Por Hernán Andrés Kruse.-

“Tiempo, lugar, forma y situaciones son los elementos que le permiten ordenar su matriz de análisis, y establecer simultáneamente un método de indagación que De Certeau organiza en tres niveles: las modalidades de la acción (por ejemplo, el escamoteo); la formalidad de las prácticas (por ejemplo, a través de los relatos de las partidas); y los tipos de operaciones de esas prácticas (por ejemplo, de desvío). Para ello De Certeau da dos pasos: en el Tomo I de “La invención de lo cotidiano” elabora su programa teórico, y en el Tomo II presenta, junto con sus discípulos, los resultados de la aplicación de la teoría en un programa de investigación concreto. En el Tomo I, la fase de elaboración teórica, De Certeau echa mano de recursos teóricos de diversa procedencia y se apropia críticamente de ellos. Tómese esto como una marca biográfica, en el sentido de que, como se mencionó, su formación académica se caracterizó por una suerte de eclecticismo crítico: Foucault, Bourdieu (en especial el Bourdieu etnólogo), Wittgenstein, Benveniste desfilan por las páginas dándole la oportunidad de combinar elementos de la lingüística, la sociología, la antropología, la teoría de la enunciación, entre otros, y a darle validez como instrumentos teóricos para la reconstrucción de esas prácticas constitutivas de la cultura en plural.

De esta combinación de teorías surge un par conceptual, el de tácticas y estrategias, que será uno de los aportes más fructíferos (y más abusivamente utilizados) de su propuesta teórica. En breve, a las estrategias de los poderosos se le oponen, polemológicamente, las tácticas, que son el lugar de la producción cultural del hombre común, operaciones hechas por sujetos concretos. La práctica cotidiana opera marcando el territorio estratégicamente diseñado por el poderoso; allí el débil recombina las reglas y los productos que ya existen, y hace un uso de ese existente bajo su influencia, aunque no totalmente determinado por sus reglas. Porque desde la perspectiva de De Certeau las prácticas no son ‘libres’ sino que poseen un grado de indeterminación relativa.

El gran desafío de este pensador es hacer una teoría de esas prácticas. Y el problema, desde el punto de vista de su teoría, se plantea precisamente en el momento de intentar teorizar sobre unas prácticas sin textos propios; porque al ser ocultas y diseminadas (nocturnas), se corre el riesgo de producir el gesto de violencia derivado del efecto de nominación, gesto denunciado por el mismo De Certeau. La complejidad a la que se enfrenta implica la operación de formalizar lo no-discursivo, aquello que no posee soporte institucional, ni normativo, ni textual, pero sin traicionar el núcleo central que las constituye como prácticas del débil.

Por otro lado, y dejando en suspenso la complejidad epistemológica derivada de su teoría, hay dos cuestiones que interesa resaltar de su armadura analítica: en primer lugar, que la operación de reconstrucción de las prácticas requiere una inversión de un punto de vista omnicomprensivo que exige cambiar la escala de observación para mirar al ras de los sujetos; en segundo lugar, supone también una importante diferencia con otras tradiciones teóricas que consideran a la cultura como un repertorio de bienes. El punto de focalización de De Certeau es sobre las operaciones, sobre lo que los sujetos hacen sobre ese repertorio de bienes. Por eso, lo importante es observar los consumos de los bienes, la organización de los espacios y sus usos, las apropiaciones y los desvíos dentro de los límites de los dispositivos.

Para el programa de De Certeau, en las operaciones se produce cultura. Una cultura en plural, heterogénea y múltiple, que se opone polemológicamente (es decir, no solamente por posición en la estructura, sino por la disimetría en la relación de poder) a una Cultura en singular (y en mayúscula) que sería homogénea y única. Ahora bien: ¿cómo son estas prácticas plurales? ¿Qué características poseen? Ya en “La cultura en plural” De Certeau caracteriza a esta cultura como un conjunto de operaciones que producen los débiles sobre los productos de los poderosos. Y en “La invención de lo cotidiano II” los autores plantean que la cultura en plural supone tres dimensiones: la oralidad; la operatividad; y lo ordinario. ¿Por qué estas dimensiones?

La oralidad: en el espacio de lo comunitario, del intercambio social cotidiano, se requiere de una competencia oral y no verbal y/o gestual para comunicarse con el otro. La conversación está en todas partes, dice De Certeau. En el café, en las plazas, en el mercado, en las veredas del barrio, en la feria… Esto no significa que los practicantes sean analfabetos, sino que la competencia implicada en este intercambio es fundamentalmente oral, y no escrita. 2. La operatividad: la producción cultural de los débiles se juzga por sus operaciones y no por sus productos. Esta producción cultural cobra poder por lo que se hace con aquello que es recibido. E implica, por eso mismo, un gesto ético (de inconformismo), y otro estético (imprime un sello propio). 3. Lo ordinario: remite a un consumo, con códigos propios, que pluraliza la homogeneidad de los bienes. Un consumo que se realiza en la vida cotidiana de modos casi invisibles, en lo que De Certeau describe como zonas ocultas a la mirada panóptica, lo que va armando, parafraseando a Martín Barbero (1987), un mapa nocturno de los trayectos de los practicantes.

En “La invención de lo cotidiano II”, De Certeau, Giard y Mayol vuelcan el programa teórico elaborado en el primer tomo, en un conjunto de investigaciones de campo. El financiamiento para realizar el programa de Investigación sobre las Prácticas Cotidianas les permitió, en 1972, tomar una serie de objetos diferentes (cocinar, habitar la ciudad, espacios de socialidad), para ser atravesados por una misma perspectiva metodológica de observación. El proyecto parte del supuesto de la existencia de una actividad oculta en las prácticas cotidianas (unas artes de hacer), actividad cultural sólo observable a través de las operaciones. La hipótesis central es que, debajo de esas prácticas ligeras y silenciosas, obligadas a adaptarse a las circunstancias cotidianas y a las restricciones del sistema, la gente ordinaria es menos obediente y sumisa que lo que las autoridades creen y/o dicen.

Claro que si el principal objetivo de la investigación es observar a los débiles produciendo desvíos en los intersticios que dejan los espacios restringidos de los poderosos, la dificultad más seria proviene de definir la formalidad de esas prácticas, de hacer teoría sobre esas formas sin forma. Y además, simultáneamente, el intento de reconstruir las reglas y abstraer de ellas elementos formales, cuidando de no traicionar la esencia de su heterogeneidad constitutiva, podría conducir a la descripción unitaria de unas prácticas que extendiera el listado al infinito y que, respetuosamente, no hablara por ellas. De todos modos, esta tarea de investigación abordada por el grupo liderado por De Certeau quedó inconclusa. Además de su muerte, en 1986, posiblemente la vastedad del campo a investigar de algún modo fuera un augurio de que la empresa nunca pudiera completarse.

Me parece necesario rescatar, llegados a este punto, tres cosas que nos ha legado De Certeau y que permiten relativizar algunas afirmaciones en torno a la relación entre sociedad, cultura y poder: primero, que en la vida cotidiana también se produce cultura; segundo, que esta cultura (en plural) se mide por sus operaciones; y tercero, que un programa de investigación que tenga en cuenta las disimetrías sociales y culturales debe poder escalar la mirada, observar el ras”.

ALGUNAS LÍNEAS DE CIERRE (QUE QUIEREN ABRIR)

“La teoría de De Certeau pone en foco, crucialmente, la relación entre sociedad, cultura y poder. Y tanto teórica como analíticamente, De Certeau postula la capacidad de la gente común de hacer cultura, de erosionar, de modificar lentamente las representaciones autorizadas, aceptadas y comunicables de la sociedad en la que viven. La existencia de zonas blandas en la cultura que habilitan su modificación, señala hacia la carga política implicada en los intentos de obtener autoridad, legitimidad y poder en el mismo acto de producción, de tomar la palabra. Son estas acciones las que habilitarían a ciertos grupos a ocupar un lugar ocupado por otros (y por eso mismo disputable). Porque básicamente la cuestión central del argumento decerteausiano es que señala a la acción cultural como motor de los cambios. Uno de los flancos desde donde la teoría de De Certeau ha recibido críticas reside precisamente ahí, en aquellos elementos que sugieren una lectura de la dimensión cultural de las prácticas en clave insurreccional. Y sin embargo, los escritos de De Certeau no parecen confundir insurrección con desvío.

Tres acotaciones pueden hacerse al respecto. Por un lado, considerar la vida cotidiana como una permanente desobediencia civil, implica restar importancia a los momentos en los cuales la vida cotidiana se afirma y se sostiene en la reproducción. Así como la gente no puede protestar todo el tiempo (Thompson), tampoco es serio pensar que todo desvío genera necesariamente una insurrección. Y aunque así lo fuera, es un error (conceptual y analítico) confundir una forma de insumisión cultural con la modificación efectiva de las condiciones de vida. Por otro lado, como señala Abal Medina, la versión dicotómica del par conceptual tácticas-estrategias, sugiere que las primeras le siguen a las segundas; éstas a su vez se reconfiguran (ajustan sus mecanismos de control) según la acción de las primeras; y así sucesivamente. Esto vendría a sugerir que la calidad del vínculo entre el par conceptual es de tipo reactivo, calidad que Foucault (de quien De Certeau era gran lector) nunca postuló, porque más bien lo que plantea es que el poder y la resistencia son parte constitutiva del mismo dispositivo. Además, como Abal Medina señala, este dispositivo produce un tipo particular de subjetivación que incide en las formas de resistencia de los sujetos.

Finalmente, la lectura de las investigaciones de campo (especialmente las volcadas por De Certeau y sus discípulos en el Tomo II de La invención…) conducen a un efecto contrario al que se supone sería la presentación de las tácticas de antidisciplina. Y es que en la descripción minuciosa de las prácticas cotidianas aparece no sólo la dinámica de los desvíos sino también, y de modos mucho más rotundos quizás, la dinámica de la reproducción. En estos escenarios, los desvíos son un tibio resplandor dentro de lo cotidiano, lo ordinario y lo minúsculo; un resplandor que termina ahogado en la imperceptible pero contundente reproducción de la vida”.

(*) María Graciela Rodríguez (Docente e Investigadora del IDAES/UNSAM-Dra. en Ciencias Sociales-UBA): “Sociedad, cultura y poder: la versión de Michel de Certeau” (Papeles de trabajo-Revista electrónica de Altos Estudios Sociales de la universidad Nacional de General San Martín-2009).

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