Por Hernán Andrés Kruse.-

Entrevistado por el periodista de la señal de cable TN Franco Mercuriali el domingo 20, el presidente de la nación, al hacer alusión a los comicios en el peronismo, expresó lo siguiente: “Es un problema de la oposición, ahora…también hay una parte de morbo y es que me encantaría meterle el último clavo al cajón del kirchnerismo, con Cristina Kirchner adentro” (fuente: Infobae, 21/10/024). Al leer semejante atrocidad no pude menos que recordar, a vuelo de pájaro, las deletéreas consecuencias que trajo aparejadas el jacobinismo antiperonista apenas Aramburu y Rojas se adueñaron del poder luego de desalojar, con apoyo popular, a Juan Domingo Perón. La Revolución Libertadora se propuso a sangre y fuego borrar al peronismo de la faz de la tierra. Semejante estrategia política no hizo más que legitimar a la “resistencia peronista” protagonizada fundamentalmente por los montoneros. El desenlace es harto conocido. El 11 de marzo de 1973, luego de 18 años de proscripción, el peronismo retornó al poder de la mano de Héctor Cámpora. A partir de entonces el país se transformó en un gigantesco campo de batalla que legitimó el derrocamiento de María Estela Martínez de Perón el 24 de marzo de 1976 y el perfeccionamiento del terrorismo de estado, bendecido por la presidenta depuesta y su gabinete (decretos ordenando el aniquilamiento de la subversión) mientras estaban en funciones (año 1975).

Javier Milei, qué duda cabe, no ha aprendido las lecciones que brinda ese pasado tenebroso. Además, con semejante demostración de odio e intolerancia no hace más que echar lodo sobre una noble filosofía de vida cono lo es el liberalismo. En efecto, la tolerancia es uno de sus valores liminares. Si reina la intolerancia, el liberalismo es inviable. Pues bien, Milei, que se jacta de ser un liberal, está haciendo todo lo que está a su alcance para hacer inviable al liberalismo.

Buceando en Google me encontré con un ensayo de Alicia Ambrosino (Universidad Central de Venezuela) titulado “La tolerancia como virtud pública y política. Una aproximación al pensamiento de Carlos Thiebaut y Michael Walzer” (Episteme-Volumen 33-Caracas-2013). El propósito de la autora es “incorporar en el debate de la construcción de una sociedad democrática basada en la justicia como eje principal, las virtudes públicas y políticas que puedan responder a los problemas que la pluralidad democrática enfrenta desde el poder del Estado y las instituciones. Para lograr esa sociedad justa, libre e igualitaria que la democracia enuncia, se deben afianzar sus pilares sobre virtudes fundamentales como la tolerancia, la solidaridad y la responsabilidad, ya que éstas inciden de manera directa en la colectividad al estar dirigidas hacia los otros, dado que no existe ni verdad ni razón absoluta”. Aconsejo vivamente su lectura.

LA VISIÓN LIBERAL DE LA TOLERANCIA

El filósofo español Carlos Thiebaut habla de la tolerancia como virtud pública que puede formularse como una norma que tiene un alcance universal, al encontrarse en el reino de lo moral, y que regula comportamientos que son susceptibles de tener relevancia ética en los ciudadanos. La virtud de la tolerancia para este autor está reflejada en la visión otorgada por el liberalismo político contemporáneo que señala “la relación de dos tipos de factores, racionales o cognoscitivos y de autoentendimiento, que construyen nuestra identidad ética”. De esta manera podemos entender al otro, y cambiar a la vez la concepción que podemos tener de nosotros mismos, y lograr un nuevo sistema de valores de referencia más plural. Mientras más diversidad exista en nuestro ámbito social más compleja debe ser nuestra racionalidad, para lograr alcanzar la idea de tolerancia. La tolerancia nace, afirma Thiebaut, por “el rechazo de conductas y actitudes que […] son dañinas para la convivencia política entre ciudadanos que creemos cosas distintas”, que poseen valores distintos, lo cual dificulta el ejercicio de la libertad y degenera en violencia o tiranía.

Partiendo de esta idea, para lograr una convivencia armónica en ese espacio público, es necesario replantearnos cómo las ideas distintas u opuestas pueden ser verdaderas, y cómo ellas provocan cambios en nuestro sistema de comprensión y de valores para dar paso a recibir y comprender otras verdades.7 En este espacio de convivencia civil, la tolerancia adquiere un aspecto paralelo entre los ciudadanos, ya que a la vez que le doy espacio al otro, me puedo también colocar en el lugar del otro. Cuando Thiebaut se refiere a la tolerancia señala que “la tolerancia se entrelaza con otros valores: con la justicia o con la solidaridad en el mismo espacio público”. Todos estos valores forman parte de las cualidades morales de las acciones y juicios del ser humano para alcanzar o lograr un modelo de vida deseable, así como también para establecer límites determinados por la misma justicia que van a regir la libertad ciudadana y el ejercicio de la tolerancia misma.

La tolerancia en este contexto debe estar por encima de cualquier ámbito temporal o cultural, y su presencia es imperativa para la convivencia de distintas culturas en un mismo espacio público. Se incorpora además de un valor, como un precepto moral, y así lo indica Thiebaut al decir que: “La moral es universal –y por ser universal también la tolerancia tendrá lugar en el reino de lo moral– pero no por ello la moral es abstracta, ciega a lo concreto. Pues si de valores y normas morales hablamos no podremos prescindir ni de aquello que lo particular reclama ni de aquello a lo que lo universal apunta. En el grito que nace del daño y en el rechazo que en él se formula se contiene la tensión entre los dos polos, el de lo concreto de este daño (aquello a lo que apunta el yo lo vi) y el de la demanda de compromiso incondicional, en el tiempo y el espacio, del ¡Nunca más! El yo lo vi apunta a la referencia concreta, el nunca más amplía sin restricción, universalmente, el rechazo”.

Es decir, que la moral no puede negar o dejar de ver el daño que ocurre a su alrededor, las barbaries reiterativas del ser humano. Así mismo señala Thiebaut, se deben adecuar al contexto de acción en el que se encuentren en un momento dado. Así, el alcance de la tolerancia debe ser universal, ya que se encuentra presente en distintos ámbitos sociales, aun cuando regula conductas y prácticas específicas: “la tolerancia es un nombre que requiere superar los límites del espacio, del tiempo y de la cultura en la que nació; que su fuerza explosiva inunda toda concepción que podamos tener de lo moral”. Vista como una virtud, la tolerancia va a tener una noción que incorpora elementos racionales o cognoscitivos y factores de autoentendimiento que establecen nuestra identidad ética. Determina las disposiciones que necesitamos para ser fieles a nuestros principios, indica cómo desearíamos ser y cómo deberíamos actuar en el espacio de libertad, distinguiendo nuestras acciones en la vida pública. Visto así, la realidad que se muestra en la esfera pública se va a componer de distintas aristas que van a ser las distintas apreciaciones hechas por cada uno de esos actores. El ser distinto es una cualidad humana, y esa distinción permite la gran diversidad que enfrentamos en nuestras sociedades contemporáneas cada vez más complejas.

Todo esto conlleva a un aprendizaje en la medida en que sociabilizamos con los otros, dando como resultado un reconocimiento mutuo entre todos los actores del espacio público. Carlos Thiebaut por su parte señala que la actuación de ese sujeto en el ámbito público influye significativamente en el ejercicio del poder, y la tolerancia es vista en muchos casos como el ejercicio de ese poder entre el individuo que tolera y el que es tolerado dentro de esa esfera pública. Para este pensador la tolerancia, al igual que la justicia, tiene un alcance universal, ya que se encuentra presente en todas las circunstancias del actuar del ciudadano, aun cuando ella regule un tipo de comportamiento en particular, en un campo de aplicación específico como lo es la esfera pública, y así visto con sus propias palabras: “El valor de la tolerancia, y su norma, remiten al rechazo de tantos acumulados ejemplos de intolerancia y formulan la propuesta universal de que debiera ser otro el curso del mundo, un curso alternativo en que la diferencia de creencias no impidiera compartir la condición humana de una convivencia pública sin violencia”.

Esta virtud, al igual que los preceptos morales, debe ser racionalmente justificable, ya que compete a todos los individuos por igual dentro de una sociedad. Al asumir a la tolerancia como una virtud nos ubicamos en la manera como deberíamos o desearíamos ser y actuar en el mundo en el que nos desenvolvemos, en ese recinto de libertad que forma parte del espacio que ocupamos. A este respecto Thiebaut añade a la noción de virtud “el rasgo de referirse a una manera de ser y de actuar de los sujetos: añade a los principios y a los valores el acento sobre los motivos de la acción, acentúa el conjunto de disposiciones que habríamos de tener para ser fieles a nuestros valores y consecuentes con nuestros principios”.

Nuestro autor trata a la tolerancia como una virtud peculiar de lo público, en donde el espacio de convivencia es común para los diversos actores y éste, a su vez, aporta modificaciones en la forma como entendemos nuestra moral. Al verla como virtud señala que se debe incorporar como parte del aprendizaje social. No debemos olvidar que nuestras acciones y actuaciones están íntimamente ligadas a otros; y este va a ser el punto inicial en el proceso de reconocimiento del otro y de los otros hacia nosotros en ese espacio público común. Esta socialización hace que la visión del mundo adquiera otra perspectiva, ya que implica concebirlo desde una dimensión plural y moral.

La posición argumentada por Thiebaut sobre este aspecto, se encuentra emparentada con la interpretación sobre la visión comunitarista. Thiebaut afirma que el problema que implica pensar a la tolerancia en el ámbito moral es que su nacimiento es relativamente reciente con respecto a otros valores o preceptos morales, ya que surge en un momento histórico en el cual se buscaba evitar enfrentamientos religiosos; esto hace que las emociones y las creencias particulares tengan que pasar al ámbito privado, de esta manera los conflictos originados por el sistema de creencias deja de formar parte del debate público y, como consecuencia directa, se elimina el conflicto. Así, retomando a la tolerancia como una virtud, Taylor afirma que “una sociedad multicultural se vincula a la inclusión de una vasta gama de esos respetables desacuerdos morales, ya que éstos nos ofrecen la oportunidad de defender nuestras opiniones ante las personas con seriedad moral con las que estamos en desacuerdo, y así aprendemos de nuestras diferencias. De esta manera, podemos hacer de la necesidad de nuestros desacuerdos morales una virtud”. Esto se cumple siempre y cuando dichas opiniones o desacuerdos morales, no representen una amenaza hacia el ciudadano como lo puede ser el racismo, el antisemitismo, o el discurso del odio. Y, por supuesto, siempre se debe tomar en consideración el ámbito político social de la cultura a la que se está haciendo referencia. Cuando relegamos a una esfera ciertos aspectos para que no intervengan en la esfera política, entonces nos volvemos “ciegos a las diferencias” y esto permitiría, en teoría, que todas esas culturas diversas tengan un terreno neutral para coexistir. En vista que las sociedades se vuelven cada vez más multiculturales, más abiertas a las migraciones, los ciudadanos van a ser multiétnicos y el cuestionamiento de los principios políticos aumenta.

Cada una de las culturas en ese espacio público tratan de imponerse unas sobre otras, dejando a un lado un aspecto muy importante como es el reconocimiento, ya que el valor de cada cultura debe preservarse y esto sólo se logra en la medida en que todos los miembros de una comunidad reconozcan como iguales los valores de otras culturas. Dentro de las sociedades liberales este mutuo reconocimiento no es tan sencillo como en las sociedades comunitaristas, como lo señala Thiebaut: “El punto de debate es si el reconocimiento de las diferencias es un punto de partida para la reflexión sobre lo público, como los liberales herederos de la ilustración sostendríamos, o si es sólo un punto de llegada, como por su parte suponen los comunitaristas… Los comunitaristas parecen pensar, más bien, que lo público, tal como está constituido, tiene que desandar el camino de su ceguera a la particularidad y tiene que llegar a la meta, para ellos olvidada, del reconocimiento de lo concreto y de lo particular. Los liberales pensaríamos que el cosmopolitismo sólo se constituye por el reconocimiento y la inclusión de las particularidades que vayamos haciendo relevantes; los comunitaristas argüirían que el ideal cosmopolita es un obstáculo para el reconocimiento de estas particularidades”.

Así, podemos observar que existen dos posturas, una que se manifiesta como el tener que tolerar las diferencias o a quienes son distintos a nosotros (tolerancia negativa) o, por otro lado, cuando existe un interés positivo en la diversidad social, moral y cultural, hacia los otros tratando de comprenderlos (tolerancia positiva). Thiebaut se refiere a la tolerancia como una “peculiar virtud de lo público que hace que lo entendamos como espacio de convivencia de los diversos y que opera como una constelación conceptual que arrastra cruciales modificaciones en la manera en que hemos dado en entender nuestra moral”. Desde esta idea, la moral se va a construir de manera reflexiva. Y aquí se engloban dos aspectos importantes; por una parte el no poner condiciones absolutas a la convivencia, y por otra, el mostrar nuestras creencias de forma no excluyente para que sean comprensibles por los otros individuos con quienes convivimos.

Si reconocemos un sistema de comportamientos sustancialmente diferente u opuesto al nuestro, nuestras propias valoraciones pueden modificarse de algún modo, ya que hace plantearnos la duda sobre la absoluta certeza de nuestras creencias, y así lo enuncia: “en la medida en que esa diversificación cuestiona formas anteriores de estabilidad del orden social, éste debe ser repensado y concebido de otra manera tanto reconstruido y rehecho. Al hacerlo, la dinámica estructural de la idea de tolerancia, su manera de acoplar en nuevas formas algunas nociones morales, políticas y jurídicas, ubica en nuevos espacios, y por lo tanto transforma, las ideas mismas de individuo y de sus creencias (redefine sus espacios propios), de lo que es un orden político legítimo, de lo que es privado y público, y de las razones que pueden ser válidos en esos espacios”.Durante este proceso ocurre un reconocimiento crítico y reflexivo de las diferencias. Van a haber ciertas tradiciones que no serán admitidas como válidas, ya que se contraponen con nuestra identidad cultural y algunas serán simplemente inaceptables.

Para poder comprender las formulaciones planteadas anteriormente debemos conocer los requisitos que el autor considera necesarios para su formulación. El primer requisito para la tolerancia negativa implica que debemos limitar nuestras creencias para no considerarlas por encima de la convivencia con los otros. El segundo requisito está ligado a la tolerancia positiva e implica la forma como presentamos nuestro sistema de creencias en el espacio público, aquí es donde se habla de la “tolerancia del comprender”. Es importante señalar que para Thiebaut es en el espacio público donde el individuo se muestra como ciudadano, y es en este ámbito donde se expresan todos los derechos políticos que posee un individuo. Es el escenario en donde los ciudadanos, al igual que actores, protagonizan sus vidas dentro de la comunidad política, y posee una serie de normas inherentes que permiten esa actuación de manera ordenada y plural. Los ciudadanos allí van a expresar los derechos políticos que poseen, junto con los deberes y responsabilidades correlativas con el Estado. Por tanto, “crear la idea de tolerancia es crear el sistema de razones (de razones como argumentos, de razones materializadas en instituciones y reconocimientos) que apoya y realiza su concepto”.

En la medida en que comprendemos o aceptamos al otro con toda la carga moral que implique, en mayor medida seremos justos, ya que podremos colocarnos en el lugar del otro y realizar un juicio no subjetivo, sino tomando en consideración las distintas aristas que forman parte de un hecho determinado. Al tolerar respetamos los contrastes entre las distintas ideas, ampliando el espectro de opiniones y, esas opiniones, van a promulgar un debate que va a ser fundamental en el ideal político democrático. Es importante señalar que Thiebaut va a afirmar que la tolerancia es una “virtud fuerte y exigente” que se aplica cuando se cuenta con marcos institucionales que hacen posible y refuerzan su ejercicio, y que no solamente va a ser practicada por los diversos actores del espacio público, sino que en algunos casos habrá que imponérsela dentro de marcos institucionales para mantener la convivencia dentro de ese mismo espacio público.

Cuando reclamamos tolerancia o justicia “no sólo confiamos en hallar a otro que nos tolere o nos trate con equidad sino que demandamos que, aun no siendo privadamente tolerante o justo, así esté obligado a tratarnos y así seamos tratados”. Bajo esta premisa, resulta evidente de la necesidad de un marco normativo que garantice ese trato igualitario, como Thiebaut lo afirma “la tolerancia nació como peculiar virtud de las instituciones, hermanada con la virtud institucional por antonomasia, la justicia”; ya que depende de ella e influye en la noción de la misma. La justicia desde el punto de vista liberal le da prioridad a lo correcto o justo por encima de lo bueno. A la vez que acepta la existencia de valores morales que influyen en la elaboración de las normas jurídicas. La tolerancia, así como la justicia, no puede ser predicada para un solo individuo o los actos que éste lleve a cabo, ya que las acciones de ese individuo se tejen con las de otros actores que comparten un mismo espacio público y se relacionan, “en la tolerancia, nuestra voluntad o nuestras creencias tienen que hallar su relación con las de otro” y luego añade Thiebaut “…si la tolerancia se cumple en forma de justicia, y la justicia requiere de la tolerancia, podemos ver que ésta es virtud pública, una virtud que conforma, porque determina, las formas que llamamos justas de organización de lo público”.

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