Por Hernán Andrés Kruse.-

LA ESTRUCTURA INTERNA DEL PARA-SÍ

“Una vez que hemos considerado el emerger de la conciencia espontánea y su condición prerreflexiva como pura intencionalidad en referencia al mundo debemos explicar la referencia de la conciencia a sí misma. La conciencia es referencia al ser y autorreferencia. Estos dos momentos de unidad que hacen a la conciencia ser para-sí, ya que la conciencia tiene una estructura diferente al en-sí. Una de estas características de la conciencia es que es un ser que es su propia nada, es precisamente la negación. Esa referencia intencional al ser en-sí, es la que le permite distinguirse de él como otro y permanecer y constituirse como tal conciencia, en esta negación del ser. La dualidad del para-sí, en tanto que conciencia, como presencia ante sí y referencia intencional al mundo, produce la impresión de que la intencionalidad es posterior al para-sí, pero esto no es cierto, ya que la misma estructura del para-sí es intencionalidad.

Pues bien, el para-sí es la emergencia de la nada en el ser. Pero ¿acaso la nada es una noción adecuada para el sujeto? Podemos decir que el sujeto o conciencia es nada frente al ser, aunque, también tiene que ser, porque la nada, como tal, no puede ser negación o referencia al ser. Sartre entiende que el sujeto o conciencia encarnada toma la forma de una nada sostenida por el ser, pero el sujeto tiene su propio ser, un tipo de ser que es ser y nada en unidad, presencia a sí y como toda conciencia es también conciencia de algo. En otras palabras que el sujeto en tanto conciencia o para-sí, por una parte es una nada, pura intencionalidad en referencia al ser y, por otra, es también presencia a sí y al mundo. Por lo tanto, la conciencia o el para-sí tiene una estructura de presencia a sí, de referencia a su ser y esta referencia es una negación, en cuanto que el para-sí se opone al en-sí, porque es lo que no es él (el en-sí). Por otra parte, Sartre muestra que, aunque el para-sí, en cuanto presencia a sí es negación de sí, sin embargo también es conciencia de algo, en tanto que referencia al mundo.

Una vez que la estructura de la conciencia se presenta de esta doble manera, debemos comprender cómo se hace presente la conciencia a sí misma. Para Sartre la conciencia es apariencia a sí misma, presencia a sí, ya que la presencia a sí hay que entenderla como una unidad sin “fisura”. Por ejemplo, Sartre explica que cuando hablamos de una duplicidad disociada, como ocurre en el caso de la reflexión, por una parte está el sujeto y por otra, el objeto de reflexión. Para evitar esta duplicidad Sartre propone que la conciencia es una nada como conciencia a sí y la fisura que se interpone es la pura negatividad: nada. La nada es vista primero como fisura, separación, una relación de alteridad entre seres, la conciencia y su nada de ser es una nada sostenida por el ser. La presencia a sí es el principio del ser para-sí en sus varias estructuras, que se desarrolla desde aquí, sólo así puede darse su propia presencia a sí.

Pero el para-sí es también, según Sartre, presencia en el mundo o situación, que se particulariza en un mundo concreto y comparte la contingencia del ser en-sí. El ser para-sí es responsable de sí porque elige el significado de las situaciones en las que se coloca, aunque no puede justificarlas y no puede tampoco elegir posición en el mundo, ni existencia. Desde esta perspectiva, la conciencia está sostenida por una contingencia, ya que el para-sí como en-sí contingente nihilizado, se funda a sí mismo pero por la facticidad de su condición, a la vez que elige el sentido de su situación constituyéndose como fundamento de sí en situación, no elige su posición. “Su presencia en el mundo, que le aparece como injustificable” por eso, me capto como total responsable de mi ser en tanto que soy su fundamento y a la vez como injustificable con el sentimiento de gratuidad total, como estando de más.

En otras palabras, que el para-sí cuando se encarna o materializa en el hombre, por esta condición de facticidad está situado y puede interpretar, es decir, dar un sentido a su situación, aunque no justificarla. Esto le hace consciente de su contingencia y de su responsabilidad, en cuanto que debe actuar y transformar la realidad. Además el para-sí o conciencia es la negación del en-sí, en tanto carencia de ser, pero esto, a su vez, es lo que hace posible que la conciencia sea dinámica y alcance fuera, más allá de ella, su completud. El para-sí lucha por completarse trascendiéndose, eliminando su carencia de ser de la que se hace consciente en su ser en el mundo. Por eso, el hombre, en cuanto conciencia encarnada y situada, se mueve hacia una totalidad o proyecto no dado todavía, es decir, de alguna posibilidad de la que carece y que no le es dada a priori, ya que para Sartre todo lo que es dado es determinante para la conciencia.

En un primer momento, la presencia a sí es carencia de ser total, pero la forma de completarse el para-sí, que soy yo en sentido existencial, es mi pura posibilidad de ser. La posibilidad es la que constituye al para-sí, porque le permite seguir siendo carencia de ser y permanecer como contenido que puede ser realizado en el presente, es decir, que la posibilidad en tanto que no es todavía, permite a la conciencia ser su modo negativo de permanecer en su vacuidad, que debe conectarse con el mundo. Por consiguiente, la conciencia es existencia sin esencia: “La conciencia es una plenitud de existencia”, es una existencia activa, puro dinamismo con la fuerza de producirse y conservarse. La esencia de la conciencia es aquello a lo que apunta su intencionalidad, no es esencia, sino proyecto de esencia. No es lo que ella es, por eso no es esencia, pero es lo que ella no es y en este sentido es proyecto. La conciencia es fundamento de sí misma, es su propio fundamento.

La conciencia puede entenderse de tres formas: la conciencia es proyecto, la conciencia está en situación y la conciencia es sujeto. Si todo está fuera de la conciencia, la conciencia no es nada o mejor es la nada: esto se llama nihilización. Por nihilización la conciencia se arranca del mundo. De un lado, está el ser, la plenitud que lo es todo, el ser en-sí y de otro lado, el ser otro de la conciencia que se desprende del ser, que es nada o ser para-sí. Esta nada no es una nada absoluta, es una nada fenomenológica o trascendental, es decir, una nada “definida no en ella misma, sino en su relación con el ser, caracterizada por la reducción que la despega de él y por la intencionalidad que la imbrica en él” siendo el distanciarse y la intencionalidad las dos caras de la nihilización. En este sentido, se entiende que Sartre afirme que exclusivamente por la nada adviene el ser a sí mismo, en cuanto que todo en-sí: el ser, es abierto por el no ser (para-sí).

Los modos de nihilización son, por lo tanto, las categorías de la conciencia, modos puros y abiertos de dejar pasar y dejar hacer al ser. Aquí radica la positividad del modo de ser negativo del para-sí, la patentización de ser, desvelamiento del ser, posibilitada como proceso de nihilización, como desaparición de todas las determinaciones categoriales. De tal manera, que existir es el paso del en-sí al para-sí, como despliegue nihilizante del ser por vía de su aparición en el existir que, no es otra cosa, más que un reordenamiento del ser a sí mismo, su autoposición. El para-sí o conciencia desvela la existencia del ser o realidad y lo interpreta según su sentido, por eso, se trata de un reordenamiento del ser a sí mismo. Pues bien, en este proceso de posicionamiento del ser se constituye la posible indeterminación de la libertad, fundamentada en la existencia, por tanto, en el en-sí para-sí, como proyecto existencial se busca la síntesis integradora del hombre y el mundo, su completud.

Pero lo esencial de todo este proceso es que no es dado a priori alguno para el existir. Nihilizar para Sartre es conocer el objeto, envolverlo en un aro de nada. Así por ejemplo, conocer una mesa es saber que uno no es esta mesa o ese tintero, es saber que uno es distinto de ellos y está separado de ambos, hay una distancia que permite conocerlos. Por una parte, sabemos que la conciencia es un poder de no ser lo que se es y de ser lo que no se es, porque la conciencia no cobra conciencia de sí misma hasta que no está orientada sobre un objeto que no es ella misma; en este sentido la conciencia es lo que no es. Pero, por otra parte, no es lo que es, porque en el conocimiento la conciencia conoce desligándose, nihilizando el objeto percibido, negando el presente para proyectarse en los posibles.

La conciencia se agota en la imposibilidad de coincidir consigo misma y con los objetos. Esta conciencia es la que caracteriza la realidad humana, trascendente a todos los objetos que nihiliza, ya que en el objeto conocido es donde reside la trascendencia del para-sí, pues la conciencia se despega del en-sí conocido, en el momento mismo de conocerlo, de tal manera que Sartre afirma que conocer el objeto es desligarse de él, superarlo, saber que no se es lo que se conoce. Esta trascendencia no es en-sí misma más que una intencionalidad hacia lo real. En suma, que toda conciencia es conciencia de, es intencionalidad. La conciencia está constantemente proyectada fuera de sí misma hacia los objetos exteriores. Pero la conciencia no es una representación de objetos; la conciencia nos proyecta fuera de nosotros mismos, como plano inclinado que nos hiciera deslizarnos hacia el objeto exterior; la conciencia es así un reflejo-reflectante, una casa de cristal atravesada por corrientes de aire que nos orientan a lo real, como le gusta denominarla a Sartre. De ahí se deduce que la conciencia está vacía, no hay nada en ella, está vacía respecto del mundo exterior, está fuera de este mundo, sobre el que revolotea y al que está orientada”.

CONCIENCIA Y LIBERTAD

“La conciencia es libertad. El para-sí se arranca del ser para transformarse en proyecto, rompe con todas las determinaciones que harían de él un objeto entre objetos, un ser en-sí que reduce el mundo y el ser en intencionales para la conciencia. El surgir del para-sí es libre porque supera la determinación procedente del mundo, ya que toda significación del mundo debe tener su fundamento en la conciencia, conciencia del mundo, conciencia de situación. Además la libertad es toda entera proyecto de un mundo e implica el compromiso radical con la situación. El hombre no es definible porque inicialmente no es nada, luego será tal como él mismo se ha hecho, pero no arbitrariamente, pues la libertad no es un poder indeterminado. Sin embargo, hay que tener en cuenta que la conciencia original es puramente negativa y es el origen primordial de la libertad humana, la cual emerge en el mundo por virtud de la estructura negativa de la conciencia. Esta pura libertad incondicionada es asumida como el único fundamento para que pueda darse la libertad humana concreta.

Ahora bien, la libertad surge de esa estructura negativa de la conciencia, de su diferenciación del ser en-sí y de su referencia al ser (cogito prerreflexivo). Por eso, Sartre insiste en la nada de la conciencia, en su estructura negativa, con el fin de preservar la libertad humana del determinismo, tal como él lo entiende, porque piensa que una concepción de la conciencia como entidad positiva prejuzgaría la posibilidad de descubrir al hombre como libre, ya que supondría admitir la existencia de una entidad y, por lo tanto, de un condicionamiento para la conciencia que dejaría de ser pura libertad. Este hecho condiciona también la descripción sartreana de la conciencia como libre de toda determinación, haciendo que la libertad recaiga sobre el no ser de la conciencia, es decir, la indeterminación de ésta. No obstante, como en su surgimiento y confrontación con el mundo, la conciencia es ya consciente de su existencia, por tanto, pura conciencia de sí misma. Aunque en este primer momento es no posicional, sin desdoblamiento, es decir, es un “un saber implícito de sí” y debe ser considerada como una nueva conciencia de sí.

En otras palabras, que en un primer momento la naturaleza de la conciencia es existir y existe como conciencia de existir; esto significa que la conciencia precognitiva rechaza la primacía del conocimiento o la primacía de la conciencia reflexiva sobre la conciencia prerreflexiva, pues sólo así se descubre el ser del cognoscente. Esta conciencia no posicional o prerreflexiva es también para Sartre la conciencia cotidiana en la que sólo somos conscientes de nuestro existir, en los actos más habituales. Así, con ejemplos sencillos ilustra el cogito prerreflexivo cuando dice que en una acción tan común como puede ser la acción de contar mis cigarrillos, en la cual no me reconozco a mí mismo, hay conciencia de un sí no consciente y, al mismo tiempo, conciencia de algo (intencionalidad). En consecuencia, la conciencia espontánea surge en el proceso de aparición del en-sí y se manifiesta como un cogito dado, estamos hablando del momento prerreflexivo del cogito en el que este para-sí, que es la conciencia, se constituye como el resultado de la nihilización del sí mismo.

Con esto lo que nos quiere decir Sartre es que el ser para-sí es un acto ontológico que recibe la nada, es decir, que el fundamento del ser para-sí a sí mismo es la nada, porque el ser para-sí es la negación de su ser en-sí. En otras palabras, el sí mismo del ser para-sí es su carencia de ser, su pura posibilidad, la nada o pura libertad posible que permite que la conciencia sea dinámica y tenga que salir fuera de sí misma para eliminar esa carencia de ser. De tal modo, que el sí mismo de la conciencia, mostrándose como conciencia vacía y pura posibilidad, debe llenarse o alcanzar su completud en ese proceso de constitución del para-sí. Así el vacío y la autoconciencia pueden coexistir, ya que tanto la conciencia precognitiva como la reflexiva forman parte del mismo proceso y una es la condición de la otra. No podríamos hablar de libertad si no consideramos la existencia de esa conciencia como pura posibilidad, pura carencia, que hace posible la existencia de una libertad concreta, comprometida con el mundo.

Pues bien, esta es la conciencia espontánea, una conciencia vacía que aparece ante sí misma como nada, como pura indeterminación y que está en un continuo dinamismo, un continuo arrancarse del ser sobre el cual se proyecta, un salir fuera de sí, en suma, que la libertad, la pura posibilidad, se hace y al hacerse se descubre el mundo. La reflexión no nos remite a un conocimiento temático de la conciencia que fuera anterior a la conciencia prerreflexiva, sino que nos revela que la única forma posible de que pueda existir una conciencia de algo es que sea también conciencia de sí, como existente. Por ello, toda existencia consciente existe primero como conciencia de existir. De esta forma Sartre evita que queramos dar un contenido a la conciencia de sí en un nivel prerreflexivo.

Sin embargo, sí supone que la conciencia es siempre conciencia de sí, aunque en la conciencia espontánea la reflexión pura no concibe lo reflexionado como un dato, sino como el ser que tenemos que ser, sin punto de vista, un conocimiento desbordado por sí mismo y sin explicación, lo que hemos llamado conciencia de existir. Como afirma Sartre “no nos enseña nada, pone solamente”. Este conocimiento no temático capta el para-sí como temporalidad. Esta es la estructura ontológica de la conciencia, porque el para-sí no es estático, sino que implica temporalidad y sólo existe porque tiene un futuro. El para-sí se capta como un inacabamiento perpetuo en relación a sí mismo, el futuro aparece como una realidad siempre abierta a la realización de coincidencia consigo mismo. Pero esta coincidencia de la conciencia consigo misma es un imposible por eso el futuro es también, en cierto modo, imposible.

Hay una dualidad en la conciencia, por una parte, como conciencia pura y, por otra, como conciencia fáctica, situada, concreta. Pero esta dualidad se percibe también en el interior de la conciencia, en el captarse mismo de la conciencia ante sí misma, como pura posibilidad, sin esencia que la determine y siempre abierta a la realización de una coincidencia consigo misma imposible de llevar a cabo. Por todo ello, la conciencia se define por la presencia ante sí. Este sí aparece como unidad que se proyecta hacia el infinito, fuera del alcance de la conciencia. Esta perpetua búsqueda de coincidencia consigo misma se capta como carencia, falta de ser. Pero la falta de adecuación entre la presencia ante sí y esa presencia plenaria total de sí constituye el ser de lo posible. La presencia ante sí del para-sí supone un sí perpetuamente ausente con el cual no es posible identificarse. Esta libertad espontánea que es la conciencia como pura espontaneidad impersonal tiene que superar la función esencialmente práctica del Ego que trata de enmascarar la espontaneidad de la conciencia, ya que la conciencia se esfuerza por escapar de sí misma proyectándose en él y absorbiéndose en él. De ahí la posibilidad permanente de descubrir en nuestra vida cotidiana, más allá de nuestro yo familiar, un campo de espontaneidad impersonal absolutamente primario donde las diferencias habituales entre lo posible y lo real, lo querido y lo sufrido, la acción y la pasión, desaparecen.

La preocupación sartreana por superar el solipsismo y dualismo entre sujeto y mundo o sujeto y objeto, descubre la única posibilidad de que aparezcan ligados entre sí estas oposiciones y esto sólo puede darse en la unidad de la conciencia trascendental. Sartre había descubierto en sus estudios fenomenológicos sobre la imaginación y la emoción la posibilidad humana de distanciarse de lo inmediato del objeto, de cuestionarse a sí mismo y al mundo, de situarse fuera de lo real, en una palabra: la libertad fundamental de la conciencia. La pura libertad incondicionada es la única posibilidad para que pueda darse una libertad humana. La conciencia surge espontáneamente como un sujeto (no como sustancia), en cuanto que es pura espontaneidad y actualidad precede a cualquier conocimiento. La intencionalidad de la conciencia nunca se abandona y es una función de la conciencia que continúa cumpliendo un papel significativo en términos del proyecto y sus fines.

El para-sí es el origen de la libertad y es la libertad en sí misma. La pura incondicionada libertad de conciencia es asumida para ser la base de la libertad humana. El hombre se hace responsable de sus elecciones, decisiones y acciones. El ser de las cosas aparece en relación a la existencia de la conciencia, al modo en que las cosas son entendidas, interpretadas, valoradas, etc., relativas al proyecto intencional de la conciencia dinámica del hombre o “humana realidad”. El significado de las cosas solo puede ser aprehendido por la conciencia. El en-sí es independiente de la conciencia. Este es el camino que ha recorrido la conciencia desde su pura condición espontánea e irreflexiva hasta su encarnación en el hombre concreto, con la posibilidad de actuar desde la situación limitadora en el que está puesto de forma gratuita. Para Sartre “la muerte no es una estructura ontológica del para-sí; es un hecho contingente que pertenece a mi facticidad y a mi ser para otro. Es absurdo que hayamos nacido; es absurdo que muramos”.

Pero esta libertad absoluta que hunde sus raíces en la conciencia pura, fundamento de acción y reflexión de la conciencia encarnada, ¿cómo debemos entenderla? Esta libertad absoluta que está en el origen de la conciencia amenazada por la llegada siempre inesperada de la muerte, nos induce a preguntarnos ¿una existencia humana abocada al fracaso, sin sentido, qué significado puede ella otorgar a la realidad? ¿es posible pensar en una finitud humana que sea una libertad absoluta y además un ser que nace para morir? ¿es posible una vida humana construida a partir de la subjetividad? Muchos interrogantes suscita la filosofía de Sartre, algunos de ellos parecen insolubles, pero desde la ontología no son todos ellos admisibles, por eso, el análisis crítico de su pensamiento hay que comprenderlo a la luz de sus presupuestos filosóficos. Además, una libertad encerrada en la subjetividad, una libertad no relacional, hace inevitable que al objetivarse o exteriorizarse se aliene, es decir, que no pueda eludir la limitación de otras libertades ajenas y tenga que adoptar la forma de alienación. Pero ¿cómo entender una libertad no relacional? ¿es una contradicción que hace de la libertad un juego de poder en las relaciones humanas?”

(*) Lourdes Gordillo Álvarez-Valdés (Universidad de Murcia) titulado “Sartre: La conciencia como libertad infinita” (Tópicos-Revista de Filosofía-Universidad Panamericana-Distrito Federal-México-2009).

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