Por Hernán Andrés Kruse.-

Javier Milei asumió el 10 de diciembre de 2023. Lo hizo a espaldas del Congreso. Pocos mandatarios se hicieron presentes. El más relevante fue Volodimir Zelenski, presidente ucraniano. Luego de dirigirse al pueblo el flamante presidente de la nación se estrechó en un prolongado abrazo con su par ucraniano, ante la atónita mirada de Boric, presidente trasandino. El mensaje era claro y contundente: el gobierno libertario apoyaba sin hesitar a Ucrania, víctima de la cruel invasión del ejército ruso.

En junio del año pasado Milei viajó a Suiza para asistir a la Cumbre Global por la Paz. En esa oportunidad mantuvo una reunión bilateral con su par ucraniano donde le ratificó su total apoyo. Al recibir La Orden de la Libertad por parte de los organizadores del evento, Milei expresó: “Nosotros apoyamos a Ucrania y creemos que nadie tiene derecho a invadir a otro país y acá hay claramente un invasor que es Rusia y alguien que fue invadido y atacado que es el caso de Ucrania” (fuente: Infobae, Federico Galligani, 24/2/025).

Meses más tarde la mayoría del pueblo norteamericano eligió a Trump presidente. El hecho fue festejado a rabiar por Milei, quien se considera un aliado incondicional de don Donald. El 20 de enero Milei no tuvo reparo alguno en arrodillarse delante del magnate, lo que significó, a mi entender, un ultraje a la dignidad de la nación Argentina. A partir de entonces, cada decisión de Trump en materia de política internacional fue imitada por Milei. Por ejemplo, luego de que el magnate decidiera retirar a Estados Unidos de la OMS, el presidente libertario hizo exactamente lo mismo en relación con la Argentina.

En los últimos días, Trump embistió con dureza contra Zelenski, a quien acusó de dictador y de responsable de la tragedia que está asolando al pueblo ucraniano desde hace tres años. Tal como sucedió durante su primera presidencia, el magnate decidió privilegiar su vínculo con Putin, el poderoso mandamás de Rusia. Luego de esas explosivas declaraciones sobre el conflicto ruso-ucraniano, la Argentina no tuvo mejor idea que abstenerse en una votación de la ONU que reclamaba la inmediata salida de las tropas del Kremlin del territorio ucraniano. Al abstenerse, Milei no hizo más que traicionar a Zelenski y fundamentalmente al pueblo ucraniano, la gran víctima de la guerra.

Emerge en toda su magnitud el alineamiento incondicional del gobierno argentino con la república imperial. Si un día Trump afirma que Putin es un prohombre de la paz, que Europa está en decadencia y que Xi Jinping es el malo de la película, Milei aplaudirá como una foca. Como bien señala Luciano Angelini en un artículo publicado por el Cohete a la Luna el 14 de octubre de 2024 (“Diálogo entre Escudé y Milei”), los lineamientos fundamentales de la política exterior libertaria son los siguientes: “1-un alineamiento inquebrantable con lo que el elenco gobernante caracteriza maniqueamente como los fuerzas del bien (fuerzas extremadamente conservadoras localizadas en Estados Unidos, Israel y Occidente en general); 2-una sobrecarga ideológica que lleva al gobierno a actuar con rigidez y carencia de capacidad crítica; 3-una imprudencia antirrealista que conduce al espíritu de cruzada y a anteponer el dogma al interés; 4-una desconexión absoluta de la propia región que contrasta con la postura de todos los antecesores de Milei, incluidos los que más se desentendieron de América Latina; 5-un desinterés general en los asuntos externos, que colocan al presidente-más allá de pronunciamientos generales sobre un supuesto “Occidente en peligro”-como un líder carente de narrativa sobre el orden global, el multilateralismo o los desafíos que plantea la comunidad internacional”

Nadie duda de la relevancia de Estados Unidos a nivel planetario y de la imperiosa necesidad de tener una buena relación con el coloso. ¿Pero ello legitima semejante grado de humillación, de postración, de sometimiento? Por supuesto que no. ¿Se imagina, estimado lector, a un Domingo Faustino Sarmiento, a un Hipólito Yrigoyen, a un Arturo Frondizi, a un Raúl Alfonsín o a un Néstor Kirchner haciendo de bufón del rey? Por supuesto que no. ¿Por qué no poner en práctica, por ejemplo, los principios de lo que Carlos Escudé denominó “realismo periférico”? Lo que proponía el destacado experto en relaciones internacionales era lo siguiente: “ningún país poco relevante (como la Argentina) debe, en materia de relaciones internacionales, arrojarse a la pileta sin antes verificar que está llena”. ¿Está siguiendo Milei el consejo de Escudé? Creo que no.

¿En qué consiste, entonces, el realismo periférico? Qué mejor que leer a su autor (“Realismo Periférico: una experiencia argentina de construcción de teoría, 1986-1997). A continuación, paso a transcribir aquellos párrafos que contestan dicha pregunta.

1) “Como muchos otros Estados del mundo, hasta los ’90 la Argentina había subordinado el bienestar ciudadano a la búsqueda de poder regional, a veces con la ilusión de competir en un juego planetario mayor. Sin embargo, la necesidad de centrar sus políticas exteriores y de seguridad en el desarrollo económico y el bienestar ciudadano se hizo cada vez más palpable a medida que se cobró conciencia del fracaso de las políticas inspiradas por la búsqueda de prestigio y poder. Para algunos círculos intelectuales restringidos, esto se hizo patente a fines de la década de 1970, cuando se abrieron al público los archivos británicos y estadounidenses sobre las relaciones argentino-norteamericanas durante la década de 1940. Entonces fue posible tener una idea cabal de las pérdidas generadas por el desafío a la hegemonía norteamericana, a la vez que estimar las consecuencias del boicot económico y desestabilización política a que el país fue sometido por los Estados Unidos desde 1942 hasta 1949. La guerra de Malvinas de 1982 proveyó de argumentos aún más elocuentes sobre la necesidad de rediseñar las políticas exteriores de Argentina, con un enfoque centrado en el ciudadano. Los costes de aquella guerra en términos de desarrollo económico, nunca medidos con precisión, fueron enormes: obstaculizó las relaciones con la Comunidad Económica Europea, ahuyentó inversiones y elevó enormemente la tasa de riesgo-país. Como consecuencia, se generó un debate intelectual cada vez más intenso, basado fundamentalmente en dos instituciones, el Instituto Di Tella y FLACSO/Buenos Aires. La percepción de los costes económicos y sociales de estos excesos es lo que eventualmente condujo, en los ’90, al abrupto cambio en las políticas exteriores argentinas. Brasil, Chile o México nunca hubieran protagonizado este cambio de 180 grados, simplemente porque jamás habían incurrido en los excesos de Argentina. Es improbable que el realismo periférico hubiera podido florecer en esos países, por razones que son tan comprensibles como lo es que haya emergido en la Argentina”.

2) “Por cierto, el realismo periférico es una doctrina y teoría que fue percibida por sus cultores como especialmente adecuada para aquellas circunstancias argentinas. Los escritos normativos que condujeron a su formulación a fines de los ’80, basados en investigaciones que identificaban los costes y beneficios de políticas argentinas previas, aconsejaban: 1. Alineamiento explícito con Occidente, abandonando el Movimiento de Países No Alineados y redefiniendo el perfil de votos argentinos en foros internacionales; 2. Restablecimiento de relaciones cooperativas con el Reino Unido; 3. Ratificación del Tratado de Tlatelolco para la Prohibición de armas nucleares en América latina y adhesión al Tratado de No Proliferación Nuclear, y 4. Desactivación del proyecto de misil balístico Cóndor II y de la sociedad con Saddam Hussein. Durante los ’90, estas directrices se convirtieron en política. Adicionalmente, y en convergencia con ellas (lo que no implica una relación de causa-efecto), la Argentina se acopló a los Estados Unidos en asuntos militares mundiales, interviniendo en la Guerra del Golfo, en Haití y en varias misiones de paz bajo el patrocinio de las Naciones Unidas. Además, continuó con la política de Alfonsín de acercamiento político a Chile, avanzando en el proceso de demarcación de límites, a la vez que profundizó el proceso de integración económica con Brasil, a través de la creación del cuatripartito MERCOSUR. Más que mero bloque económico, visto desde la Argentina, el MERCOSUR constituyó una alianza estratégica paralela con Brasil: no sólo eliminaba las viejas hipótesis de conflicto entre ambos vecinos, consolidando la ya longeva zona de paz, sino que también hacía de contrapunto con la alianza argentino-norteamericana, especialmente en asuntos comerciales, en los que Buenos Aires tendió a estar junto a Brasilia. Al igual que Brasil, la Argentina cortésmente rechazó la propuesta estadounidense de un Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA)”.

3) “Debido a su capacidad para ocasionar daño, es del mayor interés tener buenas relaciones con esa potencia (Estados Unidos), siempre que estas buenas relaciones no sean a expensas de los intereses materiales de la Argentina. Esta salvedad fundamental, subrayada repetidamente en mi libro de 1992, “Realismo Periférico”, nunca fue abandonada, y tanto el rechazo argentino del ALCA como el hecho de que la política argentina frente a las patentes farmacéuticas fuera más nacionalista que la de Brasil, son testigo del hecho de que la nueva política no fue de “alineamiento automático” (la política exterior menemista), como sostuvieron sus críticos. Incluso en el caso del perfil de votos argentinos en la Asamblea General de las Naciones Unidas, el cambio implicó pasar de una divergencia radical con Estados Unidos, del 87,5%, a una divergencia moderada del 59%. Aún con la nueva política, la Argentina votó en forma opuesta a Estados Unidos más veces que de manera convergente. La política de Israel, con una convergencia del 88 %, y la británica, con el 81,8 %, bien podrían haber sido consideradas de “alineamiento automático” con la superpotencia, pero en el caso argentino lo que ocurrió fue que la confrontación automática de la era previa fue reemplazada, durante los ’90, por una política moderada no confrontativa. Del conjunto de premisas mencionadas, se dedujo que cualquier desafío al liderazgo norteamericano que no estuviera vinculado al afán de desarrollo era perjudicial al desarrollo, en tanto nutriría percepciones negativas entre inversores y financistas, aumentando el índice de riesgo país. Más aún, en algunos casos también podría conducir a sanciones de gobierno a gobierno, a veces de consecuencias devastadoras. Desde un punto de vista ciudadano-céntrico, y muy especialmente para un país con el perfil de la Argentina, sería puro coste sin ganancia alguna”.

4) “Cuando mueve flotas en un océano como si fueran peones de un tablero de ajedrez, el presidente de Estados Unidos puede hacer abstracción de las fuentes económicas del poderío militar de su país, pero lo mismo no es válido para un Estado que se quedaría sin municiones en veinticuatro horas en el caso de que se desencadenara una guerra con un pequeño país vecino. Consecuentemente, se razonó que debemos discrepar de Morgenthau cuando mantiene que “el principal señuelo que ayuda al realismo político a encontrar su camino en el paisaje de la política internacional es el concepto de interés definido en términos de poder”. Al menos desde una perspectiva periférica, la formulación correcta es que el principal señuelo es el concepto de interés definido en términos de desarrollo económico, sin el cual no hay verdadero poder en el largo plazo, ni tampoco bienestar para la población. Si el principio definitorio del realismo político se redefine en estos términos, entonces el desmantelamiento de las políticas confrontativas argentinas era la consecuencia normativa obvia de un análisis realista de la situación, una vez que se ha tenido en cuenta la probabilidad de sanciones norteamericanas y la vulnerabilidad a ellas de la Argentina posthiperinflacionaria”.

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