Por Italo Pallotti.-
En esta Argentina nuestra vivimos con el reflejo de situaciones que parecen sacadas de un muestrario por demás extravagante. Cuando la ilusión que motiva algún vestigio de esperanza quiere encaminarse a convertirse en realidad, un nuevo golpe viene a romperla. Como que el deseo ínsito en el hombre común de verse orientado a la felicidad está predestinado a claudicar. Porque la frustración final lo encasilla en un molde del que hace tanto tiempo no puede modificar. Y la historia, y aún la propia de tantos seres, tiene la desagradable costumbre de repetirse. Y hay, siempre, factores y personajes que colaboran, casi con precisión matemática, para que esa manera de vivir se transforme en rutina. Y hay un fenómeno que se repite para escamotear de manera astuta, en manos de personajes inescrupulosos, capaces, sin ningún miramiento, de romper de modo cruel con aquel deseo que se menciona al principio. Una especie de fatiga espiritual ha ido invadiendo al ciudadano común. Porque son muchos años de padecer un agobio que de tanto repetirse, y ajeno a su culpa, se hizo como un karma.
En esta semana, un acontecimiento que se encamina a ser histórico rompió una rutina que el ciudadano no pudo dejar de interesarse. El tema del juicio por la “Causa Cuadernos” nos vino a sacudir, con esa especie de violencia tan perjudicial pero que sobre todo, por lo grosero e inaudito, sacude hasta las fibras más íntimas. Produce dolor y angustia. Bronca y desazón. Tratar de comprender es tarea inútil. El rechazo visceral anula toda posibilidad de hacerlo. De solo pensar que muchos de los personajes involucrados fueron elegidos por gente de buena fe torna en más repulsivo todo intento de entender; y obviamente justificar semejante latrocinio. Hay un amargo sabor que nos invade. ¿Cómo se pudo tolerar, por tanto tiempo, semejante nivel de tropelías? ¿Dónde estuvieron, por entonces, y por tanto tiempo, los organismos de control? Que por otro lado tienen, con seguridad, presupuestos exorbitantes para su desempeño. Una evidente mala praxis, que de otro modo no se explica, secundó su actuación. Un nivel de corrupción generalizado no ha sido posible, sin aparentes complicidades de todo tipo. Presidentes/a, vices, ministros, empresarios, secretarios, en una escandaloso carrera de saqueo a las arcas públicas. Una irreverente y procaz modo de ejercer el poder, buscando mezquinos intereses personales y de grupo.
Supo decir Belgrano, intelectual brillante, jurista de nota y primer economista: “El bien público está en todos los instantes ante mi vista”. Aquí, por el contrario, esta descarada tropa de impresentables hombres públicos fueron copados por la ceguera que impone la inconducta y la inmoralidad, perjudicando a millones de compatriotas. Hoy el devaneo de una justicia por momentos incomprensible ha transformado el juicio mencionado en una especie de entretenimiento por zoom, que ha cosechado entre otras cosas la risa, la mofa, la sorpresa y hasta la crítica más cerrada por lo extraño del proceder. Reos comiendo, otros poco menos que escondidos para la vista de los jueces tras las cámaras, imágenes de las más insólitas, otras, conforman un sombrío espectáculo, de bochorno, que de ningún modo enaltece a quienes quieren ver a la Justicia ponerse, definitivamente, los pantalones largos frente a la sociedad que reclama por ello. Lo eterno de los juicios, diluye los efectos de lo esperado por la nación toda. En otro ángulo, como en una sátira de los efectos disciplinadores y moralizadores de la Justicia tenemos entre Cristina (presa) balconera ridícula y Alperovich (preso) con su casamiento en Puerto Madero, poco menos que en insólitas versiones de una purga de sus delitos; o para decirlo mejor en un fiasco de una justicia con efectos inentendibles. Volviendo al juicio (Cuadernos), Casación parece haber tomado el guante ante tal despropósito y quiere exigir, no solo la presencialidad de los acusados, sino también la celeridad en las audiencias. Por eso, ese remedio tan necesario, lleva a exponer lo del título donde “La cura que perdure” ojalá se plantee como algo firme y serio; en éste como en otros casos. De lo contrario, lo arbitrario tendrá vigencia permanente.
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