Por Juan José de Guzmán.-

La noticia de las muertes por el consumo de marihuana adulterada nos conmocionó a todos, tanto que el gobierno se apuró a comunicar que quienes hayan comprado droga en “esa fecha” deberían descartarla, dando a entender que “te cuida” y que además, por obvias razones, ya tiene asumido que se vende, se compra y se consume, como cualquier otro producto. Sólo le queda pendiente incluirla en la Canasta Básica de consumo.

Pero lo que agrava esta dramática situación es que el circuito de la droga está abastecido por un ejército de gente que no trabaja, ni estudia, ni busca trabajo, los llamados “NI NI”. Por ello, cuando pensamos en ese ejército de marginados sociales carentes de amor, educación, respeto y compasión se me estruja el corazón, porque en ellos veo reflejado el fracaso que como sociedad nos acompaña y golpea a todos por igual. Ellos son la cruda síntesis de la desigualdad. Una inmensa legión de lúmpenes que deambulan por las calles generando el rechazo, temor y desconfianza de una sociedad que los observa sin atinar a nada o mejor dicho huyendo de ellos. Los “ninis” son y han sido un tema recurrente en debates políticos y culturales desde hace tiempo, pero nada se ha hecho con ellos. Representan la herida abierta de nuestra sociedad. Por su ubicación etaria tendrían que transitar las mismas aulas, acceder a los mismos trabajos, tener el mismo amor y cuidado que aquellos a quienes la familia los cobija, les provee educación e impulsa a la vida, debidamente equipados.

Estos chicos están abandonados a su suerte y ante la ausencia de ese núcleo primario aglutinante, contenedor y formador, es el Estado el que tendría que asumir el rol tutelar, quien debería diagramar Programas de Reinserción Social, convocando a un debate, en el Congreso, para que se discuta allí cómo, cuándo y de qué forma convertir este problemón en un “tema de Estado impostergable” de máxima prioridad para éste y los próximos gobiernos.

A ellos no se los puede, ni debe ignorar, mucho menos abandonar. No es con políticas represivas que les vamos a enseñar lo que está bien de lo que está mal, se ha dicho. Pero todas las que el estado asume como “inclusivas” son de muy largo plazo y por lo general quedan inconclusas. Porque la descomposición social que arrastra nuestro país tras la sucesión de crisis económicas que de manera cíclica marcaron las 3 últimas décadas han dejado una procesión de excluidos sociales debilitando y degradando esa función de sostén y formación que cumple la familia.

Cuántas veces, pensando o hablando sobre los beneficios de vivir en democracia surge como axioma la igualdad de oportunidades e igualdad ante la ley.

Los “ninis” carecen de esos derechos. La droga, que los termina captando, les obtura sus mentes alejándolos de sus hogares y convirtiéndolos en sombras, que transitan su derrotero, sin esperanza, empujándolos hacia un triste final.

Los “ninis” en su inmensa mayoría crecen sin haber visto trabajar a sus padres, carentes de ejemplos a imitar, Son la consecuencia de una sociedad decadente que en su mirada corta ha abandonado banderas irrenunciables como es la educación, un elemento transformador, como ningún otro.

Muy pocos de ellos han recibido una caricia, una muestra de ternura para retribuirlo con un beso. Muchos de ellos entran tempranamente al oscuro mundo de las drogas que los convierte en “soldaditos” de los “transas”, (que venden droga en las villas), un perfecto círculo vicioso del cual no podrán salir. Como se vuelven adictos, venden droga para poder comprarla.

A esos jóvenes es necesario cambiarles “el chip”, para que sus días transcurran en otros lugares, para que no sean más las calles, su lugar en el mundo, para que el axioma de la igualdad los comprenda y la sociedad se vuelva más justa.

Hubo un proyecto de reimplantación del Servicio Militar para estos “ninis” que no prosperó. Es imprescindible pensar en un plan que contemple el rescate de esta juventud sufriente, abandonada a su suerte, con intervención de profesionales de la salud y la educación, coordinados por una estructura interdisciplinaria, con programas de alimentación y estudio especialmente diseñados, con actividades que permitan medir el grado de avance de los internados, con rutinas diarias y competencias de gimnasia (al estilo de las granjas de rehabilitación). Hay que incentivarlos, despertar en ellos el deseo de superación. El ejército, en sus cuarteles tiene una infraestructura apropiada para esta tarea. Porque ellos, amén de orden, necesitan contención, incentivación y control, además de continuidad, y es allí donde deberían intervenir los especialistas (psiquiatras y psicólogos), médicos, deportólogos, educadores, gabinetes cibernéticos.

Un prócer de nuestra patria de estos tiempos confesó en alguna oportunidad ante un auditorio repleto, uno de sus grandes temores; “tengo miedo de que los jóvenes pierdan las ilusiones y la convicción de que hay un futuro mejor.” Así cerraba una de sus tantas charlas con la comunidad científica el eminente Profesor, Doctor René Favaloro.

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