Por Paul Battistón

Lo de Nicaragua sería una consecuencia directa y la agitación en Venezuela el resultado de un trabajo inconcluso necesariamente apurado tras la salida forzada de Nicolás Maduro, demasiados lugartenientes díscolos para que la cosa se quedara tranquila. El enfriamiento de los lazos entre Europa y Trump, una consecuencia de la permanencia de Maduro en Bélgica. Pero el peso de toda esta movida cimentada como desazón y desconcierto sobre los hombros de Juan, de Yusnami, de Pedro, de Celia, de Yolanda… La miseria del régimen repentinamente ya no cobijará y hasta se la añora.

¿Qué sería de Cuba si el régimen repentinamente cayera? ¿Qué sería de esos cubanos que tenían el privilegio de trabajar para el estado, que sería de aquellos que habían logrado desarrollar una actividad al abrigo del aislamiento?

Podemos intentar mirar algún pasado cercano en alguna geografía de política siniestra para procurar algún indicio, aunque creo que ningún acontecimiento ya ocurrido puede darnos una indicación exacta de las consecuencias de tal desenlace. Cualquier cosa medida como exagerada desde esta fecha podría ser certera como hubiera sido pensar en 1959 que el régimen se sostendría durante 65 años colocando un ladrillo de miseria sobre el otro hasta lograr que la misma se mimetice con cultura. Una cultura de la supervivencia amurallada por un anticapitalismo conveniente a la eliminación de cualquier poder capaz de enfrentar al régimen y a sus privilegiados conductores. Una cultura de antiimperialismo al hombro del colectivismo forzado y la pobreza impuesta. Una cultura de aceptación irrevocable a la libertad cercenada en prevención del ataque enemigo.

¿Que hará Illia Carballo Guerrero en una esquina de La Habana cuando ya nadie le lleve a reparar su encendedor descartable? ¿Cómo sobrevivirá Juan Ochoa Merino cuando su habilidad para reparar la mecánica híbrida de los “almendrones” sea dejada de lado tras el ingreso de unidades modernas? ¿Podrá sostener Yolanda Maciel Araya su negocio de comida tradicional?

Es difícil establecer si la dureza del régimen ha sostenido su continuidad sólo con miedo o si este último ha sido además el paso intermedio para el logro de una herramienta más eficaz, el desánimo dibujado en una aceptación de la conformidad sin queja posible.

El caldo de cultivo ya está hervido y siempre auto sostenido a la temperatura justa. La mayor parte del pueblo cubano ya está programada para fracasar sin su paternalista conducción, sólo queda una leve esperanza en su juventud invadida por la libertad virtual de las redes alcanzadas con ingeniosos esperpentos satelitales. Aun así, esto significaría un quiebre en la sociedad que podría enmascararse en cuestiones políticas.

La situación cubana es única, cualquier cambio repentino también tendría consecuencias únicas que podrían ir de lo más inesperado a lo más desesperante.

Como dijo Juan Pablo II, una vez que se privó al hombre de la verdad, es pura ilusión pretender hacerlo libre.

El germen de la libertad ha entrado desde el espacio a los jóvenes, la ausencia de la verdad ha sido sembrada hace mucho en quienes entonces eran jóvenes. Desde ambos extremos tendrán visiones distintas de los resultados que se presentarían tras una disolución del régimen revolucionario.

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