Paul Battistón.-
Alguna vez el interior de Sudáfrica se vio sembrado de manchones independizados (segregados) que de la noche a la mañana volvieron a desaparecer. Una segregación forzada pretendió sostenerlos como corrales para lo que se debía apartar.
La segregación nacida del cultivo de la miseria y fracasos económicos fue sostenida por conveniencia del ejercicio de populismos alimentados por el volumen de estas miserias habitualmente engañadas con facilidad. Finalmente perdieron el control cuando se generó el extraño fenómeno del orgullo segregado.
De ser segregados pasaron a la elección de segregarse aun ante el llamado de los adalides de las justicias sociales, para elegir (sin mucha otra posibilidad) un nuevo y más cercano referente con poder de cumplimiento de promesas sin burocracias más que la demostración de poder. Literalmente la aparición de un nuevo embrión de estado donde las bajas expectativas de bienestar y la constante sinuosa y limítrofe legalidad se ven invertidas y convertidas en elección de vida y nuevo marco legal impuesto a puro poder de fuego por el número uno (siempre hay un número uno) y defendido por quienes desde su marginalidad aceptada presentan resistencia sin culpa (convertida en convicción) a ese estado exterior ante el que son ilegales.
La arquitectura es la primera señal, en primera instancia por precariedad y en segunda instancia por capricho edificando solidez sobre esa primera precariedad. Nada es recto como una ley, todo es sinuoso como lo conflictivo, brutal y hostil como el tejido amorfo de su entramado social.
La segregación acariciada como fuente constante de popularidad fácilmente visible mediante las eternas promesas de amor al pueblo se ha visto acorralada por ese detalle tan banal como lo es el dinero en ostentables billetes que el nuevo líder suelta más fácilmente y regularmente que el político de turno que solo lo hace cuando necesita ser reafirmado por la voluntad del pueblo.
Las fronteras de miedo respetuoso que se levantaron en torno a la marginalidad fue el refugio para que los nuevos ricos (de vida lujosamente grotesca o marginalmente suntuosa) se impusieran como los líderes de esos embriones territoriales
El Comando vermelho ha superado lo de simple territorio, es el estado de insurrección civilizatoria que pretende asomar a través de la mamushka exterior que aún se llama Brasil.
Un 26% de la población de Brasil vive en esa escasa superficie física del dominio del Comando (escasa frente al tamaño total de Brasil). Esa relación extraña y apretada es creadora de una densidad legitimadora de distinción. Es la misma que crea una imposibilidad de tamizado, ya no hay nadie que no tenga algún tipo de ligadura con la evolución de la narco delincuencia original y primigenia que ha finalmente dado forma a esa mini nación de habitantes siempre temerosos que aun en su intento de forma de vida alejada del delito contribuyen a un mercado cuya monetaria circulación siempre actúa como blanqueadora. Toda actividad económica dentro del estado “Comando” (¿Por qué decirle sólo favela?) tiene sus sustento y aporta al sostenimiento de ese estado de ética divergente delimitado por el miedo (hacia adentro y hacia afuera) impuesto por nombres ya míticos y continuado por sucesores siempre en disputa. En disputa entre ellos y disputados desde afuera por la necesidad de apoyo de políticos dispuestos a dejar los vacíos de impunidad con los que luego edifican su halo de intocables.
Sólo necesitan ser más eficientes y más condescendientes con sus protegidos marginados sin dejar de faltar la cuota de miedo. No les resulto difícil tener más palabra que un político, ni más agilidad. No les faltó una financiación genuina. El narcotráfico no emite, ni toma deuda, solo factura y sus arcas están siempre en superávit. Ya han traspasados las fronteras de sus guetos y sus negocios blancos han tomado por asalto la arquitectura ordenada
¿Cómo separar a Hamas de Palestina? Casi imposible.
¿Cómo saber dónde empieza y dónde termina ese estado de barbarie llamado Comando vermelho? También ya es casi imposible.
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