Por Hernán Andrés Kruse.-

“Ahora bien, frente a Latour, otros modelos de la sociología, la filosofía y la historia de la ciencia señalan que dependiendo de los intereses y compromisos de una teoría se seleccionan unos materiales u otros para llevar a cabo la investigación. Por ejemplo, Star insiste en el hecho de que deben investigarse los grupos que quedan excluidos en la construcción de una red socio-técnica si se quiere obtener una visión ajustada de cómo opera la tecnociencia, ya que los elementos marginados en los procesos de fabricación son importantes a la hora de evaluar el proceder de esta actividad cultural. Estos elementos, sin embargo, no son tomados en consideración por Latour, si bien para este autor la descripción de la tecnociencia no tiene sólo como fin mostrar la fuerza transformadora de la tecnociencia, sino también derrocar la imagen etnocéntrica de la cultura moderna.

Según Latour, la teoría del actor-red ha de operar, en primer lugar, seleccionando el tipo de relaciones que se establecen entre los diferentes actores. La investigación, pues, se inicia con una discriminación de los actores sin distinguir si se tratan de actores o agencias humanos o materiales, sino sólo en función de si guardan o no una relación que sea rara o extraña. Ésta es la primera fuente de incertidumbre (the first source of incertainty) y, contrariamente a lo que podríamos pensar, la incertidumbre juega el papel de criterio de selección y de evaluación de los materiales empíricos pertinentes para el estudio.

Se efectúa una selección de los procesos de asociación de los distintos actores o actantes que han de ser rastreados y sobre los cuales se han de trazar, registrar y examinar las relaciones que se establecen en el seno de los colectivos en formación. En este sentido, se podrían llevar a cabo dos apreciaciones. La primera de ellas sería que la incertidumbre acompaña a todo proceso de investigación, pero si hay ciertos intereses en los modelos de estudio, como el citado anteriormente de Star o el de la lucha contra el etnocentrismo de Latour, entonces el criterio de extrañeza, cabe señalar, no ha de ser considerado siempre como el criterio más adecuado ni, por tanto, el único que podría operar. En segundo lugar, tomado al pie de la letra, el principio de indeterminación radical no es tan radical, pues exige que seleccionemos el material con el que se va a trabajar con unos fines bien predeterminados, lo que equivale a afirmar que no es normativamente neutro.

No hay ningún tipo de estudio de carácter teórico, empírico, social o natural que no tenga que dirigir y fijar la mirada hacia un objeto particular, intentando acotar de un modo u otro el campo de la investigación con el fin de no despilfarrar tiempo y energías y dispersar la atención en una multitud de fenómenos. Para describir hay que plantearse la pregunta de qué hay que describir, para observar algo también se debe poseer una noción mínima sobre qué observar y registrar. En efecto, ninguna teoría puede trabajar sin establecer previamente unas bases metodológicas que considere óptimas.

La teoría del actor-red ha discutido con gran intensidad sobre este tema con escuelas de sociología del conocimiento científico que no reconocen, por ejemplo, la pertinencia de incluir a los no-humanos como material de la explicación sobre la fabricación de un hecho científico. Tal es el caso de la polémica entre H.M. Collins y S. Yearley, como representantes de la sociología del conocimiento científico, y de M. Callon y B. Latour. En cambio, otras escuelas de sociología valoran positivamente el reconocimiento de los no-humanos como material ontológico necesario para una explicación satisfactoria y comprensiva de las relaciones de la ciencia, la tecnología y los sistemas culturales. Éste es el caso de la escuela del interaccionismo simbólico que comparte, además, con el pensamiento de Latour una concepción ecológica del pensamiento teórico. “El conocimiento ecológico” y la “ecología política” de Latour guardan una relación más estrecha que la mera semejanza terminológica.

Pero el tema en cuestión que nos incumbe es el de los límites que desde la propia teoría del actor-red se impone al principio de la indeterminación radical respecto de quiénes son los actores que tejen las relaciones sociales para dejar que sean éstos los que conduzcan la investigación y nos digan quiénes son y cómo son; es decir, que respondan a las preguntas siguientes: “¿De qué está hecho lo social?”, “cuando estamos actuando, ¿qué es lo que actúa?”, “¿a qué tipo de grupo pertenecemos?”, “¿qué queremos?” y “¿qué tipo de mundo estaríamos dispuestos a compartir?”. Según Latour no se debe aplicar la teoría del actor-red para estudiar lo social partiendo de una noción previa de grupos sociales, sino que debemos fijarnos en los procesos más extraños y contraintuitivos que se están formando. Ante este primer requisito podríamos preguntarnos si los mismos actores se reconocerían como partícipes del proceso de asociación que está elaborando la teoría del actor-red.

Esta pregunta es importante porque en la obra Reassembling the Social Latour insiste en la idea de que los científicos sociales no pueden arrogarse el derecho de disponer de una visión más general, comprehensiva y completa de las ideas de que disponen los propios actores sobre quiénes son, qué hacen y qué quieren. Tal idea engarza con la crítica latouriana a la noción de reflexividad utilizada en las ciencias sociales con la que los sociólogos pretenden, según Latour, ocupar un puesto privilegiado en la observación y análisis de los “intereses” (concerns) de los grupos que estudian y con las parejas de conceptos metalenguaje e infralenguaje. Según el sociólogo francés, los investigadores sociales deben, tan sólo, crear un infralenguaje que permita acceder al metalenguaje de los propios actores objetos de estudio. Por tanto las interpretaciones válidas sobre qué tipos de colectivos se están formando, qué grado de estabilidad se está alcanzando, etc. se obtienen mediante las respuestas que dan los propios actores y como consecuencia o resultado de la investigación sobre ellos, Latour.

Por actores, por supuesto, se entiende actores humanos y no-humanos. Se trata, pues, desde esta teoría de hacer hablar a todos los actantes, de modo que no es de extrañar que este metalenguaje difiera de lo que tradicionalmente se ha entendido como la auto-comprensión o comprensión reflexiva de un grupo social, que normalmente acota sus límites por oposición a otros grupos sociales e invocando a prácticas, ideales o intereses comunes, pero no a su estrecha relación con los actores no-humanos. Para la teoría del actor-red, todos los actores hablan en nombre de otros. Los humanos hablan en nombre de los no-humanos cuando se afirma la existencia de una determinada entidad fabricada en el laboratorio; los no-humanos, como las plataformas elevadas de las calzadas, hablan en nombre de los humanos, en concreto en su nombre contribuyen a que se respete el deseo ciudadano y de las autoridades de que se cumpla la velocidad máxima autorizada en los núcleos urbanos, de que se reduzcan los ruidos del tráfico en las ciudades y se eviten accidentes causados por la velocidad.

Los actores ejecutan acciones que traducen los proyectos de otros actores. En este sentido, la respuesta respecto de si los actores se reconocerían en las descripciones que ofrece la teoría del actor-red sobre su metalenguaje puede ser afirmativa en un sentido y negativo en otro. Para Latour la respuesta es afirmativa, pues desde la teoría del actor-red se afirma que se consigue que los humanos y los no-humanos hablen, tengan derechos de representación de sus colectivos y sus voces sean escuchadas. Pero esta respuesta despierta ciertos recelos para un gran número de críticos de la teoría del actor-red e incluso para los que pensamos que la teoría del actor-red puede ser de gran utilidad para comprender la realidad de los hechos tecnocientíficos pero reconocemos algunos de los problemas que suscita esta teoría. Uno de ellos se relaciona precisamente con la creencia de que es factible la visión democrática o simétrica pensada exclusivamente en términos de actores humanos y no-humanos.

Esta concepción, por ejemplo, plantea problemas a la hora de comprender los reglamentos jurídicos en los que nos movemos En efecto, los derechos de los objetos frente a los sujetos, por ejemplo el derecho de preservación de un medio ambiente menos contaminado y erosionado por la acción humana o el derecho del patrimonio histórico y cultural a persistir, son cuestión de consideración de las personas; éstas son los únicos sujetos jurídicos que atribuyen derechos a las personas, animales y otras entidades naturales y artificiales. Por tanto, defiendo que debería darse una respuesta a la pregunta anterior negativa. Esto, además, apunta a uno de los puntos más conflictivos de esta teoría que se refiere a la idea de que los no-humanos están en pie de igualdad con los humanos.

Diversos autores coinciden también en la afirmación de que una teoría que se base en esta ontología híbrida de humanos y no-humanos presenta problemas a la hora de evaluar y dictaminar problemas de responsabilidad de las acciones. ¿Cómo podrían los átomos responder a la acusación de daño ecológico en los 193 ensayos nucleares que se llevaron a cabo en los arrecifes de Coral de Mururoa y Fangataufa entre 1966 y 1996 por orden de los diferentes gobiernos franceses?, por ejemplo. Éste es, en efecto, uno de los focos más problemáticos y merecería un análisis más detenido. Este tema llevaría al análisis de quién habla en nombre de los átomos, si los científicos, los políticos, la ciudadanía francesa o la de la zona afectada, si es legítimo atentar contra el medio natural en nombre de la investigación científica, etc.

Latour sostiene que los actores son traducidos por los científicos sociales que cartografían el proceso por el que atraviesa una experimentación. Latour en sus investigaciones ha dado cuenta de los actores oficiales que estaban a la base de la fabricación y estabilización de los hechos de la ciencia y la tecnología, pero éstos no son los únicos actores que son tomados en consideración desde un enfoque normativo de la tecnociencia en un contexto de estudio CTS que apuesta por el tema de la democratización de la ciencia y, por tanto, la consideración de las opiniones y evaluaciones de los actores legos en la construcción, uso y repercusiones de los productos de la ciencia y tecnología.

Así pues, la filosofía política de la ciencia de Latour se muestra en este sentido incapaz de justificar por qué si que quiere otorgar la misma importancia a todas las representaciones de la naturaleza o de la sociedad su marco teórico se centra sólo en la investigación de los procesos que se llevan a cabo por los actores oficiales. Una ciencia democratizada debería mostrar el papel imprescindible de los elementos no-humanos, pero también abrirse a la relación entre la tecnociencia, la política y la ciudadanía. En Politiques de la nature y en Reassembling the social Latour se desmarca de las concepciones esencialistas de la naturaleza y de la idea de que la sociedad sólo comprende a las relaciones de humanos. Por tanto, el objetivo político que se deriva de la filosofía de Latour es el de reclamar procedimientos de mediación entre dichas concepciones plurales.

Para ello es preciso, primeramente, reconocer que la ontología es híbrida y que el discurso por el que se interpreta a la cultura moderna, un discurso que excluye el protagonismo de los no-humanos, que ensalza los logros de una ciencia asentada en unos principios objetivos y una tecnología que se construye de modo neutral, ha de ser alterado. En este sentido es en el que Latour menciona que es imprescindible la creación de un “mundo común”. Esta idea es parte del legado que este autor hereda del filósofo Dewey respecto de la opinión pública, depende del concepto de pluriverso de James y de la noción de cosmopolítica de Stengers.

El estudio sobre la tecnociencia no puede desvincularse del hecho de que los diferentes posicionamientos o cosmopolíticas que puedan surgir en los diferentes colectivos, bien sean éstos grupos de investigación, grupos sociales implicados en una controversia socio-técnica o grupos culturales, deberían someterse a un proceso de negociación diplomática para que no se impusiera una determinada cosmopolítica simplemente aduciendo que se apoya en el conocimiento científico existente y que, por tanto, sus criterios son superiores. Jasanoff, en este sentido, ilustra el conflicto desatado en el terreno intelectual entre voces defensoras de la posición europea a favor de una legislación menos permisiva que la estadounidense en materia de la comercialización de los cultivos transgénicos y las críticas suscitadas por esta reacción europea, calificada de retrógrada, enemiga del desarrollo y anticientífica.

Con este ejemplo se ilustra que los productos de la tecnociencia incorporan un componente cultural que ha de ser tomado en consideración. Ahora bien, ninguna investigación llevada a cabo por Latour ilustra este tipo de controversias desatadas entre diferentes cosmopolíticas, pluriversos o posicionamientos. Este no es el caso, sin embargo, de los estudios que llevan a cabo otras autores y otros autores como Star, Haraway o Callon. En las obras de estos autores se reconoce explícitamente que existen grupos de actores olvidados en la imagen oficial que se ofrece del funcionamiento de la tecnociencia. Los estudios de Haraway, entre otros aspectos, tratan de la relación existente entre la comprensión de qué es la naturaleza y la exclusión de las mujeres como “testigos” del comportamiento de la naturaleza en la experimentación científica. Esta autora se muestra crítica, pues, con el contenido, el modo y el discurso que legitima el proceder en la ciencia moderna”.

V. “Así pues, con el principio de indeterminación radical no se trata sólo de describir las múltiples asociaciones de los actores sino de buscar estrategias para reunir los colectivos mediante procesos de negociación en una esfera ontológica mayor. Para efectuar esta tarea Latour ha reconocido previamente que la epistemología, contrariamente a lo que ha defendido en sus primeros escritos, no es sólo una disciplina del pasado, que actúa como una policía del pensamiento políticamente correcto, aceptando sólo como pertinente una explicación de la racionalidad del conocimiento y delimitando este conocimiento del resto. Se produce, pues, lo que se puede denominar un giro normativo en la teoría del actor-red, como acertadamente observó el sociólogo David Edge respecto de los estudios sociales de la ciencia, y cuyos frutos son cada vez más evidentes en la actualidad.

La antropología de la ciencia, que tantos esfuerzos ha realizado por contraponer su modelo de estudio a la filosofía de la ciencia así como por enorgullecerse de poder trabajar con su método de estudio sin necesidad de reflexionar y ofrecer criterios de evaluación de las descripciones sobre la ciencia, se ha visto forzada a rectificar sus opiniones. De la imagen de la epistemología como disciplina que nos tenía “obnubilados” con su constante preocupación por hablar de la ciencia en clave normativa se pasa, en el nuevo siglo, a un reconocimiento explícito de la necesidad de ofrecer criterios de evaluación de las explicaciones sobre la ciencia. La “buena ciencia”, para Latour, es aquella que en primer lugar permite crear muchas articulaciones, concatenaciones de mediadores o establecer una sólida cadena de traducción. En síntesis, la “buena ciencia” es la que se puede estudiar mediante el diseño de una red bien trabada que nos permita movernos desde un momento de la investigación a otro ulterior observando cómo se combinan elementos de carácter heterogéneo.

Podríamos ilustrar esta idea con el ejemplo del propio Latour a propósito del éxito de Pasteur en relación con la investigación sobre las enfermedades parasitarias con anterioridad a 1914 en las colonias francesas. Tal como Latour cuenta, se produjo una fusión completa entre el Laboratorio Pasteur, la sociedad africana y la medicina. Las enfermedades que tenían por origen los efectos de los gérmenes se curaban en masa, ya que se trataba de enfermedades contagiosas en muchos casos. Estas enfermedades además estaban relacionadas con los ciclos de la vida de los insectos, por ejemplo de las cuatro variantes del plasmodium, causante del paludismo o malaria. Para Latour, la razón más paradójica del éxito de Pasteur se encontraba en la necesaria y sólida interacción en los terrenos científicos y políticos. Para luchar contra las enfermedades se actuaba conjuntamente en el laboratorio y en la administración: se suministraban vacunas, se luchaba contra la influencia de los brujos y la magia, se desecaban los charcos, se tratan de cambiar las costumbres, etc.

Si nos fijamos bien, este ejemplo pone de manifiesto el primer sentido de política que se encuentra en los textos de Latour. Pasteur consigue crear nuevos vínculos sociales. Su acción en las colonias transforma la realidad de las mismas, según Latour, con más eficacia que la conseguida por la metrópolis con un espíritu de voluntad y dominación. Por tanto, el primer criterio de la “buena ciencia” no es en realidad más que un criterio metodológico de la teoría del actor-red, cuyo fin es “una buena descripción o explicación de la ciencia”. Esta “buena explicación” es compatible con el recurso a métodos de cienciometría, de los que se sirve en sus inicios la teoría del actor-red.

A este primer criterio, que como vemos indica y dirige el camino que ha de tomar la descripción, le suceden otros que Latour toma prestados de Stengers y Despret y que constituyen un “principio de falsificación” que no es heredero directo del principio popperiano de la falsación, sino es el producto de una reflexión sobre qué es la “buena ciencia” desde la perspectiva teórica de la teoría del actor-red. Sin entrar a tratar con detalle estos criterios que escapan a los límites de este escrito, me concentraré en el octavo y último cuya formulación es: “permitiendo un mundo común”. En palabras de Latour, este último criterio o característica del principio de falsificación de Stengers-Despret “fuerza a los científicos a tomar en serio el exterior de su ciencia y las condiciones en las cuales sus resultados pueden ser compatibles o incompatibles con el resto del colectivo”. Se trata, pues, de componer mediante negociación “el mundo común” donde habría representación de todas las realidades o las diferentes cosmopolíticas. El ideal que se observa en estos escritos es el de soluciones democráticas para los problemas globales. Lo que coincide con las teorías sociales que reflexionan y estudian sobre las tomas de decisiones expertas, la necesidad de buscar políticas de participación pública, por ejemplo Shrader Frechette, Jasanoff, Funtowicz y Ravetz, etc.

En realidad este tema no es nuevo para la teoría de actor-red. La idea de buscar soluciones democráticas está también presente en M. Callon, quien aboga por la creación de lo que se denominan foros híbridos para no sucumbir a los dictados de una visión unilateral que proclame la autonomía y objetividad de la ciencia y su superioridad sobre el resto de esferas sociales. Desde este punto de vista hay dos características importantes que acompañan a estos foros híbridos. La primera trata de establecer sistemas de relación entre especialistas y profanos que superen a las tradicionales formas de participación política. La segunda se relaciona con la experimentación y el aprendizaje colectivos que vendría a sobrepasar la concepción de la prueba pericial según la cual un grupo de expertos conocedores de los entresijos de la investigación en curso sería el más indicado para llevar a cabo esta tarea.

Para Callon, la “buena estimación pericial” está también ligada a intereses externos a la investigación y dicha estimación ha de efectuarse con el convencimiento de que no puede haber un procedimiento algorítmico con el que encontrar una solución radical para los problemas que requieren el asesoramiento experto. Las investigaciones sobre la ciencia, pues, ponen de manifiesto una oposición a la tradicional división entre la ciencia y la política, o entre el conocimiento y los valores. Influenciados por la obra Politiques de la nature, Callon, Lascoumes y Barthe señalan que la ciencia puede verse enriquecida con la apertura a las percepciones sociales de los problemas suscitados por la ciencia y la tecnología que afectan a la ciudadanía.

Otro tanto cabe destacar respecto de los trabajos recientes de H.M. Collins y R. Evans sobre la necesidad de desarrollar una teoría normativa del asesoramiento experto, las pruebas periciales y la experiencia. Según estos autores los estudios sociales sobre la ciencia y la tecnología se encuentran en una tercera etapa de su desarrollo en la que se efectúa un retorno a cuestiones epistemológicas, con la particularidad de que se enfoca la naturaleza del conocimiento en relación con el tema de la valoración, asesoramiento y toma de decisiones técnicas (expertise). En este terreno, la ciencia, la tecnología y la política se solapan, pues el problema de la toma de decisión técnica se produce cuando se está trabajando sobre asuntos que son de gran relevancia para muchos grupos sociales, para el conjunto de la sociedad o incluso del planeta, en el caso por ejemplo de la gripe aviar.

La teoría normativa que proponen Collins y Evans tiene que enfrentarse al “problema de la legitimidad” y al “problema de la extensión”. El primer problema ha obtenido una respuesta por parte de los estudios de la ciencia y la tecnología, consistente en proponer una mayor participación en los procesos de toma de decisiones, no quedando éstos restringidos a un grupo reducido de expertos. Pero no ha sido aún resuelto el problema de cómo debería extenderse, ensancharse y enriquecerse esta toma de decisiones con representantes de otros grupos sociales, además de los científicos y los políticos. Para Collins y Evans, en la primera ola de los estudios de la ciencia no había conciencia del problema de la legitimidad y no se planteaba este problema de la extensión de la toma de decisiones técnicas. La sociología tradicional de la ciencia es la protagonista de esta primera obra y se centraba en los aspectos institucionales de esta actividad que la distinguía de otras instituciones sociales por su éxito y prolijidad en la producción de conocimiento objetivo. La sociología de Robert Merton es una exponente destacada de esta primera etapa de estudios sobre la ciencia.

En la segunda ola, en la que se desarrollan la mayor parte de los escritos de H.M Collins, por ejemplo, se responde al problema de la legitimidad argumentando que puesto que muchos elementos extra-científicos influyen de forma considerable en el curso y desarrollo de esta empresa, los procesos de deliberación sobre problemas de orden e importancia públicos deberían democratizarse. En esta tercera ola, Collins y Evans se interrogan sobre cómo extender la toma de decisiones a otros grupos sociales y qué requisitos deberían cumplir tales grupos. Para estos autores la respuesta pasa por la diferenciación de “grupos expertos certificados” y “grupos expertos no-certificados”, como por ejemplo, los granjeros propietarios de las vacas en Inglaterra afectadas del mal de la encefalopatía espongiforme. El diálogo y negociación entre estos grupos vendría a suponer una solución a los problemas de la legitimidad y de la extensión según estos autores.

Como se observa, se opera un nuevo viraje en ciertos sectores de los estudios sociales de la ciencia que guarda en estos casos relación directa con la epistemología. S. Fuller caracterizaba las producciones de la sociología del conocimiento científico y de historiadores de la ciencia como meramente descriptivo-explicativas y las encuadraba en lo que él denomina “el giro descriptivo”. En la actualidad, en cambio, los estudios CTS clásicamente más comprometidos con la explicación y la mera descripción del funcionamiento de la ciencia se están reorientando hacia posiciones más comprometidas con las repercusiones sociales de la actividad científica, trascendiendo el interés inicial de corrientes como la sociología de la ciencia de establecer relaciones entre intereses socio-políticos y el contenido de las creencias científicas o la toma de decisiones en la práctica científica.

En el caso de Latour, este desplazamiento de la antropología de la ciencia hacia posiciones más comprometidas con la filosofía política, la ontología y la búsqueda de soluciones democráticas para el problema de la necesaria unificación o construcción de “un mundo común” evidencia una preocupación nueva para este tipo particular de estudio social de la ciencia y este nuevo marco interpretativo de la sociedad que se propone desde la teoría del actor-red. Ahora bien, este interés debe, desde mi punto de vista, ser entendido en la obra de Latour parcialmente en clave especulativa. Sólo desde esta perspectiva se pueden comprender las dos obras principales de las que se trata en este texto, así como hacer frente a algunos argumentos críticos que se han dirigido contra ellas.

Yearley, por ejemplo, sostiene que la solución que ofrece Latour para mejorar los problemas de la naturaleza-el contenido positivo de su teoría política y que retoma el tema de una nueva Constitución para la a-modernidad a la que se apuntaba en su obra Nunca hemos sido modernos-es excesivamente optimista y sus implicaciones prácticas muy limitadas. Latour defiende su concepción de la naturaleza malinterpretando el estado actual del pensamiento sobre la ciencia y las políticas científicas y mediante una exageración de las limitaciones de los paradigmas presentes. En efecto, Latour no se preocupa por establecer puentes con otras posiciones de los estudios CTS que se han dedicado con grandes esfuerzos a estudiar estos temas. Asimismo, Yearley señala acertadamente que una de las cosas que más se echan en falta en los escritos de epistemología política de Latour son los ejemplos y los datos que avalen su teoría.

La lectura de este libro resultaría más fácil si la obra dispusiera de más ejemplos y éstos fueran más detallados. Latour no ejemplifica sus conclusiones realizando un estudio de caso sobre un problema de ecología en Politiques de la nature; tampoco en Reassembling the social trata de mostrar empíricamente la prolijidad de la sociología de la traducción. Esta metodología es más frecuente encontrarla en autores como H.M. Collins, A. Pickering y dentro de la propia teoría del actor-red en M. Callon, J. Law, A. Mol, etc. En el terreno de la filosofía política de la ciencia, Latour no desarrolla una reflexión entre la posibilidad de emprender un estudio normativo de la ciencia a partir de la pareja de conocimiento-poder como en la obra de J. Rouse; Latour tampoco establece las relaciones entre la ciencia y los riesgos; este autor, por último, no se centra explícitamente en el tema de la pericia, lo que le conduciría a forjar nuevas categorías epistemológicas que ampliaran su epistemología política, como la “epistemología cívica” de B. Wynne.

Según Isabelle Stengers, Bruno Latour está llevando a cabo un ejercicio de especulación que tiene la virtud de apostar por el mundo (spéculation “pour le monde”), en el sentido de querer enriquecerlo con una dimensión complementaria, el “mundo común”, desde su proyecto de ecología política. Con esta actividad pretende reinventar o renovar toda la vida pública, no sólo la esfera concerniente al medio ambiente, la gestión de riesgos o la economía solidaria mediante unas instituciones democráticas que reconozcan el papel que juegan los actores humanos y no-humanos en la construcción de ese mundo común que no posee ninguna marca de antropocentrismo, ya que sus constituyentes no son sólo los humanos. Se trata, según Isabelle Stengers, de un compromiso con lo posible porque Bruno Latour es un agnóstico radical respecto de las posibilidades del proyecto moderno de reconocer los problemas tan graves que amenazan al mundo globalizado.

Su “ecología política” o la “política”, en Reassembling the social, se refieren en primer lugar a un ejercicio del pensamiento, a una reflexión profunda y positiva, no sólo crítica y deconstructiva como las que se acostumbran a crear desde las posiciones postmodernas. Sin embargo, desde la teoría del actor-red, en versiones diferentes a la de Latour, así como en otras corrientes de la historia y la sociología de la ciencia sí se apuesta directamente por un componente normativo de la tecnociencia cuyo fin fundamental sea la potenciación de la democracia (Star, Callon). La teoría del actor-red de Latour se mueve en una dimensión menos práctica y más especulativa. En este sentido, considero que la dimensión normativa de la tecnociencia que late en Latour es insuficiente en comparación con los objetivos de crear un espacio público o “mundo común” en el que puedan dialogar las diferentes cosmopolíticas”.

(*) Paloma García Díaz (Universidad del País Vasco-San Sebastián-España): “Los límites del principio de indeterminación radical en Latour y el giro político de su filosofía de la ciencia” (THEORIA-Revista de Teoría, Historia y Fundamentos de la Ciencia-2008).

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