Por Italo Pallotti.-

En esta Argentina nuestra, por obra de quienes la sufrimos de una u otra manera, si los que han llegado no toman las medidas conducentes a cambiar, radicalmente, el curso de las cosas que están mal; pero sobre todo de aquellos que nos han llevado quirúrgicamente a un estado de desquicio generalizado, pocas veces imaginado, el final será el mismo que ya hemos padecido. Si esta vez no ponemos en orden la Nación, es `porque no merecemos otro destino. Lo hemos buscado caprichosamente. Lo hemos permitido de una manera burda, de modo infamante. Hemos hecho de la deshonra una práctica usual. Poco nos ha importado a los argentinos defenderla. Una rusticidad en los comportamientos. Una malversación de la hidalguía que registra pocos antecedentes. Una falta de asepsia cívica que molesta y duele. Es penoso; pero es así. Aquí el resultado.

Nadie en ese contexto debería quedar a salvo de pagar las consecuencias de sus actos, que fueron públicos y no precisamente deseados por quienes los votaron. Nadie, o una ínfima minoría, cumplió con lo prometido. El deterioro de la economía, la cultura, los principios, la moral, en fin, la vida personal de cada ciudadano se ha visto afectada de una manera poco imaginable alguna vez, de seguro, por cualquiera. Parece mentira, tan cruel realidad. El relato permanente, un tenebroso chamuyo. Una especie de serpiente enrollada en un acto de constricción de la paz de todo un pueblo. Porque aún aquellos que pueden centralmente ser más poderosos padecen algún tipo de privación, tal como los que habitan en las periferias. Lo dicho y hecho fue casi siempre una soberbia mentira. Qué les pasó?. Qué nos pasó?. Cómo se pudo permitir semejante estado de cosas. Y lo peor, la división (hoy llamada grieta; abismo, diría) que nos separa de lo racional. O sos del palo, o sos un paria. Que tristeza, que dolor tan profundo invade todo. Tanto jóvenes, como viejos deben ver ese inmenso oprobio que lastima el alma, que sacude el espíritu. La consecuencia, una anomia social. Todo confabulado para ser hilacha la proverbial escasa esperanza que alguna vez algo fuera distinto.

Dicho esto. Los días que pasan se nutren de noticias que perturban la paz social. Una seguidilla de acontecimientos donde hay una especie de guerra entre los que más tienen y los que menos. Pero no precisamente de aquellos que producen su sustento con el esfuerzo y el riesgo, como el empresario, por ejemplo, sino aquellos que vivieron, viven y seguramente seguirán viviendo de la asqueante teta del Estado. Esos que nunca le falta el alimento, porque un núcleo de pagadores de cargas públicos (siempre exageradas), sostienen a una tribu privilegiada de mantenidos, muchísimos de ellos, como parásitos usufructuando las mieles facilistas que provee un Estado cada vez más raquítico de recursos. Una recorrida por las oficinas estatales, bancos y reparticiones de todo tipo, avalan esta información. Comprobable, para quién se tome ese trabajo, cotidianamente. Una especie de Ghetto moderno,; pero allí no marginados, sino protegidos.

Y todo bajo un paraguas, una monotonía perversa de otra diversidad de beneficios que despierta el rechazo de una gran mayoría. Jubilaciones de privilegio con millones de haber mensual; frente a la miserable de autónomos que molesta e irrita. Sueldos, también de privilegio, excesivos,  en una especie de casta frente a otros, médicos por ejemplo, con sueldos irrisorios, que viven de continuo padeciendo entre la vida o la muerte de sus pacientes (algo que poco parece importar a los gobiernos), tantas veces por falta de recursos, que se dilapidan por tantos lados, de manera indigna. Jubilaciones “regaladas”, poco menos, frente a la de aquellos que religiosamente pagaron vidas enteras sus aportes. Jubilaciones por discapacidades truchas (por miles) a niveles de tal grosería que da fastidio y repulsión. Los que pagan regularmente un aluvión de impuestos, frente a los que hacen de la evasión un juego. Los que “gozan” de un trato diferenciado por parte de la Justicia. Los funcionarios que delinquen sobre las arcas del Estado y se les eternizan (luego) sus causas judiciales, esperando el beneficio de algún fuero; o en otros casos, la prescripción o indulgencia salvadora. Es larga, perturbante y odiosa; como escandalosa e inmoral la lista, para seguir. La corrupción, en todo esto, ocupa su oscuro lugar. Las convicciones no necesariamente deben ser crueles; para ser eficaces. Solo proclamar la libertad y la justicia; pero de verdad. De lo contrario, como se indica en el título: “Convivimos con la injusticia”.

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