Por Italo Pallotti.-

En esta Argentina nuestra por la que grandes hombres, en épocas muy lejanas, pusieron su voluntad, su intelecto y su moral para intentar dejarnos algo que se pareciera a un país en serio, hubo y hay otros quienes, quirúrgicamente por décadas, se encargaron y se encargan de demoler tanto esfuerzo. Unos por inútiles, otros por corruptos, otros por soberbios y una gran mayoría porque se subieron a un carro triunfador inmerecido. Pero no estuvieron solos en esa tarea de destrucción. Hubo un pueblo que, enceguecido por una dependencia enfermiza y despiadada, en la que nos embarcaron al resto, sucumbieron frente a una rémora infecciosa, llamada populismo. No sólo capaz de contaminar la mente del ciudadano común, sino también de ayudar, vía el voto, a que una clase política, con un severo grado de perversidad, se encaramara a un modelo que aprovechando esa alianza popular fuera tejiendo una maraña de insensateces.

Al país lo pararon, lo frenamos si gusta más, en el tiempo. Nos frizaron por décadas. Un letargo que fue y persiste. Porque un día apareció alguien, supuestamente convencido, que sin medir sus funestas consecuencias olvidó decir, que el otorgamiento de los derechos paralelamente debía estar unido, de manera estricta, al cumplimiento de obligaciones. Un síndrome demagógico; luego, arraigado en el alma pordiosera de millones de hombres y mujeres que se sometieron a ese discurso malicioso, cruel, que fue sistemáticamente envolviéndolos en esa telaraña de la que, aún hoy, por encima de una discursiva promesante, le es difícil escapar. Todo parece inútil. Están o estamos, si lo prefieren, unos por un motivo, otros por otro, en esa sombría desazón producto de una injusta incertidumbre en la búsqueda añorada del “mañana mejor” que prometieron ficticiamente. De un modo espurio. Ni hablar que esto tiene nombres y apellidos. Civiles y militares. Siempre el término de los mandatos de los civiles o el abrupto final de ellos. Los golpes, con su prometida restauración de los errores del anterior, no hicieron otra cosa que depositarnos en una larga noche, cuyo amanecer nunca dejó otra cosa que no sean angustias e incertidumbre. Dejo al lector los juicios de valor.

Y aquí estamos. Con el producto de una elección de medio término, provincial para ser exacto; que más parece el final de una época, donde todo augura un derrumbe. Una vertiginosidad de hechos que mueve el tablero político de un modo feroz. Inaudito. Insospechado. Sorprendente, según el lado del que se lo mire. Todo sirve para catapultar al escenario a la más variopinta especie politiquera, rodeando al ganador. Esos nombres que parecían sepultados por antecedentes non sanctos muchos de ellos, brotan como hongos. Pues el triunfador tiene, siempre, ese elixir que atrapa. Seduce, por interés la mayoría de las veces. Y cada quien adjudicándose la cucarda por la ayudantía en la victoria.

Y luego las consecuencias. Porque resurgen los “incondicionales” de cada lado del triunfador y el perdedor. Y veremos, cual fantasmas del apocalipsis, entonces, desde Grabois y Mayans al Gordo Dan. Cada cual con su verborragia. Estilos parecidos por lo vulgar. Contaminados de fanatismo, eso sí. Pensando que suman para sus jefes. Pero restan para los que repudian esos métodos de comunicación. La inseguridad emocional copando la razón. “Fuerza Patria” (nuevo sello para aglutinar al “renacido” peronismo, maltrecho en su nombre; pero genéticamente igual), y La Libertad Avanza en una contienda que, a la manera de sus mentores, siembran más inquietudes que certezas. Y flotando en el aire el rumoreo de traernos a un símil del Duhalde del 2001 para poner blanco sobre negro en un virtual desbande del gobierno actual. Versiones de esas fantasías locas de las que son hechos a medida del espíritu golpista que anida en las mentes de muchos trasnochados. Posiciones irreductibles, por donde se lo analice. Delirios groseros de una dirigencia innoble. Expoliadores de las instituciones. Mercaderes de la República. Y aparecerá, con fuerza en estos días previos al 26 de octubre, según presumen muchos, el “Club de los Destituyentes”, buscando “afiliaciones” a cualquier costo. Para colmo, mensajes inquietantes de figuras de relevancia para calentar la hoguera; en momentos en que sólo la racionalidad debe imponerse. Del lado que sea. Visiones, finalmente, atrapadas en concepciones del todo o nada. Lo que me lleva a decir aquello del título: “¿Y ahora qué?”

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