Milei y la tolerancia como virtud fundamental (1)
Por Hernán Andrés Kruse.-
Entrevistado por el periodista de la señal de cable TN Franco Mercuriali el domingo 20, el presidente de la nación, al hacer alusión a los comicios en el peronismo, expresó lo siguiente: “Es un problema de la oposición, ahora…también hay una parte de morbo y es que me encantaría meterle el último clavo al cajón del kirchnerismo, con Cristina Kirchner adentro” (fuente: Infobae, 21/10/024). Al leer semejante atrocidad no pude menos que recordar, a vuelo de pájaro, las deletéreas consecuencias que trajo aparejadas el jacobinismo antiperonista apenas Aramburu y Rojas se adueñaron del poder luego de desalojar, con apoyo popular, a Juan Domingo Perón. La Revolución Libertadora se propuso a sangre y fuego borrar al peronismo de la faz de la tierra. Semejante estrategia política no hizo más que legitimar a la “resistencia peronista” protagonizada fundamentalmente por los montoneros. El desenlace es harto conocido. El 11 de marzo de 1973, luego de 18 años de proscripción, el peronismo retornó al poder de la mano de Héctor Cámpora. A partir de entonces el país se transformó en un gigantesco campo de batalla que legitimó el derrocamiento de María Estela Martínez de Perón el 24 de marzo de 1976 y el perfeccionamiento del terrorismo de estado, bendecido por la presidenta depuesta y su gabinete (decretos ordenando el aniquilamiento de la subversión) mientras estaban en funciones (año 1975).
Javier Milei, qué duda cabe, no ha aprendido las lecciones que brinda ese pasado tenebroso. Además, con semejante demostración de odio e intolerancia no hace más que echar lodo sobre una noble filosofía de vida cono lo es el liberalismo. En efecto, la tolerancia es uno de sus valores liminares. Si reina la intolerancia, el liberalismo es inviable. Pues bien, Milei, que se jacta de ser un liberal, está haciendo todo lo que está a su alcance para hacer inviable al liberalismo.
Buceando en Google me encontré con un ensayo de Alicia Ambrosino (Universidad Central de Venezuela) titulado “La tolerancia como virtud pública y política. Una aproximación al pensamiento de Carlos Thiebaut y Michael Walzer” (Episteme-Volumen 33-Caracas-2013). El propósito de la autora es “incorporar en el debate de la construcción de una sociedad democrática basada en la justicia como eje principal, las virtudes públicas y políticas que puedan responder a los problemas que la pluralidad democrática enfrenta desde el poder del Estado y las instituciones. Para lograr esa sociedad justa, libre e igualitaria que la democracia enuncia, se deben afianzar sus pilares sobre virtudes fundamentales como la tolerancia, la solidaridad y la responsabilidad, ya que éstas inciden de manera directa en la colectividad al estar dirigidas hacia los otros, dado que no existe ni verdad ni razón absoluta”. Aconsejo vivamente su lectura.
LA VISIÓN LIBERAL DE LA TOLERANCIA
El filósofo español Carlos Thiebaut habla de la tolerancia como virtud pública que puede formularse como una norma que tiene un alcance universal, al encontrarse en el reino de lo moral, y que regula comportamientos que son susceptibles de tener relevancia ética en los ciudadanos. La virtud de la tolerancia para este autor está reflejada en la visión otorgada por el liberalismo político contemporáneo que señala “la relación de dos tipos de factores, racionales o cognoscitivos y de autoentendimiento, que construyen nuestra identidad ética”. De esta manera podemos entender al otro, y cambiar a la vez la concepción que podemos tener de nosotros mismos, y lograr un nuevo sistema de valores de referencia más plural. Mientras más diversidad exista en nuestro ámbito social más compleja debe ser nuestra racionalidad, para lograr alcanzar la idea de tolerancia. La tolerancia nace, afirma Thiebaut, por “el rechazo de conductas y actitudes que […] son dañinas para la convivencia política entre ciudadanos que creemos cosas distintas”, que poseen valores distintos, lo cual dificulta el ejercicio de la libertad y degenera en violencia o tiranía.
Partiendo de esta idea, para lograr una convivencia armónica en ese espacio público, es necesario replantearnos cómo las ideas distintas u opuestas pueden ser verdaderas, y cómo ellas provocan cambios en nuestro sistema de comprensión y de valores para dar paso a recibir y comprender otras verdades.7 En este espacio de convivencia civil, la tolerancia adquiere un aspecto paralelo entre los ciudadanos, ya que a la vez que le doy espacio al otro, me puedo también colocar en el lugar del otro. Cuando Thiebaut se refiere a la tolerancia señala que “la tolerancia se entrelaza con otros valores: con la justicia o con la solidaridad en el mismo espacio público”. Todos estos valores forman parte de las cualidades morales de las acciones y juicios del ser humano para alcanzar o lograr un modelo de vida deseable, así como también para establecer límites determinados por la misma justicia que van a regir la libertad ciudadana y el ejercicio de la tolerancia misma.
La tolerancia en este contexto debe estar por encima de cualquier ámbito temporal o cultural, y su presencia es imperativa para la convivencia de distintas culturas en un mismo espacio público. Se incorpora además de un valor, como un precepto moral, y así lo indica Thiebaut al decir que: “La moral es universal –y por ser universal también la tolerancia tendrá lugar en el reino de lo moral– pero no por ello la moral es abstracta, ciega a lo concreto. Pues si de valores y normas morales hablamos no podremos prescindir ni de aquello que lo particular reclama ni de aquello a lo que lo universal apunta. En el grito que nace del daño y en el rechazo que en él se formula se contiene la tensión entre los dos polos, el de lo concreto de este daño (aquello a lo que apunta el yo lo vi) y el de la demanda de compromiso incondicional, en el tiempo y el espacio, del ¡Nunca más! El yo lo vi apunta a la referencia concreta, el nunca más amplía sin restricción, universalmente, el rechazo”.
Es decir, que la moral no puede negar o dejar de ver el daño que ocurre a su alrededor, las barbaries reiterativas del ser humano. Así mismo señala Thiebaut, se deben adecuar al contexto de acción en el que se encuentren en un momento dado. Así, el alcance de la tolerancia debe ser universal, ya que se encuentra presente en distintos ámbitos sociales, aun cuando regula conductas y prácticas específicas: “la tolerancia es un nombre que requiere superar los límites del espacio, del tiempo y de la cultura en la que nació; que su fuerza explosiva inunda toda concepción que podamos tener de lo moral”. Vista como una virtud, la tolerancia va a tener una noción que incorpora elementos racionales o cognoscitivos y factores de autoentendimiento que establecen nuestra identidad ética. Determina las disposiciones que necesitamos para ser fieles a nuestros principios, indica cómo desearíamos ser y cómo deberíamos actuar en el espacio de libertad, distinguiendo nuestras acciones en la vida pública. Visto así, la realidad que se muestra en la esfera pública se va a componer de distintas aristas que van a ser las distintas apreciaciones hechas por cada uno de esos actores. El ser distinto es una cualidad humana, y esa distinción permite la gran diversidad que enfrentamos en nuestras sociedades contemporáneas cada vez más complejas.
Todo esto conlleva a un aprendizaje en la medida en que sociabilizamos con los otros, dando como resultado un reconocimiento mutuo entre todos los actores del espacio público. Carlos Thiebaut por su parte señala que la actuación de ese sujeto en el ámbito público influye significativamente en el ejercicio del poder, y la tolerancia es vista en muchos casos como el ejercicio de ese poder entre el individuo que tolera y el que es tolerado dentro de esa esfera pública. Para este pensador la tolerancia, al igual que la justicia, tiene un alcance universal, ya que se encuentra presente en todas las circunstancias del actuar del ciudadano, aun cuando ella regule un tipo de comportamiento en particular, en un campo de aplicación específico como lo es la esfera pública, y así visto con sus propias palabras: “El valor de la tolerancia, y su norma, remiten al rechazo de tantos acumulados ejemplos de intolerancia y formulan la propuesta universal de que debiera ser otro el curso del mundo, un curso alternativo en que la diferencia de creencias no impidiera compartir la condición humana de una convivencia pública sin violencia”.
Esta virtud, al igual que los preceptos morales, debe ser racionalmente justificable, ya que compete a todos los individuos por igual dentro de una sociedad. Al asumir a la tolerancia como una virtud nos ubicamos en la manera como deberíamos o desearíamos ser y actuar en el mundo en el que nos desenvolvemos, en ese recinto de libertad que forma parte del espacio que ocupamos. A este respecto Thiebaut añade a la noción de virtud “el rasgo de referirse a una manera de ser y de actuar de los sujetos: añade a los principios y a los valores el acento sobre los motivos de la acción, acentúa el conjunto de disposiciones que habríamos de tener para ser fieles a nuestros valores y consecuentes con nuestros principios”.
Nuestro autor trata a la tolerancia como una virtud peculiar de lo público, en donde el espacio de convivencia es común para los diversos actores y éste, a su vez, aporta modificaciones en la forma como entendemos nuestra moral. Al verla como virtud señala que se debe incorporar como parte del aprendizaje social. No debemos olvidar que nuestras acciones y actuaciones están íntimamente ligadas a otros; y este va a ser el punto inicial en el proceso de reconocimiento del otro y de los otros hacia nosotros en ese espacio público común. Esta socialización hace que la visión del mundo adquiera otra perspectiva, ya que implica concebirlo desde una dimensión plural y moral.
La posición argumentada por Thiebaut sobre este aspecto, se encuentra emparentada con la interpretación sobre la visión comunitarista. Thiebaut afirma que el problema que implica pensar a la tolerancia en el ámbito moral es que su nacimiento es relativamente reciente con respecto a otros valores o preceptos morales, ya que surge en un momento histórico en el cual se buscaba evitar enfrentamientos religiosos; esto hace que las emociones y las creencias particulares tengan que pasar al ámbito privado, de esta manera los conflictos originados por el sistema de creencias deja de formar parte del debate público y, como consecuencia directa, se elimina el conflicto. Así, retomando a la tolerancia como una virtud, Taylor afirma que “una sociedad multicultural se vincula a la inclusión de una vasta gama de esos respetables desacuerdos morales, ya que éstos nos ofrecen la oportunidad de defender nuestras opiniones ante las personas con seriedad moral con las que estamos en desacuerdo, y así aprendemos de nuestras diferencias. De esta manera, podemos hacer de la necesidad de nuestros desacuerdos morales una virtud”. Esto se cumple siempre y cuando dichas opiniones o desacuerdos morales, no representen una amenaza hacia el ciudadano como lo puede ser el racismo, el antisemitismo, o el discurso del odio. Y, por supuesto, siempre se debe tomar en consideración el ámbito político social de la cultura a la que se está haciendo referencia. Cuando relegamos a una esfera ciertos aspectos para que no intervengan en la esfera política, entonces nos volvemos “ciegos a las diferencias” y esto permitiría, en teoría, que todas esas culturas diversas tengan un terreno neutral para coexistir. En vista que las sociedades se vuelven cada vez más multiculturales, más abiertas a las migraciones, los ciudadanos van a ser multiétnicos y el cuestionamiento de los principios políticos aumenta.
Cada una de las culturas en ese espacio público tratan de imponerse unas sobre otras, dejando a un lado un aspecto muy importante como es el reconocimiento, ya que el valor de cada cultura debe preservarse y esto sólo se logra en la medida en que todos los miembros de una comunidad reconozcan como iguales los valores de otras culturas. Dentro de las sociedades liberales este mutuo reconocimiento no es tan sencillo como en las sociedades comunitaristas, como lo señala Thiebaut: “El punto de debate es si el reconocimiento de las diferencias es un punto de partida para la reflexión sobre lo público, como los liberales herederos de la ilustración sostendríamos, o si es sólo un punto de llegada, como por su parte suponen los comunitaristas… Los comunitaristas parecen pensar, más bien, que lo público, tal como está constituido, tiene que desandar el camino de su ceguera a la particularidad y tiene que llegar a la meta, para ellos olvidada, del reconocimiento de lo concreto y de lo particular. Los liberales pensaríamos que el cosmopolitismo sólo se constituye por el reconocimiento y la inclusión de las particularidades que vayamos haciendo relevantes; los comunitaristas argüirían que el ideal cosmopolita es un obstáculo para el reconocimiento de estas particularidades”.
Así, podemos observar que existen dos posturas, una que se manifiesta como el tener que tolerar las diferencias o a quienes son distintos a nosotros (tolerancia negativa) o, por otro lado, cuando existe un interés positivo en la diversidad social, moral y cultural, hacia los otros tratando de comprenderlos (tolerancia positiva). Thiebaut se refiere a la tolerancia como una “peculiar virtud de lo público que hace que lo entendamos como espacio de convivencia de los diversos y que opera como una constelación conceptual que arrastra cruciales modificaciones en la manera en que hemos dado en entender nuestra moral”. Desde esta idea, la moral se va a construir de manera reflexiva. Y aquí se engloban dos aspectos importantes; por una parte el no poner condiciones absolutas a la convivencia, y por otra, el mostrar nuestras creencias de forma no excluyente para que sean comprensibles por los otros individuos con quienes convivimos.
Si reconocemos un sistema de comportamientos sustancialmente diferente u opuesto al nuestro, nuestras propias valoraciones pueden modificarse de algún modo, ya que hace plantearnos la duda sobre la absoluta certeza de nuestras creencias, y así lo enuncia: “en la medida en que esa diversificación cuestiona formas anteriores de estabilidad del orden social, éste debe ser repensado y concebido de otra manera tanto reconstruido y rehecho. Al hacerlo, la dinámica estructural de la idea de tolerancia, su manera de acoplar en nuevas formas algunas nociones morales, políticas y jurídicas, ubica en nuevos espacios, y por lo tanto transforma, las ideas mismas de individuo y de sus creencias (redefine sus espacios propios), de lo que es un orden político legítimo, de lo que es privado y público, y de las razones que pueden ser válidos en esos espacios”.Durante este proceso ocurre un reconocimiento crítico y reflexivo de las diferencias. Van a haber ciertas tradiciones que no serán admitidas como válidas, ya que se contraponen con nuestra identidad cultural y algunas serán simplemente inaceptables.
Para poder comprender las formulaciones planteadas anteriormente debemos conocer los requisitos que el autor considera necesarios para su formulación. El primer requisito para la tolerancia negativa implica que debemos limitar nuestras creencias para no considerarlas por encima de la convivencia con los otros. El segundo requisito está ligado a la tolerancia positiva e implica la forma como presentamos nuestro sistema de creencias en el espacio público, aquí es donde se habla de la “tolerancia del comprender”. Es importante señalar que para Thiebaut es en el espacio público donde el individuo se muestra como ciudadano, y es en este ámbito donde se expresan todos los derechos políticos que posee un individuo. Es el escenario en donde los ciudadanos, al igual que actores, protagonizan sus vidas dentro de la comunidad política, y posee una serie de normas inherentes que permiten esa actuación de manera ordenada y plural. Los ciudadanos allí van a expresar los derechos políticos que poseen, junto con los deberes y responsabilidades correlativas con el Estado. Por tanto, “crear la idea de tolerancia es crear el sistema de razones (de razones como argumentos, de razones materializadas en instituciones y reconocimientos) que apoya y realiza su concepto”.
En la medida en que comprendemos o aceptamos al otro con toda la carga moral que implique, en mayor medida seremos justos, ya que podremos colocarnos en el lugar del otro y realizar un juicio no subjetivo, sino tomando en consideración las distintas aristas que forman parte de un hecho determinado. Al tolerar respetamos los contrastes entre las distintas ideas, ampliando el espectro de opiniones y, esas opiniones, van a promulgar un debate que va a ser fundamental en el ideal político democrático. Es importante señalar que Thiebaut va a afirmar que la tolerancia es una “virtud fuerte y exigente” que se aplica cuando se cuenta con marcos institucionales que hacen posible y refuerzan su ejercicio, y que no solamente va a ser practicada por los diversos actores del espacio público, sino que en algunos casos habrá que imponérsela dentro de marcos institucionales para mantener la convivencia dentro de ese mismo espacio público.
Cuando reclamamos tolerancia o justicia “no sólo confiamos en hallar a otro que nos tolere o nos trate con equidad sino que demandamos que, aun no siendo privadamente tolerante o justo, así esté obligado a tratarnos y así seamos tratados”. Bajo esta premisa, resulta evidente de la necesidad de un marco normativo que garantice ese trato igualitario, como Thiebaut lo afirma “la tolerancia nació como peculiar virtud de las instituciones, hermanada con la virtud institucional por antonomasia, la justicia”; ya que depende de ella e influye en la noción de la misma. La justicia desde el punto de vista liberal le da prioridad a lo correcto o justo por encima de lo bueno. A la vez que acepta la existencia de valores morales que influyen en la elaboración de las normas jurídicas. La tolerancia, así como la justicia, no puede ser predicada para un solo individuo o los actos que éste lleve a cabo, ya que las acciones de ese individuo se tejen con las de otros actores que comparten un mismo espacio público y se relacionan, “en la tolerancia, nuestra voluntad o nuestras creencias tienen que hallar su relación con las de otro” y luego añade Thiebaut “…si la tolerancia se cumple en forma de justicia, y la justicia requiere de la tolerancia, podemos ver que ésta es virtud pública, una virtud que conforma, porque determina, las formas que llamamos justas de organización de lo público”.
LA ARGENTINA POLÍTICA: ENFOQUES
Javier Milei lleva la violencia verbal a un punto de casi no retorno
Melisa Molina
Página/12
22 de octubre de 2024
«Me gustaría meterle el último clavo al cajón del kirchnerismo, con Cristina adentro», dijo, desatado, el presidente de la Nación, Javier Milei sobre la expresidenta Cristina Fernández de Kirchner a poco más de dos años del intento de magnicidio. Los autores intelectuales de ese ataque aún no fueron investigados, ni condenados y se sospecha que pueden estar vinculados a la familia Caputo, cuyos miembros forman parte del gobierno actual. «¿Así que ahora también me querés matar?», le respondió la expresidenta, y agregó: «¿Sabés una cosa, Javier Gerardo Milei? Aunque me maten y de mí no queden ni la cenizas… tu Gobierno es un fracaso y vos como Presidente das vergüenza ajena». El repudio a la violencia del jefe de Estado se hizo escuchar desde distintos sectores del arco político y también desde los organismos de Derechos Humanos y desde la CGT, que aclaró que «la muerte no puede formar parte de la disputa política». Tal como ocurrió antes del intento de magnicidio de la entonces vicepresidenta, desde la oposición alertan sobre la violencia discursiva y simbólica que fogonea el Presidente y muestran preocupación por las consecuencias que puede traer, incluso provocando y legitimando la violencia física. El repudio fue amplio, salvo por la UCR, que llamativamente hasta anoche se mantenía en silencio.
A última hora del lunes, Milei le respondió a CFK y siguió incitando la violencia: «agradezco sus posteos en dos direcciones: deja en evidencia su ignorancia e impericia para llevar a cabo los destinos de un país, salvo que su objetivo sea destruirlo; y me permite disfrutar el placer de hacer docencia. La espero ansioso con su próxima barbaridad», resaltó y trató de argumentar con números su gestión. Dijo que «la mejor política social es bajar la inflación».
LA RESPUESTA DE CRISTINA
Cristina Fernández de Kirchner se ocupó de centrarse en las críticas a Milei con argumentos concretos y económicos de su gestión en el gobierno: «ibas a dolarizar y terminaste copiándole la tablita del dólar a Martínez de Hoz; y lo tenemos otra vez al Toto Caputo con el carry trade, donde se la están llevando en pala los sectores financieros. Pensé que los plagios solamente los hacías con los libros», expresó y recordó: «Dijiste que ibas a cerrar el Banco Central y terminaste pasando sus pasivos al Estado argentino con las LEFI y las LECAPS que están generando intereses mensuales por más de 2 billones de pesos y armando una bola que, cuando explote, mejor no estar cerca».
La exmandataria reflexionó que «sería bueno que, en lugar de insultar a diestra y siniestra, y amenazarme con mi muerte, encontraras la forma de que los argentinos puedan volver a comer cuatro veces al día y en su casa, sus hijos crecer sanos para poder estudiar y progresar y los viejos tengan sus remedios para poder vivir».
Ella, además, recordó que «ya hubo una época en la Argentina, en la que se pensaba que la muerte del adversario era la solución», y sumó otra ironía a propósito de la acusación que Milei formuló en campaña contra Patricia Bullrich de que su ahora ministra ponía bombas en jardines de infantes en los 70: «De aquel tiempo podes preguntarle a tu Ministra de Seguridad que, de eso, puede dar cátedra». Subrayó: «Estás nervioso y agresivo porque todas las idioteces que, durante años, dijiste en la tele y todavía seguís repitiendo son solo eso: idioteces».
Por último, agregó que «como no tenés las más pálida idea de lo que es la gestión del Estado terminaste pidiéndole ayuda a Macri», e hizo responsable «a usted y a los medios que han habilitado discursos de violencia sin límites (que finalmente terminan con un intento de disparo en la cabeza), no sólo de lo que me suceda a mí, sino a otros peronistas, integrantes de otras fuerzas políticas opositoras y organizaciones libres del pueblo».
Desde el entorno de Milei algunos se limitaban a decir que «lo del ataúd», se trató de «una metáfora», mientras que otros señalaban que el Presidente «es un hombre libre que dice verdades sin miedo a las consecuencias». En esa línea se pronunció Milei a última hora: «le cuesta más trabajo entender una simple metáfora que mostrar su título de abogada», la siguió agrediendo.
UN AMPLIO REPUDIO
«La muerte no puede formar parte de la disputa política», sentenció la CGT después de que se conocieran las palabras del presidente en contra de CFK. También le brindaron su «incondicional solidaridad», y remarcaron: «Repudiamos la violencia política ejercida por el Presidente al borrar todos los límites de la confrontación democrática. La palabra de un Presidente tiene un valor institucional que no debe ni puede ser disminuido y no debemos naturalizar la violencia en el discurso político», resaltaron.
El gobernador de la provincia de Buenos Aires Axel Kicillof, en tanto, calificó el hecho de «gravísimo, nefasto e indigno» y lamentó: «¿Cuántas veces habrá que repudiar el odio y la violencia de las palabras de Milei?». «Estas declaraciones de un presidente contra Cristina son completamente incompatibles con la democracia». A él se sumó el titular del bloque de diputados de UxP, Germán Martínez. «Basta de incitación a la violencia», exclamó y exigió «ponerle un freno» a Milei entre «todas las fuerzas políticas». El senador y exministro del Interior, Eduardo «Wado» de Pedro marcó el tono antiperonista de los dichos de Milei y sostuvo que «no sólo lo hace para expresar su fantasía de una Argentina sin peronismo, sino también para desviar la atención y esconder el fracaso de su modelo económico».
La senadora Juliana Di Tullio reflexionó: «No pudieron las bombas del 55, no pudo la dictadura del 76, no podrá este pedacito de Poder Judicial corrupto y antiperonista, las balas financiadas por ministros de su gobierno. Mucho menos usted, presidente», la diputada Cecilia Moreau añadió que Milei «tiene que pedir disculpas públicamente por incentivar de esta manera a la violencia. Nuestra historia reciente nos dejó mas que claro que este tipo de arengas terminan mal».
Oscar Parrilli, senador y muy cercano a la expresidenta, pidió «no naturalizar la violencia y brutalidad de estas palabras» y condenó las declaraciones de Milei. «Esto es apología a la violencia. Todo el arco político debería estar preocupado por este discurso sin límites por parte del Presidente que tiene el destino de nuestro país en sus manos», sostuvo. Leopoldo Moreau aclaró que «esto no es un berrinche, ni un ataque de furia de un desquiciado, esta es una construcción elaborada que apunta contra quien considera su verdadera enemiga y fantasea asesinar». Para él «el parlamento y el poder judicial debería preguntarse si este ‘morbo’ no lo viene compartiendo desde hace mucho tiempo con Bullrich y los Caputo».
El gobernador de La Rioja y candidato a presidir el PJ, Ricardo Quintela, también sumó su repudio. Dijo que Milei «habla sin tapujos deseando la muerte de la expresidenta, que además fue víctima de un intento de magnicidio que hasta el día de hoy permanece impune». «Estamos cansados de estas muestras de desequilibrada violencia y odio y como sociedad debemos repudiarlas. Después se enojan y escandalizan con los pedidos de juicio político hacia el presidente», finalizó.
Carlos Heller, presidente del Partido Solidario puntualizó que las de Milei «son declaraciones de una gravedad extrema que muestran el modo en que el actual presidente entiende a la democracia: un espacio donde se ejerce la violencia y la eliminación del otro». La diputada Mónica Macha recalcó que «los deseos de muerte de Milei no son gratuitos, constituyen un acto de violencia desde el máximo poder político y dirigidos con saña hacia Cristina».
Desde H.I.J.O.S Córdoba, en tanto, dijeron que es «Inaceptable la violencia ejercida por el presidente de la Nación en el país de los 30000 desaparecidxs. Es urgente recuperar por parte de quienes tienen responsabilidades institucionales la cultura del diálogo y el respeto para fortalecer nuestra democracias.
Las críticas a la violencia de Milei no solo fueron desde el peronismo/kirchnerismo, los organismos de DHHH y los sindicatos, sino que se extendieron a distintos sectores políticos. El PRO, la Libertad Avanza y gran parte del radicalismo, sin embargo, se mantuvieron en silencio durante toda la jornada. Facundo Manes compartió un video de su archivo en contra del odio en la política.
El presidente del bloque Encuentro Federal, Miguel Ángel Pichetto, escribió que a Milei «le incomodó lo de la tablita de Martínez de Hoz y Ricardo Arriazu durante la Dictadura, pero lamentablemente, se parece mucho al crawling peg de Caputo», y advirtió: «Cuidado con seguir agitando la violencia». Desde Encuentro Federal también lanzaron un comunicado en el que dijeron que «las expresiones violentas del Presidente de la Nación contra periodistas y dirigentes políticos son una muestra de intolerancia reñida con el sistema democrático basado en la libertad de expresión y el respeto por las ideas diversas. Desde el poder se debe gobernar con tranquilidad para evitar que el propio comportamiento del jefe de Estado instale y naturalice un clima de hostilidad, odio y violencia social».
Myriam Bregman, del FIT, manifestó «todo su repudio» ante las «violentas expresiones del Presidente a Cristina Fernández de Kirchner», y añadió que «en 2021 participé de un debate con Milei y decidí no darle la mano porque nos decía ´zurdos van a correr´, imitando el lenguaje de las patotas de la derecha. Ahora, desde el poder del Estado, sus agresiones se hacen más peligrosas». El abogado Carlos Maslatón, en tanto, indicó que «lo dicho por Milei es simplemente repugnante», y añadió que la respuesta de CFK «es precisa en lo económico y financiero», y «desenmascara el fraude en contra del pueblo que estas políticas significan, armadas exclusivamente para robar y traspasar riqueza de la mayoría explotada a una ínfima minoría de criminales de las finanzas».
El diputado del Partido Socialista, Esteban Paulón, lamentó que se asista «otra vez» al uso del «lenguaje funerario y violento por parte del Presidente», y agregó: «Hablar de enterrar, clavar tapas de ataúdes o insultar a quienes ya no puede defenderse, lo describe mucho más a él que al resto de la sociedad. Un país no se gobierna a puro insulto».
LA ARGENTINA POLÍTICA: ENFOQUES
La lucha de Salud: una causa del conjunto de los trabajadores
Marcelo Mache
Prensa Obrera
21/10/024
Este martes 22, a las 13:30 hs, está convocada una marcha de trabajadores y trabajadoras de la salud desde el Congreso de la Nación hacia Plaza de Mayo, en el cuadro de diversos conflictos sindicales del sectores y contra el vaciamiento y ajuste del gobierno nacional contra la salud pública: un ataque que repercute negativamente en la calidad de vida de millones de trabajadores y restringe el acceso a un verdadera cobertura de salud.
Los conflictos sindicales y salariales en el Hospital Garrahan, sumados la precarización laboral y despidos en el Hospital Posadas, la lucha contra el vaciamiento y cierra del Hospital Laura Bonaparte y la pelea de trabajadores y trabajadoras de enfermería por su reconocimiento como profesionales de la salud son algunos de los conflictos actuales que impulsan la lucha d elos trabajadores contra el gobierno de Javier Milei.
La política del gobierno nacional en Salud implica no solo un ataque a las condiciones laborales y salarios de miles de trabajadores, sino también una liquidación de los servicios sanitarios públicos, a los cuales accede gran arte de la población, cuyos ingresos, a su vez, son atacados por el mismo ajuste nacional que desenvuelve el gobierno “libertario”.
A esto se suma que quienes acceden al sector privado de la salud, por medio de la medicina prepaga, vienen sufriendo aumentos exorbitantes en las cuotas, junto a una degradación de la cobertura, con conflictos en sanatorios y clínicas privadas debido a que las patronales trasladan el ajuste a los trabajadores. Mientras miles de afiliados tuvieron que renunciar a su cobertura ante el aumento sideral de las cuotas habilitado por el gobierno nacional.
El ajuste del gobierno sobre la salud debe ser tomado de forma integral, sumando aquí lo que ocurre con el encarecimiento de medicamentos y tratamientos, con la liberación de precios digitada por el gobierno, al tiempo que desde el Ejecutivo liquidan y desguazan los planes de cobertura de medicamentos del Pami,
El gobierno desarrolla una política de ajuste contra la salud en toda la línea: desfinancian y vacían la salud pública, despiden a personal y cierran áreas enteras de hospitales nacionales; recortan los fondos para las provincias, replicando el ajuste en cada jurisdicción de la mano de los gobernadores; liberan el negocio de los privados, quienes suben las cuotas, agregan coseguros y rechazan pacientes “caros”; habilitan la subas en medicamentos, al tiempo que recortan la cobertura del Pami y los medicamentos de alta complejidad; retienen los fondos de las obras sociales, al borde de la quiebra; no realizan campañas de vacunación cotnra el dengue y/o limitan y restringen otras campañas sanitarias incluidas en los programas nacionales; etc.
Trabajadores del Hospital Garrahan vienen de organizar un encuentro de trabajadores de la salud de diferentes hospitales para organizar la movilización en defensa de la salud, donde participaron diversos sectores, incluso de docentes universitarios en plena lucha por el financiamiento para la educación superior y la formación de profesionales y trabajadores de la salud, y jubilados que enfrentan el brutal ajuste del gobierno y ven mermar sus ingresos y sus posibilidades de comprar medicamentos y acceder a los tratamientos indicados.
En dicho encuentro se criticó la actitud criminal de las burocracias sindicales, que asisten a este proceso como cómplices de la política de vaciamiento del gobierno, siendo el factor que se destaca la autoorganización de los trabajadores, junto algunas direcciones sindicales combativas y antiburocráticas.
La movilización de este martes 22 se presenta como un punto de reagrupamiento para el conjunto de los trabajadores: aquellos que prestan tareas y servicios en el sistema sanitario público, de obras sociales y privado, y para quienes acceden a un sistema de salud vaciado y totalmente sobrepasado por la demanda sanitaria.
LA ARGENTINA POLÍTICA: ENFOQUES
El fascismo y la muerte
Eduardo Fidanza
Perfil
22/10/024
El discurso político que exalta la muerte es tan antiguo como el mundo. Pero los fascismos del siglo XX lo llevaron a su cénit, porque lo utilizaron junto a vastos recursos técnicos, organizacionales y militares como no se había visto en épocas anteriores. La idea de la supremacía de la verdad, identificada con el bien absoluto, y la destrucción del mal como única y purificadora alternativa, está en la base de esta ideología, que puso su maquinaria al servicio de la aniquilación.
Marchas de antorchas, consignas agresivas y amenazadoras, quema de libros, violencia verbal y física escenificaron este proyecto macabro. El enemigo merece la muerte: esa es la esencia del discurso fascista.
En 1984, el periodista Pablo Giussani se atrevió, con fundamento, a comparar a los Montoneros con los fascistas italianos, vinculándolos por el culto a la muerte. “¡Duro, duro, duro, vivan los Montoneros que mataron a Aramburu!” era la expresión más cabal de esa fruición por la muerte. No alcanzaba con asesinarlo, había que festejarlo. Con otra intención, pero con parecido morbo, en el cierre de la campaña presidencial de 1983 el sindicalista.
Herminio Iglesias quemó un ataúd que representaba a Alfonsín, hundiendo las chances del peronismo de recuperar el poder. Junto con la democracia, la gente celebraba la vida, después del terrorismo de Estado precedido por años de violencia.
En un escenario donde el kirchnerismo había instalado la dialéctica de “ellos y nosotros”, acosando con agresividad y persecuciones blandas a los opositores, el actual presidente ha dado una vuelta de tuerca, por cierto, para peor. Mucho peor. Se ensañó con un exfuncionario el día de su muerte, llamándolo “impresentable y repugnante ministro” y afirmando que fue uno de los más siniestros de la historia por su actuación durante la pandemia, empleando argumentos al menos discutibles. Remató su rencor manifestando el deseo de clavar el último clavo del ataúd kirchnerista con la expresidenta adentro. Estamos hablando de otra escala, de cuando el desprecio se aproxima a la psicosis.
La necrofilia fascista significa la muerte de las palabras que evocan la fraternidad.
Cuando «acuerdo”, “justicia social”, “igualdad” son stigmatizadas y reemplazadas por “motosierra”, “rata”, “degenerado”, “ataúd”, vivas insultantes y muertes merecidas, se crean las condiciones propicias. Usamos las comillas para resaltar que el fascismo antes de matar personas –material o simbólicamente-, destruye las palabras que podrían impedirlo. Si el líder es un rey que se contornea belicoso, bailando una letra que dice “te destrozaré”, no hay mucho más para agregar. Nos destrozará. La intención es esa: destruir todo lo que se oponga a su verdad. Cabe preguntar qué tiene que ver esto con “el irrestricto respeto al proyecto del otro” del sr. Benegas Lynch, su mentor.
El progresismo que asumimos, por más maltrecho que esté, supo responder a este tipo de agresiones recordando un episodio histórico que retrata cabalmente al fascismo. Lo haremos una vez más.
Ocurrió en el paraninfo de la Universidad de Salamanca el 12 de octubre de 1936, con motivo de la celebración del día de la Raza. Habían transcurrido tres meses desde la rebelión de Franco y la ciudad universitaria estaba en manos del bando nacional.
Presidió la ceremonia el rector, Miguel de Unamuno, y asistieron la mujer de Franco, Carmen Polo, el general Millán Astray, jefe militar de la ciudad; autoridades religiosas, profesores y público, en medio de un clima de exaltación nacionalista y anticomunista, rodeado de guardias armados con sus fusiles prontos a disparar.
Los profesores que hablaron hicieron una apología hiperbólica de la España católica, a la que consideraron malversada por el liberalismo de la República; el general Millán Astray, un inválido soldado de la más rancia derecha, excitó a los asistentes gritando la consigna tripartita: España una, grande y libre.
Se respiraba un clima de extraordinaria agresividad política, ajena al ámbito universitario. Unamuno estrujaba el papel de una carta pidiendo clemencia para un pastor protestante condenado a muerte. Mientras hablaban los demás, escribía en el reverso unas breves notas de lo que iba a ser su intervención, reservada para el final. No podía esperarse otra cosa que su adhesión, porque había apoyado el alzamiento.
Pero ocurrió lo inesperado. Dirigiéndose a los asistentes, Unamuno dijo con voz firme: “Se ha hablado aquí de guerra internacional en defensa de la civilización cristiana; yo mismo lo he hecho otras veces. Pero no, la nuestra es solo una guerra incivil. Nací arrullado por una guerra civil y sé lo que digo. Vencer no es convencer y hay que convencer, sobre todo, y no puede convencer el odio que no deja lugar para la compasión; el odio a la inteligencia, que es crítica y diferenciadora, inquisitiva, más no de inquisición”. La audiencia quedó sorprendida y se puso aún más agresiva, esta vez contra el rector, que pasó en un instante a convertirse en un alto traidor.
El general Millán Astray empezó a golpear la mesa de las autoridades y a interrumpir a Unamuno, pidiendo la palabra a gritos, mientras su guardia ponía a punto las ametralladoras por si fuera necesario usarlas. El militar, enfurecido, dijo entonces dos frases antológicas del fascismo moderno: “¡Viva la muerte!” y “¡Mueran los intelectuales!”
El rector respondió que no le iba a permitir ese agravio porque estaba en el templo de la inteligencia, que sus palabras profanaban. Y remató, desencajado, que para ser inválido le faltaba la grandeza espiritual de Cervantes.
En un gesto de protección, la esposa del dictador lo tomó del brazo y lo sacó a la calle, en medio de las amenazas e improperios de los asistentes. Unamuno fue echado de la Universidad y murió tres meses después. Este tipo de enfrentamiento entre visiones del mundo está más allá de la economía y de la política. Es, efectivamente, una profunda discrepancia cultural.
Una polémica a veces trágica, como la que relatamos, acerca del sentido de la existencia en común: de cómo pensar y de cómo vivir; de cuáles son los valores que organizarán la sociedad, y qué normas deben regir para discutirlos y consensuarlos. Algo crucial, que debe resolverse con inteligencia, no abjurando de ella.
En la Argentina, luego de años de incivilidad, empeoramiento de la educación y embrutecimiento social, se ha erigido un liderazgo insensible al sufrimiento y excitado con la muerte, que alimenta un discurso de odio enloquecedor.
Cabe plantear si estos son los supuestos de un país en el que se pueda vivir en paz y progresar o se trata de extravíos que anticipan una nueva y enorme frustración. Acaso puedan preguntárselo otros integrantes de la élite del poder –empresarios, políticos, periodistas-, que hoy lo aplauden, o negocian con él o le dan espacios para difundir barbaridades. Tal vez no sea ahora o nunca, sino ahora y bien. Y en nombre de la vida, no de la muerte.
LA ARGENTINA POLÍTICA: ENFOQUES
Isabel y Victoria
Rogelio Alaniz
Fuente: La Nación
(*) Notiar.com.ar
20/10/023
Me dirán que Victoria Villarruel no es peronista y que fue votada precisamente por los opositores al peronismo. Puede ser, pero convengamos que se comporta, habla y reivindica banderas en las que un peronista tradicional se reconocería en el acto. No es peronista, pero cada vez se parece más, y cada vez hay más peronistas que la miran con cariño. Solo desde esa certeza vital se explica que Villarruel haya decidido visitar a Isabelita, con la que seguramente comparten certezas políticas y en particular una similar mirada acerca de aquel pasado en el que la esposa de Juan Domingo Perón fue vicepresidente y luego presidente. Digamos, a modo de síntesis, que el peronismo nos ha obsequiado en el último medio siglo tres vicepresidentes peronistas: Isabel, Cristina y Victoria. No sé si la causa feminista está bien representada en la ocasión, pero intuyo que la causa peronista ha instalado en el poder las mujeres que se merece.
Muchos dirigentes de La Libertad Avanza pusieron el grito en el cielo por ese gesto de la vicepresidente de Javier Milei, y algunos hasta se atrevieron a usar la palabra «traición». Desde el actual peronismo oficial, también abundaron las críticas, en particular contra Isabelita, algo que para muchos hoy resulta previsible, aunque si repasamos la historia con un poquito más de atención vamos a observar que no siempre el peronismo fue crítico con Isabelita y es más, en algunas ocasiones compitieron entre ellos para probar quién era más leal, más obsecuente y respondía con más verticalidad a sus órdenes. Lealtad, obsecuencia, verticalidad. palabras sagradas en el diccionario peronista.
Les recuerdo a los jóvenes y a los veteranos poco memoriosos que a principios de los años ochenta, todo o casi todo el peronismo peregrinaba una vez más a Madrid, aunque esta vez no a Puerta de Hierro sino hacia el lujoso dúplex de Villafranca del Castillo, para solicitarle de rodillas a Isabel que acepte ser candidata a presidente en 1983. Recuerdo a Carlos Menem con sus tarros de dulce de leche, que Isabelita tiró a la basura; también recuerdo a dirigentes peronistas asegurando que Isabel era Perón y que a través de ella Perón nos iba a gobernar desde el cielo. Siempre tan encantadores, tan lúcidos y tan racionalistas nuestros compañeros. Recuerdo a una parejita de Santa Cruz que hasta mediados del año 1983 bregaba para que Isabel fuera la conductora del peronismo. Néstor y Cristina se llamaban. Si los argentinos dispusimos de la tranquilidad moral de saber que Isabel no retornaría a estos pagos, fue una gracia que se la debemos a ella, porque si por los peronistas hubiera sido, la candidata para «que Perón nos gobierne desde el cielo» habría sido ella. Isabel, Cristina y Victoria. Lindo trío para un truco. Ninguna está incómoda en ese friso. Cada una ha hecho lo que se debe hacer para ganarse ese lugar de honor.
«Es una pobre mujer», dijeron de Isabel algunos peronistas hace unos años. No comparto. La pobre mujer fue la esposa que eligió Perón para compartir su cama pero también para compartir los destinos de la república sin otro mérito que la participación en un modesto ballet de danzas folclóricas y la participación como bailarina en un local centroamericano que la sabiduría popular designa con el nombre de «cabaret». «Mi único heredero es el pueblo», dijo el viejo pícaro, aunque en realidad a la hora de los bifes su heredera fue Isabel. Y lo fue desde el momento que el Líder decidió, sabiendo del deterioro de su salud, que ella lo acompañara en la fórmula presidencial de 1974. Ella y su secretario privadísimo. Lujos que nos damos los argentinos o que el peronismo nos suele obsequiar de vez en cuando. Primero, un rufián de prostíbulo como Raúl Alberto Lastiri en el cargo de presidente provisional; luego, una bailarina de cabaret como vicepresidente y presidente. ¡Vamos Argentina si querés! Digo, a modo de disculpa, que la «pobre mujer» siempre me resultó un personaje sórdido, grotesco y siniestro. Muerto Perón, tuvimos que soportar su rampante mediocridad, su histeria invasiva, su luto sombrío y su tilinguería regada con hostias y agua bendita.
Una observación merece hacerse a su favor. Las Tres A, el terrorismo de Estado, los parapoliciales masacrando disidentes en las calles no fue una creación de ella o de José López Rega. Ninguno de los dos se hubiera atrevido a dar ese paso sin el aval del propio Perón. Lo que Isabel hizo fue cumplir al pie de la letra con las enseñanzas que les había dado el general respecto a cómo se debe ajustar cuentas con los que molestan. De hecho, el 1 de mayo de 1974 el general dejó públicamente las instrucciones del caso. A las tres I -es decir a los imbéciles, imberbes e infiltrados-, había que responderle con las Tres A, porque ese es el destino, según sus palabras, que se merecen los traidores, cipayos y vendepatrias.
Cuando los militares llegaron al poder, en marzo de 1976, la mitad del trabajo sucio estaba hecho y bien hecho. Es más, no sé si los militares se hubieran atrevido a perpetrar la carnicería que perpetraron si previamente Perón no hubiera dado los primeros y decisivos pasos. Muerto Perón, la pobre mujer pudo haber renunciado o algo parecido, pero se empecinó en mantenerse en el poder para precipitar a toda la Argentina en la tragedia. Ella misma, fue la tragedia y el horror; el fracaso y la muerte.
Está claro que no estuvo sola en su faena. Institucionalmente todo el peronismo la acompañó: los sindicalistas, el Partido Justicialista y la mayoría de los gobernadores. Muchos peronistas fueron víctimas de este operativo quirúrgico. Hazaña del populismo criollo: en la misma causa militaban torturados y torturadores, víctimas y verdugos, asesinos y asesinados. Para 1975 ya eran lejanos los tiempos en que Perón aconsejaba a la juventud a tomar el fusil y la propaganda oficial de 1973 presentaba a los asesinos de Pedro Eugenio Aramburu como «juventud maravillosa». Cuando el gobierno se reúne con los militares para habilitarlos en la tarea de exterminar a los subversivos, Isabel está de licencia en Ascochinga acompañada, la muy tilinga, por las esposas de los flamantes comandantes en jefe que ella había ascendido: Jorge Videla, Orlando Agosti y Emilio Massera. Isabelita mientras tanto tomaba té y bordaba chucherías que luego le regalaba a las esposas de sus futuros verdugos. El presidente provisional en la ocasión era el pavo real de Ítalo Argentino Luder, que habilitó a los militares en todo lo que le solicitaban y, para asombro de los propios militares, en más de lo que ellos pedían.
Las crónicas recuerdan que los jefes militares le propusieron tres alternativas para liquidar a la subversión: una, en el marco de la ley; otra, mitad y mitad y la tercera aplicando el más crudo terrorismo de estado. Por supuesto, los caciques peronistas, para asombro incluso de los militares, se inclinaron por la salida más ilegal y más dura. «Hay que fumigarlos como a ratas», dijo un dirigente sindical ante la mirada algo atónita de los jefes militares que no terminaban de creer que hubiera civiles que proponían soluciones más duras que las que ellos mismos propiciaban.
La pobre mujer avaló la carnicería que se avecinaba, aunque el premio que los militares le otorgaron fue el de cinco años de cárcel, castigo que comparado con el que padecieron otros argentinos fue una dulzura. Cuando recuperó la libertad se fue a España y jamás de los jamases dijo una frase, una palabra contra los militares. Lo que se dice, una mujer acostumbrada a obedecer y someterse a los rufianes que la maltratan. Esa por lo menos fue la opinión de su edecán, cuando ingresó al despacho de la Casa Rosada y vio que su secretario le estaba pegando unas cachetadas. Como indica el honor y las leyes, el edecán intervino protegiendo a su presidente, intervención ruinosa para él porque la mujer golpeada en lugar de agradecerle lo sancionó con arresto. Lo que se dice, una pobre mujer.
NO VOY A LEER ESTE CHORIZO DE COSAS CUYA TRASCENDENCIA LIMITA CON EL 0