Por Jorge Raventos.-
El domingo 26 de octubre, el gobierno de Javier Milei obtuvo una victoria electoral que pocos –sin excluir a los propios dirigentes de La libertad Avanza- anticipaban. Lo que se presumía un examen riesgoso terminó siendo un punto de inflexión: un voto de confianza que abrió una nueva oportunidad para el gobierno libertario y una etapa diferente en la política nacional.
Milei se puso personalmente a cargo de la campaña y animó con entusiasmo actos y marchas masivas en ciudades que a priori parecían muy peleadas para los libertarios ante corrientes locales apoyadas por gobernadores bien arraigados en sus provincias, como Maximilano Pullaro y Martín Llaryora.
Así, la elección, que se perfilaba como un serio desafío y un posible disgusto para el oficialismo, terminó plebiscitando favorablemente la gestión del gobierno nacional, su imagen pública y ofreciéndole al Presidente la oportunidad de un segundo comienzo.
Ese resultado no puede entenderse sin tener en cuenta dos dimensiones convergentes. En el plano doméstico, el oficialismo se benefició de la polarización con un peronismo que, colonizado por la influencia kirchnerista, se atrincheró en el mero rechazo al gobierno y fue incapaz de elaborar una propuesta abierta al crecimiento y al futuro.
Pero el dato probablemente decisivo fue el apoyo al gobierno de la administración de Donald Trump —con su secretario del Tesoro, Scott Bessent, a la cabeza— que rescató al oficialismo de una grave crisis cambiaria e inició una intervención destinada a sostener el rumbo iniciado por la administración de Javier Milei y ayudarlo a ampliar y afirmar sus bases de sustentación.
Durante septiembre y buena parte de octubre, la economía argentina se había movido al borde de una situación crítica: las reservas del Banco Central se agotaban, la brecha cambiaria se ensanchaba y la confianza de los mercados flaqueaba. En ese contexto, la ayuda de Washington fue determinante y se expresó en gestos públicos, en la prédica de apoyo al programa libertario y también en operaciones concretas que ayudaron a estabilizar y actualizar gradualmente el tipo de cambio. en el nivel de 1.500 pesos que hoy el ministro Luis Caputo considera “razonable”. Fue, en los hechos, un rescate financiero e institucional.
Fue también algo más: una poderosa señal política. Estados Unidos apostó por el gobierno de Milei y, al hacerlo, le otorgó un ancla internacional: Trump se convirtió en garantía y tutela de la viabilidad del proyecto libertario.
Ese respaldo está principalmente guiado por un motivo estratégico: sostener al aliado más importante que Washington tiene en una región en la que observa la pujante expansión de la influencia china. Mérito de Milei: él apostó oportunamente por alinearse con Trump de modo de ser notado y así consiguió para la Argentina un ancla externa decisiva.
Washington no solo ayuda financieramente, también indica y predica hacia dentro del gobierno. Insiste, por ejemplo, en que en esta etapa el Presidente debe ampliar sus bases de sustentación y abrir el diálogo con otros actores políticos, especialmente los gobernadores. Y ese consejo ha sido rápidamente atendido.
Ese fue precisamente el sentido de la reunión del jueves 30 de octubre en la Casa Rosada. Allí, el Presidente convocó a la mayoría de los mandatarios provinciales —solo quedaron afuera los gobernadores de Buenos Aires, La Rioja, Formosa y Tierra del Fuego— para avanzar en la búsqueda de acuerdos esbozada más de un año atrás, cuando se suscribieron los llamados “pactos de mayo”.
Ahora se trata de que los gobernadores convenzan a los diputados y senadores de sus provincias para que en el Congreso avancen reformas de gran trascendencia (laboral, tributaria, previsional) y que se acuerde el presupuesto nacional del año 2026, compatibilizando en él los principios de equilibrio fiscal que el gobierno enarbola y la reivindicación de recursos, servicios y obras que las provincias demandan. Interesa también –quizás principalmente- la cooperación con los gobernadores para activar inversiones en sectores en los que Estados Unidos quiere aventajar a sus grandes competidores, en primer lugar China. Por ejemplo: cobre, litio, uranio, tierras raras.
Sucede que desde la reforma constitucional de 1994 (artículo 124) corresponde a las provincias el dominio originario de los recursos naturales existentes en su territorio, incluyendo los del subsuelo, razón por la cual cualquier acuerdo sobre esas cuestiones no es atribución del gobierno central sino de las autoridades de cada provincia.
Hasta ahora el poder central tenía escaso peso político en las provincias. Cuando Milei llegó a la Casa Rosada en 2023, la performance de su partido en la primera vuelta electoral no había sido muy buena, había conseguido una magra cosecha de legisladores y ningún gobernador. Por eso dependió en el Congreso de la cooperación de otras fuerzas y, sobre todo, de la de gobernadores ajenos, pero esa ayuda se debilitó este año en parte por la propia gestión del poder central, su intransigencia y sus modales, que empujaron a esos aliados al campo de la disidencia. Después de la elección de octubre, donde su fuerza sumada a la de aliados firmes lo aproxima a la posibilidad de contar con quorum propio, Milei puede remediar aquel déficit original.
A partir de ahora, junto a la siempre fundamental centralidad del liderazgo presidencial comienza a configurarse un verdadero oficialismo nacional. El gobierno está construyendo un partido propio desde arriba – un rasgo que comparte con el primer peronismo- y al ratificar su crecimiento electoral, suma cuadros provenientes de fuerzas en declinación, como el Pro y la UCR.
A partir de su triunfo del 26 de octubre el gobierno de Milei puede encarar la nueva etapa desde una posición de fuerza relativa. Tiene apoyo electoral y cuenta con la asociación con Trump en un momento en que Estados Unidos tiene motivos propios para impulsar la inversión en la Argentina, como parte de la reorganización mundial de recursos que Trump está impulsando a fuerza de aranceles, negociaciones y decisiones a veces ásperas.
Esa convergencia explica también algunos movimientos recientes: por ejemplo, la llegada al país de Jamie Dimon, jefe del poderoso banco JP Morgan, y la designación del nuevo canciller, Pablo Quirno, ex ejecutivo del mismo banco y miembro del equipo de Luis Caputo. O los viejos vínculos profesionales entre Scott Bessent y miembros destacados del equipo de Caputo. La política económica y la política exterior aparecen cada vez más imbricadas.
Paradójicamente, Milei, que se ha asentado sobre todo en el electorado antiperonista, parece haber comprendido cabalmente la enseñanza de Perón que tenemos como recordatorio en estas reuniones: la política contemporánea que verdaderamente importa es la política internacional que se juega tanto dentro como fuera de las fronteras.
El éxito de Milei ha dinamizado el proceso de revisión que ya se venía tramitando en el seno del electorado y los cuadros peronistas. El kirchnerismo decae claramente: tiene escasa relevancia en el peronismo del interior, está conectado a sucesivas derrotas electorales, congeló al electorado peronista del conurbano en propuestas que ya no funcionan y desde esa trinchera electoral obstruyó los movimientos de actualización programática del peronismo de todo el país. Por ahora se trata de una crisis sin resolución a la vista.
Pero Milei también triunfó sobre la alianza de gobernadores nucleados en Provincias Unidas, La Libertad Avanza venció a los gobernadores de Córdoba y Santa Fe y debilitó a otros que representaban la base potencial de expansión de ese espacio como el gobernador de Chubut, Ignacio Torres, uno de los pilares de Provincias Unidas. Solo Corrientes mantuvo en alto la bandera de la nueva corriente, aunque con un desempeño muy inferior al de su elección provincial de septiembre. Los gobernadores consiguen magníficos resultados cuando las elecciones son sobre asuntos provinciales (Pullaro ganó la constituyente de Santa Fe hace pocos meses, el correntino Valdés consiguió un triunfo demoledor que hizo gobernador de Corrientes a su hermano, Llaryora vence con comodidad la puja provincial en Córdoba). Pero sus electorados no han visto en ninguno de ellos (ni en la suma de ellos, Provincias Unidas) un liderazgo nacional alternativo al de Milei ni una propuesta nacional diferenciada y con chances.
Eso, sumado a la idea de que podía volver el kirchnerismo y a la advertencia de Trump de que no ayudaría al país si Milei perdía configuraron un cuadro amenazante de desorden y retroceso que incentivó el triunfo de La Libertad Avanza.
El nuevo escenario facilita las tratativas para Milei. El respaldo electoral fortalece la capacidad presidencial de negociación con los gobernadores. El desafío inmediato es administrar esos entendimientos, preparar la aprobación del presupuesto en sesiones extraordinarias y dialogar con otros actores involucrados en las reformas que se buscan. Será particularmente importante el diálogo con el movimiento obrero que se apresta a renovar su dirigencia.
El resultado electoral reforzó el triángulo de hierro, particularmente la posición de la secretaria general de la Presidencia, Karina Milei, junto a su hermano. Ella condujo el desarrollo territorial del partido oficialista, que fue clave en el resultado obtenido. Su figura había sido cuestionada tanto por el círculo rojo como hasta dentro de La Libertad Avanza. Con los números del escrutinio en la mano, Karina puede alegar que su estrategia territorial allanó el terreno para las negociaciones que se abren. Con la designación de Manuel Adorni en el gabinete Karina ha ocupado un casillero formalmente central del dispositivo del gobierno. La incorporación de Diego Santilli como Ministro del Interior compensa con un cuadro de amplia experiencia y atractivo electoral recién probado exitosamente en la provincia de Buenos Aires la lamentada pérdida de Guillermo Francos, un respetado profesional de la política. La reestructuración del gabinete sigue la lógica del ensanchamiento de la base de apoyo del gobierno, que para Milei no equivale a nada parecido a una coalición.
En esta trama compleja Milei parece haber encontrado un principio de orden: apoyarse en el voto, en la asociación con Washington y en la promesa de reformas que mantienen vivo el crédito político del gobierno.
El 26 de octubre puede, entonces, ser leído como el comienzo de un nuevo tiempo político. El primero fue el de la instalación: la irrupción del outsider, la sorpresa, la confrontación. Este segundo tiempo requiere de la construcción: la búsqueda de acuerdos y la consolidación de un proyecto y una inserción internacional de la Argentina en un mundo que se reconfigura con la tutela de Trump.
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