Por Luis Alejandro Rizzi.-

Comienzo con una historia real ocurrida entre 1969 y 1970.

Desempeñaba la función de Gerente de relaciones industriales en un frigorífico exportador de carnes de lo que entonces se llamaban “cortes especiales”; eran lomo, peceto y cuadril, con destino a Europa, un tipo de vacío se exportaba a EEUU y el resto se vendía en el mercado interno.

En esa época la empresa carecía de capital de trabajo para financiar su negocio y los bancos de los que éramos clientes no aprobaban líneas de crédito o exigían garantías costosas e imposibles de conseguir.

Por una casualidad participé en una reunión con un banco que estaba en el mismo edificio de lo que habían sido las tiendas “Gath y Chávez”, en la esquina de Florida y Cangallo -Perón-, a la que había concurrido con uno de los accionistas mayoritarios y presidente del directorio. El tema era la posibilidad de empezar a trabajar con esa institución financiera.

Obvio se explicó el negocio y el problema que estábamos enfrentando de falta de financiación, en especial por imposibilidad de ofrecer garantías satisfactorias.

En un momento sugerí que una garantía podría ser que el propio banco designara un “veedor” para controlar la administración del flujo de dinero y que el eventual crédito se dirigiera al fin previsto.

En ese punto terminó la reunión.

Sin embargo, Miguel, no diré su apellido, el presidente del directorio, me llama a mi estudio y me convoca a una reunión con un funcionario de ese banco para el día siguiente en la sede de la empresa, en Avellaneda, en la avenida Belgrano, en las cercanías de viejo puente del ferrocarril Roca, por el que circulaban servicios de carga.

Recuerdo que concurrió un director del banco con un jefe de departamento comercial. Visitó el frigorífico, la planta de desposte, casualmente estaba el secretario general de la industria chica de la carne, un tal Pazo, con el cual conversamos casi media hora.

Almorzamos en “casa” y allí volví a insistir en que los bancos debían encontrar nuevas formas de garantizar sus créditos de un modo más funcional y menos costoso. Sostuve, no puede ser que los bancos pretendan trabajar sin riesgo y que las tasas de interés sean independientes del nivel productivo de la economía.

El director del banco me mira y me dice ¿entonces?

Le respondí al toque: el banco debe cobrar por sus créditos, pero también debe correr el riesgo comercial, por lo tanto, el costo del crédito debe estar relacionado con el resultado del negocio.

Miguel hizo una rápida estimación del volumen que se podía exportar, los precios internacionales y la rentabilidad probable.

El director del banco respondió que le parecía interesante el tema, novedosa la propuesta y que la presencia del jefe comercial, no recuerdo el apellido, creo que Baleani, sería el encargado durante un lapso de ponderar el funcionamiento de la empresa.

Finalmente, el banco financió el 65% del negocio. Se convino una retribución equivalente a un porcentaje computado sobre lo que hoy se denomina “EBIT”, como modo de medir la rentabilidad, y si no hubiera ganancia, se reintegraría el crédito en su valor nominal, con una franja de flotación dentro de cuyos límites no se computaría costo adicional alguno.

El Señor Baleani quedó como veedor del banco, y todo pago debía hacerse con su conformidad. Esa fue la “garantía” ofrecida al banco. Bagliani era un tipo hosco, morocho, mediría 1,70, pero tenía un gran sentido de la empatía personal.

Traje a cuento este precedente, porque considero que debe cambiar la filosofía que rige la administración financiera en esta parte del siglo XXI.

Todos los bancos operan bajo una misma matriz; capacidad crediticia del cliente o su capacidad financiera, como en una época calificaba la entonces AFIP a los contribuyentes, con un error de criterio, ya que la historia de resultados buenos o malos no es un dato que nos permita vaticinar el futuro.

Es como los “curriculum” de buenos antecedentes; no garantizan idoneidad futura, a lo sumo son un indicio.

No creo que hoy los bancos centrales como la FED en EEUU deban fijar tasas de interés o referenciarlas.

Las tasas de los bonos soberanos o de deuda pública, las debe fijar el mercado mediante licitaciones abiertas, pero es artificial que se emitan con una tasa predeterminada, que nunca se sabrá si es alta o baja.

La cantidad de dinero debe estar relacionada con sus demandas, pero nunca fijarla de modo arbitrario con fines de regular la temperatura económica.

También es dudoso que un banco central deba fijar el porcentaje de encajes; eso lo debe decidir cada entidad bancaria.

Es en estos casos donde debemos usar los medios tecnológicos modernos para recibir información y saber ponderarla. En ese sentido debe ir la educación moderna, ya que de ese modo también se fortalecerá la responsabilidad ciudadana y se podría limitar la desmesura de las demandas sociales.

La tasa de interés y el riesgo bancario deben estar asociados a la viabilidad de todo negocio y su riesgo propio.

No responde a ningún principio de justicia que el riesgo de perder o ganar deba estar garantizado para unos y no para otros.

De ese modo, con un sistema de precios del crédito, prefiero llamarlo así, en vez de “interés”, se favorecería la banca especializada ya que los márgenes de rentabilidad no son los mismos en ninguna actividad.

La economía debe adaptarse a la capacidad de la demanda, y la medida de los salarios reales a la capacidad de pago del sistema, que no tiene razón para ser siempre la misma.

Hoy, reitero, es posible conocer resultados en tiempo real y con tiempo suficiente para resolver si este mes o el período que se elija se debe pagar en concepto salarial “1” o “5”.

Debemos terminar con las pelotudeces que se hablan sobre la IA y la velocidad del avance tecnológico, sino que los sistemas educativos nos deben enseñar a usarlos, sobre todo para desarrollar la capacidad de pensar y elegir mejor.

Hoy no voy a negar la utilidad de las plataformas, pero parecería que idiotizan más que avivan.

En estos días me tomaré unas vacaciones, encontré mejores tarifas contratando directamente que, vía plataformas, pero lo hice usando la tecnología y la IA.

En vez de repetir como loros “la libertad carajo”, diría “dejemos de boludear”.

El tema da para más, volveré, pero adelanto que estoy de acuerdo en que los bancos centrales no tienen sentido en la economía moderna. El valor del dinero lo ponderará la gente, que tendrá derecho a elegir el modo de cobrar, quiero dólares euros o rupias…

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