Por Luis Alejandro Rizzi.-

Se desarrolló en Chile con la presencia de los presidentes de Uruguay, Colombia, Brasil, España y del propio país hospedador.

El objetivo del encuentro fue el de “defender y fortalecerla democracia”, discutiendo propuestas al efecto, “el multilateralismo y reducir la desigualdad y combatir la desinformación”. Las conclusiones a las que lleguen los líderes se conocerán el próximo septiembre, durante la 80° sesión de la Asamblea General de Naciones Unidas.

Luego de leer las diferentes crónicas del evento, se puede advertir que en general los mandatarios parten desde sus ideologías, como si “todo lo racional fuera real”.

Es muy difícil no estar de acuerdo con las “buenas intenciones”, en el caso con los objetivos de la “cumbre” progresista.

El diario “El país” destacó que el presidente chileno sostuvo que, para defender la democracia, los progresistas no podían caer en lo mismo que hacen sus adversarios políticos, que es negar la legitimidad del otro”. “Yo no me creo ni mejor ni peor que la derecha o la ultraderecha.” Luego se diferenció reivindicando logros de su gestión, que seguramente la derecha no habría tenido en cuenta.

Es indudable que Boric apuntó más a la realidad que al racionalismo vacío del ideologismo.

Hubo consenso sobre las fragilidades de los sistemas democráticos, pero en vez de analizar las causas de esa fragilidad, se cayó en el prejuicio ideológico de imputar a las falencias, que se reconocen en los propios gobiernos progresistas, en terceros y en ese “ilebralismo” que representaría, por ejemplo, Viktor Orban en Hungría.

Creo que fue en la nota de ayer, que refiriéndonos a nuestro país, que la “República estaba quebrada” y pienso que es lo que está pasando en el mundo: la institucionalidad se está convirtiendo en una forma vacía, o más bien en un “agujero negro” que arte y pulveriza.

No se trata de derecha o izquierda, se trata de un fenómeno natural y humano, por cierto, cruento y agresivo que es la lucha por el poder político.

La “agonalidad” clásica, el poder puntiagudo de las bayonetas, demostró que no sirven para que el poder se siente sobre sus filosas puntas.

Hoy la “agonalidad” es tecnológica. Se usan las redes para condicionar a “las gentes” en qué pensar y eso que no tiene nada que ver en el “cómo pensar” puede decidir no sólo elecciones sino decisiones de vida.

Ése sería uno de los riesgos, casi imposible de controlar.

En EEUU se continúa discutiendo la participación rusa en las elecciones de 2016, que dio ganador a Donald Trump.

Algunos, los propios demócratas, investigaron sobre la intención rusa de manipular resultados, comparando con la de influir en la gente para que vote en un sentido, a favor de Trump.

Hoy, casi diez años después, Trump insiste en defender la legitimidad de su triunfo en 2016, que nunca se puso en duda, como elemento de política interna para descalificar a sus oponentes demócratas y a la vez justificar sus protestas y reclamos por los resultados de 2019, que dieron ganador al demócrata Joe Biden.

En mi opinión, “la cuestión” es otra, que tiene que ver con la relación disponibilidad de recursos y deseos y ambiciones de la población mundial.

Hemos creado una “incultura de la abundancia y de la ilimitación” muy nociva, que pretende disputar la escasez por medios violentos o cuando menos abusivos.

En Chile se propuso: “El objetivo es movilizar a la ciudadanía para discutir sobre cómo mejorar la democracia y protegerla de la desigualdad y la desinformación a través de paneles y seminarios, además de talleres y actividades culturales”.

El único medio de “protección” idóneo es la formación cultural, desterrando el fatal concepto del “deber ser”, por lo que está en uno el propio “poder ser”.

La “desigualdad” es una cuestión relacionada con la humanidad y no se trata de “proteger” al desigual, tarea que de por sí sería extremadamente compleja, ya que habría que discernir a qué nivel de desigualdad proteger.

Respondiendo a un principio de justicia liberal, lo que se debe proteger es que unos mejoren al costo que otros empeoren, algo así como el óptimo de Pareto.

Ésa es una función esencial del estado y del gobierno del estado.

La “cuestión” de la “desinformación” es tan antigua como la de la humanidad o, si se prefiere, de la historia de la filosofía.

La “sofística” fue probablemente el primer intento serio de “desinformar” o “malinformar”.

El problema es que parece que se ha optado por la “desculturización” en beneficio de lo que llamaría “tecnoculturización”.

Dicho de otro modo, nos estamos sometiendo voluntariamente a ese engendro algorítmico de la llamada IA, que no es más que una inhumana capacidad de almacenar y relacionar datos, tendenciosamente suministrados a un “robot” que carece de juicio crítico propio-

Personalmente compruebo a diario errores que sólo el juicio crítico humano puede descubrir.

Toda esta riqueza tecnológica es fruto de la creación humana y obviamente amplía la capacidad del conocimiento humano, pero no lo sustituye.

Para aprender a razonar, debemos saber que dos más dos da cuatro y tres por cinco, quince. Luego los grandes cálculos, la máquina lo hace en menos de un segundo.

Ese tiempo vital, que ahora sobra, es el que debemos aprovechar y usar para vivir mejor.

En fin, la “democracia siempre” no pasa de ser un hipócrita manual de buenas intenciones, como lo son los objetivos de “superávit fiscal y cuentas ordenadas”, caminos directos al tan ansiado infierno…

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