Por Luis Américo Illuminati.-

«Cuando aparece un verdadero genio, todos los necios y mediocres se confabulan contra él» (Jonathan Swift, autor de «Los Viajes de Gulliver»).

Existe en el repertorio de refranes uno muy real, que dice: «Si la envidia fuera tiña, ¡cuántos tiñosos habría!» Esto engloba a todos los criticastros que, tal como reza el epígrafe, son «mediocres, envidiosos e hipócritas». No hace falta nombrarlos, porque todo el mundo sabe quiénes son y a qué segmento, facción o bandería política pertenecen. El pez por la boca muere. Y de esta clase de «gente», parafraseando al poeta Antonio Machado, es «Mala gente que va apestando la tierra» (He andado muchos caminos, Poesías completas). Todos sabemos quiénes son esa «gente» y son tan poco inteligentes que acusan recibo sin que nadie los señale, tan identificados se sienten con los personajes de la exitosísima película «Homo Argentum», que ignorando aquella prevención que reza: a quien le quepa el sayo que se lo ponga, quedaron en total evidencia. Salieron a matarlo a Guillermo Francella (y les salió el tiro por la culata). Y dijeron tantas barbaridades, que parecen una fiera herida y enfurecida. No les importa el récord mundial inusitado de espectadores logrado por la película en cuestión, una película hecha sin los dineros del Estado, financiada por medios económicos propios. Lo cual es un insulto, ya que contraviene los principios del populismo demagógico de que el Estado paga todo, no importa que sean bodrios y fracasos que no recaudaban un peso porque los fueron a ver cuatro o diez espectadores. Películas que ni los propios familiares de los directores las vieron. ¿Eso es arte cinematográfico? Y en rigor de verdad, esta «gente» que ataca a Francella y a la película, no tiene ningún fundamento racional o lógico justificable, por donde se lo mire. En notas anteriores, si los lectores memoriosos del Informador Público recuerdan, el suscripto usaba como título de las mismas la expresión «Homo Argentus» (sic), con características extraídas de nuestra realidad, la fauna nacional, cotejadas con el hombre mediocre, de José Ingenieros y el hombre-masa, de Ortega y Gasset, que coinciden con los personajes que interpreta Francella en la película mencionada.

«La verdad engendra odio», dicen todos los filósofos y moralistas de todas las épocas. Y las verdades que dijo Francella, al que llaman facho, y que no pertenece ni ha pertenecido a ninguna ideología ni partido político, no es que les duela la verdad, sino que ciegamente les surge con virulencia la impotencia y la envidia por el fracaso de todo lo que ellos elogian, ponderan y encarnan como figuras aggiornadas de los personajes del tango Cambalache. Esa bronca y esa furia no existirían si Guillermo Francella no fuera imparcial y estuviera adherido y apoyando la ideología y la narrativa apócrifa que sus detractores sustentan. El silencio o la indiferencia de los «pseudocríticos» frente al arrollador éxito de la película «Homo argentum» y de la figura de Francella, a todas luces, habría sido mejor estrategia o actitud que observara dicha «gente» y así no quedar en flagrante e indisimulable falta de equidad, grandeza y sentido común para no caer en un exceso de sentimientos inferiores que oscurecen y obnubilan la mente humana, los cuales conducen al colapso moral, la villanía y la decadencia. José María Listorti -gran humorista y comediante- ha utilizado términos más contundentes que los míos para definir y describir al conjunto de la gente a la que me refiero.

«El hombre mediocre» es un libro de José Ingenieros, de 1913 que trata sobre la naturaleza del hombre, oponiendo dos tipos de personalidades: la del hombre mediocre y la del idealista, analizando las características de cada uno, similar a «Los Caracteres» de Jean de La Bruyère. José Ingenieros divide a los hombres en tres categorías o tipos: El hombre inferior, el hombre mediocre y el hombre superior; y en su minuciosa descripción de los tres tipos, exalta al idealista. Los que atacan y critican a Guillermo Francella, ya sea por sus dichos y por los 16 personajes que interpreta en la película que da en el blanco de nuestra cruda y salvaje realidad, indudablemente, encuadran dentro de la primera y segunda categoría. Y, por lógica consecuencia a quien critican -un verdadero genio- sin base ni fundamento pertenece unánimemente a la tercera.

El hombre mediocre es incapaz de usar su imaginación para concebir ideales que le propongan un futuro por el cual luchar. De ahí que se vuelva sumiso a toda rutina, a los prejuicios, a las domesticidades y así se vuelva parte de un rebaño, masa o turbamulta cuyas acciones o motivos no cuestiona, sino que sigue ciegamente.

El mediocre es un ser manipulable, maleable, un orgulloso ignorante, contrario a la perfección, solidario y cómplice de los intereses creados que lo hacen borrego del rebaño social. Vive según las conveniencias y no logra aprender a amar sino a odiar. En su vida acomodaticia se vuelve vil y escéptico, cobarde. Los mediocres no son genios, ni héroes, ni santos. Un hombre mediocre no acepta ideas distintas a las que ya ha recibido por herencia gratuita. El hombre inferior es un villano, un bellaco, un ser ruin y vengativo. Su incapacidad le impide adaptarse al medio social en que vive. En cambio, el idealista es un hombre capaz de usar su imaginación e ideales para cambiar las cosas en favor del presente y porvenir. El idealista contribuye con sus ideales a la evolución social, por ser original y único; se perfila como un ser individualista que no se somete a ningún dogma demagógico, por eso los mediocres se le oponen y lo odian. El idealista es soñador, entusiasta, culto, generoso, afín a lo cualitativo, puede distinguir entre lo mejor y lo peor; no entre el más y el menos, como lo haría el mediocre. Algunas de las categorías definidas por José Ingenieros fueron tomadas y reformuladas dos décadas después por José Ortega y Gasset, para construir su conocida antinomia entre el hombre-masa y el hombre-noble, realizada en su libro «La rebelión de las masas».

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