Por Carlos Tórtora.-

La única medida eficaz que podría tomar Javier Milei para frenar el efecto arrasador del Karinagate sería, justamente, alejar a su hermana del gobierno. Una decisión como esa, hoy impensable, le devolvería al presidente credibilidad pública y poder político. Pero se trata justamente de una decisión que el presidente considera inimaginable.

A través de distintas usinas, el gobierno está preparando a la opinión pública para el despido de Lule Menem, ya que Martín Menem sólo puede ser removido por decisión de la mayoría simple de los diputados y es además el tercero en la línea de sucesión presidencial.

Como chivo expiatorio, el armador preferido por Karina carece de credibilidad. Su despido sería un intento de calmar los ánimos pagando un costo no muy alto, pero los beneficios serían muy pocos. Como no sin razón explican algunos amigos de Karina, cortar la cabeza de Lule sería enviar a otros operadores del gobierno la señal de que están perdiendo la protección política. El caso arquetípico es el de Santiago Caputo. Éste, desde que se inició el Karinagate, bajó su perfil al máximo y estaría convencido de que ahora irán por él.

Todo lo señala

Ayer mismo, el estallido de otro monumental escándalo mediante la compra para el PAMI, sobrefacturada entre 5 y 10 veces, de lentes intraoculares para cirugía de cataratas, pone en evidencia que la matriz de corrupción que se está aplicando supera a la banda de los Menem.

Algunos de los casos más sonados en América Latina de caída de presidentes por acusaciones de corrupción, como Fernando Color de Mello y Lula, giraron en torno a muy pocos hechos puntuales y no a un sistema generalizado. El régimen montado por Milei parece, en cambio, imitar la corrupción del cristinismo. Es decir, gran cantidad de hechos de corrupción y múltiples cajeros de la corona.

Pero una diferencia sustancial entre Cristina y Milei es que ella terminó su mandato en condiciones aceptables de gobernabilidad, mientras que él probablemente se derrumbe en muy poco tiempo más. La diferencia es entonces la estabilidad que da contar con una administración peronista y no con una armada Brancaleone sin peso político, como es LLA.

Otra diferencia y no menor es que ante el estallido de denuncias de corrupción contra su gobierno, Cristina les hizo frente ejerciendo con plenitud el poder, mientras que Milei enfrenta la crisis escondido justamente detrás de Karina.

El gobierno se cae del mapa

Por último, la defensa indirecta de la propia corrupción que realiza el gobierno, lo llevó ahora, a través de Patricia Bullrich, a pedir el allanamiento de una serie de periodistas -entre ellos Jorge Rial- que participaron de la divulgación de los audios de Karina Milei. Esto en paralelo con la insólita cautelar del juez civil y comercial Alejandro Maranielo prohibiendo la difusión de los audios de Karina. Hay que destacar, ya que estamos comparando, que ni en sus peores ataques de autoritarismo, Cristina se atrevió a avasallar de semejante modo al periodismo. Sólo Raúl Alfonsín lo hizo durante el breve estado de sitio del 85, cuando metió presos a media docena de periodistas. Pero no lo hizo para defender la corrupción sino por cuestiones ideológicas.

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