Por Italo Pallotti.-

En esta Argentina nuestra, ésa que queremos ver salir del oscurantismo sembrado por décadas, siempre tiene un motivo que nos refleja la imagen de una sensación rara; extraña por donde se la mire. Por esas cosas de la institucionalidad, de las cuestiones de la política, de los tiempos o vaya uno a saber por qué debe ser así, estamos de nuevo en campaña. Y en esa instancia vuelven las promesas. Fáciles de decir, difíciles de cumplir. No por lo complicado, sino porque los ejecutores son simplemente socios de la falsía, del engaño; pioneros de la patraña. La grandilocuencia del palabrerío los hacen, en menos que canta un gallo, esclavos de ellas. “Volvemos para restaurar la Democracia”, “Ante todo la gente”, “Pondremos de nuevo a la Argentina de pie”. Y tantas otras mentiras/embustes por el estilo. Si algo de eso fuera cierto estaríamos, hace mucho tiempo, viviendo en el mejor de los mundos. Nada es real, ni cierto, ni menos cumplible. Saben bien, los autores de esa especie de retahíla (no para niños en este caso) trucha y engañosa, que todo será inútil. Porque las intenciones así lo son. Porque la realidad es a conciencia irrealizable. Porque detrás de una aparente cursilería, terminan cayendo en el ridículo. Una y otra vez. Los resultados esperados, quedan en eso. Y detrás de ello se han ido y se van opacando las ilusiones del pueblo. Se mezclan, finalmente, en una sorna y burla como consecuencia del rosario de promesas incumplidas.

Si esto resulta impactante, más lo son las conductas, los desvaríos de una clase política que en una especie de “vale todo” se tributan las más descabelladas frases, insultos y mensajes que de verdad mancillan la conciencia de aquellos qué, aunque hartos de tanta decepción, buscan en la discursiva algo que les haga tener un mínimo de esperanza. Pero la torpeza de algunas manifestaciones, rayanas con la irracionalidad, demuelen cualquier propósito creíble.

Lo más absurdo, aunque ya instalado como un karma, es el escuálido pensamiento de los políticos de turno que, en el período de campaña, apelan a su desmemoria para apabullar a sus adversarios olvidando sus deshonrosos, como corruptos pasados. Nada los detiene. Piensan que los ciudadanos padecemos de un idiotismo proverbial para soportar y percibir semejantes afrentas, como si nada pasara. Son infieles con la verdad; como si les asistiera un derecho supremo de violar la memoria de aquellos que les conocen los pelos y señales, al pie de la letra.

En los últimos días, dentro de todo lo inaudito, aparecen aquellos que hacen un culto al dicho de “el ladrón piensa que todos son de su misma condición”. La Sra. Cristina condenada, como es conocido, desembozadamente se subió al tren de la conjura para atacar al dirigente José Luis Espert por la posible vinculación con el narcotráfico (de moda en estos tristes días) durante una campaña política. Grabois se sumó al escarnio. Es un habilísimo en estos temas. Nada hay en defensa del diputado que no pueda ejercerla él, como corresponde. La Justicia deberá decir la verdad, junto a la suya. Hechos como el señalado abren una campaña teñida de desvergüenza. En realidad, los comportamientos lo son.

Por otro lado, el vendaval que pareció amainar, comienza a insinuar su intención de transformarse en tornado sobre la tranquilidad del pueblo. Es de esperar que el gobierno, con el Presidente Milei a la cabeza, ante tanta turbulencia (mucha autoinfligida), encuentre los medios de defensa necesarios para evitarnos esa especie de tsunami que cada tanto amaga llevarnos puestos a todos. Mientras, a toda la dirigencia (de todos los signos); pero sobre todo aquellas subidas al tren de la oposición feroz, irracional y por momentos ridícula, preguntarles, cuando opinan y nos quieren vender “espejitos de colores”, que, como dice el título, si están: ¿“Libres de culpas”? Recordar, el pecado no mira colores.

Share