Por Hernán Andrés Kruse.-

Descartes o la razón de la decadencia de nuestro tiempo

“La principal figura contra y con la cual discute la obra de Vico es Descartes. Ciertamente el filósofo napolitano nace 18 años después de la muerte del filósofo francés, pero vive la expansión y creciente hegemonía del cartesianismo, al menos en el ambiente italiano. El método cartesiano —que Vico llama «crítica»— ha sido un camino invaluable para la obtención del conocimiento formal, del pensamiento lógico y del razonamiento matemático, caro al conocimiento del mundo natural; pero según Vico adolece de dejar fuera las realidades humanas, el pasado del hombre y sus formas de expresión. Es conocida la posición de Descartes respecto al conocimiento del pasado de la humanidad: no podemos tener ideas claras y distintas del pasado, podríamos saber tanto de la vida de Julio César como lo que podría contar su mucama; es decir, no hay ninguna certeza de aquello que podemos saber sobre la vida de algún personaje del pasado, todo estaría basado en rumores o meros anécdotas o, aún peor, en mitos. Desde la lógica cartesiana, es decir, desde la crítica, el único ámbito del cual podemos obtener verdadero conocimiento es del mundo natural, en tanto la naturaleza, al igual que nuestro pensamiento, está geométricamente estructurada.

Frente a tal perspectiva, Vico sostendrá una posición exactamente contraria: no es la naturaleza el ámbito propio del conocimiento humano, sino el mundo humano mismo; es decir, el pasado de la humanidad, sus manifestaciones artísticas y civiles, sus instituciones y creaciones de índole cultural. A ojos de Vico, lo que nos es verdaderamente extraño es la naturaleza, mientras que lo único que queda dentro de nuestra posibilidad de conocimiento es la historia. La razón de tal diferencia es que, atendiendo al principio de verum factum, en tanto nosotros no somos causa de la naturaleza nada podemos conocer de ella; por el contrario, en tanto nosotros somos la causa del mundo humano, de la historia y de la vida civil, ese es entonces nuestro único ámbito de verdadero conocimiento. Tal parece que Vico transmuta la lógica cartesiana, y en buena medida moderna, en tanto da lugar primordial al ámbito en el cual los hombres se han humanizado, al mundo civil y a la historia. Efectivamente, la excesiva preocupación de los modernos por conocer la naturaleza, a ojos de Vico sólo es índice del olvido del hombre mismo. Los modernos se han alienado en la naturaleza y con ello han renunciado al deber de conocerse a sí mismos, a la reflexión.

En este sentido, Vico no duda ver en la crítica —y por ende en el método cartesiano— el origen de la decadencia de su tiempo. A esta excesiva preocupación por la naturaleza y a este olvido de sí, hay que añadir que la crítica ha fomentado la pereza del pensamiento, ha creado la ilusión de que puede llegarse a la «verdad» con sólo seguir unos cuantos razonamientos que ocultan el hecho de que toda verdad sigue un proceso, un ritmo, un tiempo y una narrativa. La crítica nos ha hecho caer en el reino de los juicios inmediatos, olvidando el arte de «percibir»; es decir, de ver las cosas ligadas al todo, a un trasfondo, a un proceso de génesis y de expresión particular, algo que es propio de aquello que Vico llama «tópica».

En la perspectiva viquiana de su propio tiempo, hay dos grandes maneras de contemplar el mundo, que chocan tanto por sus medios como por sus fines: por un lado, el imperio de la crítica, es decir, del pensamiento lógico y silogístico, del razonamiento geométrico y matemático; por otro, el ámbito relegado de la tópica, de la narración, de la elocuencia. Ambos espacios no son exactamente contrarios, sino más bien complementarios, el problema según Vico es que en su tiempo la hegemonía de la crítica es total, al grado de casi borrar a la tópica del escenario, desequilibrio que sólo puede llevar a las naciones a una segura ruina.

El mundo humano es la verdadera conquista del género humano; es decir, el mundo civil, el de las instituciones políticas, del Estado y las leyes, no el mundo natural, el cual es obra de Dios, no del hombre. En este sentido, es en el ámbito de la tópica en donde se encuentra el verdadero porvenir de la humanidad, en tanto convencer a la multitud, aprobar una ley, contar el pasado de las instituciones actuales, no puede lograrse con argumentos silogísticos o a través de razonamientos matemáticos, sino solamente a través de lo que es propio de la tópica: la elocuencia, la narración, la oratoria. Aun un razonamiento matemático requerirá de la elocuencia para poder enseñarse.

“[…] el método geométrico prescribe enseñar las disertaciones físicas lo mismo que las disertaciones geométricas sólo de forma abreviada, prohíbe adornarlas. Adviértase que, por ello, todos los físicos adoptan un género de discusión conciso y austero; y puesto que esta física, cuando se enseña y cuando se aprende, infiere siempre las ideas de las inmediatamente anteriores, obstruye a los oyentes la facultad, que es propia de los filósofos, de ver relaciones de semejanza de cosas alejadas y diferentes, lo cual se juzga fuente y origen de toda forma de decir ingeniosa y florida”.

El diagnóstico que hace Vico de su época no es nada halagüeño, ve en su propio tiempo signos de la más variada decadencia producto del auge de la crítica; es decir, del método cartesiano. La crítica ha propiciado no solamente una idea falsa del conocimiento —como algo inmediato, que garantiza la posesión de ideas claras y distintas con sólo seguir puntualmente ciertas reglas de razonamiento—, también ha llevado al escepticismo generalizado —producto sobre todo de la duda metódica—, así como a tener una imagen simplificada y homogénea del mundo, cuando en realidad es plural y complejo; ya que si bien la razón es una, el mundo resulta múltiple. Es gracias a este exceso de confianza en el método cartesiano, principalmente, que los hombres han abandonado el pluralismo metodológico de los antiguos y se han encerrado en la perspectiva del método único, empobreciendo la capacidad creativa de los seres humanos.

Para Vico la crítica es el método propio de los modernos, que en una afán de refundarlo todo desde sí mismos, han hecho tabla rasa de la historia, han olvidado el pasado. Por el contrario, la tópica no es sólo conocimiento a través de la elocuencia, es también reconocimiento de la tradición, rememoración del pasado. Es gracias a este rescate del pasado que Vico antepone al saber de los modernos el saber de los antiguos, más capaces de reconocer las virtudes de la tópica, de la narración, de la elocuencia. El gran defecto de su tiempo es, a ojos de Vico, este olvido del pasado, de la tradición, lo que ha hecho caer a los hombres y a las naciones enteras en una forma excesiva de vanidad, perniciosa para el avance de la civilización.

“De la vanidad de las naciones ya oímos aquella máxima áurea de Diódoro de Sicilia: que las naciones, griegas o bárbaras, habían tenido esta vanidad, la de haber sido la primera de todas en hallar las comodidades de la vida humana y en conservar memoria de sus cosas desde el principio del mundo” (Vico).

Los modernos creen que lo han inventado todo, que todas sus obras e ideas son novedades, cuando en realidad son producto de un saber milenario, que hunde sus raíces en el pasado de la humanidad; creen ilusoriamente que son creadores de auténticas novedades, a la vez que se han convertido en voraces consumidores de cosas nuevas, en tanto están lejos de percatarse del largo proceso que implica la emergencia de cada creación humana (proceso a la vez histórico y social). De ahí que si bien por un lado Vico aplaude la emergencia de la imprenta, como fuente de educación y de civilización, a la vez hace una crítica ácida a la producción en serie de obras sin la mayor profundidad, en las cuales los autores sólo difunden conocimientos prontos que ofrecen «la sabiduría» sin esfuerzo ni retardo. Al final, ello ha venido a engrosar el carácter inmediato del conocimiento, así como el escepticismo y el olvido de la tradición.

Pero, como ya apuntábamos antes, quizás uno de los principales inconvenientes de la crítica es que ha contribuido al olvido de sí del propio hombre, en tanto se ha convertido en el método por antonomasia del conocimiento de la naturaleza; es precisamente el mundo natural lo que nos ha desviado del conocimiento del mundo humano; es decir, de la vida civil, de la elocuencia y del autoconocimiento.

“Pero el más grave inconveniente de nuestro método es que, mientras nos ocupamos muy asiduamente de las ciencias naturales, descuidamos la moral, especialmente aquella parte que se ocupa de la índole de nuestra alma y de sus tendencias a la vida civil y a la elocuencia” (Vico).

Efectivamente, para Vico el conocimiento de lo propiamente humano, es decir, de la historia, del mundo civil, de las leyes y las costumbres de los pueblos, es una forma de reflexividad, de conocimiento de sí mismo. En este punto Vico resuena extrañamente a Dilthey, para ambos el conocimiento de lo humano es un conocimiento desde la interioridad de quien conoce; al contrario, el conocimiento de la naturaleza implica un salir fuera de sí. El entendimiento humano es capaz de descubrir en él mismo los principios del mundo que ha sido hecho por los hombres. El espíritu humano, a través de un principio de inmanencia, recapitula en sí mismo el pasado de la humanidad. Desde este punto de vista, la naturaleza y la humanidad se encuentran separadas, de entrada, por el modo de acceso que el hombre posee para cada una de esas realidades.

Vico está tratando de poner en su lugar dos formas de conocimiento que no responden a los mismos objetos (naturaleza-humanidad) ni al mismo método (crítica-tópica). Mientras la primera subraya la necesidad de la cuantificación y de la aprehensión mecánica de la naturaleza y un salir fuera de sí del sujeto que conoce, la otra afirma la complejidad de la realidad humana, de sus pasiones y de su irreductibilidad a esquemas causales, así como la necesidad de un movimiento autorreflexivo que implica todo conocimiento de lo humano”.

El principio de verum factum

“Un antecedente del principio de verum factum, aunque en un sentido casi contrario, es posible ya encontrarlo en la escolástica medieval. Por ejemplo, para Santo Tomás de Aquino el hombre se asemeja más a Dios por el intelecto práctico, causa de las cosas que conoce, que por el intelecto especulativo, donde el conocimiento se adquiere directamente de las cosas; sin embargo, en el esquema tomista la acción es inferior a la contemplación, con lo cual el intelecto humano queda ubicado como imperfecto, ya que sólo puede conocer lo que crea, mientras que a Dios le pertenece el intelecto especulativo, perfecto, un conocimiento directo de las cosas por la sola contemplación.

En el siglo XVII tal tema será retomado con gran interés, aunque desde una perspectiva crítica, al menos por dos filósofos en cuyas obras es posible encontrar los trazos del principio de verum factum: Thomas Hobbes (1588-1679) y John Locke (1632-1704). En el caso de Hobbes es interesante rastrear el camino a través del cual el filósofo inglés llega a la conclusión de que existe una identidad entre el hacer y el conocer. Hobbes reacciona en particular contra Santo Tomás; si bien respeta la idea de que lo propio del intelecto humano es su carácter práctico, no está de acuerdo en aceptar que la práctica sea inferior a la contemplación. Para Philippe Raynaud tal reconsideración de la práctica responde, entre otras cosas, a la creciente valía que, sobre todo a partir del Renacimiento, se otorga a la actividad técnica humana y a su capacidad de crear artificios que asemejan las producciones de la naturaleza. Invirtiendo los términos, Hobbes postula la superioridad del intelecto práctico y, con ello, la certeza de que sólo es posible conocer por las causas, por ende, sólo podemos conocer aquello de lo que nosotros mismos somos la causa. Desde este punto de vista, el único conocimiento al que puede acceder el hombre es al de aquello que él mismo crea: el mundo político y moral; así, frente a las ciencias de la naturaleza, serán las ciencias morales y políticas las que gozarán de mayor valía epistemológica.

De manera semejante a la de Hobbes, en Locke el verum factum se ubica sobre todo en el ámbito de sus ideas políticas y morales. Es el mundo civil y de las leyes morales el ámbito más propicio para el conocimiento humano, porque a diferencia de las leyes naturales, a las cuales sólo podemos acceder a través de la experiencia sensible, aquéllas son producto de la actividad del espíritu humano, de la capacidad de acordar y convenir entre los hombres.

En este sentido, para Locke la superioridad de la ley civil sobre la ley natural radica en que aquella es producto del «hacer» de los hombres, del ponerse de acuerdo y llegar a consensos. Lo mismo ocurre en el ámbito del trabajo y la propiedad: los productos del trabajo son inalienables en tanto son producto de la propia actividad. Desde esta perspectiva, Locke vuelve a ubicar al conocimiento del mundo civil por encima del conocimiento del mundo natural, ya que el primero es producto de la actividad humana, del consenso y la intersubjetividad.

La concepción viquiana del verum Facttum hará eco en gran medida de estas perspectivas ligadas al mundo civil y político, pero dará un mayor acento al aspecto epistemológico de tal principio. Volviendo a la crítica hecha a Descartes, para Vico el «yo pienso» cartesiano es más «conciencia de que soy», que verdadero conocimiento, en tanto no soy yo mi propio creador; en este sentido, yo sólo puedo conocer mis producciones, sólo en lo que el hombre hace puede llegar a conocerse.

De igual forma, Vico también es consciente de los antecedentes escolásticos del verum factum: «En latín los términos verum y factum se toman el uno por el otro o, como dicen los escolásticos, se convierten» (Vico). Pero a diferencia de Hobbes, Vico respeta la jerarquía de conocimientos: el intelecto divino es perfecto porque sólo él genera, el hombre tan sólo recombina, hace.

“La identidad de lo verdadero con lo hecho es el principio «formal» de todo el saber, puesto que Dios y el hombre, conociendo, operan, o sea Dios verdaderamente genera, el hombre hace […]” (Vitiello).

En palabras del propio Vico:“[…] la verdad divina es una imagen sólida de las cosas, en tres dimensiones, como una escultura; la verdad humana es un monograma, una imagen plana como una pintura […]”.

Retomando la concepción tomista, el hombre se asemeja a Dios por el intelecto práctico, sólo a Dios le corresponde el intelecto especulativo; pero en última instancia, el perfil práctico del intelecto humano es su único punto de contacto con la verdad, al menos esa es la mayor enseñanza que encuentra Vico en la sabiduría de los antiguos italianos, misma que puede escudriñarse en los orígenes de la lengua latina: «Los antiguos filósofos italianos estimaban que lo verdadero y lo falso eran convertibles», para ellos «el criterio y regla de lo verdadero es haberlo hecho» (Vico). La inmediata consecuencia de tal certeza es que el único mundo que le es lícito y posible conocer al hombre es aquel que él mismo crea: el mundo de la vida civil y política. Respecto al conocimiento de la naturaleza Vico es escéptico, en tanto nosotros no la hemos creado no podemos en realidad saber nada de ella, a lo sumo deja abierta la posibilidad de que algún día podríamos conocer la naturaleza sólo si podemos crear los fenómenos de la misma, es decir, experimentando: «las aspiraciones de la física serán para mí verdaderas cuando se las haga, de la misma manera que las de la geometría son verdaderas para los hombres porque las hacen» (Vico). La única ciencia del hombre es la que compete al mundo civil.

“[…] este mundo civil ha sido hecho ciertamente por los hombres, por lo cual se pueden, y se deben, hallar los principios en las modificaciones de nuestra propia mente humana. Por lo cual, a cualquiera que reflexione sobre ello, debe asombrar el que todos los filósofos intentaran seriamente conseguir la ciencia de este mundo natural, del cual, puesto que Dios lo hizo, Él solo tiene la ciencia; y, sin embargo, olvidarán meditar sobre este mundo de las naciones, o sea, mundo civil, del que, puesto que lo habían hecho los hombres, ellos mismos podían alcanzar la ciencia” (Vico).

En este pasaje tomado de la Ciencia nueva, Vico aborda un tema que volveremos a encontrar con particular fuerza en la obra de Wilhelm Dilthey; a saber, que si podemos conocer verdaderamente el mundo civil, porque nosotros lo hacemos, ello tiene como consecuencia que al ser el mundo civil producto de nuestra mente, de las creaciones de nuestro espíritu, entonces también podemos llegar a conocerlo a través del conocimiento de nuestra propia mente. En Dilthey tal idea se expresa bajo la fórmula de que «mientras el mundo de la naturaleza lo conocemos a partir de nuestro exterior, el mundo humano —la cultura, la historia, el Estado— pueden conocerse desde dentro, desde la vivencia interna». En ese sentido, en Vico a la convertibilidad entre la verdad y el hacer sigue una convertibilidad entre el mundo civil y nuestra mente, cuya profundidad no puede reducirse a esquemas geométricos ni lógicos, a la manera de la tópica cartesiana.

En muchos sentidos Vico adelantó tópicos que serán centrales más tarde, tanto en el ámbito del pensamiento ilustrado como romántico, pero sobre todo, en el desarrollo de las ideas del historicismo alemán, en donde también destaca un intento por poner las bases epistemológicas de las particularidades del conocimiento de la naturaleza y del conocimiento del mundo humano, ámbito de la vida práctica, mundo de sentimientos, estimaciones y emociones, mismos que son impenetrables desde el solo uso de la crítica cartesiana; tal mundo sólo puede comenzar a develar sus secretos a través de un acercamiento más empático, comprensivo, aquello que Vico liga a la tópica y a la elocuencia.

“La verdad es que si uno introduce el método geométrico en la vida práctica: no hace otra cosa que empeñarse en ser loco razonablemente” (Vico).

Conclusiones

“Hans-Georg Gadamer, en su obra Verdad y método, encuentra que en la obra de Vico pueden hallarse los primeros atisbos de un esfuerzo claro por tratar de aprehender la complejidad del mundo humano y social, frente al mundo mecánico y determinista de la naturaleza. Aún más, el filósofo alemán considera que después de Vico tal esfuerzo por dar un camino propio a las ciencias del espíritu se atrofió con la hegemonía del método de las ciencias modernas de la naturaleza. Para Gadamer la gran aportación del pensamiento viquiano consistió en dar un espacio central al concepto de sensus communis, mismo que hace referencia a la sabiduría propia de la vida civil.

“Vico retrocede más bien al concepto romano antiguo de sensus communis tal y como aparece sobre todo en los clásicos romanos que, frente a la formación griega, mantienen el valor y el sentido de las propias tradiciones de la vida estatal y social” (Gadamer).

Aquello que von Wright llama «tradición galileana» y que se liga a las ciencias que se interesan por los fenómenos que no pueden ser entendidos más que atribuyéndoles alguna finalidad o sentido, es un ámbito del conocimiento que —como el propio von Wright reconoce— ha venido a dar lugar a lo que hoy conocemos como ciencias hermenéuticas o comprensivas, para las que la realidad social y cultural —realidad ligada siempre a algún sentido, a alguna intención o finalidad— sólo puede conocerse haciendo uso de la comprensión y la interpretación de las creaciones humanas. Giambattista Vico supo reconocer tal diferencia, supo reconocer que el ámbito propio del conocimiento humano es el mundo civil, el mundo de la vida social y cultural. Es por ello también que la obra de Vico no puede dejar de formar parte de aquello que hoy podemos reconocer como los antecedentes del paradigma comprensivo”.

María Luisa Bacarlett Pérez (Universidad Autónoma del Estado de México): “Giambattista Vico y los antecedentes del paradigma comprensivo” (Convergencia-Volumen 15-Número 48-Toluca-2008).

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