Por Luis Alejandro Rizzi.-

Es la situación en la que es necesario elegir entre dos opciones igualmente buenas o malas. Éste es el dilema de la Argentina, con la salvedad de que nuestras opciones son igualmente malas. En esta circunstancia carecemos de “buenas opciones”.

En la Argentina estamos muy escasos de recursos con un muy amplio menú de demandas, todas razonables y me animaría a decir en un plano de abstracción muy justas, pero a la vez imposibles de satisfacer.

Con ese estado de cosas Milei llegó al gobierno. Más que, por propio mérito, en cualquier otra situación no hubiera figurado en el resultado de cualquier elección. Llegó por el voto negativo de la ciudadanía, que se vio frente al cruel dilema de tener que optar entre dos malos candidatos, como lo fueron Sergio Massa y Javier Milei.

En ese balotaje del mes de noviembre de 2023, la Argentina se vio frente al espejo de la crisis de diciembre de 2001, pero esta vez decidió romper el espejo.

No nos gustó vernos desamparados en nuestro propio páramo; fue, diría, una reacción humanamente de manual, a nadie le gusta verse de la peor forma.

La gente optó por Milei porque fue el candidato más “anti sistema”. Es un fenómeno común y entendible que, en momento de nihilismo político, la gente sólo piense en todo lo que no quiere, que es un modo negativo de un imposible humano, querer todo a la vez.

Quizás ese día de noviembre fue el día en que ganó democráticamente la “antidemocracia”. Votamos por quien prometió virtualmente aniquilar la institucionalidad que, como suele ocurrir, se confundió con las personas que la representan.

En verdad, ese día se eligió un “gobierno de facto”. En otros años anteriores, ese día de noviembre hubiéramos tenido “un golpe de estado”, porque, en definitiva, en nuestro inconsciente colectivo perdura un sentido religioso de la providencialidad, que Milei expresa en “las fuerzas del cielo”.

Los argentinos creemos en el discurso performativo, el supuesto poder del eufemismo y en la ingenua creencia de que en algún momento ocurrirá el “milagro argentino”, que nos evitará el famoso “sangre, esfuerzo, sudor y lágrimas” de aquel 13 de mayo de 1940, según me informó la IA.

Ese día de noviembre elegimos de modo figurado un gobierno de facto. Sabíamos que Milei recurriría a los límites extremos de su poder para gobernar, DNUs y vetos, es decir, suma discrecionalidad e incluso arbitrariedad.

Para ello contó con una clase política, “la casta”, acomplejada a tal punto que el DNU 70/23 aún está pendiente de tratamiento legislativo.

Eso ocurre por absoluta cobardía política y seguramente no se tratará, ya que, pensando con sinceridad republicana, esa norma debió haber sido rechazada de plano.

Milei fue la expresión del “milagro” y ese DNU 70, en el fondo de nuestras fantasías, pretendió ser la causa eficiente de un milagro que obviamente nunca ocurriría.

Los milagros sólo existen en la fantasía de las religiones.

Así como los sucesivos “golpes de estado”, desde 1930 a la fecha, ninguno logró concretar sus milagros, todos esos “golpes” terminaron mal y debieron cada uno de ellos convocar “a la despreciable casta” para salir del laberinto que habían construido.

Por supuesto, también fracasó Milei, como gobierno civil “de facto”, y su discurso del lunes a la noche, desprovisto de sinceridad y de espontaneidad, en un tono más de responso propio, que de dimensión política sincera, en un escenario artificial y falsamente solemne, convocó “a la casta”, cuyo crédito se agotó.

Milei le erró feo al momento, en la noche del lunes. Ayer, por el momento en que estoy escribiendo, debió haber convocado a todos los gobernadores y jefes de bancadas del congreso, y en ese momento, de modo público y transparente, encontrar una transición a estas cuestiones que llevaron a la sociedad a un límite máximo de resistencia y paciencia.

Milei debió retirar todos sus vetos y entre todos negociar una transición precaria para terminar este año con menos tensiones y elaborar un presupuesto, más que con equilibrio, con la necesaria racionalidad que permite su cumplimiento.

Hay una inconveniente: Milei, por su neurosis y fanatismo, nunca fue la persona adecuada para el momento que nos toca vivir y posiblemente para ningún otro.

De todos modos, está a tiempo. La salida no viene por el lado del “coaching” caputista. Necesitamos una salida “cultural”.

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