de ideas, la abigarrada antesala de lo que hoy podemos identificar como paradigma comprensivo está plena de concepciones y reflexiones de los más variados filósofos e historiadores; con todo, en este trabajo nos centraremos en uno de ellos que en muchos sentidos es central en la constitución de dicho paradigma, en particular porque conscientemente dedicó buena parte de su obra a problematizar lo que él llamó «un nuevo método de los estudios de nuestro tiempo», nos referimos a Giambattista Vico.

Antes de pasar al recuento de algunos aspectos destacados de la vida y obra de Vico, es necesario reconocer que antes que Vico, y sin ir más allá del siglo XVII, otros pensadores esbozaron la diferencia entre explicar y comprender, e hicieron énfasis en la necesidad de un método propio para el estudio de la realidad humana (la cual implica también su relación con Dios) frente a la realidad natural. En este rubro no sería posible pasar por alto a Leibniz y la distinción que entabla entre la explicación y la comprensión de los misterios de la fe. Por ejemplo, argumenta Leibniz, podemos explicar la creación —podemos dar cuenta de que Dios creó al mundo en siete días, que en el primero creó ciertas cosas y en el segundo otras, pero no podemos comprender por qué lo hizo así, ya que nuestra mente no puede alcanzar los motivos que actuaron en la mente divina—. Antecedentes del propio Vico (antecedentes en el sentido expuesto con anterioridad) lo son también Thomas Hobbes y John Locke, quienes impulsaron una idea de conocimiento y de verdad apoyada en el principio de verum factum, principio que será abordado con mayor extensión en un apartado posterior, pero del que por el momento podríamos apuntar lo siguiente: «sólo puede conocerse lo que se hace» o «sólo puede conocerse aquello de lo que uno mismo es la causa»; por lo tanto, la naturaleza no puede conocerse de igual manera que el mundo humano, porque mientras nosotros somos causa del segundo, sólo Dios es causa de la primera. Este principio es fundamental en el pensamiento viquiano, sobre todo en lo que respecta a sus contribuciones epistemológicas”.

Vico, la vida y la obra

“Giambattista Vico (1668-1774), napolitano de nacimiento, perteneció a esta especie no minoritaria de filósofos cuya vida se ha caracterizado por ser la arena de innumerables reveses y de la falta constante de reconocimiento, situación que le llevó a percibir su propia vida y época de manera pesimista, e inclusive, trágica. Poseedor de un estilo de escritura oscuro, rimbombante y a veces con un exceso de ornatos, propició en Marx la confusión de no saber si lo que estaba leyendo era italiano o algún dialecto de la región. Dicho estilo actuó en gran medida como agente de los obstáculos que impidieron que su obra tuviera la misma penetración en el mundo europeo que muchas otras obras contemporáneas. Pero, principalmente, Vico halla en la filosofía de Descartes la fuente del oscurecimiento de su propia obra y de las de sus contemporáneos. Hacia final de su soledad, que duró sus buenos y largos nueve años, tuvo noticias de que la física de René Descartes había oscurecido la fama de todas las pasadas y quiso tener nociones ciertas acerca de ella.

La obra de Vico ha tenido y sigue teniendo resonancias sobre todo en el ámbito de la filosofía de la historia y de la filosofía política. La parte más citada de sus contribuciones es su visión espiral de la historia humana, que en el marco de una historia eterna se despliega en edades que van de la barbarie hasta la vida civil y republicana. La concepción de la historia viquiana, hecha de etapas que se suceden unas a otras hasta llegar a un máximo grado de plenitud, tuvo influencias importantes en las concepciones de la historia humana en pensadores como Auguste Comte y Karl Marx, entre otros. Mucho se ha dicho sobre el aspecto cíclico de la historia de la humanidad que al parecer defendía Vico, pero es necesario matizar tal idea. Para Vico la historia no se repite, lo único que permanece intacto a lo largo del devenir de la humanidad es la estructura eterna dentro de la cual aquélla se desarrolla; es decir, los hombres tienen perfecta libertad de desplegar sus costumbres y maneras de ser en el tiempo; pero estas particularidades sólo tienen lugar dentro de una estructura superior llamada «historia eterna» y que es el molde divino dentro del cual la vida humana es posible.

Dicho molde divino o «Divina providencia» interviene en la historia humana de dos maneras: estableciendo un patrón dentro del cual la humanidad desplegara su propia historia, y, en segundo lugar, corrigiendo los excesos de los hombres que podrían llevar al mundo al borde del colapso. En este sentido, la historia no se repite exactamente igual, aunque el molde divino —o historia ideal eterna— que la contiene sí le marca un ritmo, que es el mismo para cada sociedad y para cada tiempo. “[…] una historia ideal eterna sobre la que se desarrollan en el tiempo las historias de todas las naciones, ya que en todas partes, desde los tiempos salvajes, feroces y fieros, los hombres comienzan a civilizarse con las religiones, estas historias comienzan, siguen y terminan a través de aquellos grados que se meditan en este libro […]” (Vico).

Esta historia eterna estaría constituida por tres grandes edades. En primer lugar estaría la «edad de los dioses», que en sí misma es ya una etapa de cierta civilidad en tanto los hombres viven adorándolos y desplegando una sabiduría fantástica y teológica. La edad de los dioses es producto de un primer sacudimiento, que Vico identifica con el trueno, a través del cual la Divina providencia impone temor a los hombres y los obliga a vivir sedentariamente, protegiéndose en las cuevas de los rayos divinos, con ello también comienzan a reunirse en pequeños grupos o familias, y a practicar gradualmente la monogamia, la adoración a Dios y el entierro de los muertos. Estas tres prácticas marcan para Vico el inicio de la verdadera humanización de los hombres. De hecho, la edad de los dioses es la primera etapa en que la humanidad comienza su largo camino hacia una vida racional; es decir, gobernada por leyes y por la civilidad.

Observamos que todas las naciones tanto bárbaras como humanas, aunque fundadas de forma diversa al estar lejanas entre sí por inmensas distancias de lugar y tiempo, custodiaron estas tres costumbres humanas: todas tienen una religión, todas contraen matrimonios solemnes, todas sepultan a sus muertos “[.]. Por estas tres cosas empezó la humanidad en todas las naciones, y por ello todas deben custodiarla justamente para que el mundo no se embrutezca y no vuelva a la selva de nuevo” (Vico).

La segunda etapa de la humanidad es la «edad de los héroes», en la cual los hombres han ido superando su visión teocentrista de la realidad, han abandonado las explicaciones fantásticas y han dejado paso a la expresión de una razón más objetiva y abstracta. La heroicidad de esta edad se debe a que todo abandono y domesticación de las pasiones requiere un acto heroico de dominio y conocimiento de sí. De hecho, las tres etapas por las que necesariamente atraviesa la historia humana pueden verse como un proceso de creciente autoconocimiento y autodominio del hombre mismo y de la vida civil. Si bien la edad de los héroes está emparentada con los gobiernos monárquicos y con la división jerárquica de la sociedad, el imperio de la ley ya marca un esfuerzo de racionalización de la vida pública y de convivencia civil.

La tercera edad, llamada «edad de los hombres», se caracteriza por la llegada de la igualdad y de la democracia, los hombres son ahora iguales y deciden el futuro de las naciones en el debate y la concertación públicas. La vida republicana es, a ojos de Vico, el índice de que la humanidad ha alcanzado un máximo de desarrollo en el despliegue de la razón, en tanto que los hombres dejan de vivir exclusivamente en la naturaleza y comienzan a habitar un mundo creado por ellos mismos, el mundo civil. Con todo, es también la edad más vulnerable de la humanidad, en tanto la libertad y la igualdad pueden llevar a ciertos hombres a abusar de tales prerrogativas, a lucrar y a explotar a otros hombres, a hacer mal uso de la libertad; estos «poderosos» terminarán revirtiendo los logros de la humanidad a tal grado que pueden llevarla a estados de barbarie «parecidos» a los de los primeros tiempos de la humanidad; es decir, a etapas oscuras y desposeídas de razón.

La prueba más clara, a ojos de Vico de tal lógica de la historia, está en la Roma antigua. Roma pasó por estas tres edades, y en la última se concedió la ciudadanía inclusive a los esclavos; pero al final los excesos de unos pocos llevaron a Roma a la decadencia y a diluirse en una etapa oscura que Vico ubica entre la caída de Roma y el inicio de la Edad Media, esta última sería una nueva edad de los dioses. La etapa que Vico mismo vive la ubica como una edad de los hombres; sin embargo, no duda de ver en ella ciertos rasgos que la acercan a una nueva decadencia, misma que en el plano intelectual estaría auspiciada por la hegemonía del cartesianismo. Para Vico, la hegemonía de tal método sólo puede llevar al extravío de la juventud, a la imprudencia en la vida civil.

Mas el inconveniente máximo de nuestro sistema de estudios es el hecho de que, mientras nos dedicamos muchísimo a las ciencias naturales, no estimamos la moral, especialmente aquella parte que razona acerca de la índole de la psicología humana y de sus imperiosas tendencias orientadas a la vida civil y a la elocuencia. “[…] Pero este sistema de estudios causa tales prejuicios a los jóvenes que en adelante ni siquiera son capaces de llevar una vida civil con suficiente prudencia […]”.

Desde este punto de vista, la concepción de la historia que abandera Vico es la narración de un devenir de la humanidad, en el cual ella misma se construye como entidad racional y libre. Es una historia del proceso civilizatorio firmemente anclado en la historia eterna, transcurso que va desde la vida salvaje hasta la emergencia de las primeras naciones, de la vida civil y la democracia. Proceso que lejos de aspirar a un fin absoluto, reconoce la imperfección humana y, por ende, la posibilidad de la caída, de la decadencia y de un retroceso a estados inferiores de civilidad. Desde este punto de vista, la idea de la historia viquiana da un lugar central a la humanidad, no sólo como causa de la misma, sino como agente de los avances, retrocesos y azares propios del devenir histórico”.

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