Por Justo J. Watson.-

La mejor definición de la democracia real es, hasta ahora, la de sir Winston Churchill: el peor sistema de gobierno conocido… exceptuando a todos los demás.

Si bien cuando pronunció esta sentencia no existía el libertarismo ni su sistema anarcocapitalista, los libertarios sostienen hoy que la democracia debe ser profundizada.

En efecto: su objetivo es que la posibilidad de elegir de cada individuo se extienda y cotidianice (se democratice y tecnologice) mucho más allá de su chance actual, donde sólo puede elegir cada 2 o 4 años un paquete o grupo cerrado de personas que lo representen (¡si ganan!), para que decidan en su nombre sobre un cúmulo de obligaciones, regulaciones y prohibiciones. Gran parte de ellas con serias implicancias en su calidad de vida.

No otra cosa es la onerosa democracia limitada que hoy tenemos. Un muy mal sistema toda vez que las mujeres y hombres electos no se comporten frugal, honesta y sabiamente, entendiendo siempre y en todo lugar que deben ser un conjunto de empleados casi invisibles, con dura contracción al trabajo y fuerte vocación desinteresada de servicio. Vale decir, toda vez que no se comporten como si fuesen ángeles. Algo que no sucede, porque no lo son. Y que es causa principal de que nuestro sistema constitucional con sus poderes independientes, su representación proporcional, sus autocontroles, frenos y contrapesos así como el bello republicanismo federal que “consagra”, sólo funjan como utopía.

Bien vista, una teoría de autogobierno y empoderamiento de cada ciudadano encuadrada en un abstruso marco democrático de chances acotadas que, al paso de las décadas, resultó en un cuento de hadas triturado por la realidad; con muy otros beneficiarios, por cierto.

Al menos para los argentinos, dueños y responsables de costosísimos Estados municipales, provinciales y nacional fallidos; garantes de una miríada de entes públicos “de todos” (de los burócratas) estorbadores o también fallidos.

Lo que diferencia a los libertarios ancap del consenso del establishment político es la humildad de haber asumido la imposibilidad de que un marco normativo como el que nos rige, por más bienintencionado que sea o por más elegantemente escrito que esté, logre enderezar las inclinaciones humanas al punto de transformar a hombres y mujeres normales en seres cuasi angélicos.

Si así fuera, nuestro sistema representativo, republicano y federal funcionaría aceptablemente; incluso con su actual, burdo formato de democracia delegativa de masas.

Superada la arrogancia de ese supuesto y el pecado capital de soberbia que subyace a toda ingeniería social dirigista, la humildad lleva a los libertarios (como J. Milei) a aceptar como punto de partida conceptual… al ser humano tal como es. No como creemos que debería ser.

En tal sentido, la belleza del capitalismo desde el moralista Adam Smith (1723-1790) en adelante estriba en el uso inteligente de esas poderosas concupiscencias naturales, haciéndolas operar en pro del progreso social en lugar de tratar en vano de enceparlas vía violencia tributaria y normativa asentada en envidias o intereses políticos.

La filósofa objetivista Ayn Rand (1905-1982) ya aclaraba este punto en su brillante libro de 1961, La Virtud del Egoísmo, donde nos advertía en negro sobre blanco de la tremenda potencialidad humana en bien común (a todo orden), de la libre-elección en competencia como sistema.

El sentido común nos lleva asimismo a reconsiderar la asombrosa estupidez de aceptar colocar a un grupo de personas concupiscentes al comando de un ingenio artillado tan peligroso e impune, tan alegre tercerizador de costos como lo es un “moderno” Estado nacional. Una ingenuidad que costó a la humanidad inmensos sufrimientos tales como genocidios, guerras, desastres ambientales, retrasos y pobrezas sin parangón tanto por su escala como por su inclusividad. Horrores que jamás hubiesen ocurrido en un sistema de gobernanza basado en la contractualidad voluntaria y en descentralizaciones a escala humana.

Profundizar la democracia no significa, para cada vez más gente, resignarse al hoy sacrosanto sistema republicano, representativo y federal pergeñado por una élite para la realidad de 250 años ha, sino esperanzarse en un florecer del bienestar general basado en una mejor comprensión comunitaria de la economía y de lo que significa la libertad en tanto potenciadora de chances de elección a todo orden (y de consecuentes proyectos personales de vida).

Un voto-poder real que puede ejercerse a diario, en un mercado libre y abierto por parte de una sociedad pudiente.

¿Cómo? Con decisiones o abstenciones de consumo (gasto) que se traduzcan en incontables pulgares hacia arriba o hacia abajo votando una y otra vez, hora tras hora, por el éxito o la ruina de empresarios innovadores, productores, comerciantes, prestadores de servicios (en especial todos los hoy prestados por el Estado y que podrían ser suplidos con ventaja por privados, locales o no), etc. conminados con dureza por la competencia a servir cada vez mejor al soberano en precio, calidad, cantidad y sobre todo en diversidad de opciones.

Son millones los jóvenes (y no tanto) que, inspirados por alguien que dice que no viene a guiar corderos sino a despertar leones, resienten de ser meros pagadores forzados de impuestos que terminan cebando a quienes hoy deciden por ellos. Quieren hacer un mejor uso de su criterio (la sumatoria de tributos al “dios Estado” promedia aprox el 50% de todo lo que paga una persona) y disfrute de sus vidas, tomando sus propias y diarias decisiones de gasto, ayuda e inversión.

Quien pueda oír, que oiga y quien quiera ver, que vea: la revolución que destronó monarquías para establecer repúblicas y que solo fue la última de una larga serie de revoluciones que jalonaron la historia humana en búsqueda del mejor modo de organización social, empieza a dar paso a un nuevo giro evolutivo.

Quienes asumen y corporizan esta futura superdemocracia de millones de votos diarios en libertad, decididamente no-violenta (contractual), inclusiva en oportunidades, solidaria teniendo con qué y de naturaleza competitiva, saben que se trata de un proceso gradual. De un camino hacia la riqueza general… largo, tortuoso y comprehensivo.

Pero también saben que el recambio generacional, el hartazgo social y las tecnologías emergentes (IA generativa y computación cuántica a la cabeza), son sus catalizadores.

Sus aliados de fierro y sus más poderosas armas en esta emocionante cruzada del antropoceno, nuestra era.

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