Por Hernán Andrés Kruse.-

El 28 de junio se cumplió el tricentésimo décimo tercer aniversario del nacimiento de uno de los filósofos más relevantes del siglo XVIII. Juan Jacobo Rousseau nació en Ginebra el 28 de junio de 1712. De joven leyó a Bossuet, Fontenelle, La Bruyère, Molière y Plutarco. Entre 1722 y 1724 fue pupilo en la casa del calvinista Lambercier. En 1725, ya de regreso a su ciudad natal, trabajó como aprendiz de relojero y luego con un maestro grabador. Luego de desempeñar todo tipo de oficios, abjuró del calvinismo y abrazó el catolicismo. Se estableció en Annecy y recibió la protección (tutelaje) de Madame de Warens. En 1737 su protectora lo ayudó para que consiguiera un puesto de receptor en Lyon de los hijos de Gabriel Bonnot de Mably y el filósofo Condillac. En ese entonces entabló amistad con Fontenelle, Diderot y Marivaux. En 1743 publicó su “Disertación sobre la música moderna”. En 1745 retornó a París y se contactó con Voltaire, D´Alambert, Rameau y nuevamente con Diderot. En 1754 publicó su “Discurso sobre economía política” y abjuró de la religión católica. Un año más tarde, publicó uno de sus libros más relevantes: “Discurso sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres”, provocando el disgusto de Voltaire y de la Iglesia Católica.

En 1762 publicó sus obras más relevantes: “Emilio, o De la educación”” y “El contrato social o Principios del derecho político”. Estos escritos provocaron una feroz reacción del establishment de la época, lo que obligó a don Juan Jacobo a refugiarse en Môtiers-Travers bajo la protección de Julie Emélie Willading. En 1763 escribió “Carta a Christophe de Beaumont” para defenderse de la persecución del arzobispo católico y luego renunció a la ciudadanía ginebrina. Al año siguiente, el eminente Voltaire, enemistado con don Juan Jacobo, publicó un panfleto sin firma contra el ginebrino titulado “El sentimiento de los ciudadanos”, en el que lo critica con extrema dureza por su decisión de entregar sus cinco hijos al cuidado de orfanatos porque pensaba que, dada su precaria situación económica, no estaba en condiciones de mantenerlos. En 1765 su casa en Môtiers fue atacada por una turba carcomida por el fanatismo, lo que lo obligó a refugiarse en la isla de San Pedro, en el lago de Bienne, en casa de un síndico de Berna. En enero de 1766, en compañía de Hume y Jean-Jacques de Luze, se dirigió a Londres. Durante esos años (1764-1767) fue permanentemente hostigado por la mayoría de los ingleses, quienes lo consideraban un hombre malo y peligroso. En 1767 retornó a Francia. En 1772 comenzó a redactar sus “Diálogos”. Lamentablemente, los constantes ataques propinados por Voltaire y otros intelectuales de renombre de entonces, lo obligaron a alejarse de la vida pública. Murió de un paro cardíaco en 1778 durante su estadía en Ermenonville. Tenía 66 años (Fuente: Wikipedia, la Enciclopedia Libre).

Buceando en Google me encontré con un ensayo de Blanca Flor Trujillo Reyes (Universidad Pedagógica Nacional-México) titulado  “Hombre, moral y ciudadanía en Jean-Jacques Rousseau” (Revista Intercontinental de Psicología y Educación-Volumen II, Número 1-Universidad Intercontinental-distrito Federal-México-2009). Analiza el pensamiento político y educativo del conflictivo y brillante Rousseau.

LA CONCEPCIÓN ANTROPOLÓGICA. EL ESTADO DE NATURALEZA

“En el pensamiento político y educativo de Jean-Jacques Rousseau se distinguen dos formas de concebir el estado de naturaleza del hombre: como de necesidades puramente físicas y como constituido por características que le permiten vivir en sociedad. En este apartado, se revisarán ambos modos. En su Discurso sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres, Rousseau afirma que se propone separar lo originario de lo artificial en Hombre, moral y ciudadanía en la naturaleza del hombre, con el objetivo de mostrar que la desigualdad entre los seres humanos es consecuencia de la vida social.

La idea de la naturaleza humana es presentada por Rousseau como una hipótesis de trabajo, pues, como asegura en el Discurso, no está en condiciones de mostrar que ese estado originario haya existido: “Porque no es liviana la empresa de separar lo que hay de originario y de artificial en la naturaleza actual del hombre ni concebir bien un estado que ya no existe, que quizá no haya existido, que probablemente no existirá jamás, y del que sin embargo es preciso tener nociones precisas para juzgar bien nuestro estado presente” (Rousseau). Para juzgar el estado de la humanidad, primero ha de aclararse qué debe ser ésta. En el Discurso, Rousseau argumenta sobre algunos rasgos que constituyen la naturaleza humana tanto en su estado original como artificial y los toma como parámetro para señalar los errores de la sociedad de su época.

El filósofo parte de una situación hipotética sobre la naturaleza del hombre para juzgar de acuerdo con ella las condiciones de la naturaleza humana en el momento histórico en el que escribe. Critica los fenómenos de corrupción individual y social entre los hombres de su época, la cual, se supone, ha progresado socialmente. Los compara con la situación hipotética del hombre primitivo quien sólo necesita lo indispensable para vivir y con el hombre natural que lleva en potencia la capacidad de perfeccionarse a sí mismo. De acuerdo con José Rubio Carracedo, contrario a algunas interpretaciones, Rousseau no proclama el regreso del hombre a un estado natural o primitivo, sino que reclama mirar las facultades patentes en él y desarrollar su perfectibilidad. Además, la perfectibilidad del hombre sólo puede desarrollarse en el estado civil y no en su estado de naturaleza, el que, “lejos de ser un estado de perfección, es un estado de ‘felicidad estúpida’, con todas las limitaciones del desarrollo intelectual, moral y político” (Rubio).

El hombre primitivo o salvaje no depende más que de sus instintos y esfuerzos dirigidos a su bienestar y conservación. En estas circunstancias, no requiere comunicarse con los otros, no siente la necesidad de ser reconocido ni desea lo de otros porque el sentido de la posesión no le es inherente. Además, en el estado de naturaleza entendido de esta manera, el hombre ignora el vicio y es piadoso. No necesita más artefactos para vivir que los proporcionados por su propia anatomía. Sus enemigos no son otros hombres, sino las bestias que habitan su medio, “los achaques naturales, la infancia, la vejez y las enfermedades de toda especie” (Rousseau, 1980). Las diferencias entre los individuos estriban en la resistencia corporal a los embates de la naturaleza. La desigualdad que genera luchas entre los hombres es instituida por ellos mismos al entrar en contacto unos con otros, al crear lazos de dependencia.

La interdependencia origina pasiones y sentimientos los cuales provocan que el amor a uno mismo prevalezca sobre la piedad, virtud que, por excelencia, según Rousseau, precede a toda reflexión y a la cual define como “repugnancia innata a ver sufrir a su semejante […] disposición conveniente a unos seres tan débiles y sometidos a tantos males como somos; virtud tanto más universal y tanto más útil al hombre cuanto que precede en él al uso de toda reflexión, y tan natural que las bestias mismas dan a veces signos sensibles de ella” (Rousseau). Este sentimiento impide al hombre comportarse como una bestia: “los hombres jamás habrían sido otra cosa que monstruos si la naturaleza no les hubiera dado la piedad en apoyo de la razón” (Rousseau). El hombre natural en su estado originario es autosuficiente; el amor a sí mismo es el sentimiento que lo motiva a subsistir; no mantiene relaciones con otros individuos, no tiene moralidad.

La segunda manera de entender la naturaleza humana se caracteriza por asignar al hombre la capacidad de perfeccionarse y posibilita el proceso civilizador. Éste es el sentido ético de la naturaleza humana, a la que les es propia, esencial, la libertad. Se trata de una forma de entender la naturaleza humana completamente distinta de la originaria, pues mientras en ésta predominan los instintos y las pasiones, en aquélla, entendida como capacidad de perfeccionamiento, como racionalidad, se conforma, necesariamente, el vínculo con una ley estricta e inquebrantable a la que el individuo se compromete a obedecer y que tiene lugar en la voluntad general.

La cualidad de agente libre distingue al hombre de los animales: “La naturaleza da una orden a todo animal, y la bestia obedece. El hombre experimenta la misma impresión, pero se reconoce libre de asentir, o de resistir”; la segunda cualidad, aún más definitiva, “específica que los distingue sobre la cual no puede haber réplica: es la facultad de perfeccionarse; facultad que, con la ayuda de las circunstancias, desarrolla sucesivamente todas las demás, y reside entre nosotros tanto en la especie como en el individuo” (Rousseau).

Un elemento primordial en el pensamiento rusoniano para comprender la naturaleza libre del hombre son los sentimientos de piedad y amor a uno mismo, que, trastocados por la vida social, degeneran en amor propio; acompañados por su capacidad perfectible, en cambio, tienden a convertirse en virtudes. El sentimiento de piedad –como se señaló líneas arriba– cumple la función de moderar el amor a uno mismo. Gracias a él, el hombre logra conservarse como especie, pues evita, por obra de la repugnancia de ver a otro sufrir, que los hombres se hagan daño. Sin embargo, la piedad natural, sostén del hombre en el estado de naturaleza, se debilita cuando entra en conflicto con el amor a uno mismo. Esto es provocado al establecerse la propiedad privada, pues, a partir de ello, se desarrolla la sociabilidad, ciertas facultades humanas y, en consecuencia, la desigualdad moral o política. Según Rousseau, “el primero al que, tras haber cercado un terreno, se le ocurrió decir esto es mío y encontró personas lo bastante simples para creerle, fue el verdadero fundador de la sociedad civil”.

Con el surgimiento de la propiedad privada también nacieron la previsión y la necesidad de ser mirado por otros y el deseo de talentos y habilidades de quienes aumentaban sus posesiones. Entonces, la piedad es suprimida por obra de las relaciones conflictivas y necesidades ficticias que los hombres se han creado. En el lugar de ese sentimiento surgen pasiones y vicios que atentan contra la paz imperante en el estado de naturaleza. Quienes desarrollan más sus facultades, tienden a aprovecharse de los demás; el amor a uno mismo se trastoca en amor propio, un sentimiento egoísta, alentado por la exaltación de los talentos personales. Los seres humanos se envidian mutuamente; los más fuertes utilizan a los más débiles; germina la avaricia, la envidia, la competencia, la rivalidad.

Así, debe establecerse una moral sustentada en una autoridad reconocida que determine cuáles son los deberes del hombre y que tenga como resorte el sentimiento de piedad. Pero la piedad, en tanto puro sentimiento o pasión, es inicua, porque sin el concurso de la razón y del conocimiento deriva en desprecio hacia el que es compadecido, degenera en compasión por el otro al que, lejos de tenerse en consideración como un igual, se le mira en una posición inferior. Los sentimientos o pasiones –amor a uno mismo y piedad– constituyen el resorte de la razón y, con ello, de la perfectibilidad humana. Con el concurso de sentimientos y razón, el hombre, quien ha integrado una sociedad, es un ser moral, por lo cual necesita la virtud para construir relaciones justas. “Hay cierto orden moral en todas partes donde hay sentimiento e inteligencia. La diferencia estriba en que el bueno se ordena por relación al todo y el malvado ordena el todo por relación a él” (Rousseau).

Para Rousseau, a pesar de lo que digan los moralistas, el entendimiento humano debe mucho a las pasiones que, a la recíproca, le deben mucho también; es gracias a su actividad por lo que nuestra razón se perfecciona; sólo tratamos de conocer porque deseamos gozar, y no es posible concebir por qué quien no tenga deseos ni temores ha de darse la molestia de razonar. Las pasiones, a su vez, extraen su origen de nuestras necesidades, y su progreso de nuestros conocimientos; porque sólo se puede desear o temer las cosas por las ideas que de ellas se puedan tener o por el simple impulso de la naturaleza (Rousseau).

Los sentimientos se corresponden tanto con la naturaleza primitiva como con la naturaleza perfectible del hombre; en este segundo sentido, antecede y acompaña a la razón en la elaboración de juicios y de las decisiones morales del hombre. “La palabra ‘sentimiento’ tan pronto comporta un sesgo puramente naturalista como uno idealista; unas veces se utiliza en el sentido de la mera sensación, mientras que otras es utilizado en el sentido del juicio y de la decisión moral […] El sentimiento es para Rousseau ora una mera afección anímica, ora una característica y esencial acción del alma” (Cassirer). La bondad natural va más allá del puro sentimiento y supera la concepción del estado primitivo. Consiste en la dirección de la voluntad de acuerdo con un juicio razonado, de acuerdo con la ley moral a la que el hombre somete su libertad individual.

Habría que agregar, por su importancia para desarrollos posteriores en educación y por su contribución propia, la característica de la plasticidad que Rousseau asigna al hombre. Como señala Cassirer, “lo que Rousseau reconoce ahora es que el hombre no es ni bueno ni malo de suyo, porque su ser y su forma no están dados rígidamente, sino plásticamente. Y la fuerza plástica más importante y esencial está depositada en la comunidad”.

EL ESTADO CIVIL

“El estado civil es un estado artificial, pues la conformación de una sociedad no responde a las necesidades naturales del hombre; se trata, más bien, de una creación de éste en cuanto ha entrado en contacto con otros hombres y se han organizado para vivir juntos. “Este paso del estado de naturaleza al estado civil produce en el hombre un cambio muy notable, sustituyendo en su conducta el instinto por la justicia, y dando a sus acciones la moralidad que les faltaba antes […] Sea que una inclinación natural haya llevado a los hombres a unirse en sociedad, sea que hayan sido forzados a ello por sus necesidades mutuas, lo cierto es que de este comercio han nacido sus virtudes y sus vicios, y en cierto modo todo su ser moral. Allí donde no hay sociedad no puede haber ni justicia, ni clemencia, ni generosidad, ni modestia, ni sobre todo el mérito de todas estas virtudes” (Rousseau). Instituido un estado de desigualdad y conflicto permanente entre los hombres y capaces de las peores pasiones y vicios, resulta imposible que la sociedad civil pueda fundarse en el derecho natural. La naturaleza del hombre sólo atiende a su propio interés, lo que, aunado a la exacerbación de las pasiones y vicios, impide que sea capaz de vivir en orden.

Rousseau ve en el vínculo político un asunto complejo, al tratar de conciliar la voluntad individual con la general. ¿Cómo pueden los seres humanos comprometerse políticamente para conseguir la libertad civil, sin renunciar a la libertad natural, entendida como autonomía de la razón? La libertad del hombre se ve realizada en tanto se constituya una forma de asociación que proteja al individuo, porque conserva en ella misma, en tanto que asociación de individuos libres, la ley de la autonomía. En Del contrato social señala que la constitución de la sociedad civil consiste en “encontrar una forma de asociación que defienda y proteja de toda la fuerza común la persona y los bienes de cada asociado, y por la cual, uniéndose cada uno a todos, no obedezca, sin embargo, más que a sí mismo y quede tan libre como antes” (Rousseau).

La respuesta, afirmaba, está en el contrato social, cuya propuesta es la elevación de la libertad natural de los hombres a la libertad cívica garantizada por un régimen de igualdad, pues sus leyes tienen la misma vigencia en cualquier lugar, lo cual impide que sean violentadas, porque la ley es tal para todos. La unión bajo el “cuerpo político” demanda, según Rousseau, no sólo dispositivos jurídicos y políticos, sino un componente moral: la voluntad general, tendiente a la búsqueda del bien común. El concepto puede entenderse como el compromiso que los hombres adquieren con los intereses públicos y generales, por encima de los privados y particulares. “En Del contrato social queda claro que el bien del individuo se reconcilia con el bien común” (Rubio).

¿Cómo es que se da esta reconciliación? Rousseau indica en Del contrato social: “En el mismo instante, en lugar de la persona particular de cada contratante, este acto de asociación produce un cuerpo moral y colectivo compuesto de tantos miembros como votos tiene la asamblea, el cual recibe de este mismo acto su unidad, su yo común, su vida y su voluntad. Esta persona pública que se forma de este modo por la unión de todas las demás tomaba en otro tiempo el nombre de ciudad, y toma ahora el de República o cuerpo político, al cual sus miembros llaman Estado cuando es pasivo, Soberano cuando es activo, Poder al compararlo con otros semejantes. Respecto a los asociados, toman colectivamente el nombre de Pueblo, y en particular se llaman Ciudadanos como partícipes en la autoridad soberana, y Súbditos en cuanto sometidos a las leyes del Estado” (Rousseau).

El problema de la asociación política no es sólo una cuestión jurídica, sino también ética. Si el soberano es el pueblo –que en lo particular son los ciudadanos– y si el soberano tiene un papel activo, sólo se puede ser ciudadano, en tanto se es miembro del soberano en sentido estricto, es decir, en tanto se lleva a cabo la participación de los individuos en la asamblea pública para constituir la ley por representación directa. Lejos de tratarse de un sometimiento a las leyes del Estado, se trata de la constitución de una ciudad por individuos que, por participar de la voluntad general, son partícipes de la promulgación de la ley”.

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