Por Oscar Edgardo García.-

Señor Director,

La ciudadanía argentina observa angustiada e indefensa los sobreseimientos y las excarcelaciones de ex funcionarios de gobierno y de empresarios vinculados a ellos, acusados por comprobados casos de corrupción, otorgados por jueces sin cumplimentar el debido procedimiento judicial, en clara vulneración de los principios de la Constitución Nacional, en evidente transgresión a las normas legales específicas y con desprecio a la institución de uno de los tres poderes del estado: el Judicial.

Concomitantemente, a diario observamos a una buena cantidad de jóvenes argentinos emigrando a países extranjeros y a un mayor número de ellos con deseos de seguir sus pasos en pos de superar su estado de frustración e incertidumbre futura que les toca vivir con escasas posibilidades de evitarlo.

Cabe entonces preguntarse: ¿por qué quieren emigrar los jóvenes a sabiendas de la situación traumática que produce la emigración?

Las respuestas son múltiples pero podemos enumerar algunas tales como: que están cansados de ver que no existe justicia, que el producto del esfuerzo de su trabajo se traduce en el pago de mayores impuestos que terminan en el bolsillo de funcionarios de gobierno que actúan con total impunidad, en subsidios que fomentan la vagancia en lugar del trabajo, en dádivas electorales fomentando el clientelismo del sufragio, etc. y que no se generan acciones gubernamentales destinadas al desarrollo de la infraestructura del país, del mejoramiento del nivel educacional, de la debida atención de la salud pública y de brindar la seguridad correspondiente para evitar que la delincuencia existente derive en la muerte de seres inocentes y en la pérdida de sus bienes materiales.

A lo mencionado precedentemente podemos agregar la vulneración del derecho a la propiedad privada, el cercenamiento de las libertades individuales, el ataque a la libertad de expresión y pensamiento, el elevado índice de pobreza de la población, la falta de incentivos para la inversión y el ahorro, el castigo económico dirigido a la clase media y a los generadores de riqueza, la depreciación de la moneda nacional que produce el continuo deterioro del poder adquisitivo del salario por la inflación y el ininterrumpido avasallamiento sobre los haberes previsionales de una cada vez más empobrecida clase pasiva que es utilizada miserable e hipócritamente por toda la casta política, sin distinción alguna, para sus exclusivos fines políticos.

Resumiendo, un país en un estado de situación con las condiciones detalladas precedentemente y con un futuro incierto, que ofrece más probabilidades de ocasionar una peor calidad de vida a sus ciudadanos que de mejorarla, son un tentador caldo de cultivo propicio para decidir la emigración a un país desarrollado y con posibilidades de progreso, asumiendo aún la pesada carga que trae aparejada tal decisión dado que no se trata de un mero viaje de vacaciones sino de uno de desarraigo.

Toda la clase política debería tomar conciencia de que el pueblo en su conjunto está triste, alienado, indefenso y desesperanzado frente a una lamentable y penosa realidad que hace que no solo los jóvenes quieran emigrar.

Atentamente.

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