Por Luis Américo illuminati.-

«Pensé que lo que había hecho estaba previsto hacía diez mil años; después creí que el mundo se abría en dos partes, que todo se tornaba de un color más puro y los hombres no éramos tan desdichados» (Roberto Arlt, El juguete rabioso).

Cierto niño en su inocencia creía que alguien como Superman podría salvar al mundo; después, ya más grande, se dio cuenta de que, hiciera lo que hiciera, luchar contra la maldad y la injusticia, al mundo no lo salva nadie, incluso corre peligro de desaparecer en cualquier momento y partirse en dos pedazos. Si ello no ocurre es porque Dios es bueno. El hombre es lobo del hombre (Hobbes, Leviatán). El hombre es quien, consciente o inconscientemente, quiere destruir el mundo.

El título «El juguete rabioso» de la novela de Roberto Arlt alude a la forma en que el protagonista, Silvio Astier, percibe su propia existencia: se siente un objeto, un ser desdichado, aherrojado al mundo (Heidegger y Sartre), un ser que no puede cambiar su destino, con una rabia contenida que cuando la exterioriza lo lleva a realizar acciones perversas y autodestructivas. El título «el juguete rabioso» le fue sugerido a Arlt por Ricardo Güiraldes -autor de Don Segundo Sombra-, quien consideró que el título original «La vida puerca» era demasiado violento para la época. El título alude a que el hombre «teledirigido» (Umberto Eco) es como un juguete, un muñeco o una marioneta cuyos hilos parecería que los maneja una mano invisible. Y lo más preocupante es que el peligro de la rabia sobreviniente está siempre latente, que de pronto, por rebeldía generacional mal encauzada, frustración, resentimiento u odio acumulado contra la sociedad, el hombre-masa por contagio se vuelva loco y se transforma en un «juguete rabioso» dentro de un contexto que ellos mismos han convertido en un «corral de puercos alienados». Véanse si no las reacciones del kirchnerismo, que no sabe asumir la derrota y entonces lleva las cosas al extremo, una histeria, una locura colectiva que quiere arrasar con todo, llevarse el país puesto, como una manada, un ganado que atropella en estampida, por caso, el violento ataque a las instalaciones de TN y Canal 13, las permanentes amenazas a quienes no comulgan con la «metodología» que utilizan para no perder el poder y recuperarlo aunque sea «a lo Pirro», llegando al colmo de arrojarle en su domicilio a un miembro de la oposición estiércol de caballo, lo cual a todas luces es un signo de maldad y locura que remite y aumenta la letra del tango «Cambalache» de Santos Discépolo. Este hecho escatológico aberrante, la jueza Sandra Arroyo Salgado lo está investigando como corresponde, con suma diligencia, dándole la importancia que el caso amerita. Un agravio, un hecho de violencia implícita que se sumaría a las furibundas protestas y marchas callejeras, las provocaciones a la policía, una serie de hechos y atentados que obedecerían a un plan premeditado para desestabilizar el gobierno, utilizando como ariete o caballito de batalla la condena y prisión domiciliaria de Cristina Kirchner, causa que ya es cosa juzgada. No es casualidad que uno de los dos sentidos del vocablo «escatológico» tenga que ver con lo excrementicio, el estiércol. En su primer sentido o significación alude al estudio de las «cosas finales», ya sea el fin de la vida individual, o del fin de los tiempos, o del fin del mundo. Juntar estiércol para tirarlo al oponente, desde el punto de vista psicológico, surge como un síndrome «apocalíptico» de la naturaleza anómala del kirchnerismo.

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