Por Luis Alejandro Rizzi.-

“No venga a tasarme el campo

Con ojos de forastero

Porque no es como aparenta

sino como yo lo siento…”

Algunos atribuyen la letra a Osiris Rodríguez Castillo y la música a Eduardo Falú, que la grabó en los primeros años de la década del sesenta, otros a José Larralde.

Mas allá de la autoría de esta bella milonga, bien podríamos decir con respecto al dólar: “no me lo venga a tasar con ojos de economista, porque no es el de las bandas, sino como se lo siente…”

“…Y sí, porque te genera un aumento de la pobreza enorme. Te salta la inflación y una caída de los ingresos,” fue la respuesta de Fausto Spotorno a una pregunta de Jorge Fontevecchia, para el supuesto de que el dólar se fuera a dos mil pesos.

El sentido común dice que la modificación de la unidad de peso medida no hace variar el peso de una cosa o la distancia entre dos puntos; lo mismo pasa con la moneda, o mejor dicho con la relación entre diferentes monedas lo que se llama “tipo de cambio”.

Con el peso sobrevaluado, es obvio que la estadística refleja un mayor salario, pero para que ello sea cierto, el valor del “peso sobrevaluado” debiera ser real, y en ese supuesto el peso no estaría ni sobrevaluado ni subvaluado. Sentido común.

En todo caso, un dólar a dos mil pesos expondría la realidad de un segmento social, que es pobre aunque el dólar se cotice a mil quinientos o dos mil.

Lo que quiero decir es que el manipuleo del tipo de cambio es una estafa, porque se lo fija de modo arbitrario, mejor dicho, es un ardid para hacernos creer que un peso vale lo que no vale, como la vieja propaganda “donde un peso vale dos”.

El delito de estafa está tipificado en el código penal: “Será reprimido con prisión de un mes a seis años, el que defraudare a otro con nombre supuesto, calidad simulada, falsos títulos, influencia mentida, abuso de confianza o aparentando bienes, crédito, comisión, empresa o negociación o valiéndose de cualquier otro ardid o engaño.

Un caso típico de defraudación descripto en el código dice: “El que, por disposición de la ley, de la autoridad o por un acto jurídico, tuviera a su cargo el manejo, la administración o el cuidado de bienes o intereses pecuniarios ajenos, y con el fin de procurar para sí o para un tercero un lucro indebido o para causar daño, violando sus deberes perjudicare los intereses confiados u obligare abusivamente al titular de éstos”.

El Congreso de la Nación tiene la atribución de fijar el valor de las monedas, delegando la respectiva facultad en el Banco Central. Lo que significa que el tipo de cambio no puede ser fijado de modo discrecional, sino del modo más justo posible, que sería el valor que le fija el mercado, es decir la gente. Sabemos que son muchos los indicios que toma en cuenta la gente, uno de ellos es la confianza en la gestión de la administración del estado.

Por ejemplo, el Banco Central no debiera emitir seguros de cambio; esa actividad debiera ser exclusivamente privada y así sería un excelente termómetro para medir la salud del sistema financiero y el funcionamiento de la economía.

El seguro de cambio público compromete el patrimonio de la gente, que en definitiva siempre es la “gansa” que paga fiestas ajenas.

Nuestra “normalidad” es la de usar el tipo de cambio con fines no ya políticos, sino partidarios; es un modo de engaño público que afecta la veracidad de toda estadística confeccionada con máxima honestidad, porque parte de la falsedad del tipo de cambio.

Con esta “normalidad” no nos ha ido bien.

Habrá que dejar flotar libremente el tipo de cambio y así sabremos en qué nivel de pobreza está la Argentina.

Por ahora empujamos hacia la pobreza quemando dólares para mantener el tipo de cambio entre “bandas” que ni Dios sabe cómo se fijaron.

El gobierno ha creado una ficción, un 27% del padrón la cree, pero el escenario está montado en terreno fangoso.

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