Por Hernán Andrés Kruse.-
“Ahora bien, frente a Latour, otros modelos de la sociología, la filosofía y la historia de la ciencia señalan que dependiendo de los intereses y compromisos de una teoría se seleccionan unos materiales u otros para llevar a cabo la investigación. Por ejemplo, Star insiste en el hecho de que deben investigarse los grupos que quedan excluidos en la construcción de una red socio-técnica si se quiere obtener una visión ajustada de cómo opera la tecnociencia, ya que los elementos marginados en los procesos de fabricación son importantes a la hora de evaluar el proceder de esta actividad cultural. Estos elementos, sin embargo, no son tomados en consideración por Latour, si bien para este autor la descripción de la tecnociencia no tiene sólo como fin mostrar la fuerza transformadora de la tecnociencia, sino también derrocar la imagen etnocéntrica de la cultura moderna.
Según Latour, la teoría del actor-red ha de operar, en primer lugar, seleccionando el tipo de relaciones que se establecen entre los diferentes actores. La investigación, pues, se inicia con una discriminación de los actores sin distinguir si se tratan de actores o agencias humanos o materiales, sino sólo en función de si guardan o no una relación que sea rara o extraña. Ésta es la primera fuente de incertidumbre (the first source of incertainty) y, contrariamente a lo que podríamos pensar, la incertidumbre juega el papel de criterio de selección y de evaluación de los materiales empíricos pertinentes para el estudio.
Se efectúa una selección de los procesos de asociación de los distintos actores o actantes que han de ser rastreados y sobre los cuales se han de trazar, registrar y examinar las relaciones que se establecen en el seno de los colectivos en formación. En este sentido, se podrían llevar a cabo dos apreciaciones. La primera de ellas sería que la incertidumbre acompaña a todo proceso de investigación, pero si hay ciertos intereses en los modelos de estudio, como el citado anteriormente de Star o el de la lucha contra el etnocentrismo de Latour, entonces el criterio de extrañeza, cabe señalar, no ha de ser considerado siempre como el criterio más adecuado ni, por tanto, el único que podría operar. En segundo lugar, tomado al pie de la letra, el principio de indeterminación radical no es tan radical, pues exige que seleccionemos el material con el que se va a trabajar con unos fines bien predeterminados, lo que equivale a afirmar que no es normativamente neutro.
No hay ningún tipo de estudio de carácter teórico, empírico, social o natural que no tenga que dirigir y fijar la mirada hacia un objeto particular, intentando acotar de un modo u otro el campo de la investigación con el fin de no despilfarrar tiempo y energías y dispersar la atención en una multitud de fenómenos. Para describir hay que plantearse la pregunta de qué hay que describir, para observar algo también se debe poseer una noción mínima sobre qué observar y registrar. En efecto, ninguna teoría puede trabajar sin establecer previamente unas bases metodológicas que considere óptimas.
La teoría del actor-red ha discutido con gran intensidad sobre este tema con escuelas de sociología del conocimiento científico que no reconocen, por ejemplo, la pertinencia de incluir a los no-humanos como material de la explicación sobre la fabricación de un hecho científico. Tal es el caso de la polémica entre H.M. Collins y S. Yearley, como representantes de la sociología del conocimiento científico, y de M. Callon y B. Latour. En cambio, otras escuelas de sociología valoran positivamente el reconocimiento de los no-humanos como material ontológico necesario para una explicación satisfactoria y comprensiva de las relaciones de la ciencia, la tecnología y los sistemas culturales. Éste es el caso de la escuela del interaccionismo simbólico que comparte, además, con el pensamiento de Latour una concepción ecológica del pensamiento teórico. “El conocimiento ecológico” y la “ecología política” de Latour guardan una relación más estrecha que la mera semejanza terminológica.
Pero el tema en cuestión que nos incumbe es el de los límites que desde la propia teoría del actor-red se impone al principio de la indeterminación radical respecto de quiénes son los actores que tejen las relaciones sociales para dejar que sean éstos los que conduzcan la investigación y nos digan quiénes son y cómo son; es decir, que respondan a las preguntas siguientes: “¿De qué está hecho lo social?”, “cuando estamos actuando, ¿qué es lo que actúa?”, “¿a qué tipo de grupo pertenecemos?”, “¿qué queremos?” y “¿qué tipo de mundo estaríamos dispuestos a compartir?”. Según Latour no se debe aplicar la teoría del actor-red para estudiar lo social partiendo de una noción previa de grupos sociales, sino que debemos fijarnos en los procesos más extraños y contraintuitivos que se están formando. Ante este primer requisito podríamos preguntarnos si los mismos actores se reconocerían como partícipes del proceso de asociación que está elaborando la teoría del actor-red.
Esta pregunta es importante porque en la obra Reassembling the Social Latour insiste en la idea de que los científicos sociales no pueden arrogarse el derecho de disponer de una visión más general, comprehensiva y completa de las ideas de que disponen los propios actores sobre quiénes son, qué hacen y qué quieren. Tal idea engarza con la crítica latouriana a la noción de reflexividad utilizada en las ciencias sociales con la que los sociólogos pretenden, según Latour, ocupar un puesto privilegiado en la observación y análisis de los “intereses” (concerns) de los grupos que estudian y con las parejas de conceptos metalenguaje e infralenguaje. Según el sociólogo francés, los investigadores sociales deben, tan sólo, crear un infralenguaje que permita acceder al metalenguaje de los propios actores objetos de estudio. Por tanto las interpretaciones válidas sobre qué tipos de colectivos se están formando, qué grado de estabilidad se está alcanzando, etc. se obtienen mediante las respuestas que dan los propios actores y como consecuencia o resultado de la investigación sobre ellos, Latour.
Por actores, por supuesto, se entiende actores humanos y no-humanos. Se trata, pues, desde esta teoría de hacer hablar a todos los actantes, de modo que no es de extrañar que este metalenguaje difiera de lo que tradicionalmente se ha entendido como la auto-comprensión o comprensión reflexiva de un grupo social, que normalmente acota sus límites por oposición a otros grupos sociales e invocando a prácticas, ideales o intereses comunes, pero no a su estrecha relación con los actores no-humanos. Para la teoría del actor-red, todos los actores hablan en nombre de otros. Los humanos hablan en nombre de los no-humanos cuando se afirma la existencia de una determinada entidad fabricada en el laboratorio; los no-humanos, como las plataformas elevadas de las calzadas, hablan en nombre de los humanos, en concreto en su nombre contribuyen a que se respete el deseo ciudadano y de las autoridades de que se cumpla la velocidad máxima autorizada en los núcleos urbanos, de que se reduzcan los ruidos del tráfico en las ciudades y se eviten accidentes causados por la velocidad.
Los actores ejecutan acciones que traducen los proyectos de otros actores. En este sentido, la respuesta respecto de si los actores se reconocerían en las descripciones que ofrece la teoría del actor-red sobre su metalenguaje puede ser afirmativa en un sentido y negativo en otro. Para Latour la respuesta es afirmativa, pues desde la teoría del actor-red se afirma que se consigue que los humanos y los no-humanos hablen, tengan derechos de representación de sus colectivos y sus voces sean escuchadas. Pero esta respuesta despierta ciertos recelos para un gran número de críticos de la teoría del actor-red e incluso para los que pensamos que la teoría del actor-red puede ser de gran utilidad para comprender la realidad de los hechos tecnocientíficos pero reconocemos algunos de los problemas que suscita esta teoría. Uno de ellos se relaciona precisamente con la creencia de que es factible la visión democrática o simétrica pensada exclusivamente en términos de actores humanos y no-humanos.
Esta concepción, por ejemplo, plantea problemas a la hora de comprender los reglamentos jurídicos en los que nos movemos En efecto, los derechos de los objetos frente a los sujetos, por ejemplo el derecho de preservación de un medio ambiente menos contaminado y erosionado por la acción humana o el derecho del patrimonio histórico y cultural a persistir, son cuestión de consideración de las personas; éstas son los únicos sujetos jurídicos que atribuyen derechos a las personas, animales y otras entidades naturales y artificiales. Por tanto, defiendo que debería darse una respuesta a la pregunta anterior negativa. Esto, además, apunta a uno de los puntos más conflictivos de esta teoría que se refiere a la idea de que los no-humanos están en pie de igualdad con los humanos.
Diversos autores coinciden también en la afirmación de que una teoría que se base en esta ontología híbrida de humanos y no-humanos presenta problemas a la hora de evaluar y dictaminar problemas de responsabilidad de las acciones. ¿Cómo podrían los átomos responder a la acusación de daño ecológico en los 193 ensayos nucleares que se llevaron a cabo en los arrecifes de Coral de Mururoa y Fangataufa entre 1966 y 1996 por orden de los diferentes gobiernos franceses?, por ejemplo. Éste es, en efecto, uno de los focos más problemáticos y merecería un análisis más detenido. Este tema llevaría al análisis de quién habla en nombre de los átomos, si los científicos, los políticos, la ciudadanía francesa o la de la zona afectada, si es legítimo atentar contra el medio natural en nombre de la investigación científica, etc.
Latour sostiene que los actores son traducidos por los científicos sociales que cartografían el proceso por el que atraviesa una experimentación. Latour en sus investigaciones ha dado cuenta de los actores oficiales que estaban a la base de la fabricación y estabilización de los hechos de la ciencia y la tecnología, pero éstos no son los únicos actores que son tomados en consideración desde un enfoque normativo de la tecnociencia en un contexto de estudio CTS que apuesta por el tema de la democratización de la ciencia y, por tanto, la consideración de las opiniones y evaluaciones de los actores legos en la construcción, uso y repercusiones de los productos de la ciencia y tecnología.
Así pues, la filosofía política de la ciencia de Latour se muestra en este sentido incapaz de justificar por qué si que quiere otorgar la misma importancia a todas las representaciones de la naturaleza o de la sociedad su marco teórico se centra sólo en la investigación de los procesos que se llevan a cabo por los actores oficiales. Una ciencia democratizada debería mostrar el papel imprescindible de los elementos no-humanos, pero también abrirse a la relación entre la tecnociencia, la política y la ciudadanía. En Politiques de la nature y en Reassembling the social Latour se desmarca de las concepciones esencialistas de la naturaleza y de la idea de que la sociedad sólo comprende a las relaciones de humanos. Por tanto, el objetivo político que se deriva de la filosofía de Latour es el de reclamar procedimientos de mediación entre dichas concepciones plurales.
Para ello es preciso, primeramente, reconocer que la ontología es híbrida y que el discurso por el que se interpreta a la cultura moderna, un discurso que excluye el protagonismo de los no-humanos, que ensalza los logros de una ciencia asentada en unos principios objetivos y una tecnología que se construye de modo neutral, ha de ser alterado. En este sentido es en el que Latour menciona que es imprescindible la creación de un “mundo común”. Esta idea es parte del legado que este autor hereda del filósofo Dewey respecto de la opinión pública, depende del concepto de pluriverso de James y de la noción de cosmopolítica de Stengers.
El estudio sobre la tecnociencia no puede desvincularse del hecho de que los diferentes posicionamientos o cosmopolíticas que puedan surgir en los diferentes colectivos, bien sean éstos grupos de investigación, grupos sociales implicados en una controversia socio-técnica o grupos culturales, deberían someterse a un proceso de negociación diplomática para que no se impusiera una determinada cosmopolítica simplemente aduciendo que se apoya en el conocimiento científico existente y que, por tanto, sus criterios son superiores. Jasanoff, en este sentido, ilustra el conflicto desatado en el terreno intelectual entre voces defensoras de la posición europea a favor de una legislación menos permisiva que la estadounidense en materia de la comercialización de los cultivos transgénicos y las críticas suscitadas por esta reacción europea, calificada de retrógrada, enemiga del desarrollo y anticientífica.
Con este ejemplo se ilustra que los productos de la tecnociencia incorporan un componente cultural que ha de ser tomado en consideración. Ahora bien, ninguna investigación llevada a cabo por Latour ilustra este tipo de controversias desatadas entre diferentes cosmopolíticas, pluriversos o posicionamientos. Este no es el caso, sin embargo, de los estudios que llevan a cabo otras autores y otros autores como Star, Haraway o Callon. En las obras de estos autores se reconoce explícitamente que existen grupos de actores olvidados en la imagen oficial que se ofrece del funcionamiento de la tecnociencia. Los estudios de Haraway, entre otros aspectos, tratan de la relación existente entre la comprensión de qué es la naturaleza y la exclusión de las mujeres como “testigos” del comportamiento de la naturaleza en la experimentación científica. Esta autora se muestra crítica, pues, con el contenido, el modo y el discurso que legitima el proceder en la ciencia moderna”.
V. “Así pues, con el principio de indeterminación radical no se trata sólo de describir las múltiples asociaciones de los actores sino de buscar estrategias para reunir los colectivos mediante procesos de negociación en una esfera ontológica mayor. Para efectuar esta tarea Latour ha reconocido previamente que la epistemología, contrariamente a lo que ha defendido en sus primeros escritos, no es sólo una disciplina del pasado, que actúa como una policía del pensamiento políticamente correcto, aceptando sólo como pertinente una explicación de la racionalidad del conocimiento y delimitando este conocimiento del resto. Se produce, pues, lo que se puede denominar un giro normativo en la teoría del actor-red, como acertadamente observó el sociólogo David Edge respecto de los estudios sociales de la ciencia, y cuyos frutos son cada vez más evidentes en la actualidad.
La antropología de la ciencia, que tantos esfuerzos ha realizado por contraponer su modelo de estudio a la filosofía de la ciencia así como por enorgullecerse de poder trabajar con su método de estudio sin necesidad de reflexionar y ofrecer criterios de evaluación de las descripciones sobre la ciencia, se ha visto forzada a rectificar sus opiniones. De la imagen de la epistemología como disciplina que nos tenía “obnubilados” con su constante preocupación por hablar de la ciencia en clave normativa se pasa, en el nuevo siglo, a un reconocimiento explícito de la necesidad de ofrecer criterios de evaluación de las explicaciones sobre la ciencia. La “buena ciencia”, para Latour, es aquella que en primer lugar permite crear muchas articulaciones, concatenaciones de mediadores o establecer una sólida cadena de traducción. En síntesis, la “buena ciencia” es la que se puede estudiar mediante el diseño de una red bien trabada que nos permita movernos desde un momento de la investigación a otro ulterior observando cómo se combinan elementos de carácter heterogéneo.
Podríamos ilustrar esta idea con el ejemplo del propio Latour a propósito del éxito de Pasteur en relación con la investigación sobre las enfermedades parasitarias con anterioridad a 1914 en las colonias francesas. Tal como Latour cuenta, se produjo una fusión completa entre el Laboratorio Pasteur, la sociedad africana y la medicina. Las enfermedades que tenían por origen los efectos de los gérmenes se curaban en masa, ya que se trataba de enfermedades contagiosas en muchos casos. Estas enfermedades además estaban relacionadas con los ciclos de la vida de los insectos, por ejemplo de las cuatro variantes del plasmodium, causante del paludismo o malaria. Para Latour, la razón más paradójica del éxito de Pasteur se encontraba en la necesaria y sólida interacción en los terrenos científicos y políticos. Para luchar contra las enfermedades se actuaba conjuntamente en el laboratorio y en la administración: se suministraban vacunas, se luchaba contra la influencia de los brujos y la magia, se desecaban los charcos, se tratan de cambiar las costumbres, etc.
Si nos fijamos bien, este ejemplo pone de manifiesto el primer sentido de política que se encuentra en los textos de Latour. Pasteur consigue crear nuevos vínculos sociales. Su acción en las colonias transforma la realidad de las mismas, según Latour, con más eficacia que la conseguida por la metrópolis con un espíritu de voluntad y dominación. Por tanto, el primer criterio de la “buena ciencia” no es en realidad más que un criterio metodológico de la teoría del actor-red, cuyo fin es “una buena descripción o explicación de la ciencia”. Esta “buena explicación” es compatible con el recurso a métodos de cienciometría, de los que se sirve en sus inicios la teoría del actor-red.
A este primer criterio, que como vemos indica y dirige el camino que ha de tomar la descripción, le suceden otros que Latour toma prestados de Stengers y Despret y que constituyen un “principio de falsificación” que no es heredero directo del principio popperiano de la falsación, sino es el producto de una reflexión sobre qué es la “buena ciencia” desde la perspectiva teórica de la teoría del actor-red. Sin entrar a tratar con detalle estos criterios que escapan a los límites de este escrito, me concentraré en el octavo y último cuya formulación es: “permitiendo un mundo común”. En palabras de Latour, este último criterio o característica del principio de falsificación de Stengers-Despret “fuerza a los científicos a tomar en serio el exterior de su ciencia y las condiciones en las cuales sus resultados pueden ser compatibles o incompatibles con el resto del colectivo”. Se trata, pues, de componer mediante negociación “el mundo común” donde habría representación de todas las realidades o las diferentes cosmopolíticas. El ideal que se observa en estos escritos es el de soluciones democráticas para los problemas globales. Lo que coincide con las teorías sociales que reflexionan y estudian sobre las tomas de decisiones expertas, la necesidad de buscar políticas de participación pública, por ejemplo Shrader Frechette, Jasanoff, Funtowicz y Ravetz, etc.
En realidad este tema no es nuevo para la teoría de actor-red. La idea de buscar soluciones democráticas está también presente en M. Callon, quien aboga por la creación de lo que se denominan foros híbridos para no sucumbir a los dictados de una visión unilateral que proclame la autonomía y objetividad de la ciencia y su superioridad sobre el resto de esferas sociales. Desde este punto de vista hay dos características importantes que acompañan a estos foros híbridos. La primera trata de establecer sistemas de relación entre especialistas y profanos que superen a las tradicionales formas de participación política. La segunda se relaciona con la experimentación y el aprendizaje colectivos que vendría a sobrepasar la concepción de la prueba pericial según la cual un grupo de expertos conocedores de los entresijos de la investigación en curso sería el más indicado para llevar a cabo esta tarea.
Para Callon, la “buena estimación pericial” está también ligada a intereses externos a la investigación y dicha estimación ha de efectuarse con el convencimiento de que no puede haber un procedimiento algorítmico con el que encontrar una solución radical para los problemas que requieren el asesoramiento experto. Las investigaciones sobre la ciencia, pues, ponen de manifiesto una oposición a la tradicional división entre la ciencia y la política, o entre el conocimiento y los valores. Influenciados por la obra Politiques de la nature, Callon, Lascoumes y Barthe señalan que la ciencia puede verse enriquecida con la apertura a las percepciones sociales de los problemas suscitados por la ciencia y la tecnología que afectan a la ciudadanía.
Otro tanto cabe destacar respecto de los trabajos recientes de H.M. Collins y R. Evans sobre la necesidad de desarrollar una teoría normativa del asesoramiento experto, las pruebas periciales y la experiencia. Según estos autores los estudios sociales sobre la ciencia y la tecnología se encuentran en una tercera etapa de su desarrollo en la que se efectúa un retorno a cuestiones epistemológicas, con la particularidad de que se enfoca la naturaleza del conocimiento en relación con el tema de la valoración, asesoramiento y toma de decisiones técnicas (expertise). En este terreno, la ciencia, la tecnología y la política se solapan, pues el problema de la toma de decisión técnica se produce cuando se está trabajando sobre asuntos que son de gran relevancia para muchos grupos sociales, para el conjunto de la sociedad o incluso del planeta, en el caso por ejemplo de la gripe aviar.
La teoría normativa que proponen Collins y Evans tiene que enfrentarse al “problema de la legitimidad” y al “problema de la extensión”. El primer problema ha obtenido una respuesta por parte de los estudios de la ciencia y la tecnología, consistente en proponer una mayor participación en los procesos de toma de decisiones, no quedando éstos restringidos a un grupo reducido de expertos. Pero no ha sido aún resuelto el problema de cómo debería extenderse, ensancharse y enriquecerse esta toma de decisiones con representantes de otros grupos sociales, además de los científicos y los políticos. Para Collins y Evans, en la primera ola de los estudios de la ciencia no había conciencia del problema de la legitimidad y no se planteaba este problema de la extensión de la toma de decisiones técnicas. La sociología tradicional de la ciencia es la protagonista de esta primera obra y se centraba en los aspectos institucionales de esta actividad que la distinguía de otras instituciones sociales por su éxito y prolijidad en la producción de conocimiento objetivo. La sociología de Robert Merton es una exponente destacada de esta primera etapa de estudios sobre la ciencia.
En la segunda ola, en la que se desarrollan la mayor parte de los escritos de H.M Collins, por ejemplo, se responde al problema de la legitimidad argumentando que puesto que muchos elementos extra-científicos influyen de forma considerable en el curso y desarrollo de esta empresa, los procesos de deliberación sobre problemas de orden e importancia públicos deberían democratizarse. En esta tercera ola, Collins y Evans se interrogan sobre cómo extender la toma de decisiones a otros grupos sociales y qué requisitos deberían cumplir tales grupos. Para estos autores la respuesta pasa por la diferenciación de “grupos expertos certificados” y “grupos expertos no-certificados”, como por ejemplo, los granjeros propietarios de las vacas en Inglaterra afectadas del mal de la encefalopatía espongiforme. El diálogo y negociación entre estos grupos vendría a suponer una solución a los problemas de la legitimidad y de la extensión según estos autores.
Como se observa, se opera un nuevo viraje en ciertos sectores de los estudios sociales de la ciencia que guarda en estos casos relación directa con la epistemología. S. Fuller caracterizaba las producciones de la sociología del conocimiento científico y de historiadores de la ciencia como meramente descriptivo-explicativas y las encuadraba en lo que él denomina “el giro descriptivo”. En la actualidad, en cambio, los estudios CTS clásicamente más comprometidos con la explicación y la mera descripción del funcionamiento de la ciencia se están reorientando hacia posiciones más comprometidas con las repercusiones sociales de la actividad científica, trascendiendo el interés inicial de corrientes como la sociología de la ciencia de establecer relaciones entre intereses socio-políticos y el contenido de las creencias científicas o la toma de decisiones en la práctica científica.
En el caso de Latour, este desplazamiento de la antropología de la ciencia hacia posiciones más comprometidas con la filosofía política, la ontología y la búsqueda de soluciones democráticas para el problema de la necesaria unificación o construcción de “un mundo común” evidencia una preocupación nueva para este tipo particular de estudio social de la ciencia y este nuevo marco interpretativo de la sociedad que se propone desde la teoría del actor-red. Ahora bien, este interés debe, desde mi punto de vista, ser entendido en la obra de Latour parcialmente en clave especulativa. Sólo desde esta perspectiva se pueden comprender las dos obras principales de las que se trata en este texto, así como hacer frente a algunos argumentos críticos que se han dirigido contra ellas.
Yearley, por ejemplo, sostiene que la solución que ofrece Latour para mejorar los problemas de la naturaleza-el contenido positivo de su teoría política y que retoma el tema de una nueva Constitución para la a-modernidad a la que se apuntaba en su obra Nunca hemos sido modernos-es excesivamente optimista y sus implicaciones prácticas muy limitadas. Latour defiende su concepción de la naturaleza malinterpretando el estado actual del pensamiento sobre la ciencia y las políticas científicas y mediante una exageración de las limitaciones de los paradigmas presentes. En efecto, Latour no se preocupa por establecer puentes con otras posiciones de los estudios CTS que se han dedicado con grandes esfuerzos a estudiar estos temas. Asimismo, Yearley señala acertadamente que una de las cosas que más se echan en falta en los escritos de epistemología política de Latour son los ejemplos y los datos que avalen su teoría.
La lectura de este libro resultaría más fácil si la obra dispusiera de más ejemplos y éstos fueran más detallados. Latour no ejemplifica sus conclusiones realizando un estudio de caso sobre un problema de ecología en Politiques de la nature; tampoco en Reassembling the social trata de mostrar empíricamente la prolijidad de la sociología de la traducción. Esta metodología es más frecuente encontrarla en autores como H.M. Collins, A. Pickering y dentro de la propia teoría del actor-red en M. Callon, J. Law, A. Mol, etc. En el terreno de la filosofía política de la ciencia, Latour no desarrolla una reflexión entre la posibilidad de emprender un estudio normativo de la ciencia a partir de la pareja de conocimiento-poder como en la obra de J. Rouse; Latour tampoco establece las relaciones entre la ciencia y los riesgos; este autor, por último, no se centra explícitamente en el tema de la pericia, lo que le conduciría a forjar nuevas categorías epistemológicas que ampliaran su epistemología política, como la “epistemología cívica” de B. Wynne.
Según Isabelle Stengers, Bruno Latour está llevando a cabo un ejercicio de especulación que tiene la virtud de apostar por el mundo (spéculation “pour le monde”), en el sentido de querer enriquecerlo con una dimensión complementaria, el “mundo común”, desde su proyecto de ecología política. Con esta actividad pretende reinventar o renovar toda la vida pública, no sólo la esfera concerniente al medio ambiente, la gestión de riesgos o la economía solidaria mediante unas instituciones democráticas que reconozcan el papel que juegan los actores humanos y no-humanos en la construcción de ese mundo común que no posee ninguna marca de antropocentrismo, ya que sus constituyentes no son sólo los humanos. Se trata, según Isabelle Stengers, de un compromiso con lo posible porque Bruno Latour es un agnóstico radical respecto de las posibilidades del proyecto moderno de reconocer los problemas tan graves que amenazan al mundo globalizado.
Su “ecología política” o la “política”, en Reassembling the social, se refieren en primer lugar a un ejercicio del pensamiento, a una reflexión profunda y positiva, no sólo crítica y deconstructiva como las que se acostumbran a crear desde las posiciones postmodernas. Sin embargo, desde la teoría del actor-red, en versiones diferentes a la de Latour, así como en otras corrientes de la historia y la sociología de la ciencia sí se apuesta directamente por un componente normativo de la tecnociencia cuyo fin fundamental sea la potenciación de la democracia (Star, Callon). La teoría del actor-red de Latour se mueve en una dimensión menos práctica y más especulativa. En este sentido, considero que la dimensión normativa de la tecnociencia que late en Latour es insuficiente en comparación con los objetivos de crear un espacio público o “mundo común” en el que puedan dialogar las diferentes cosmopolíticas”.
(*) Paloma García Díaz (Universidad del País Vasco-San Sebastián-España): “Los límites del principio de indeterminación radical en Latour y el giro político de su filosofía de la ciencia” (THEORIA-Revista de Teoría, Historia y Fundamentos de la Ciencia-2008).
06/08/2025 a las 8:10 AM
El Dr. Kruse evoca: «Rememorando a Bruno Latour». Simplemente se trata de cuestionar lo que es metodología de la investigación, pero por «la teoría del absurdo».
El genial René Descartes en su Discurso del Método (1637) dio fundamento a superior respuesta.
06/08/2025 a las 3:35 PM
LA ARGENTINA POLÍTICA: ENFOQUES
¿Es cierto que se terminaron los insultos?
Joaquín Morales Solá
Fuente: La Nación
(*) Notiar.com.ar
6/8/025
Muy bien, Presidente, en nombre de los abanderados de las formas. Los progresos deben ser reconocidos. Cada uno cumple con su papel. La noticia de que Javier Milei decidió no “usar” más el insulto chabacano es un cambio fundamental en su gobierno y en su manera de ser. El único problema que tiene es que ni los que están a su lado confían en la permanencia de su promesa.
¿Será cierto?, se preguntan en los pasillos del poder. Sucede que influye mucho su carácter, o sus eventuales viejas heridas, en su forma violenta de propagar el odio con palabras soeces, cargadas muchas veces de metáforas sexuales que son imposibles de transcribir sin caer también en la procacidad. Dicen –y él mismo lo insinuó– que una excelente recopilación de sus insultos publicada por LA NACION el sábado último, hecha y escrita por los periodistas Paz Rodríguez Niell y Nicolás Cassese, lo habría empujado a la decisión de ser más pacífico, en público al menos. Pero, otra vez la misma pregunta: ¿puede Javier Milei ser más pacífico?
Desde que fungía de panelista en los canales de televisión, el Presidente hizo gala de su estilo pendenciero y agresivo. Las malas palabras fueron, en ese contexto, un agregado posterior a sus agresiones dirigidas contra viejos y nuevos enemigos, contra examigos y contra políticos, economistas y periodistas que no coinciden en un 100 por ciento con sus políticas y sus modos.
Es evidente que Milei tenía entonces una forma de hablar, en la intimidad a la que lo obligaba no estar en el poder, que se precipitaba siempre en la vulgaridad. Nadie aprende a ser vulgar a los 53 años. Esa tendencia se conoció solo cuando accedió al poder.
Rara coincidencia: cuando se filtraron las conversaciones telefónicas de Cristina Kirchner con su colaborador y amigo Oscar Parrilli –filtración que significó, debe reconocerse, una violación de su derecho a la intimidad, porque tales charlas no contenían la confesión de ningún delito– se supo que a la expresidenta también le gustan las palabras y las metáforas groseras. Varias de sus alegorías aludían también a las partes íntimas de las personas. Qué obsesión puesta en hablar sobre lo que no se ve de nadie, tampoco de los políticos.
Sin embargo, aunque el insulto con agrias y mal educadas palabras es un estilo personalísimo del Presidente, también es cierto que forma parte de una estrategia política y comunicacional. No puede ser casualidad, por ejemplo, que en sus diatribas contra el periodismo nunca haya desbarrancado contra periodistas de medios filokirchneristas, como el canal de noticias C5N, la emisora Radio 10 o el diario Página 12, que dedican abundante tiempo y espacio a criticar duramente a Milei y a su gestión.
Una mayoría casi excluyente de sus arrebatos contra la prensa está dirigida, aunque hay excepciones, a los diarios LA NACION y Clarín o a sus periodistas. Puede suponerse, por lo tanto, que a Milei le interesan los medios cuyos consumidores son votantes –o eventuales votantes– de él. Se propone deslegitimar a esos medios y a sus periodistas, sacarles credibilidad ante sus seguidores y, si puede, terminar de una buena vez con ese obstáculo pertinaz. En un instante de sinceridad (¿o fue un lapsus?), Milei dijo que dejaría de “usar” el insulto. “Usar” es un verbo que refiere a un hecho voluntario, a una decisión premeditada, no solo un carácter personal. A confesión de parte, relevo de prueba.
El jefe del Estado no ignora que el país que preside ingresó en el período preelectoral, aunque todavía faltan casi 80 días para las elecciones nacionales legislativas del 26 de octubre. También la exuberante y beligerante Cristina Kirchner solía abuenarse en sus formas cuando llegaban las vísperas electorales; ya su marido muerto había descubierto que la versión violenta de su esposa le modificaba las encuestas, pero para empeorarlas.
Se sabe que parte de su gabinete le hizo saber a Milei, con modos indirectos y versallescos, que era mejor hablar de la inflación que bajó o de la seguridad que se recuperó antes que participar del eterno debate sobre los insultos presidenciales. “Con sus insultos saca de la discusión los temas que realmente le importan a la sociedad y nos mete en cuestiones que entretienen a muy pocos”, dice alguien que está cerca del Presidente.
No es entonces solo una cuestión de “los exquisitos de las formas”, como describió Milei, o de “los abanderados de las formas” o de la “dictadura de las formas”. Aun en la forma que él cree pacífica, el mandatario sigue siendo ofensivo en la búsqueda permanente de humillar al otro. “Se detienen en las formas porque no tienen nivel intelectual”, se despachó contra sus críticos en el mismo momento que anunciaba que en adelante sería más bueno. ¿Cómo comprobó que no tienen nivel intelectual? ¿Qué investigación lo llevó a esa conclusión? Calla sobre esas preguntas.
No importa qué pase con los otros, pero el jefe del Estado debería acceder al nivel intelectual ineludible que indica que las formas son el fondo del sistema democrático. Es fácilmente comprobable en cualquier manual de ciencias políticas. ¿Milei habrá leído uno?
Imposible saberlo. Él prefirió compararse con alguien. Pero el Presidente no encontró nunca con quién compararse en los tiempos modernos; eligió equipararse con Sarmiento –cómo no– porque este también era un polemista duro y, a veces, violento, aunque nunca hizo uso de palabras procaces. Lo más lejos que llegó Sarmiento en sus célebres polémicas con Alberdi fue decirle a este, en duros artículos periodísticos, “traidor” y “bárbaro”.
No obstante, Milei no se puede comparar con Sarmiento. Dejemos de lado el nivel cultural de cada uno porque Sarmiento fue también un intelectual de gran envergadura, que sentía curiosidad por el mundo y se interesó por la cultura universal. El contexto histórico no es el mismo. Sarmiento luchó contra la larga dictadura de Juan Manuel de Rosas; el país venía entonces de cruentas guerras civiles, y él fue una figura fundamental de la organización nacional, a la que le incorporó la prioridad de la educación de los ciudadanos. Milei llegó al poder después de 40 años de democracia, el más largo período democrático desde que la Argentina se organizó como país. Si bien hubo gobiernos verbalmente violentos, que hasta reivindicaron la violencia insurgente de los años 70, en las últimas cuatro décadas no hubo guerras civiles entre argentinos. El tiempo no pasa en vano.
Un conflicto irresuelto consiste en saber si la decisión anunciada por Milei no llegó tarde. Justo el lunes se supo también que la vicepresidenta, Victoria Villarruel, denunció penalmente a varios tuiteros y streamers (muchos de ellos formarían parte de los trolls bajo comando de la Presidencia) por delitos tales como: amenaza con armas, instigación a cometer delitos, asociación ilícita, apología del crimen, incitación al odio y desestabilización de las instituciones. Aunque la denuncia vicepresidencial, que cayó en manos del juez federal Sebastián Casanello, no es contra Milei, puede deducirse fácilmente que el Presidente no es inocente en la consideración de su vice.
Esa relación está definitivamente rota porque ahora es Villarruel la que acusa al mileísmo de golpista después de que Milei la acusara a ella de “traidora”, y a su lado dejaran trascender que la presidenta del Senado se proponía para hacerse cargo del Poder Ejecutivo si el actual mandatario no pudiera cumplir su mandato. Ahora, es el golpismo al revés.
Villarruel subrayó que los ataques que recibe del mileísmo en las redes sociales y en un sitio supuestamente periodístico (La Derecha Diario) van más allá de la libertad de expresión; consideró oportuna esa aclaración porque la justicia argentina tiene jurisprudencia a favor de la libertad de expresarse. De hecho, también el Foro de Periodismo Argentino (Fopea), una organización que, en otras cosas, defiende la libertad de expresión y que agrupa a más de 600 periodistas, decidió presentarse ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) para denunciar las agresiones del mileísmo y del propio Milei contra los periodistas en las redes sociales o en los discursos públicos. La CIDH es un organismo autárquico de la OEA, y Fopea le está pidiendo una audiencia especial para que escuche el caso argentino en la sesiones públicas que la Comisión celebrará en noviembre próximo.
En ese clima tenso y ciertamente imprevisible, se cerró el acuerdo electoral en la Capital entre La Libertad Avanza y Pro. La primera pregunta que surge es: ¿qué hace ahí Mauricio Macri? Nadie escuchó al expresidente decir nunca palabras obscenas, al revés de la cargada historia reciente de Milei. Se sabe que Macri no está de acuerdo con el alineamiento automático y excluyente con los Estados Unidos e Israel, aunque también valora a esos países, pero dentro de un abanico más grande de relaciones exteriores, que deberían incluir, según su criterio, a Europa, China, India y el Mercosur, entre otros.
Tampoco coincide, dicen, con el inmovilismo de la política económica, que solo se respalda, sintetiza, en el superávit del ministro Luis Caputo y en las desregulaciones de Federico Sturzenegger. A su lado, sostienen que esa alianza con el mileísmo fue impulsada por su negativa a vivir otro domingo en el que el Pro de la Capital vuelva a salir tercero en las elecciones nacionales de octubre, como ya sucedió en los comicios locales de mayo pasado. Macri fundó el Pro en la Capital.
Argumentan que tampoco tenía un candidato o candidata en condiciones de competir con los libertarios en general y, en particular, con Patricia Bullrich. Menos le gustaba, aseguran, la perspectiva de negociar un acuerdo electoral con Martín Lousteau y el mandamás radical de la Capital, Emiliano Yacobitti. Tales silogismos pueden ser creíbles, sobre todo el que narra el temor a perder otra vez. La victoria electoral es un buen objetivo, aunque no a cualquier precio. A veces, la derrota es una necesidad.
06/08/2025 a las 3:40 PM
LA ARGENTINA POLÍTICA: ENFOQUES
Después de la alianza con los libertarios el PRO necesita una resurrección
Eduardo van der Kooy
Fuente: Clarín
(*) Notiar.com.ar
6/8/025
Puede haber existido una mala interpretación de la frase que Mauricio Macri lanzó horas antes de que se cerrara la alianza de La Libertad Avanza con el PRO en la Ciudad para las elecciones legislativa de octubre. El ex presidente comunicó que el oficialismo nacional pretendía una posición “totalmente dominante”. Sonó a denuncia. A queja. Terminó siendo un diagnóstico perfecto: de la mano intransigente de Karina Milei los libertarios impusieron condiciones de punta a punta en aquella negociación bilateral.
La lectura, en ese aspecto, resultaría indesmentible. No hubo lugar para el PRO en la lista de senadores. Los dos con posibilidades serias de consagrarse pertenecen a La Libertad Avanza. Salvo algún imprevisto, con Patricia Bullrich a la cabeza. Un detalle: la competencia del macrismo diluido dentro de la Alianza le ofrece al peronismo porteño la esperanza de alzarse con el tercer senador por la minoría.
Después de permanentes forcejeos Karina aceptó concederle al PRO dos lugares con expectativas firmes en la lista de Diputados. Estarían ubicados en el quinto y el sexto casillero. No estará en la boleta de la Alianza ni el nombre ni el histórico color amarillo que identifica al partido de Macri, Mauricio. Concesiones que, a lo mejor, estarían indicando tres cosas: la debilidad de un partido que nació, igual que el kirchnerismo, como emergente de la crisis del 2001; el riesgo de su desaparición; la falta de convicción para sostener ciertos preceptos en un contexto político desfavorable donde se avizoraba una derrota en caso de haber optado por la autonomía electoral.
Se trataba de un desafío que estallaba escozores después de la caída en los comicios desdoblados de mayo cuando los libertarios, con el portavoz Manuel Adorni, doblaron en votos al PRO que representó la diputada Silvia Lospenatto.
Aquel significó un punto de inflexión que los hermanos Javier y Karina Milei parecen haber leído correctamente. El PRO se quedó sin poder de fuego luego de un recorrido traumático que incluyó antes una feroz lucha en las PASO entre Patricia Bullrich y Horacio Rodríguez Larreta sin una conducción que contuviera –al contrario—, la posterior deserción de ambos y la ausencia de reflejo para husmear siquiera la irrupción de Milei en una geografía ideológica y social que sentían como patrimonio.
Hubo en el medio otra cuestión crucial. El cierre que Cristian Ritondo, Jefe del bloque de diputados del PRO, y Diego Santilli hicieron con La Libertad Avanza en Buenos Aires para la elección del 7 de septiembre y la nacional legislativa del 26 de octubre. Hubiera resultado difícil comprender ese pacto sin su correspondencia en la Ciudad. El problema serían las equivalencias. También el macrismo resignó en el principal distrito electoral el nombre y su color tradicional. Pero sus principales figuras se esmeraron en defender el armado de las listas. Es cierto que Diego Valenzuela, intendente de Tres de Febrero, o Guillermo Montenegro, de Mar del Plata, habían dado previamente el salto hacia el campo libertario. Pero Soledad Martínez, en Vicente López, logró imponer su criterio con clara supremacía sobre LLA. Otros cinco intendentes bonaerenses se escurrieron del pacto para no tener que aceptar imposiciones.
Macri, Mauricio, tuvo sólo un instante de duda antes de inclinarse ante la oferta libertaria. Ese lapso fue aprovechado por dirigentes del PRO, disconformes con el rumbo adoptado, que le propusieron un acercamiento con el lote de cinco gobernadores (entre ellos Ignacio Torres, del PRO, de Chubut) y un encuentro con Juan Schiaretti, el ex gobernador de Córdoba, que probablemente sea postulante en Córdoba de aquel espacio aún en gestación.
Ese movimiento hubiera colocado el acuerdo con La Libertad Avanza en un estado de crisis terminal. Tampoco le hubiera garantizado nada, en términos políticos, al ingeniero. Desechó la oferta, aunque la habría dejado abierta para el futuro. Después la negociación con los libertarios recobró dinámica. Hubo un último escollo que debió ser sorteado: la situación de Jorge Macri, el jefe de la Ciudad, a quien los hermanos Milei han vetado desde aquella campaña de mayo. Cuando el primo de Mauricio tuvo en su equipo al asesor catalán Antonio Gutiérrez Rubi. El mismo que había estado en las presidenciales del 2023 con Sergio Massa. Una ofensa imperdonable, según la óptica de la Casa Rosada.
Karina solicitó expresamente que Jorge no intervenga en la campaña. Que ni siquiera tenga ambiciones de asomar en algún spot publicitario. Nada de eso importaría de modo trascendental a los Macri. La preocupación sería otra: al Jefe de la Ciudad le quedan dos años por delante. Debe tener garantizada la gobernabilidad. La Secretaria General dio su palabra acerca de que así será.
El tiempo dirá sobre el rigor de esa promesa. Los contrastes en los dos primeros años libertarios resultaron evidentes. El PRO sostuvo en el Congreso todas las leyes fundamentales que requirió el Gobierno. Incluso vetos y DNU. Los libertarios boicotearon sistemáticamente al Jefe de la Ciudad en la Legislatura. Vale un ejemplo: para la aprobación del último Presupuesto (2025) el macrismo requirió la colaboración de Ramiro Marra. Libertario de la primera hora excomulgado por Karina. La Casa Rosada objetó la columna vertebral de los gastos porteños: el 62% estaría dedicada a Salud, Educación y Promoción Social.
Los libertarios se encargaron además de batir el parche sobre la supuesta degradación de la Ciudad en el año y medio que lleva Jorge. Seguramente no fluyeron las inversiones. Como sucedió en el resto del país. El problema principal tiene vínculo con la gente en situación de calle que revuelve basura y ensucia. Para malestar de los vecinos. Quizás sea factible adoptar en ese caso paliativos que no se ven. No lo es ni la vigilancia policial ni la supuesta aplicación de multas para los indigentes. Pero no parece el jefe porteño el responsable político por la mayor cantidad de personas que deambulan sin techo y sin comida.
Las prevenciones de los Macri sobre la gobernabilidad futura de la Ciudad tienen otra razón. El desembarco de Bullrich para la elección de octubre podría constituir la plataforma para un proyecto posterior y más ambicioso: la pelea por la jefatura porteña. Nadie objeta tal pretensión. Se temería, en cambio, por los recursos que podría utilizar la Ministra de Seguridad para alcanzar ese objetivo. No estarían referidos a la plata.
“Pato no tiene códigos”, comentan en las vecindades del ingeniero. Y le dispensa tirria a los Macri. Esa parte prefieren callarla.
06/08/2025 a las 3:48 PM
LA ARGENTINA POLÍTICA: ENFOQUES
No más insultos: una gran victoria de la convivencia
Marcos Novaro
Fuente: TN
(*)Notiar.com.ar
6/8/025
El Presidente acaba de hacer algo inesperado y anómalo: reconoció un error.
Lo hizo al estilo Milei: diciendo que lo de cuidar las formas es una excusa de quienes no tienen ideas y se quedan en pequeñeces para disimularlo. Pero igualmente no le quita valor al gesto: tuvo que reconocer que sus insultos permanentes impedían discutir ideas porque “nos quedábamos en pequeñeces”. Ahora veremos si cumple.
Y la verdad es que no le va a resultar fácil. Porque insultar es parte constitutiva de su personalidad y su forma de comunicar: su liderazgo está compuesto de muchas cosas, pero destacan, siempre destacaron, la bronca, la descalificación y denigración de quienes son señalados como “origen del mal”. Así que Milei sin insultos podría convertirse en algo así como una sopa sin sal, un flan sin azúcar, algo soso y decepcionante.
Para evitarlo él también va a tener que poner énfasis en las ideas, los pros y contras de distintas alternativas, cosas más interesantes que la hasta ahora trajinada oposición entre “los argentinos de bien” y los estúpidos malnacidos mala gente degenerados de enfrente.
Ya en el mismo discurso en que prometió dejar de lado esta mala costumbre, para facilitar la discusión de ideas, no pudo evitar mostrar la hilacha: enfocó sus cañones contra el “idiota de Kicillof”, a quien se ve tiene pensado seguir tratando igual que siempre y como venía haciéndolo hasta aquí con casi todos los demás.
¿Será entonces que lo que está buscando Milei con esta promesa de renunciar a los insultos es convencernos de que si no votamos a los candidatos de Kicillof vamos a merecer un mejor trato de su parte, pero cualquiera que se incline por esos candidatos malignos se hará de nuevo merecedor de sus insultos? ¿No hay entonces más que una estrategia electoral detrás de este gesto de moderación y de reconocimiento de que los insultos son agresiones que nos afectan a todos, también al que insulta, y de que la forma en que nos hablamos importa para los resultados de nuestra convivencia?
En este cambio hay un reconocimiento del límite que llegó con su comunicación a las trompadas: y es que el método cansó, incluso a buena parte de sus seguidores y no le alcanza (nunca le alcanzó en verdad, ni en su mejor momento) para formar la mayoría, o primera minoría, que necesita para sostener su gobierno de aquí en más.
Recordemos que con la motosierra y la “marcha de la bronca” llegó al 30% en la primera vuelta de 2023, no logró superar el techo que había tocado en las PASO de varios meses antes. Y si ganó en el balotaje fue porque se abrazó con la gente del PRO y escondió la motosierra. Recordemos también que con los candidatos de la chicana y el menosprecio, y Manuel Adorni a la cabeza, volvió a clavarse en el 30% en las elecciones porteñas de mayo pasado. Le alcanzó para ganarle al kirchnerismo y destrozar al PRO, pero volvió a mostrar su techo. En la provincia de Buenos Aires en septiembre y en las nacionales de octubre en todo el país va a necesitar más que eso, y los insultos no le facilitan la tarea de conseguirlo.
Porque lo otro que sucedió, y no estaba en sus planes, fue que la opinión pública no “normalizó” la agresión verbal: por más que el oficialismo trabajó insistentemente para que lo hiciera y su habla guarro y denigratorio se volviera el lenguaje aceptado de los asuntos públicos, por más que contó con la ayuda en ese sentido de alguna porción del periodismo, de los intelectuales afines, y también con la muy entusiasta de sus adversarios más entusiastas, desde siempre proclives a insultar a los demás (porque, recordemos, el “kukas” es hijo del “gorilas”, que el kirchnerismo reintrodujo en nuestra habla habitual después de que la transición democrática y el clima de convivencia de los años ochenta y noventa lo hubieran erradicado).
UNA SOCIEDAD CANSADA DE LAS AGRESIONES
Esto es, sin duda, lo más positivo de todo este recorrido: que a pesar de la bronca acumulada con la dirigencia política y con las instituciones en general, la sociedad se haya cansado de las agresiones que signaron la conversación pública en los últimos dos años; quiere algo más de argumentación, explicaciones un pelito más sofisticadas que “la culpa es de tal y cual degenerado hijo de puta”. Y esto brinda una oportunidad enorme para que la dirigencia de todas las esferas y orientaciones lo haga un poco mejor, discuta y ofrezca algo más que deditos alzados e improperios.
Significa todo esto una nueva oportunidad para la moderación y los grises. Y hay que destacar, al respecto, las muchas señales que han estado apareciendo de que el centro político no desaparece: la advertencia de la directiva de la Rural, en medio de la ovación que sus socios le dedicaron al presidente, en cuanto a que la entidad no es una facción del oficialismo y tiene muchos reclamos todavía desatendidos por el gobierno; la formación de una coalición de gobernadores que se declaró abiertamente centrista; el alto porcentaje de gente que está esperando le ofrezcan otra cosa para tomarse la molestia de ir a votar.
¿Significa esto que Milei se está agotando y viene de nuevo el tiempo de la sensatez?
No exageremos. La polarización sigue dominando la escena. Por algo la competencia que está en puerta se va a resolver entre dos figuras claramente contrapuestas, Milei y Kicillof, el agua y el aceite. Y ninguno de los dos va a cejar en la denigración del otro: se ven mutuamente como un comunista y un fascista, merecedores de todos los insultos habidos y por haber. Y los moderados van a tener que hacer grandes esfuerzos si quieren terciar entre ellos, y llevar realmente la discusión a otros terrenos más productivos. Y ante todo van a tener que aprender de sus errores: para empezar, el de creer que ser moderado significa no involucrarse en los conflictos ni hablar claro cuando las papas queman.
Hacer lo contrario fue el mérito de Milei en 2023, y sigue siendo la razón por la cual la mayoría de los votantes de centro, por más que rechace las formas presidenciales y no comparta sus objetivos más ideológicos, sabe que lo de la “amenaza fascista” es en gran medida un cuento y a la hora de los bifes les conviene apostar al éxito y no al fracaso de la estabilización.
Sin insultos, un mayor número y mucho más tranquilamente va a inclinarse por esa opción. A eso apuesta Milei.
06/08/2025 a las 3:53 PM
LA ARGENTINA POLÍTICA: ENFOQUES
Galimatías electoral
Sergio Crivelli
Fuente: La Prensa
(*) Notiar.com.ar
6/8/025
Este miércoles vence el plazo para inscribir las alianzas electorales que competirán el 26 de octubre y signarán la suerte de la gestión libertaria. Como se trata de una elección de renovación legislativa, el oficialismo prioriza el fortalecimiento de su muy débil posición parlamentaria.
Lo hace, sin embargo, con una estrategia contraria a su naturaleza supuestamente ideológica. En algunos distritos va aliado con la UCR, pero no con el PRO; en otros con el PRO, pero no con la UCR; en otros con gobernadores de origen peronista y en otros simplemente va solo.
Este galimatías electoral torna evidente dos hechos: la virtual destrucción del sistema de partidos y la inexistencia de cualquier pugna ideológica entre las fuerzas que compiten, a pesar de sus inflamados discursos de campaña.
Javier Milei se encontró a las puertas de su primera elección desde el poder con una situación que resulta cada vez más obvia: las crisis a repetición de los últimos ochenta años tienen una causa política antes que económica.
Las crisis suelen representar oportunidades para cambiar el rumbo. En Argentina esto no es así. La economía salió de cada crisis con un fuerte ajuste involuntario, pero con el tiempo recayó en un populismo fiscal que la arrastró al siguiente desastre.
De allí que la salida a la gravísima situación económica heredada de la última gestión kirchnerista no resultase difícil de imaginar. El equipo económico cortó el gasto y paró la emisión y la inflación cayó a niveles soportables en un plazo mucho más breve que el esperado. La “motosierra” que votaron masivamente los ciudadanos de a pie era la única solución. No había mucho para elegir.
El verdadero problema pasó a ser entonces cómo sostener esa receta de manual frente a las presiones de los beneficiarios de un poderoso régimen corporativo que se consolidó a lo largo de décadas y que tiene como punta de lanza a la corporación política que vive del gasto público.
A partir de esa compleja circunstancia comenzó a desarrollarse el plan electoral de LLA al que le cabe la comparación con un laborioso rompecabezas.
En Mendoza, por ejemplo, el Gobierno llegó a un entendimiento con el gobernador radical Alfredo Cornejo, pero no con el PRO. En Buenos Aires arregló con el PRO pero no con los radicales, y en el Chaco lo hizo con el radical Zdero. En San Luis acordó con el gobernador Poggi, un experonista en otros tiempos ligado a Alberto Rodríguez Saá.
En la Ciudad de Buenos Aires persistió hasta ayer un tironeo entre LLA y el PRO por la confección de una lista común de candidatos. Finalmente, el oficialismo aceptó darle dos lugares “entrables” (5° y 6°) a Mauricio Macri. Quedó a la vista que la pelea entre macristas y libertarios no era por la falta de republicanismo atribuida al irascible jefe del Estado. La pureza institucional nunca ha sido la principal inquietud de la dirigencia nativa. Esa es una de las pocas cosas que no cambian en un escenario político que se vuelve irreconocible en forma acelerada.