Por Luis Américo Illuminati.-
Heidegger decía que la palabra es la casa del Ser. En principio era la palabra dice San Juan en el Cuarto Evangelio. Pero con el curso de los siglos, andando el tiempo -desplazadas la moral, la ética y las buenas costumbres- sucede que ya no existen obras clásicas como en el pasado donde la palabra se utilizaba para enaltecer la condición humana. En la época actual, por el contrario, el lenguaje se ha convertido por obra de las redes- en un instrumento de odio exteriorizado en un antro o infierno virtual donde es normal herir, ofender y degradar al otro (a quien ni siquiera se lo conoce). El filósofo Byung-Chul Han dice que las redes sociales crean una ilusión de proximidad mientras destruyen el verdadero encuentro con el otro. “La comunicación digital elimina la resistencia de lo real”, escribe, señalando cómo la ausencia de cuerpos físicos y miradas reales facilita la deshumanización. En coincidencia con el filósofo coreano en prevención del peligro del progreso tecnológico indefinido se pronunciaba Nicolai Hartmann, privilegiando los valores morales por sobre los materiales. No todos los aparatos y artefactos electrónicos son saludables para el hombre. Smartphones, drones, realidad virtual y, el summum de la era digital, la IA. El principal dilema del hombre posmoderno es que éste ha creado un robot «a su imagen y semejanza», remedando a Dios, pero sin tener en cuenta que jamás podrá como Dios infundirle un alma.
Charlatanismo, degradación y viaje rumbo a Caribdis
Ni que hablar de la televisión basura donde unos individuos diletantes y lenguaraces llamados «panelistas» rodean a un anfitrión o maestro de ceremonias, dando vida todos juntos a la peor muestra de degradación del lenguaje y la palabra difuminada. Este fenómeno se da en todas las esferas y terrenos, social, deportivo y hasta religioso. Un derrumbe o agonía moral que lo estamos viendo dolorosamente en los partidos políticos, puntualmente en el peronismo-cooptado e inficionado por el kirchnerismo- que descentrado de su eje por el excesivo sobrepeso está sumergido en un irremediable descalabro donde el «Sálvese quien pueda» es la última consigna. Y en su retirada o naufragio se comporta como un barco que mientras se hunde produce un remolino -un vórtice descendente denominado Caribdis, un agujero en el mar- que quiere llevarse con él y tragarse a la sociedad entera, la cual hace tiempo que involuciona en dirección a la época del hombre de las cavernas (de la caverna de Platón al laberinto del Minotauro). La política emparejada con el mundo sin sentido ni dirección alguna. A la deriva. Sentido y mundo lo define Niklas Luhmann como diferencia entre orden y alteración, entre información y ruido. Así, el sentido se transforma en orden o información; y, el mundo, en alteración o ruido. En otras palabras, todo es orden o alteración, información o ruido, se aplica la norma del tercero excluido, no existe para él una tercera opción intermedia. Hablamos siempre de sentido, orden e información como sinónimo y reflejo de lo verdadero, no de lo impostado y ficticio. El ruido del mundo no permite escuchar la verdad que es como un himno, un salmo, un antídoto contra el virus del odio y la violencia, una voz de alarma contra el hundimiento, un instrumento o impedimento contra la desintegración de la identidad del individuo, una trompeta o corneta tocando diana, un rotundo mentís contra el charlatanismo.
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