Por Luis Alejandro Rizzi.-

Más de una vez nos hemos referido a los tiempos y su velocidad, pero los midamos como los midamos, su velocidad es siempre la misma, sin embargo, hay tiempos más veloces y otros más lentos, ésa es la paradoja de la cuestión.

Leía una entrevista de “Perfil” a Pino Aprile, escritor y periodista de la RAI del pasado domingo 27 y, si bien no concuerdo con muchas de las cosas que dice, sobre todo sobre la “estupidez”, concuerdo con otras de sus reflexiones, como la siguiente: “El hecho es que cada avance logrado por la especie humana gracias a sus individuos más agudos e inteligentes necesita de cierto tiempo para ser asimilado y convertirse en patrimonio de todos. Cuando esto ocurre demasiado rápido, el tiempo para la “gestión” ya no existe. Y entonces puede suceder, o casi sucede, que una parte de la especie se desconecte del resto”.

Diría que explica la crisis de la política moderna: hoy carece de tiempo. O dicho de otro modo, la gente ya no tiene paciencia.

Aprile señala una diferencia de velocidad, pero la expondría de otro modo, ubicando asimismo el rol de la estupidez.

Las redes sociales tienen su vicio-virtud, que es que nos pone al alcance del deseo, la posibilidad de tener todo, de la igualdad absoluta y de un concepto absoluto de justicia, a la vez que nos invita o convoca a un combate “anti”, en términos políticos a la práctica de la “antidemocracia” o a la “contrademocracia” de la que nos habló Pierre de Rosanvallon.

El “valor” a defender es el “veto”, o aquello de “no sé lo que quiero, pero lo quiero”. En definitiva y jugando con Chesterton, podríamos decir que buscamos un “nihilismo con contenido”, sería algo así como un “nihilismo loco”.

Victor Massuh diría que sería como buscar una relación entre un mismo opuesto, por ejemplo, el mal y el mal o “el odio y el odio”. Cosa imposible.

Sin embargo, siempre en mi opinión, la clave está en este punto que mencionaba Aprile: “Cuando esto ocurre demasiado rápido, el tiempo para la “gestión” ya no existe”. Esto marca la diferencia entre el discurso y los hechos.

El primero está muy lejos de ser performativo y la gestión, la administración del gobierno, en el supuesto que sea idónea, es mucho más lenta en el proceso de materialización de las ideas o propuestas.

Para ejemplificar, el plano de un edificio se puede hacer en un mes, pero la obra demorará varios meses.

Vayamos a nuestro país.

Vivimos estancados, lo que significa “decadencia”, es difícil y no sé si tiene sentido buscar el origen de ese proceso.

Para unos fue a partir de 1916, para otros en 1930; 1945, para el antiperonismo; 1990 para unos menos y 2001, para las generaciones más recientes. Recuerdo que una vez en una charla privada un economista, hoy fallecido, dijo como pensando en voz alta: “es probable que el país haya nacido decadente”.

De todos modos, encontrar ese comienzo, es una tarea para los historiadores, no para la política.

Nuestra tarea es para el hoy el mañana y, si bien el diagnóstico del gobierno es correcto, de allí el apoyo del que aún goza, que en las elecciones de octubre le dará un caudal de votos de alrededor del 40%.

Ese diagnóstico obligaba a ocuparse de los “miembros menos aventajados de la sociedad”-entre los que se encuentran los jubilados-, el principio de justicia de Rawls, y sostener la actividad del estado en el mantenimiento mínimo de nuestra precaria infraestructura.

Milei, en vez de administrar con criterio “la real falta de dinero” o su “no hay plata”, se concentró exclusivamente en el “superávit fiscal” y la baja del gasto, que se debe lograr, adjudicando los escasos recursos en prioridades, que el gobierno redujo a un tema de suma y resta. El resultado tiene que ser positivo, sin medir las consecuencias.

En sí mismo “superávit fiscal” y “reducción de gastos” son un mero significante vacío propio del más rancio populismo, en este caso de color violeta.

Nuestra “cuestión” no es el de ser gobernados por un buen economista, sino por gente culta, calidad de la que carece totalmente Javier Milei, que se comporta como un energúmeno, que no sabemos si lo es o es un intérprete de tal. Lamentable en ambos supuestos.

Su mérito fue el diagnóstico del cuadro de situación, su error garrafal, no ya la demora lógica en la realización de toda gestión, sino en que no hubo gestión, o se limitó a no gastar sin distinguir la calidad del gasto.

Un solo ejemplo. Por resolución 1049/25 del Ministerio de Economía, se dispuso la privatización del Belgrano Cargas, pero previamente hay que hacer inventarios y tasaciones (art. 2). Esa tarea se debió hacer en estos 18 meses de gobierno. No hubo gestión; se perdió tiempo.

Como decía Aprile, los enunciados son fáciles de hacer, pero la gestión tiene otra velocidad, el tiempo de realización, que no debemos confundir, como Milei, con la paralización del estado.

El caso de la resolución citada es un caso de falta de gestión y sobre todo de “pérdida de tiempo”.

Seguimos en el mismo lugar, con los mismos problemas agravados y con menos esperanza.

La “flecha del tiempo” del país hace meses que no vuela, se exhibe en la casa de gobierno, una suerte de museo de la administración, junto a unas añejas cartas del “tarot” cuyo uso se restableció, como una suerte del algoritmo que ayuda para la toma de decisiones… Falta que se ponga en uso la famosa “Porteña” que descansa en el Museo de Luján, como prueba de la modernización de los servicios ferroviarios.

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LA FRANJA DE GAZA. El gobierno inglés del laborista Keir Starmer anunció que Gran Bretaña reconocería el estado de Palestina en septiembre si Israel no acepta un alto el fuego con Hamas, presionando al gobierno israelí para que detenga una guerra que ha sumergido a Gaza en un páramo de hambre y muerte.

Se trata de otro grave ejemplo de la velocidad de los hechos sobre la de la gestión. Starmer y su gabinete han tenido que ceder a medida que el público británico y los legisladores de su propio Partido Laborista retroceden ante las imágenes de las hambrunas padecidas por la infantilidad gazatí.

Es cierto que la guerrilla criminal de Hamas en buena medida usa a sus niños como escudos ante los ataques de Israel, teniendo también su grave cuota de responsabilidad en este hecho que objetivamente excede los límites de todo conflicto humano. Sin embargo, no sirve como justificación para ninguno de los dos bandos en pugna.

Lo que nos duele a las personas de bien es que no haya hasta ahora gestión alguna para ponerle fin a esta “guerra” que no deja de ser una matanza indiscriminada.

La aniquilación de Gaza no servirá para recuperar a las víctimas del criminal atentado del 7 de octubre del 2023. Como acto de justicia, esta hambruna infantil convierte a lo justo en groseramente injusto y como venganza castiga moralmente al estado de Israel.

Lo más grave es que, en última instancia, detrás de esta trama de terror, se intenta resolver un problema de política interna, lo que le suma a Israel un lastre injustamente gravoso.

Las imágenes que impactaron en Starmer, ¿las habrá visto Javier Milei?, me temo que sí.

Tampoco Milei tiene gestión internacional. La obsecuencia no es precisamente expresión de amistad. Bien lo supo Alberto Fernández ante Putin. Su gesto de fastidio, ante una impertinente sugerencia, representó uno de los peores papelones de un presidente argentino.

Me pregunto, ¿Milei es “amigo” de Netanyahu o del estado de Israel?

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