Por Hernán Andrés Kruse.-

JUAN B. JUSTO ANTE LA GRAN GUERRA. DE LA NEUTRALIDAD INCÓMODA AL «INTERNACIONALISMO» LIBRECAMBISTA (1914-1915)

UN NEUTRALISMO INCÓMODO

“Cuando la guerra finalmente estalló, a comienzos de agosto de 1914, generó un profundo impacto social y político en Argentina. Si bien tanto el presidente conservador Victorino de la Plaza como el radical Hipólito Yrigoyen, que lo reemplazó en 1916, mantendrían una política de neutralidad, el país se vio atravesado por un clima de movilización y agitación que se profundizó con el transcurrir de la contienda y conformó un complejo cuadro en el cual surgieron diversas posiciones, reflejadas en tribunas políticas, periodísticas y parlamentarias. Según María Inés Tato, «el legado más importante de ese clima político fue un marcado activismo social, reflejado en la aparición por doquier, en diversos puntos del país, de agrupaciones favorables a los Aliados o partidarias del estricto mantenimiento de la neutralidad».

El socialismo argentino no fue una excepción: como no podía ser de otro modo, la cuestión de la guerra pasó a ocupar un lugar absolutamente central en sus formulaciones y reflexiones políticas. El 2 de agosto de 1914, apenas iniciada la guerra, La Vanguardia publicó un extenso editorial de Juan B. Justo en el que podía encontrarse una primera interpretación de la guerra mundial. Justo caracterizaba la guerra como una gran tragedia que interrumpiría «por meses o por años», el trabajo de millones de hombres, «las relaciones económicas entre grandes colectividades humanas vecinas», las producciones artísticas y culturales. Semejante golpe al progreso debía tener una explicación: para el principal dirigente del socialismo argentino las causas no podían encontrarse en la escasez de territorios —»cada uno de esos países puede alojar una población mucho mayor»—, en algún tipo de «incompatibilidad biológica» entre los diversos pueblos, ni en la necesidad de «abrir nuevas vías para el comercio». La nueva guerra no tenía ninguna de las características que, según lo expuesto por Justo en su libro de 1909, podían «justificar» una guerra históricamente progresiva. Por el contrario, «la guerra que empieza no tiene explicación posible que la presente como una fatalidad necesaria, ni como un conflicto generador de progreso».

En esta editorial inicial se hallan contenidos buena parte de los elementos que marcarán la caracterización justiana de la guerra: para quien había considerado que la principal base para una paz duradera había sido el desarrollo económico de los años previos y solía criticar el elemento dialéctico del pensamiento marxista, no existía ningún elemento propio del desarrollo capitalista que llevara al estallido de la guerra. Por el contrario, la guerra era consecuencia de la falta de desarrollo; de la persistencia de elementos arcaicos, de la desigualdad en la evolución de las diversas partes componentes del organismo social. Para Justo, la guerra era un «choque innecesario y evitable de pueblos que nada pueden ganar desangrándose y barbarizándose recíprocamente», provocado por formas arcaicas de gobierno, vanidades e intereses dinásticos y de casta [que] apoyándose en lo mucho que hay aún de ciego e instintivo en los movimientos de las grandes sociedades humanas, hacen aparecer al esclarecido pueblo alemán y al revolucionario pueblo ruso y, todo lo hace temer, al inteligente pueblo francés, como pasta sumisa y dócil a las manipulaciones de cancilleres y de príncipes, como absolutamente sujetos a la monstruosa pasión de poderío de sus malos pastores.

Poco menos de un mes después, sin embargo, un artículo editorial de Enrique Dickmann, otro importante dirigente del partido, aportaba ciertos matices a la línea de interpretación desarrollada por Justo apenas comenzada la guerra. El editorialista partía de confesar la profunda incapacidad que habían tenido los socialistas para pronosticar el curso de los acontecimientos: «hasta la víspera misma de la erupción, nadie creía en ella». Dickmann reconocía agudamente que una visión evolucionista había guiado la perspectiva socialista e impedido notar el carácter contradictorio del desarrollo del periodo previo: “Los enormes intereses materiales —la técnica y la economía— como los grandes valores éticos y mentales —la política, la ciencia y el arte— parecían ser puntales inconmovibles de la paz del mundo […] El continuo crecimiento de la conciencia histórica del pueblo trabajador y el avance considerable, en los últimos años, de los partidos socialistas en las principales naciones europeas, parecían ser factores poderosos e indiscutibles de paz y de armonía entre las naciones”.

Según Dickmann, una vez iniciada la guerra, era tarea de los socialistas tratar de interpretarla, ya que habían sido incapaces de preverla. El autor descubría entonces que la paz armada había sido en realidad una enorme contradicción, desde la cual «se iba elaborando y preparando, deliberada e intencionalmente, un estado de cosas absolutamente insostenible». Lo interesante es que su artículo, debido precisamente a su componente «trágico», incluía un matiz contradictorio y dialéctico en el análisis que estaba ausente en los de Justo y se permitía dudar sobre la posibilidad de que la guerra implicara la crisis final de todo un periodo histórico en el que los socialistas se habían acostumbrado a intervenir: “Mecánica y groseramente materialista —decía— nuestra civilización contradictoria y paradójica lleva en su seno los elementos de su propia muerte y destrucción […] ¿Será la actual tragedia el naufragio de una civilización nueva, más humana y más armónica? ¿Las nuevas fuerzas históricas serán capaces de salvar los valores materiales y morales de la vieja Europa y reconstruir aquel mundo en ruinas? ¿O es el aniquilamiento total y definitivo de una sociedad en descomposición?”

El 31 de agosto, sin embargo, otro artículo editorial sin firma, que responde indudablemente a la pluma de Justo, volvía a insistir sobre la necesidad de distinguir entre las guerras antiguas, que respondían a una necesidad histórica, y la que acababa de estallar, que era incomprensible en el marco del progreso que parecía haber alcanzado la humanidad: “Entre las sociedades bárbaras y primitivas la guerra era una necesidad, era el instinto primordial que animaba la historia, era la vida misma que la imponía, era una lucha cruenta por la propia existencia, era un factor inconsciente de selección biológica, era la naturaleza obrando en su propio seno. ¿Será acaso lo mismo para los pueblos donde la economía y la técnica, donde el arte y la ciencia levantan a los hombres a un nivel de vida más elevado y noble? No, no es lo mismo. Dentro del amplio campo social donde los hombres y las cosas nos acercamos cada día más, donde nos entendemos y compenetramos en ideas y sentimientos, la guerra es una monstruosidad”.

En la interpretación de Justo, donde «el desenvolvimiento histórico de los pueblos [es] un proceso consciente, regular y metódico», la guerra aparecía como una aberración, como un inexplicable retorno a un pasado ya superado: no podía entenderse por lo tanto más que como un producto de rémoras de etapas pretéritas. La conflagración bélica que asolaba a Europa y ponía en entredicho todo el progreso social era entendida en este contexto como consecuencia de los «intereses de casta, de clase o de dinastía». Como han señalado Patricio Geli y Leticia Prislei, «su primera decodificación del evento es la de leerlo como un retroceso barbarizante atribuible a la pervivencia de regímenes dinásticos arcaicos, a un todavía escaso desarrollo del socialismo y a la predominancia del discurso racista».

Sobre la base de esta conceptualización general de la guerra mundial y del lugar histórico que ocupaba, la interpretación de Justo comenzó, tímidamente primero y en forma más decidida un poco después, a evaluar de manera bien desigual las responsabilidades que le cabían a las distintas fuerzas en pugna. En efecto, si la guerra era consecuencia de los elementos arcaicos que sobrevivían en Europa, y en particular de los odios dinásticos y los regímenes políticos menos democráticos, la figura del imperialismo y el militarismo alemanes comenzó a ser vislumbrada como el principal responsable de la guerra. Se trata de una operación que no se procesó de inmediato, sino que puede captarse a lo largo de sucesivos artículos entre los últimos meses de 1914 y los primeros de 1915, pero que en cualquier caso no aparece como un rayo en cielo sereno a comienzos de 1917, como cierta historiografía de los orígenes del comunismo puso de manifiesto. En esta línea de argumentación, por otra parte, Justo utilizaba argumentos muy similares a los adoptados por Karl Kautsky y un sector de la propia socialdemocracia alemana, que adoptó una postura crítica ante la guerra y responsabilizó de la misma al káiser alemán.

A mediados de octubre, La Vanguardia publicó, en dos días consecutivos, un largo artículo de Augusto Bunge, intelectual cercano al partido que acababa de volver de Europa, en el cual se sostenía una interpretación favorable a Alemania. Al día siguiente, un artículo editorial ponía de manifiesto la diferencia entre la redacción del periódico y la postura de Bunge, señalando que no podía ponerse un signo igual entre las reacciones bélicas de las potencias centrales y las de los aliados, cuya entrada en la guerra era considerada defensiva: “Si el mundo se ha vuelto contra Alemania, o mejor, contra el imperialismo alemán, es porque éste quería el mundo para sí. Y la reacción defensiva no se ha producido sino ante el peligro real, cuando los cañones alemanes de 42 centímetros probaban que un país civilizado puede ser también el que mejor cultive las artes de la barbarie, de la destrucción y de la muerte […] Aunque no creemos oportuno analizar las virtudes y los defectos de la democracia francesa comparada con la alemana, podríamos hacer notar que sólo un régimen en que un empleado del káiser (no es otra cosa el canciller del imperio alemán) puede burlarse del parlamento, permite concebir la aberración de la actual guerra, desencadenada en nombre de un pueblo que no necesitaba de ella para ser grande”.

Menos de diez días después, una nueva editorial profundizaba esta misma línea de responsabilizar a Alemania como principal culpable de la guerra. Al mismo tiempo, se avanzaba una postura que, si bien no lo decía abiertamente, sostenía que el socialismo argentino debía ser partidario de un triunfo de los aliados: “Una vez producida la guerra, su resultado no puede sernos indiferente, ni creemos que sea el mismo con la victoria de unos o de otros de los contendientes […] Queremos el triunfo que nos estorbe y amenace menos, y que evite con más seguridad otra guerra […] El triunfo de los Estados que más han dado al militarismo, y donde menos influencia política tiene el socialismo, a pesar precisamente de su poderosa organización y de su fuerza, tiene que parecernos muy peligroso para todos los pueblos”.

Recién hacia el final del artículo el editorialista abandonaba los sobreentendidos para nombrar a Alemania: “La política de los armamentos adquiriría mañana un nuevo empuje con el triunfo del imperialismo alemán. Pagado éste, más que nunca, de su superioridad y de su fuerza, ¿resistiría a la tentación de completar, en un plazo cercano, la sumisión de los vencidos del día antes? ¿Escatimaría sus rigores a los propios enemigos internos, a la democracia social, que no lo seguiría en sus nuevas aventuras sangrientas? De esa misma democracia, capaz de poner la política de Alemania a la altura de su desarrollo industrial y de su cultura, esperamos mañana la mejor contribución para los fines de la paz y de la justicia social en todo el mundo. Por eso deseamos que sea abatido el poder que se opondría mañana a los designios de aquélla, con más energía que nunca, y que perpetuaría en el mundo la pesadilla de la guerra”.

El mes siguiente, sin embargo, en La Vanguardia todavía podían leerse artículos que se oponían a este tipo de planteamientos y ponían de manifiesto la existencia de divergencias al interior del partido. El 16 de noviembre, un artículo de Augusto Kühn reproducía un planteo de los socialistas alemanes de Nueva York: “Se ha dicho que el internacionalismo no está reñido con el patriotismo. Los hechos probaron que estábamos en un error. Patriotismo es nacionalismo, es la prevalencia de los intereses del país propio contra los del extraño, y como tal, es la negación del internacionalismo”. Si bien Kühn apuntaba luego que «el escepticismo del diario neoyorkino va demasiado lejos», concluía que «destruir el nacionalismo es tarea muy larga: factible inmediatamente nos parece purificarlo, quitándole lo que pueda tener de peligroso para la unidad de la familia obrera».

Una semana más tarde, un artículo sin firma desarrollaba más abiertamente este argumento a favor del internacionalismo, con conceptualizaciones que contradecían buena parte de la interpretación justista, habitual en las páginas de La Vanguardia: “Detestamos el imperialismo alemán como detestamos los demás imperialismos. Por eso deseamos su derrota. Pero nuestra antipatía no va más allá. Para nosotros el pueblo alemán es tan digno como el francés, o cualquier otro pueblo, de las simpatías de los socialistas y de todo hombre que piensa […] Hacer recaer toda la responsabilidad de la guerra sobre el káiser, es tan ridículo como atribuírsela al papa […] hay que reconocer también que la republicana Francia y la liberal Inglaterra han contribuido con su granito de arena a este resultado […] No sólo en Alemania hay castas y clases que oprimen y explotan al pueblo […] En Alemania, como en Francia, Inglaterra y demás naciones llamadas civilizadas, hay una clase compuesta de los peores elementos sociales, que vive del robo y el engaño sobre sus respectivos pueblos […] A los causantes de la guerra, si se quiere individualizarlos, hay que buscarlos en esta clase, entre los monstruos con cara humana, de mirada metálica y entrañas de hiena”.

LIBRECAMBIO, DIVINO TESORO

“Más allá de estos artículos que parecían mostrar matices o incluso contradicciones con la línea justista, hacia fines de 1914 ya comienza a cobrar un carácter más definido el posicionamiento de La Vanguardia en favor del bloque de los aliados y en contra de las potencias centrales. Geli y Prislei apuntaron, en este sentido, que «avanzada la guerra la consternación se trastoca en una crítica del ‘pacifismo utópico’ […] y en una creciente simpatía aliadófila». Julio Godio, por su parte, planteó que «entre 1914-1916 el PS mantendrá una posición pacifista y neutralista y a favor del arbitraje», aunque «ya en 1915 Juan B. Justo comienza a deslizarse hacia posiciones favorables a la Entente».

En cualquier caso, nos parece interesante señalar que este «deslizamiento» se va a producir apelando en forma cada vez más recurrente a un argumento que había aparecido sólo en forma aislada en los artículos del comienzo de la guerra, pero que será recuperado del acervo de ideas de Justo y de la Segunda Internacional para defender una posición proaliada: nos referimos a la reivindicación del libre comercio. En los artículos de diciembre de 1914 ya pueden encontrarse muchos de los argumentos que pondrá en juego Justo y la dirección del PS en 1917, a la hora de defender la ruptura de relaciones con Alemania. “La guerra europea no es para nosotros un problema simplemente sentimental. Nos afecta profundamente en nuestras relaciones comerciales, restringe el mercado para la venta de los productos argentinos, así como limita las plazas que pueden proveernos de los artículos que necesitamos importar. Y, lo que no es menos grave, dificulta el transporte de los cereales, la carne y la lana de este país a todos los países, neutrales o en guerra, que los necesiten […] Las naves alemanas de guerra son prácticamente buques piratas, apostados en la vecindad de nuestras vías marítimas, para robar o destruir los cargamentos que vienen a este país o salen de él”.

El artículo llegaba a un punto crítico cuando admitía que aún no estaban dadas las condiciones para plantear la ruptura de relaciones con las potencias centrales, y en ese sentido planteaba la necesidad de mantener una neutralidad «vigilante y consciente», siguiendo una línea de argumentación que colocaba al PS en un rol de «consejero» del gobierno y de la clase dominante argentinos. “Por grandes que sean nuestra simpatía y solidaridad nacionales con la causa de los aliados, no podemos pensar en comprometernos en la guerra […] Pero, ¿hemos de facilitar su obra destructiva de nuestro comercio? […] El gobierno argentino, si tiene la conciencia de la situación y de sus deberes, no puede emplear subterfugios para disculpar tolerancias, manifiestamente contrarias a nuestras necesidades colectivas. Los buques mercantes alemanes deben ser sujetos a estricta vigilancia y contralor”.

Tres días más tarde, otro artículo profundizaba en la misma línea de argumentación: tomando una serie de notas de intelectuales alemanes reproducidas por un periódico brasileño, se señalaba que América del Sur se contaba entre las áreas de interés para el imperialismo alemán, lo cual implicaba que «no era vano» el peligro representado para el subcontinente por un eventual triunfo alemán.

Un artículo de comienzos de 1915 profundizaba el argumento acerca de la necesidad de distinguir entre ambos bandos de la guerra: “En la actitud cuasi unánime de los diferentes países contra Alemania y Austria, se descubre fácilmente la influencia de un espíritu pacifista más o menos inconsciente, pero espontáneo y sincero. Es un movimiento de airada protesta contra los primeros y directos provocadores de la guerra […] Los dos imperios están solos, ya que la ayuda turca no les sirve ni les honra. Rodean a Francia, en cambio, apoyándola con su esfuerzo o alentándola con su simpatía —fuera de Rusia, ese huésped incómodo—, Inglaterra, Bélgica, Portugal, Italia, España, y con afecto disimulado por la distancia, toda la América hispana”.

Geli y Prislei han señalado agudamente que los acontecimientos críticos de mediados de la década de 1910 —fundamentalmente la llegada del radicalismo al poder y el estallido de la Primera Guerra Mundial— provocan en Justo una inicial consternación que «iría prontamente a neutralizarse mediante su desciframiento desde el catálogo nocional preexistente». Se trata de un fenómeno sin duda evidente en el terreno que nos ocupa, y en particular a partir de 1915, cuando Justo comienza una operación de argumentación en torno a la guerra que, además de profundizar ese ya mencionado «deslizamiento» hacia posiciones aliadófilas, busca interpretar el nuevo contexto internacional desde la óptica de sus viejas perspectivas. Si la guerra no había sido consecuencia de los desarrollos propios del capitalismo moderno sino de pervivencias arcaicas, lo que se planteaba era una línea de acción que buscase —como antes— impulsar un desarrollo gradual de la modernidad occidental. “Restablecida la paz, ha de imponerse la vuelta a las dos viejas verdades burguesas, olvidadas un poco, y no apreciadas en todo su valor: el librecambio y la forma republicana de gobierno, entendiendo por tal la república parlamentaria —de la que nada se diferencia la monarquía inglesa—, en la que las grandes decisiones de que dependan la paz y la prosperidad de los pueblos no estén en manos de ningún hombre […] Cuando el interés de los pueblos no pueda ser sobrepujado por el capricho o el orgullo de hombres revestidos de un poder «divino», y cuando la libertad y la igualdad sean la única protección al comercio y al trabajo de todos los países, se habrán suprimido las principales causas de las guerras, y la paz quedará fuertemente afianzada”.

A mediados de mayo de 1915, cuando Italia entró en la guerra, Justo señalaba que a pesar de que ello implicaba una extensión de las hostilidades y una ampliación del conflicto, «no podemos, sin embargo, maldecir el momento». Desde su perspectiva, la intervención italiana podía contribuir a «abreviar» la duración de la guerra, o conducir a una «solución más general y permanente». Es interesante observar cómo Justo, sin abandonar formalmente su neutralismo, ya comienza a valorar la intervención en la guerra, en el bando de los aliados, como un paso positivo: “Será que en la lucha intestina que desgarra a Europa, el pueblo italiano ha creído deber ocupar también su puesto; que ha visto comprometidos en la contienda, más que el predominio en ciertos pedazos de territorio, grandes principios de humanidad y de política; que espera contribuir a su propia salud y asegurarse mejor porvenir, sacrificando su tranquilidad del momento al triunfo de la paz y la solidaridad entre los pueblos europeos. ¡Nuestros más fervientes votos por el triunfo del pueblo italiano si tales son los propósitos que lo llevan a la guerra!”

Pocos días después, La Vanguardia creía llegada la hora de manifestar su posición sobre el debate que dividía a los socialistas italianos, y reforzaba la posición planteada en el artículo anterior. «A priori», y en tiempo de paz, condenamos siempre la guerra. Sabemos que el proletariado nada tiene que ganar con ella […] Producida la guerra, que los socialistas, a pesar de su poder político, no han sabido o podido evitar, las cosas cambian. En tiempo de guerra, no se siente ni se piensa como en tiempo de paz […] Nació así en Italia la efervescencia que dividió la opinión de los mismos socialistas […] Ahora, ante el hecho de la intervención italiana, después de diez meses de horrenda lucha que desangra y devasta a Europa, ¿vamos a incurrir en la ligereza de condenar en absoluto esa intervención? […] Producida la guerra, que fatalmente ha de terminar, fuerza es que aspiremos, no tanto a que termine, como a que termine bien. Es de un sano optimismo pensar que no todo ha de ser perdido en el tremendo sacrificio y afirmar nuestra esperanza de la mejor solución posible […] La guerra es un hecho ajeno a nuestra voluntad y que se sobrepone a nosotros. No es normal ni sensato sentir y pensar en tiempo de guerra como en tiempo de paz […] El antimilitarismo de Hervé era mirado como una extravagancia en los congresos socialistas internacionales, antes de la guerra. ¿Qué decir de ese antimilitarismo, ahora que Hervé está de voluntario en las trincheras?”

A mediados de julio, un artículo criticaba a los socialistas europeos, que «no parecen por el momento los más capaces de prever las ulterioridades del conflicto», y en particular al congreso de los socialistas franceses que había «ignorado la faz fundamental» de los problemas. Justo le criticaba al socialismo francés haber «preconizado la democracia para evitar las guerras de origen dinástico», en tanto consideraba que reducía el problema a un aspecto puramente político y no tenía en cuenta las causas de fondo que habían llevado al conflicto y que debían considerarse para sostener una paz duradera: las relaciones comerciales entre los Estados. Un año después del inicio de la guerra, Justo desarrollaba ahora una explicación de sus causas que podía entroncar plenamente con sus interpretaciones previas a la contienda: era el proteccionismo lo que había llevado al conflicto y era por tanto a partir del librecambio como debía pensarse cualquier tipo de reconstrucción a futuro de la paz.

“Aun cuando, a consecuencia de la guerra, todas las naciones de Europa se constituyeran como repúblicas, la sola forma política no bastaría, pues, para consolidar entre ellas la paz […] La terrible guerra actual proviene de que naciones populosas, encerradas en reducidos territorios colindantes, armadas del moderno arsenal industrial y de una organización económica tan compleja que cada una de ellas cree indispensable recorrer el mundo entero en busca de mercados para vender y comprar, han preferido aislarse recíprocamente y reducir al mínimum posible sus relaciones comerciales, por medio de leyes bárbaras y absurdas […] No habrá paz en Europa mientras no se extiendan en ella y se consoliden libremente las relaciones comerciales, hasta el punto de hacer de todo aquel continente un solo mercado”.

El proteccionismo, entendido como una rémora del pasado y de la falta de desarrollo, era visto como el causante del conflicto; para superarlo se proponía una profundización del librecambio. Al no advertir que ese proteccionismo no era sino una consecuencia contradictoria de la profundización de la competencia entre los rivales comerciales del mundo desarrollado, Justo veía en lo viejo lo que en realidad era nuevo, y se aferraba más que nunca a su antigua interpretación cuando se apagaban en todo el mundo las luces de ese «largo siglo XIX» que había sido su época”.

(*) Lucas Poy (Profesor-Instituto de Investigaciones Gino Germani-UBA) titulado “Juan B. Justo y el socialismo argentino ante la Primera Guerra Mundial (1909-1915)” (Política y Cultura-Número 42-México-2014).

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