Por Italo Pallotti,.

En esta Argentina nuestra, tan especialmente contradictoria, cada día que pasa nos sorprende con noticias que traen ese tipo de mensajes en los que parece haberse perdido la razón. Protagonistas, en particular reconocidos por algún tipo de trayectoria con algún mérito, caen en el absurdo o simplemente en la chabacanería.

Motivos de lo más extraños los llevan a expresarse de un modo tan poco refinado, donde su presunta raigambre cultural la dejan pisoteada; al parecer sin importarles el qué dirán y menos aún ese cuidado de imagen necesario para cultivar el respeto de los semejantes. En estos días, donde la política, en su estado de ebullición por la cercanía de las elecciones, nos está prodigando momentos tan fecundos en declaraciones de las más rimbombantes, la aparición de una película “Homo Argentum”, casi como esos fenómenos propicios para despertar la modorra de los ciudadanos de un modo especial, disparó como un rayo su efecto para reavivar la ya famosa grieta, un abismo diría, entre los del mundo K y los libertarios. Los primeros, porque frágiles de memoria, se olvidaron fácilmente los tiempos en los que con presupuestos generosos de “papá” Estado producían películas, con tan mal gusto, verdaderos “bodrios” que los adeptos al cine nacional (con épocas de brillo en el pasado) debíamos consumir, resignados, porque el mercado se había inundado de esa filmografía. Todo se respetó. Porque no había otra cosa; o simplemente por una tema de educación. Resulta que ahora, con el film de marras se ha constituido poco menos que en una cuestión de Estado. Y no sólo por el contenido, tildado por algún personaje de los mencionados al principio como un film apátrida; sino también sobre la figura del actor principal (Francella). Ya no por su condición y calidad actoral, reconocida incuestionablemente, sino sobre el contenido que hiere susceptibilidades del círculo K, y por añadidura desnuda, lamentablemente, la idiosincrasia del argentino. Ya nada importa la calidad artística. Sólo atacar alguna verdad que, por desgracia, nos cachetea por encima del ideologismo que subyace en cada opinión. En cuanto a los segundos, prendidos a una llama presuntamente triunfalista, no han perdido la oportunidad de arremeter con los argumentos más lapidarios sobre la otra fracción; como si este enfrentamiento aportara algo que no sea dividir y amputar la cosmovisión de una sociedad que brega por un cambio cultural. La banalidad como corolario. Todo muy negado. Propio de una parte del cuerpo social quebrado por la incultura. Con ramificaciones que dañan de modo indudable al resto. El derecho natural a una convivencia ordenada bastardeado por intereses mezquinos de grupos. Por eso y tantas otras razones, es dable esperar, como se indica en el título, “Cuando la hipocresía y el cinismo se agotan”, será entonces el tiempo que, imperiosamente, fluya una sociedad con preceptos, valores e instituciones dignas de ser tenidas en cuenta como tales. De lo contrario, si vence la estupidez, y la necedad se hace crónica terminaremos siendo humillados como nación, definitivamente. Un destino distinto solo será posible si comprendemos que a éste lo hacemos nosotros.

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