Por Jorge Raventos.-
La elección correntina del último domingo, que había concitado menos interés de los medios que la que ocurrirá el domingo próximo en la provincia de Buenos Aires, exhibió dos rasgos muy interesantes: un ausentismo menos marcado que el de otros comicios de este año. Votaron 7 de cada 10 correntinos. Probablemente porque se dirimía el nombre del próximo gobernador de la provincia. Los cargos ejecutivos consiguen más interés de los ciudadanos que elecciones menores. Además, una fuerza local –el liberalismo provincialista de “Vamos Corrientes” arrasó al eje polarizador La Libertad Avanza/Kirchnerismo que, sumando sus votos, quedaron veinte puntos atrás del ganador.
En el comicio bonaerense del 7 de este septiembre en la provincia de Buenos Aires no se elige ni un presidente ni un gobernador, se renuevan bancas de legisladores provinciales, algunas secciones electorales votan nuevos representantes ante el Senado bonaerense y hay un recambio de concejales en las intendencias. Se trata, de una variedad de pugnas locales cuyos resultados no pueden, por su naturaleza, leerse como un duelo único entre dos fuerzas opuestas. Y , además, al no concentrarse en figuras dominantes, sino en representantes legislativos de distinta jerarquía, permiten o estimulan evadirse de las consignas polarizadoras. Los resultados admitirán distintas interpretaciones: algunas pondrán el acento en la cantidad de bancas conquistadas, otras en la cantidad total de votos obtenidos en la provincia, otros, en la cantidad de secciones ganadas.
Sin embargo, inevitablemente habrá lecturas nacionalizadoras probablemente porque la provincia de Buenos Aires es el único distrito donde la famosa “grieta” sobrevive. Si el kirchnerismo existe en una provincia, esa es Buenos Aires, particularmente en los partidos del conurbano. Es el único distrito donde la consigna esgrimida por el oficialismo nacional (“Kirchnerismo nunca más”) puede sostenerse sin parecer un sinsentido, como luciría en Córdoba, Tucumán o Salta, por ejemplo.
La elección correntina demostró que en esa provincia la opción polarizadora centralista no hace pie: como dijimos, sumados, los votos del kirchnerismo (que salió segundo) y La libertad Avanza (que terminó cuarto) apenas llegan al 30 por ciento. “Vamos Corrientes”, el liberalismo provincialista, obtuvo más del 50 por ciento.
El oficialismo nacional propone en Buenos Aires la polarización con tono de cruzada, para “clavar el último clavo” en el simbólico féretro del kirchnerismo. Es que el gobierno de Milei siente que no puede perder en Buenos Aires porque los mercados interpretarían una derrota como final de juego. El duelo bonaerense se disputa en dos tiempos: Milei puede permitirse una leve caída bonaerense el próximo domingo, a condición de que gane bien el segundo tiempo, el 26 de octubre, siete semanas después.
La cercanía temporal acentúa el dramatismo de la puja distrital bonaerense. La Casa Rosada quiere creer que una victoria en septiembre en el distrito más poblado del país sería el aperitivo de un triunfo nacional en octubre
Estas dos elecciones no son parangonables. Al menos por dos factores. El primero es el ausentismo. Es probable que la cifra de votantes sea algo mayor en la elección de octubre porque el comicio provincial es considerado inconducente por gran número de bonaerenses que tampoco están complacidos con la duplicación de fechas electorales. Para empeorar el cuadro, la organización administrariva del comicio ha cambiado el diagrama de mesas de votación, de modo que muchísimos ciudadanos deberán concurrir a centros de votación más lejanos que los acostumbrados, un estímulo adicional para quedarse en casa.
Un segundo factor que diferenciará un comicio del otro es la participación de los aparatos municipales. Mientras en septiembre, cuando se disputan puestos comunales, esos aparatos tienen alicientes propios para movilizarse, en octubre, con ese asunto ya zanjado, es improbable que los aparatos se apliquen con el mismo empuje, con las mismas ganas.
A diferencia de otras provincias que tienden a construir con mayor autonomía un perfil político propio y a agruparse con otras para defender mejor los intereses provinciales ante excesos centralistas, la provincia de Buenos Aires no termina de estructurar una alternativa de esa naturaleza y todavía se mantiene amarrada a las opciones que se diseñan desde otras ópticas.
Tanto en septiembre como en octubre, eso sí, tendrá incidencia sobre el voto cómo se sigan desplegando algunas cuestiones políticas que han golpeado al gobierno.
Una, obvia, es la que emana del affaire Spagnuolo, que estalla como una bomba de racimo. La pesquisa sobre los autores de las filtraciones fue priorizada sobre el esclarecimiento público de los hechos aludidos, que por combinar la temática de la corrupción con un campo sensible como es de la discapacidad, tiene una marcada incidencia inmediata en la opinión pública. La explicación esgrimida de una responsabilidad kirchnerista en las escuchas clandestinas –funcional con la propaganda polarizadora del oficialismo- quedó muy relativizada el último viernes cuando se difundieron grabaciones igualmente subrepticias de la secretaria general de la Presidencia. Se trata como denunció o admitió el gobierno “de un escándalo sin precedentes”. ¿Quién puede acceder al despacho de la hermana del Presidente en la Casa Rosada? Es una intrigante pregunta para la inteligencia oficial.
El asunto del llamado audiogate golpeó en el corazón del oficialismo, cuyas estructuras políticas son frágiles y heterogéneas: sin cuadros intermedios probados, las crisis alcanzan rápidamente a su centro conductor, el “triángulo de hierro” o determinan rupturas y alejamientos. Un rebote de este episodio ha sido una nueva escisión de La Libertad Avanza con la irrupción del bloque Coherencia. Que se muestra más duro y filoso que la oposición en sus denuncias al aparato político del oficialismo. La última semana descargaron sus golpes contra el Jefe de Gabinete, Guillermo Francos, imputándole a su área la filtración de las grabaciones a Spagnuolo. Francos es habitualmente una excepción en las críticas opositoras. Se lo considera un negociador dúctil y se lo ve como el único del actual gabinete que puede ayudar a Milei a recomponer (algunos usan el verbo “resetear”) su gobierno si la crisis lo requiere o después de la elección de octubre, sea cual sea el resultado.
Al parecer sottovoce esa es también la expectativa de sectores del llamado “círculo rojo”, que aprueban el rumbo general de Milei, pero no todo su instrumental ni tampoco a buena parte de su tripulación. Y esperan que el país avance sostenidamente por el camino de la transformación.
La Argentina transita estas transformaciones en un mundo que también atraviesa cambios profundos. La presidencia de Donald Trump significó un giro de magnitud en la política exterior estadounidense y, en consecuencia, en el orden internacional heredado de la posguerra. Su reaparición en la Casa Blanca implica una reconfiguración de la manera en que Estados Unidos entiende su rol y sus intereses estratégicos. Milei, al alinearse estrechamente con Washington, ha conseguido proyectar su figura internacional y se ha hecho de un respaldo vital en este contexto de reacomodamiento.
La Argentina, en este marco, tiene una gran oportunidad: el superávit energético en ciernes, y el potencial minero del litio y el cobre en el Norte Grande y en Cuyo, sumados ana expansión de las exportaciones agroindustriales con eje en la región centro colocan al país en una posición clave para insertarse en las nuevas cadenas globales de valor.
Milei ha impulsado reformas impensadas hace apenas veinte meses. Su estilo disruptivo, acompañado de una autoridad central sólida, le ha permitido Lo consiguió con un ejercicio agudo de hiperpresidencialismo.
Su logro más notable ha sido el combate contra la inflación y la eliminación del déficit fiscal, dos metas que el Presidente sostiene férreamente y que ha conseguido convertir en denominador común de buena parte de las fuerzas políticas y de la mayoría de las provincias, que comparten ese objetivo aunque difieran en los métodos para alcanzarlo.
Sin embargo, esos avances conviven con deudas pendientes: la producción, el empleo y el equilibrio social permanecen frágiles; la prolongación de los ajustes genera resistencias y las reformas de mayor alcance que esperan los mercados demandarán respuestas más complejas que las meramente técnicas o que el ejercicio hiperpresidencialista asentado en la combinación DNU-veto. La paradoja del mileísmo está a la vista: su liderazgo personal es fuerte pero su fuerza política es débil y desarticulada. Esa asimetría constituye tanto su activo como su mayor vulnerabilidad.
Las reformas mayores que esperan los mercados necesitan fundarse en leyes y los mejores resultados electorales que Milei pueda alcanzar en octubre no le darán fuerza parlamentaria suficiente para aprobar esas leyes sin acuerdos.
La sustitución paulatina de un modelo sostenido en subsidios y en la administración de la pobreza por otro basado en inversión y competitividad constituye, en sí misma, un cambio trascendente.. Pero ese tránsito no es lineal: genera tensiones sociales y políticas que requieren conducción y acuerdos de mediano plazo.
La Argentina atraviesa una encrucijada histórica. La política nacional, desgastada por décadas de crisis de representación genera la percepción de un sistema incapaz de dar respuestas.
Se enfrenta el desafío de pilotear una transformación estructural que ya está en marcha, empujada tanto por factores internos como por la dinámica de un escenario internacional en mutación. La pregunta de fondo es si el sistema, puede reordenarse para acompañar este proceso o si, por el contrario, quedará atrapado en sus propias impotencias.
En un sistema político fragmentado y con partidos debilitados, los gobernadores se convierten en actores decisivos. Así como fueron ellos quienes garantizaron la legislación que permitió al gobierno central poner en práctica piezas fundamentales de su estrategia económica también son ellos quienes pueden arbitrar sobre los vetos presidenciales que han sido hasta aquí un instrumento esencial de la Casa Rosada para defenderse de iniciativas parlamentarias corrosivas para su poder. .
Esa red abarca a mandatarios peronistas, radicales, del PRO y de movimientos provinciales. La construcción de una liga de gobernadores –como el espacio Provincias Unidas,– muestra que el futuro del sistema político argentino podría apuntalarse con una fuerza federal Este bloque de poder subnacional se propone erigir una alternativa institucional mirando más allá de octubre y comienza a delinear un perfil: acompañar la cautela antiinflacionaria y la vigilancia estricta del equilibrio fiscal con la defensa de recursos propios, rechazo al ajuste indiscriminado y demanda de políticas federales que acompañen el desarrollo productivo.
La convergencia litio-energía-agroindustria que representan las provincias que tomaron la iniciativa (Jujuy, Chubut, Santa Cruz, Santa Fe, Córdoba; ahora se suma Corrientes) no es casual: son sectores que demandan infraestructura, créditos y acuerdos internacionales que exceden la lógica del recorte fiscal o la desregulación sin planificación”.
Así podría irse reestructurando el sistema político. El factor territorial muestra su peso no solo en el papel de los gobernadores, sino en el creciente rol de los intendentes, tanto en las zonas más densamente pobladas como en las instancias rurales.
La lectura de las elecciones de octubre debería ir más allá de la rutina pavloviana de bloque ideológico contra bloque ideológico, para estudiar la aparición de un factor nuevo : la presencia coordinada de poderes territoriales que compiten y colaboran con el poder central para coparticipar en un proceso de modernización productiva, vinculación internacional, integración nacional y social. Y que, al hacerlo, fortalecen la gobernabilidad, abren alternativas y contribuyen a desarrollar los rasgos institucionales de la transformación.
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