Por Hernán Andrés Kruse.-

La concepción elitista de la política

“El Político” es una obra de la madurez de Platón (*). El tema de las formas de gobierno surge en la mitad del diálogo. “¿No es la monarquía uno de nuestros gobiernos políticos? (…) Y después de la monarquía puede citarse, me parece, al gobierno del pequeño número (…) El imperio de la multitud, que se llama democracia, ¿no es una tercera forma de gobierno?” (1). Esta clasificación se basa estrictamente en el criterio numérico. Si el poder está en manos de uno solo, está vigente la monarquía; si el poder está en manos de una élite, está vigente un gobierno de minorías; y si el poder está en manos de la multitud, está vigente la democracia.

En realidad, enfatiza Platón, no se trata de tres formas de gobierno sino de cinco, ya que en dos de ellas es factible deducir dos formas de gobierno empleando otros criterios que hacen a la legitimidad del poder y no al número de quienes lo ejercen. “Considerando a estos gobiernos con relación a la violencia y al libre consentimiento, a la pobreza y a la riqueza, a las leyes y a la anarquía, que pueden existir en ellos, se los divide en dos, y como se encuentran dos formas en la monarquía, se llama a dichas partes con dos nombres: la tiranía y la realeza (…) Del mismo modo se llama aristocracia y oligarquía a todo Estado regido por un pequeño número de gobernantes (…) A la democracia, o sea al gobierno de la multitud, bien sea por la violencia o con el consentimiento general y observando escrupulosamente las leyes o no, nunca ha sido costumbre darle nombres diferentes” (2).

Platón distingue, pues, cinco formas de gobierno: la tiranía, el reinado, la oligarquía, la aristocracia y la democracia. En el párrafo precedente queda en evidencia la lucidez que tuvo el filósofo para distinguir los gobiernos legítimos de los gobiernos ilegítimos. El libre consentimiento, la riqueza y las leyes constituyen indicadores elocuentes del gobierno legítimo que puede ser ejercido por uno solo, una minoría o una multitud. El reinado es el gobierno legítimo de uno solo; la aristocracia es el gobierno legítimo de una minoría; por último, la democracia es el gobierno legítimo de la multitud. En este caso, como Platón utiliza el mismo término para designar ambos tipos de gobierno de muchos, el legítimo y el ilegítimo, me tomo el atrevimiento de sugerir la siguiente distinción que seguramente Platón tuvo en mente: la democracia constitucional es el gobierno legítimo de muchos mientras que la democracia autoritaria es el gobierno ilegítimo de muchos. Finalmente, la tiranía es el gobierno ilegítimo de uno solo y la oligarquía es el gobierno ilegítimo de una minoría. La tiranía es el gobierno de uno solo que se basa en la coacción, la prepotencia y la arbitrariedad. No hay consentimiento alguno y la violencia y la pobreza reinan por doquier. El reinado se basa en el libre consentimiento. Los súbditos obedecen de manera espontánea al rey y reina la riqueza. Respecto al gobierno de una minoría y al de la multitud, cabe seguir el mismo razonamiento. En la oligarquía y en la democracia autoritaria reinan la coacción, la violencia y la miseria, mientras que en la aristocracia y en la democracia constitucional reinan el libre asentimiento, la obediencia espontánea y la riqueza.

La ciencia del mando

Lejos de sentirse satisfecho con estas reflexiones, Platón insiste en la necesidad de profundizar la cuestión de las formas de gobierno. Le parece insuficiente el criterio esbozado precedentemente para determinar cuál es la verdadera forma de gobierno, es decir, la mejor. El gobierno real-el mejor gobierno-constituye una ciencia, pero no una cualquiera. Luego de distinguir entre la ciencia del raciocinio y la ciencia del mando, Platón centra su análisis en ésta última. Procediendo en base al método de la división, distingue la ciencia que manda a los cuerpos inanimados y aquélla que manda a los animales. En este punto, el filósofo reconoce que aún no pudo desentrañar la naturaleza de la ciencia del gobierno real. “¿Nos damos cuenta de que no es en el pequeño número ni en el grande, ni en el libre consentimiento ni en la coacción, ni en la pobreza ni en la riqueza donde debemos buscar nuestra definición, sino más bien en la ciencia, si hemos de sernos consecuentes”? (3). Ni el criterio numérico ni el referido al ejercicio del poder ayudan a desentrañar la cuestión que inquieta a Platón. ¿Cómo proceder entonces? “Es, pues, necesario que examinemos ahora en cuál de estos gobiernos se encuentra la ciencia de mandar a los hombres, la más difícil quizás y la más bella que se puede adquirir. A esta ciencia es a la que tenemos que consagrar a fin de reconocer qué hombres son los que tenemos que diferenciar del rey sabio, hombres que se las dan de políticos y persuaden de que lo son a la muchedumbre, sin serlo por ningún concepto” (4). ¿En cuál de los gobiernos enumerados hasta ahora se encuentra la ciencia política, la ciencia que enseña el arte de ejercer el mando sobre la sociedad? Si se enfoca la atención sobre la ciencia política se podrá hacer la importante distinción entre el verdadero gobernante-.el rey sabio-y los demagogos, los embaucadores que siempre pululan procurando hipnotizar a las masas con su oratoria.

¿Es posible que la multitud tenga idoneidad suficiente para poseer la ciencia política? ¿Es posible que en una ciudad donde conviven mil hombres haya al menos cincuenta que sean capaces de mandar como corresponde? La respuesta de Sócrates el Joven corrobora una vez más la defensa que hace Platón de la concepción elitista de la política. “Si los hubiera sería ese arte el más fácil de todos. Sabemos con seguridad que entre mil hombres no se encontrarán cien jugadores de ajedrez superiores a todos los de Grecia, y ¡crees que se podría encontrar cien reyes! Porque el que posee la ciencia real, reine o no, después de lo que hemos dicho, debe ser llamado rey” (5). La ciencia real sólo es patrimonio de un selecto grupo de hombres. El mejor gobierno sólo puede ser ejercido por uno solo o por un puñado de esos hombres. “(…) si existe un verdadero gobierno hay que buscarlo en un solo hombre o dos o todo lo más en un número reducido” (6). Platón sentía un rechazo visceral por todo lo que oliera a democracia de masas.

El verdadero gobernante

Lo central es que el gobierno sea ejercido por uno solo o por una minoría. Que lo hagan dentro de la ley o por encima de ella parece no preocuparlo demasiado a Patón. “Hay que creer, como lo pensamos ahora, que estos jefes del Estado que gobiernan por la violencia o con agrado de sus gobernados, tienen que ejercer el mando según un cierto arte” (7). El político es igual al médico. No interesa si cura a sus enfermos con el consentimiento de éstos o bajo amenaza de coacción. Tampoco si lo hace violando leyes escritas o no. En todos los casos se lo considera médico. Sólo de esa forma podrá encontrarse el verdadero significado de la medicina y de las restantes ciencias del mando (8). Hay en Platón un esbozo de “maquiavelismo”, una exaltación de los resultados, de la eficacia en el ejercicio del poder.

El verdadero gobernante emergerá del selecto grupo de gobernantes y no de la multitud, independientemente de que ejerza el poder dentro o fuera de la ley, con apoyo de la sociedad o por medio de la coacción, de que sea rico o pobre, “porque ninguna de esas circunstancias, preciso es que se sepa, influye para nada en la ciencia ni en la perfección del gobierno” (9). Ni el consentimiento, ni la fuerza, ni el respeto por las leyes, ni su violación, ni la riqueza y ni la pobreza, son factores relevantes a la hora de analizar a la ciencia política como herramienta intelectual fundamental del gobernante. Sólo es verdadero el gobierno que demuestra capacidad para mejorar la calidad de vida de la sociedad, al margen de los métodos utilizados. “Y aunque condenen a muerte a algunos o destierren a otros y de este modo limpien el Estado de elementos nocivos, o enviando a otras partes colonias semejantes a enjambres de abejas lo disminuyan, o que llamando a extranjeros y nacionalizándolos en su país aumenten éste, desde el momento en que gracias a su ciencia y a la justicia de peor lo hacen mejor, tanto como está en sus fuerzas, debemos proclamar que éste es el solo gobierno verdadero y que así es como se define” (10). Platón hace la apología del gobierno de uno solo-la monarquía-apto para ejercer el poder con eficacia. El resto de las formas de gobierno son meras imitaciones.

El valor que puede tener un gobierno sujeto al imperio de la ley

Platón pasa a considerar el valor que puede tener un gobierno sujeto al imperio de la ley. Reitera su preferencia por el gobierno ejercido por un rey sabio. Pese a que la legislación es un atributo del rey, lo ideal sería que el poder resida no en las leyes sino en el poder real. La razón fundamental es la siguiente: ninguna ley es capaz de abarcar todo lo que es mejor y más justo para todos los hombres, ni tampoco ordenar lo más excelso, debido a que el conjunto de las acciones humanas constituyen una realidad en permanente movimiento. Es imposible que exista un arte capaz de establecer una regla única y simple que convenga a todos los hombres. Sin embargo, he aquí el carácter de la ley, muy parecido al de un hombre carente de educación y porfiado que no soporta que los demás actúen contradiciendo sus deseos, aunque estén orientados por ideas nuevas y mejores a lo que aquél ha establecido. Es imposible que lo que no se modifica, lo que es inmutable, convenga a una realidad en permanente dinamismo. La ley, por ende, no resulta conveniente para regular lo que es dinámico por excelencia.

Si las leyes lejos están de ser lo mejor que hay, ¿por qué son necesarias? Platón responde a este interrogante comparando la actitud de quien controla y regula una competencia deportiva con el legislador. En toda ciudad hay hombres que participan en diversas competencias deportivas, como las carreras, con el objetivo de triunfar. ¿Cómo actúan los que dirigen estas competencias? Al estar convencidos de la imposibilidad de prescribir a cada competidor lo que más le conviene para ganar, piensan que lo más conveniente es considerar a todos los competidores como un único bloque y ordenar aquello que es más útil y beneficioso para la mayoría de los hombres. De igual forma debe actuar el legislador. Incapaz de prescribir a cada hombre lo que más le conviene, debe centrar todo su esfuerzo en legislar para el conjunto de los hombres, obligando al rebaño a respetar la justicia. Lo que sea aplicable a la mayoría en el mayor tiempo posible constituirá el contenido de la ley y el legislador la impondrá a la multitud, por escrito (norma escrita) o por la fuerza de la costumbre (norma consuetudinaria). “(…) ¿Cómo podría, en efecto, querido Sócrates, pasarse la vida el legislador al lado de cada uno para prescribirle lo que le conviene a cada instante? Porque si esto estuviera en el poder, de cualquiera de los que han recibido la verdadera ciencia real, no creo que voluntariamente se impusiera molestias escribiendo estas leyes de las que se ha hablado” (11). ¿Qué sentido tendría perder el tiempo en la redacción de leyes si fuera posible prescribir a todos y a cada uno de los hombres lo que les conviene?

En este punto del diálogo, Platón compara al legislador con aquel médico que está pronto a separarse de sus enfermos debido a un viaje. Es lógico que piense sobre la posibilidad de que sus enfermos se olviden de sus prescripciones. ¿No convendría, entonces, dejárselas escritas en un papel? Sería la mejor manera de evitar tal olvido. También puede suceder que el médico interrumpa súbitamente su viaje y retorne a su país de origen. ¿Se atrevería a reemplazar las antiguas prescripciones por otras nuevas si se percatara de que dicho cambio redundaría en un mejoramiento de la salud de sus pacientes? ¿O, por el contrario, persistiría con las primeras prescripciones convencido de que no es necesario efectuar cambio alguno en la medicación de sus enfermos? ¿Cómo evaluar semejante actitud del médico? Si algo parecido sucediera en una verdadera ciencia o arte, ¿no provocaría una andanada de burlas semejante actitud? ¿Tiene derecho el legislador a modificar las leyes vigentes o reemplazarlas por nuevas leyes al regresar a su terruño luego de una prolongada ausencia? Quien esté a favor de prohibirle al legislador la posibilidad de modificar o sustituir el sistema normativo vigente, sentencia Platón, incurre en un proceder sencillamente ridículo.

Platón no ahorra elogios a aquel que se desvela por el bien de todos, aún a costa de sacrificar las leyes vigentes. Si un médico obliga al enfermo a tomar un remedio que considera más eficaz que el que le había recetado con anterioridad con el sano propósito de curarlo, ¿es justo criticar con dureza su accionar porque no se basó en el consentimiento del enfermo o porque desconoció la receta antigua? Es cierto que se está en presencia de un acto de coerción, de violencia, pero resulta inadmisible que se lo acuse de atentar contra la salud. El enfermo que se haya curado por la drástica decisión del médico de modificar el tratamiento podrá decir cualquier cosa, menos de haber sido víctima de un tratamiento que perjudicó su salud.

La eficacia en el ejercicio del poder

Igual razonamiento aplica Platón al arte de la política. “Y a una falta contra el arte de la política, ¿qué nombre le daremos? ¿Lo que no es verdad y lo que es vergonzoso, injusto y perverso? (…) Y dime, ¿no sería el colmo de lo ridículo el criticar a los que, en contra de las leyes escritas y de las costumbres de los antepasados, se ven forzados a hacer otras cosas mucho más justas, bellas y mejores, y censurar esta violencia (…)?” (12). Para Platón resulta inadmisible deslegitimar el accionar del legislador que obra enérgicamente, en franco desconocimiento de las leyes vigentes o de la costumbre, imponiendo nuevas normas en beneficio de la sociedad. “¿Es justa la violencia cuando su autor es rico e injusta cuando es pobre?, o mejor dicho, si un hombre usando de la persuasión o no, rico o pobre, hace lo que es útil con arreglo o en contra de las leyes escritas, ¿no habrá que decir que es la verdadera definición del buen gobierno y que por ello se guiará el hombre sabio y virtuoso que busca el interés de sus gobernados?” (13).

La eficacia en el ejercicio del poder implica la firme decisión del gobernante de tomar decisiones en beneficio de los gobernados, independientemente de su patrimonio y de si los gobernados aceptan espontáneamente esas decisiones. Así como un piloto sólo persigue salvaguardar la seguridad de los pasajeros del barco y de la tripulación, haciendo prevalecer su voluntad de poder sobre los reglamentos escritos, el buen gobernante ejerce el poder de igual modo, haciendo prevalecer el bien de todos aunque ello implique reemplazar por la fuerza las leyes vigentes o desconocer el derecho consuetudinario. “Y hagan lo que hagan los jefes prudentes, nada se les podrá reprochar mientras observen la única cosa importante, que es, valiéndose de su inteligencia y de su arte, hacer que reine la justicia en las relaciones con sus conciudadanos y salvarlos de todos los peligros en la medida de sus fuerzas y de peores que fueran hacerlos lo mejor posible” (14).

El gobierno sólo es legítimo si quien lo conduce es capaz de garantizar la seguridad de los gobernados y afianzar en la justicia la relación entre la clase gobernante y los gobernados. En definitiva, la ciencia política sólo es patrimonio de uno sólo o de un número reducido. He aquí el verdadero gobierno: los restantes son meras imitaciones de éste. La multitud y el político sin experiencia, poco preparado para el ejercicio del poder, son incapaces de poseer la ciencia política (15).

(*) Los personajes centrales de este diálogo son El Extranjero (el mismo que en El Sofista) y Sócrates el Joven (nada se sabe de él).

(1) “El Político o del Reinado”, ed. Porrúa, S.A., México, 1985, pág. 327.

(2) Ibídem, pág. 328.

(3) Ibídem, pág. 328.

(4) Ibídem, pág. 328.

(5) Ibídem, pág. 329.

(6) Ibídem, pág. 329.

(7) Ibídem, pág. 329.

(8) “Lo mismo que los médicos, que curen a la fuerza o no a sus enfermos, cortando, amputando, cauterizando o infligiendo cualquier otro dolor, según reglas escritas o sin reglas y siendo ricos o pobres, para nosotros son siempre médicos; y esto durante todo el tiempo en que, procediendo con arte, purgando, haciendo adelgazar, aumentando las carnes, buscando el interés del cuerpo y de peor volviéndolo mejor, curan con sus cuidados los males cuya curación han emprendido. Por este camino es por donde, y salvo error, encontraremos la verdadera definición de la medicina y de todas las otras ciencias del mando”, pág. 329.

(9) Ibídem, pág. 329.

(10) Ibídem, pág. 329.

(11) Ibídem, pág. 330.

(12) Ibídem, págs. 331/332.

(13) Ibídem, pág. 332.

(14) Ibídem, pág. 332.

(15) “Que ni la multitud ni el primer llegado no poseerán nunca una ciencia tal y jamás serán capaces de gobernar con inteligencia un Estado; que únicamente en un pequeño número, entre algunos, en uno sólo es donde hay que buscar esta ciencia única del verdadero gobernante, que los otros gobiernos no son más que imitaciones de éste, como ya se ha dicho, unas mejores y otras menos buenas”.

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